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¿Por qué no hacemos frente a los 'mil Charlottesvilles'?

El debate presidencial dejó en evidencia cuestiones esenciales sobre el auge del antisemitismo.

Trump y Biden en el primer debate presidencial(Cordon Press)

Es temprano aún para conocer todas las derivaciones del debate entre Joe Biden y Donald Trump. El encuentro fue un acontecimiento único en la historia política porque tras ver la titubeante y confusa actuación del presidente, nadie, ni siquiera sus partidarios más rabiosos, puede acallar las dudas sobre su estado de salud. Aunque eso no impidió que el veneno partidista siguiera fluyendo entre demócratas y republicanos, sí desató especulaciones sobre la posibilidad de que los azules sustituyeran a Biden como candidato.

Aunque el tema de la edad eclipsó la sustancia de lo discutido, hubo un punto de discordia entre la ensalada de palabras, insultos, hipérboles y falsedades pronunciadas por ambos que es digno de mención, aunque sólo se planteara de pasada. En un momento en el que la nación se ve sacudida por un aumento sin precedentes del antisemitismo, la escasa mención que recibió ese tema merece un análisis más profundo.

Aunque no ocupó un lugar destacado en el debate, sí se mencionó la guerra de Israel contra Hamás en Gaza después del 7 de octubre y el consiguiente aumento del antisemitismo en Estados Unidos.

Discutiendo sobre Israel y Hamás

Cuando se le preguntó por Oriente Próximo, Biden presumió de su apoyo a Israel y negó que no le diera las armas que necesita. Dijo que "no se puede permitir que Hamás continúe", siguiendo la línea de su apoyo inicial al objetivo israelí de destruir al grupo terrorista. Pero también se jactó de su plan para un alto al fuego que, quiera admitirlo o no, de ser aceptado por Hamás (que ya lo descartó) garantizaría su supervivencia.

En su turno, Trump se dedicó a retomar argumentos sobre Ucrania y Rusia, aunque sí dijo que se debería permitir que Israel "termine el trabajo" de derrotar a Hamás, marcando una clara diferencia entre ambos. Siguió con un característico insulto a su oponente: "Se ha convertido en un palestino. Pero no les gusta porque es un palestino muy malo. Es uno débil". No está claro qué significa eso exactamente, pero baste decir que probablemente ofendió tanto a palestinos como a demócratas.

Desde el 7 de octubre, los estadounidenses han atestiguado cómo turbas de manifestantes copan calles y campus universitariosJonathan S. Tobin

A continuación, Trump fue preguntado por la moderadora de la CNN, Dana Bash, por si apoyaba un Estado palestino independiente. Una sugerencia poco realista a la que Biden y la izquierda estadounidense siguen aferrándose. Podría haber replicado que les había ofrecido una vía para obtenerlo en 2020, con su plan de paz en Medio Oriente, pero que los palestinos lo rechazaron como hicieron con toda oportunidad para poner fin a su guerra centenaria contra el sionismo y, por fin, independizarse. En su lugar, se limitó a decir que lo pensaría para luego lanzarse a opinar sobre el comercio, la OTAN y Rusia.

Más adelante, sin embargo, surgió una cuestión igualmente importante.

Relitigando Charlottesville

Al desarrollar su argumento de que Trump es una amenaza para la democracia, Biden volvió sobre su afirmación de que entró en la carrera presidencial de 2020 por el mitin neonazi Unite the Right celebrado en Charlottesville, Virginia, en agosto de 2017. Insistió, incluso, en que el republicano había descrito a los neonazis como "gente muy fina".

En verdad, Trump no dijo eso. Sí condenó a los neonazis y los miembros del Ku Klux Klan que participaron en aquel acto y también defendió a quienes se oponían a la retirada de una estatua de Robert E. Lee. De hecho, la semana pasada el sitio de verificación de información Snopes.com finalmente etiquetó esa acusación de falsa.

Volver a traerlo a colación fue un error especialmente craso del presidente. El mito de que Trump secunda a nazis es significativo no sólo porque ha servido para el argumentario demócrata durante los últimos siete años, mucho después de que fuera inicialmente desacreditado. Sino también porque es el cimiento sobre el que se erigió una suposición fundamentalmente errónea sobre el antisemitismo en Estados Unidos, promovida por grupos judíos liberales como la Liga Antidifamación.

Los agitadores de la derecha son una amenaza real. Lo demuestran los pocos cientos de extremistas que aparecieron en Charlottesville con antorchas tiki, así como los pistoleros solitarios que atacaron sinagogas en Pittsburgh, Pensilvania, y Poway, California. Pero son un fenómeno marginal y sin influencia política -menos aún vínculo alguno con la Casa Blanca de Trump-.

Aquel popular mito sobre el odio a los judíos también sirve para quitar atención a la creciente amenaza del antisemitismo de izquierda, que, a diferencia de los neonazis, tiene influencia política genuina.

Aumento del antisemitismo

Tras el 7 de Octubre, los estadounidenses han atestiguado cómo turbas de manifestantes toman las calles de sus ciudades y, sobre todo, los campus de sus universidades. Los han oído no sólo corear consignas en apoyo a los objetivos genocidas de los terroristas ("del río hasta el mar" y "globalizar la intifada"), sino también emprender cientos, quizás miles, de actos de violencia antisemita. 

En abril, se le preguntó a Biden si condenaba estas acciones. Respondió con el mismo tipo de reacción que dice, insistiendo en tono de condena, Trump usó con Charlottesville: "Condeno las protestas antisemitas. Por eso he puesto en marcha un programa para hacer frente a eso", dijo ante la prensa. "También condeno a quienes no entienden lo que pasa con los palestinos".

Una respuesta que es cabalmente errónea, ya que equipara a quienes promueven abiertamente el antisemitismo con aquellos que simplemente no aceptan afirmaciones exageradas y falsas, promovidas por la propia Administración, sobre el número de muertes civiles o la hambruna en la Franja. 

Biden también pasó gran parte del año haciendo todo lo posible para, con la reelección entre ceja y ceja, seducir a miembros de su partido que han demostrado odiar a los judíos, como el ferviente partidario de Hamás que ocupa la alcaldía de Dearborn, Michigan. El hombre que dice haberse postulado a la presidencia para oponerse a los antisemitas de derecha ha estado, para su vergüenza, complaciendo a los antisemitas que se identifican con la izquierda o con la comunidad musulmana-estadounidense. Elogiando, incluso, en lugar de condenando, a la congresista Rashida Tlaib (D-Mich.), que ha manifestado abiertamente su deseo de destrucción de Israel y su apoyo a los terroristas palestinos.

Aunque Biden puede reprender a Trump por su asociación con antisemitas como Kanye West, no puede hacerlo sin exponerse a críticas por sus vínculos con el ala interseccional de su propia formación, incluidos algunos representantes en el Congreso.

La semana pasada, una turba pro-Hamás atacó una sinagoga de Los Angeles y luego alborotó el barrio judío donde se encontraba. Biden, hay que reconocerlo, condenó el ataque. Pero a diferencia de la forma en que ha utilizado el Departamento de Justicia como arma contra quienes considera extremistas de derecha o activistas provida, su Administración pasa de largo cuando se trata de la violencia antisemita, más allá de un plan sin sentido, presentado el año pasado, que implicaba legitimar a una organización antisemita como el Council of American Islamic Relations y equiparar el odio que sufren los judíos con una ficticia amenaza islamófoba. 

El antisemitismo de izquierda se normalizó de manera que nunca se toleraría con su par de derechas
Jonathan S. Tobin

En sus observaciones finales, Trump volvió a Charlottesville y emitió la que podría ser la única declaración de los 90 minutos de debate que no podría ser legítimamente cuestionada. Refiriéndose a las protestas antiisraelíes en las que "palestinos y otros causan disturbios por todas partes", añadió lo siguiente: "Ustedes hablan de Charlottesville. Esto es 100 veces Charlottesville. 1.000 veces".

La marcha de Charlottesville asustó de muerte a los judíos estadounidenses porque las antorchas evocaban los mítines nazis de la década de 1930 y quienes proferían las amenazas eran conocidos odiadores de derechas que habían asolado a comunidades judías, aquí y en otros lugares, durante todo el siglo pasado.

La propagación del antisemitismo

Los estadounidenses vivieron cientos, incluso miles, de sucesos similares al de Charlottesville. Los judíos han sido calumniados, intimidados, amenazados y hasta violentados en Estados Unidos. Sin embargo, en lugar de que estos incidentes unieran a la nación en repulsa, como ocurrió tras Charlottesville, gran parte de los principales medios de comunicación masivos y un segmento significativo del propio partido de Biden ha racionalizado o excusado estos ultrajes.  

La omnipresente influencia de ideologías woke tóxicas como la interseccionalidad y la Teoría Crítica de la Raza, que se han convertido en la nueva ortodoxia del sistema educativo, los medios de comunicación y la cultura estadounidenses, han promovido la mentira de que los judíos e Israel son "opresores blancos" y, por tanto, merecedores de oprobio, cuando no de terrorismo. De este modo, una forma de antisemitismo se ha convertido en aceptable en el discurso dominante de un modo en que el odio de derechas no lo es.

No sabemos quién será elegido presidente en noviembre. Pero una de las tareas más importantes a las que se enfrentará quien jure el cargo será desafiar esta nueva variante del antisemitismo. Y eso requerirá más que palabras. Significa hacer retroceder la marea ideológica woke y tomar medidas enérgicas contra los partidarios violentos de Hamás en nuestros campus y nuestras calles. 

Esta batalla contra la ola de odio que hoy amenaza a los judíos, pero que en última instancia pretende derribar las bases de la civilización occidental y la libertad estadounidense, no debería ser una bandera demócrata o republicana. Todos deberíamos rezar para que deje de serlo.

© JNS

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