La mentira del 'escolasticidio', otra razón para que Trump desfinancie a las instituciones antisemitas
La acusación de la American Historical Association contra Israel ilustra cuán corrupto y antiintelectual se ha vuelto el mundo académico dominado por la izquierda.
Al antisemitismo contemporáneo no sólo le faltan hechos que justifiquen su constante flujo de invectivas y acusaciones falsas contra el pueblo judío o su Estado. Su vocabulario también es algo limitado. Sus partidarios se han visto obligados a inventar nuevos significados para viejas palabras, como genocidio, con la que ahora buscan esconder al mundo las intenciones asesinas de Hamás y etiquetar falazmente la guerra defensiva de Israel contra el terrorismo como una empresa criminal, destinada a aniquilar a todos los árabes palestinos-.
Aquellos decididos a justificar los misiles contra Israel como una causa justa, en vez de una genocida, se ven obligados a inventar un nuevo lenguaje. Es necesario si quieren lograr aunar a la mayor cantidad de gente posible detrás de su pervertida campaña para borrar a los judíos.
Una de esas palabras es "escolasticidio".
El término irrumpió en el discurso público esta semana porque los miembros de la American Historical Association (Asociación Histórica Americana) votaron en su reunión anual en Nueva York a favor de una resolución que acusa a Israel de "escolasticidio" en la Franja de Gaza. También condenaron el apoyo de Estados Unidos a la ofensiva contra Hamás y exigieron un "alto el fuego inmediato" en Gaza, sin hacer ni una sola mención al terrorismo. Sin siquiera fingir, de pasada, interés por la liberación de los casi 100 rehenes en manos del grupo islamista.
La norma en el mundo académico
Por regla general, los medios de comunicación no prestan atención a esta asociación ni a sus oscuras actividades. Como suele ocurrir con otros grupos insignificantes por sí solos, sin embargo, la American Historical Association logró una amplia difusión por haber sumado su voz al grito colectivo del movimiento antiisraelí, a menudo abiertamente antisemita, que se ha vuelto la norma en el mundo académico. Incluso llegó a The New York Times.
Que dicha organización esté dominada por izquierdistas y se haya tragado la gran mentira de que Israel y los judíos son opresores "blancos" y partidarios del "apartheid" no es noticia. Abundan las resoluciones de esta especie: existen más para ayudar a desempleados desesperados, con títulos sin valor, a conseguir trabajo que a perseguir cualquier propósito académico. De hecho, la noticia es que algún grupo educativo apoye a Israel.
A pesar de ello, el momento de esta votación es particularmente significativo.
"El objetivo de la campaña antisionista es básicamente borrar la historia judía".
Viniendo como viene sólo dos semanas antes de que el presidente electo Donald Trump asuma el cargo, es un recordatorio importante en el debate sobre lo que el gobierno federal -una fuente vital de financiación para casi todas las universidades- puede hacer sobre el aumento del antisemitismo que ha barrido todo el país, particularmente en los campus universitarios desde los ataques terroristas dirigidos por Hamás en Israel el 7 de octubre de 2023. El voto de los miembros de la asociación ha dado al país una oportuna llamada de atención. Aunque se sabe desde hace años, con Trump de nuevo en el cargo, por fin se puede hacer algo sobre la forma en que los mandarines de la educación superior estadounidense se han unido efectivamente a las filas de los que odian a los judíos.
La aprobación de la resolución con 428 votos a favor y 88 en contra -votación durante la cual estos aspirantes a académicos abuchearon y gritaron a quienes hablaron a favor de Israel- abre una ventana al extraño mundo de los autocomplacientes y arrogantes ideólogos de izquierda que la mayoría de los estadounidenses desconoce.
Justificando los planes de Trump
Como Pamela Paul, columnista de opinión en The New York Times, señaló con cierta preocupación, el problema de la resolución no es sólo que esté desvinculada de la realidad del conflicto. Tampoco es un mero error porque alentará más disturbios en los campus donde las turba de estudiantes, profesores y personal pro-Hamás intimidan a los judíos, expresando su apoyo al genocidio judío ("del río al mar") así como al terrorismo antijudío ("globalizar la intifada").
Como bien escribió Paul, lo que más debería preocupar a aquellos académicos es que alimentará la motivación de Trump para "tomar medidas enérgicas" contra los activistas de izquierda en las muchas escuelas donde el antisemitismo campa a sus anchas, permitido y apoyado tácitamente por profesores y administradores. Mas la periodista se equivoca al afirmar que la reacción del presidente electo sería nociva, algo a evitar por la gente, supuestamente inteligente, que asiste a esas reuniones.
Por el contrario, los historiadores brindaron a Trump un ejemplo de su falta de rigor académico. Y aún más: le dieron una nueva prueba, tanto a él como a los próximos líderes del Departamento de Educación y la División de Derechos Civiles del Departamento de Justicia, de que las escuelas que incitan el odio contra los judíos están violando el Título VI de la Ley de Derechos Civiles de 1964, que prohíbe esa conducta discriminatoria. Hasta ahora, cuando se registraban quejas, estas instituciones recibían tirones de orejas o simplemente hacían promesas vacías de mejorar su comportamiento. Trump debería asegurarse de que las escuelas que han incorporado falsedades y desinformación sobre el "genocidio" y el "escolasticidio" israelíes como parte de la enseñanza cotidiana sean despojadas de la financiación federal.
Lo que pasa por educación en la Franja de Gaza ...
Según los mismos que defienden el uso del término "escolasticidio" para describir los acontecimientos en Gaza, este fue acuñado para desprestigiar a Israel durante la primera de las guerras que Hamás inició contra el Estado judío en 2008. Al igual que otras tácticas antiisraelíes, se trata de un argumento basado en el engaño y la mentira, que cuenta con la ignorancia de aquellos sobre los que pretende influir.
Las escuelas que han sido destruidas en Gaza son utilizadas habitualmente por Hamás para almacenar armas, dar cobijo a terroristas y lanzar cohetes contra civiles israelíes. Los historiadores ignoraron el hecho de que esto las convierte en objetivos legales. Es más, la educación en Gaza -ya sea gestionada directamente por Hamás o por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA)- es un elemento esencial en la guerra islamista para erradicar a Israel.
Las escuelas de Hamás y la UNRWA (cuyo propósito es perpetuar el conflicto, empleando a algunos miembros del grupo terrorista) ayudan a adoctrinar a los niños árabes palestinos para que odien a Israel y a los judíos, y para que crean que la continuación de la inútil guerra centenaria contra el sionismo es un elemento esencial de su identidad.
Contrariamente a lo afirmado en la resolución de los historiadores, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) no tratan deliberadamente de destruir escuelas. Sin embargo, cuando Hamás utiliza esos edificios como plataformas de lanzamiento para disparar contra ciudadanos israelíes, las FDI no pueden ni deben permitir que se utilicen como espacios seguros para llevar a cabo el asesinato de judíos.
Además de errónea, la afirmación también es irónica: sólo desde junio de 1967, cuando Israel entró en posesión de Judea y Samaria, se dio a las instituciones educativas dirigidas por los árabes palestinos la financiación y la oportunidad de atender a su población. También es absurda, porque el objetivo de la invectiva antisionista -ya sea de los palestinos o de sus partidarios extranjeros- contra Israel es, en resumidas cuentas, borrar la historia judía. Negar el hecho de que los judíos son el pueblo autóctono del país cuyas raíces, ampliamente documentadas por la Biblia además de pruebas arqueológicas, se remontan a miles de años. Mucho antes de la llegada de cualquier musulmán.
Pero hay algo más en esta controversia que la absurda y ahistórica acusación de "escolasticidio" israelí contra los árabes palestinos.
Tergiversación del lenguaje
La tergiversación del lenguaje utilizada por quienes promulgan la campaña antisemita es tan importante como sus esfuerzos por racionalizar el terrorismo y las atrocidades del 7 de Octubre -llamándolas "resistencia" legítima-. Verdad especialmente cierta en lo que respecta al ya rutinario mal uso del término "genocidio" para describir la ofensiva israelí.
"Genocidio" refiere a una campaña deliberada para aniquilar a todo un pueblo. Se acuñó a raíz del Holocausto porque no existía ningún término para describir una política nacional, como la del régimen nazi en Alemania, cuyo objetivo era el exterminio total de un pueblo. Fue creado por Raphael Lemkin, un abogado judío polaco y sionista de toda la vida que sobrevivió al Holocausto y dedicó su vida al estudio de las atrocidades masivas. A pesar de su celo por documentar todo tipo de crímenes de guerra, fue muy cuidadoso a la hora de definir sus términos, incluida la distinción entre las inevitables bajas que se producen en cualquier guerra y los crímenes contra la humanidad.
Ejemplos de genocidios reales son la masacre nazi de judíos en el Holocausto, la terrorífica hambruna perpetrada por los comunistas soviéticos en Ucrania durante el Holodomor (1932-1933) y la masacre de miembros de la tribu tutsi en Ruanda a manos de los hutus (1994).
Sociedad
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Y lejos de que Israel cometiera un genocidio en Gaza, como han señalado los expertos militares que entienden las leyes de la guerra, sus esfuerzos por evitar víctimas civiles no tienen parangón en ningún esfuerzo bélico moderno. La proporción de bajas entre combatientes y civiles en Gaza -los operativos de Hamás representan casi la mitad de todos los muertos en los últimos 15 meses- es inferior a la de cualquier otra guerra urbana. Dato especialmente reluciente si se considera que los terroristas buscan crear bajas palestinas adrede, escondiéndose entre civiles, utilizando túneles bajo sus casas y disparando misiles desde zonas designadas como zonas humanitarias seguras. Aunque, trágicamente, muchos palestinos han muerto en la guerra que iniciaron quienes dicen dirigirlos (aunque casi con toda seguridad no tantos como afirman las falsas estadísticas presentadas por Hamás), el número total es una pequeña fracción de la población. No es nada semejante al de un genocidio.
Es más que irónico el uso, erróneo, de un término surgido como descripción de un histórico asesinato masivo de judíos para describir (y deslegitimar) los esfuerzos del Estado judío para evitar otro 7 de Octubre. Es, además, una táctica frecuente de los antisemitas a lo largo de los tiempos para acusar a los judíos de cometer los crímenes que ellos mismos desean ejecutar.
La traición de los intelectuales
Que el virus del antisemitismo haya seguido extendiéndose en el siglo XXI, sólo 80 años después del Holocausto, es una catástrofe para la humanidad. Lo que resulta especialmente inquietante de su última iteración es que sus tropas de asalto se encuentran formadas por quienes pretenden ser las élites educadas de la sociedad.
Sin embargo, como Niall Ferguson, uno de los historiadores contemporáneos más distinguidos y mejor leídos, escribió en The Free Press sobre las universidades estadounidenses convirtiéndose en focos de antisemitismo, esto no es nuevo. El movimiento nazi que arraigó en Europa en las décadas de 1920 y 1930 no fue producto de la clase obrera o de personas sin educación. Más bien, sus defensores eran, en gran medida, quienes tenían títulos universitarios y traficaban ideas en vez de violencia callejera. Como señala su ensayo La traición de los intelectuales (en referencia al estudio seminal sobre el tema realizado por el erudito francés Julian Benda en de 1927): "Quien crea ingenuamente en el poder de la educación superior para inculcar moralidad no ha estudiado la historia de las universidades alemanas en el Tercer Reich".
Mientras que los intelectuales de la década de 1920 elevaron la raza como el factor más importante de la sociedad, estigmatizando a los judíos y elevando a los arios no judíos, las élites actuales utilizan de forma similar los conceptos "blancos opresores", a quienes repudian, y "gente de color", a quienes elevan. Aunque estos últimos piensan que son progresistas decididos a mejorar el mundo, al designar a los judíos y a Israel como malvados opresores han desatado una nueva ola de antisemitismo que Hamás y sus simpatizantes esperan conduzca a otro Holocausto.
Ferguson se encuentra entre quienes han reconocido que en el núcleo de la podredumbre de la academia se encuentran la Teoría Crítica de la Raza y la interseccionalidad. Ambos mitos tóxicos legitimaron y volvieron moda el antisemitismo. El intelectual piensa que reformar las escuelas de mayor renombre, donde aquellas ideas son la nueva ortodoxia, no es suficiente. La única solución viable es crear instituciones nuevas, como la Universidad de Austin, que él mismo ha ayudado a fundar.
Tiene razón. Aun así, queda la pregunta de qué hacer con un sistema universitario que ha sido secuestrado por incitadores del odio que se hacen pasar por humanitarios.
La respuesta es que se debe desfinanciar a todas las universidades en las que el antisemitismo y el antiamericanismo no sólo se toleran, sino que se han incorporado al currículo. Abundaban ya los argumentos para desfinanciar a estas instituciones. La American Historical Association nos ha recordado por qué debería ser una prioridad para la nueva Administración.
© JNS