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Notas desde el lugar más seguro para los judíos en Europa

Los progresistas desprecian al Gobierno húngaro. Pero Budapest es el único aliado real de Israel en la Unión Europea y mientras Viktor Orbán permanezca en el poder, los judíos allí estarán a salvo.

El primer ministro de Hungría, Viktor Orban, asiste a una reunión con el presidente de Rusia, Vladímir Putin, en la Casa de Huéspedes del Estado de Diaoyutai.

(Cordon Press)

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Son tiempos peligrosos para ser judío. El mundo respondió a la mayor masacre masiva de judíos desde el Holocausto con una oleada de antisemitismo y simpatía por quienes cometieron las atrocidades del 7 de octubre en lugar de sus víctimas. Los esfuerzos de Israel por erradicar a los terroristas no sólo han sido repudiados, sino incluso demonizados por una ilustrada opinión progresista que no vio necesario condenar de la misma manera la orgía de asesinatos, violaciones, torturas, secuestros y destrucción sin sentido que ocurrió ese día.

Y mientras los judíos de todas partes celebraban el heroico rescate de cuatro rehenes el fin de semana pasado por parte de las fuerzas de seguridad israelíes, los mismos medios masivos que actúan como taquígrafos de Hamás reaccionaron enfatizando las muertes de los palestinos que los mantenían cautivos.

Por muy mala que sea la situación en Estados Unidos, donde los campus universitarios de élite se han convertido en focos de apoyo a Hamás, en Europa es aún peor. No se trata sólo de que gobiernos europeos occidentales se opongan a la campaña militar de Israel y busquen impedir la derrota de los terroristas en colaboración con la Administración Biden. O que España, Noruega e Irlanda optaran por recompensar a los palestinos por su terrorismo reconociendo formalmente su condición de Estado ficticio. Más que eso, una siniestra alianza rojo-verde de izquierdistas y partidarios del Islam político ha creado una situación en la que comunidades judías de todo el continente se sienten sitiadas. Muchos eligen no usar símbolos religiosos como el kipá o la estrella de David, y otros se han quitado las mezuzá que alguna vez estuvieron colocadas en sus hogares.

No en Hungría.

Si, como acabo de hacer, pasa una semana en ese país de Europa del este puede contar con que no verá manifestaciones masivas de partidarios de la yihad en sus sitios emblemáticos, como sí ocurre en tantas otras geografías. Incluido Estados Unidos. El motivo para esta calma, inimaginable ahora mismo en América, es que el Gobierno húngaro ha prohibido las manifestaciones pro-Hamás. Las consideran una expresión abierta de antisemitismo y una amenaza al orden público. Su idea es tratar al activismo en favor de los terroristas en Gaza como moralmente equivalente a la defensa del nazismo, que en Hungría y en gran parte de Europa es ilegal.

Un lugar seguro

Como descubrí en conversaciones con judíos progresistas y ortodoxos, así como con no judíos, la comunidad judía en Budapest siente una seguridad inexistente en Londres, París o Berlín.

Cuando uno visita Hungría, nadie le dice que no use kipá o estrellas en público. Los judíos ortodoxos no son raros en las calles de la capital húngara y actúan como si no tuvieran miedo de ser atacados por sus creencias.

Además, el Gobierno es con distancia el mejor amigo del Estado judío en Europa. Como me han dejado claro fuentes bien informadas, Budapest es el único aliado confiable de Jerusalén dentro de la Unión Europea, siempre dispuesto a perturbar la búsqueda de consenso de la Comisión de la UE en nombre de su consistente agenda antiisraelí y mostrando a veces más voluntad de lucha contra los partidarios de los palestinos que los propios israelíes.

Entendiendo a Orbán

¿Cuál es el motivo de esta alianza que, al menos en apariencia, tiene poca base en la historia de la experiencia judía en Hungría? Todo se reduce a las decisiones de una controvertida persona: Viktor Orbán, el primer ministro húngaro.

Orbán, ampliamente despreciado por los progresistas estadounidenses, es descrito habitualmente como tirano y enemigo de la democracia, o como aliado del aún más odiado presidente ruso, Vladimir Putin. A menudo se le acusa de ser antisemita debido a su larga enemistad con el multimillonario izquierdista nacido en Hungría, George Soros, quien sigue siendo un conveniente saco de boxeo para el primer ministro y su partido Fidesz.

A menudo se compara a Fidesz con otros partidos populistas de derecha que están en auge en el continente. Esas comparaciones, así como las de Orbán con el expresidente estadounidense Donald Trump o el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, con quien mantiene estrechas relaciones, son simplificaciones o simplemente engaños. Lo ames o lo odies, es una figura notable y singular. Aunque este es sólo un prisma de tantos a través del cual podemos verlo, es necesario comprender y apreciar su postura como baluarte contra el antisemitismo europeo.

Si Orbán no es realmente autoritario, ¿por qué lo desprecia tanto la izquierda?

Su carrera comenzó en la última década del Imperio Soviético, cuando, siendo un joven estudiante de derecho y activista, formó parte de la oposición al Gobierno comunista. No es una pequeña ironía (y sí una señalada a menudo) que obtuviera una beca de la Fundación Soros para la Universidad de Oxford, ya que durante esa época la filantropía del multimillonario se centraba principalmente en promover la libertad detrás de la Cortina de Hierro. Después de la caída del Muro de Berlín y el nacimiento de la democracia húngara, Fidesz pasó de sus orígenes estudiantiles-activistas a una facción parlamentaria considerada un partido progresista moderado. Pero bajo el liderazgo de Orban, giró hacia la derecha en cuestiones sociales y al mismo tiempo se volvió populista en términos de su oposición al capitalismo de mercado puro.

En una sorprendente victoria, Orbán llevó al Fidesz al poder por primera vez en las elecciones húngaras de 1998. Se desempeñó como primer ministro durante cuatro años en lo que generalmente se considera un mandato exitoso, pero no logró la reelección en 2002.

Al igual que Netanyahu, quien también sirvió un solo mandato como primer ministro de Israel de 1996 a 1999 antes de ser derrotado, Orbán aprendió de sus errores. Su victoria en 2010 fue similar a la del político israelí, cuyo regreso al poder en 2009 se debió tanto a la incompetencia política y los abismales fracasos políticos de sus oponentes como a su propia brillantez. Orbán volvió a ser primer ministro después de que el líder progresista y primer ministro Ferenc Gyurcsány (cuya esposa, Klára Dobrev, que es judía, ahora dirige uno de los partidos de oposición) fuera grabado alardeando de mentir sin parar al público para mantenerse en el poder.

¿Es autoritario?

Desde entonces, Orbán ha consolidado y retenido el poder mediante hábiles maniobras con la ayuda de partidarios ricos que dominan los medios húngaros. Su Gobierno ha sido notoriamente corrupto, aunque es discutible si más que los de muchas otras naciones poscomunistas (como Ucrania, cuya corrupción política y económica mucho más flagrante ha sido ignorada debido a la invasión rusa).

Con poco más de tres décadas de experiencia como país libre, Hungría está lejos de ser una democracia perfecta. Y si bien es habitualmente denunciado como autoritario, no tiene prisiones políticas ni gulags y sus oponentes son libres de denunciar lo que quieran. Aunque Orbán utiliza despiadadamente las ventajas del poder para seguir ganando elecciones -para consternación de los críticos extranjeros-, sus oponentes políticos han ganado terreno en los últimos años y controlan las ciudades más grandes del país, incluida Budapest.

De hecho, incluso cuando los partidos populistas de derecha obtuvieron victorias en todo el continente en las recientes elecciones para el Parlamento Europeo, Fidesz vio reducido su margen de apoyo debido al surgimiento de un nuevo partido liderado por un antiguo partidario, Peter Magyar, que se postuló en una plataforma anticorrupción.

Todo esto significa que, a pesar de todos sus defectos, la Hungría de Orbán es democrática. Sus partidarios no dominan la prensa húngara más que la izquierda los medios masivos en Estados Unidos o Israel.

Evidencia la poca credibilidad que merecen las críticas al mandatario por autoritario que muchos de sus autores sean los mismos que aplaudieron el engaño de la colusión con Rusia en pasadas elecciones estadounidenses, estratagema empleada por los demócratas para paralizar a la Administración Trump. También que sean los mismos que respaldaron la conspiración de los magnates de Internet y los principales medios de comunicación para encubrir evidencia de corrupción de la familia Biden en las últimas semanas de aquellos comicios. Y los mismos que apoyan el intento de los demócratas de llevar a la quiebra y luego encarcelar al líder de la oposición al actual Gobierno estadounidense (algo a lo que Orbán nunca se ha rebajado).

Pero si el líder húngaro no es realmente un autoritario, ¿por qué lo desprecia tanto la izquierda?

Parte de este odio emana de un discurso de 2014 en el que dijo que su visión para Hungría era la de una “ democracia iliberal ”. Desde entonces, ni él ni sus aliados han podido explicar adecuadamente qué significaba esa frase. Pero basta decir que representó un deseo de hacer frente al espíritu capitalista de libre mercado que domina la UE y que, en opinión de algunos de los países más pequeños de la unión, representa el dominio de la economía del continente por parte de Alemania y otras potencias occidentales.

También simboliza su aceptación del conservadurismo social. Hungría, como el resto de Europa, se ve afectada por una rápida disminución de las tasas de natalidad, así como por un colapso de la fe en los valores y las creencias tradicionales. Orbán ha priorizado políticas que recompensan a las familias por tener más hijos y se opone a la adopción de la agenda LGBTQ como ningún otro líder europeo o estadounidense lo ha hecho. Aún así, no existen leyes ni prohibiciones contra los homosexuales y la discriminación por motivos de orientación sexual es ilegal. Sin embargo, a diferencia del resto de Europa o Estados Unidos, los edificios públicos de Budapest no están adornados con banderas arcoíris durante el mes del orgullo gay en junio.

Pero por más doloroso que esto pueda parecer a los ojos de muchas personas, es su postura contra la inmigración ilimitada , especialmente desde Medio Oriente y el Norte de África, lo que le ha valido a Orbán la enemistad duradera de los progresistas. Si bien gran parte de la UE (y específicamente Alemania bajo el liderazgo de la ex canciller Angela Merkel) abrió de par en par las puertas de sus naciones a emigrantes mayoritariamente musulmanes y a millones de refugiados de la guerra civil siria en la década de 2010, Orbán consideró esta ola de inmigración como una amenaza para la identidad y el futuro de Hungría.

Si bien gran parte de Europa está siendo transformada por la inmigración masiva, Hungría se ha mantenido firme contra ella y ha ayudado a que otros países de Europa del Este hagan lo mismo .

La diferencia húngara

Sin olvidar la larga ocupación soviética, así como la heroica y trágica revuelta de su nación contra el comunismo en 1956 (durante la cual Estados Unidos y la OTAN nunca movieron un dedo para ayudarlos), sería un error pensar que Orbán o la mayoría de los húngaros sienten mucha simpatía por Putin o Rusia.

Sin embargo, también tienen la misma historia de resentimiento contra los ucranianos y sospechan profundamente de Occidente. Su pasado como el único pueblo no eslavo o germánico en la región, junto con su un idioma desvinculado de toda otra lengua vecina excepto la finlandesa, los distingue como outliers.

Aquello explica mucho de su pasado, que también incluyó el sufrimiento de las invasiones mongolas y otomanas, y su presente, que también incluye la dudosa decisión de Orbán de abrazar a China como una alternativa a las influencias europea occidental y estadounidense.

Aun así, existe un terreno común entre las ideas que motivan a Fidesz y las de otros movimientos conservadores de todo el mundo, lo que se refleja en el trabajo del grupo de expertos del Danube Institute, con cuyos miembros hablé. Sin embargo, Hungría es un lugar diferente y especial. Las políticas e ideas húngaras deben verse en su propio contexto y no en el de otras naciones.

La clave es la inmigración

Si quiere saber por qué es un lugar donde los judíos viven seguros en comparación con naciones como Gran Bretaña y Francia, que los analistas consideran mucho más democráticas, una gran parte de la respuesta reside en las políticas de inmigración de Orbán. Si no existe una alianza rojo-verde en Budapest que pueda enviar multitudes de manifestantes a las calles para intimidar tanto a los gobiernos como a los judíos (como es el caso en Londres y París) es porque no existe allí una gran comunidad de inmigrantes musulmanes que busque imponer su cultura y sus puntos de vista antisemitas.

Los observadores progresistas vieron con alarma los triunfos electorales de los partidos populistas que están en contra de la inmigración ilimitada. Si bien algunas de estas formaciones tienen raíces en el pasado fascista del continente, su popularidad se basa en la miedos justificados sobre el futuro las naciones mientras no puedan controlar sus fronteras o evitar que su herencia sea transformada en algo que ya no reconocen por parte de inmigrantes musulmanes que no comparten sus valores culturales o políticos.

Incluso los judíos progresistas me dijeron que entendían que Orbán era la razón principal por la que el antisemitismo estaba bajo control.

Confundir la oposición a Soros con el antisemitismo podría ser más comprensible en Hungría, por su desafortunada historia. Pero allí, el multimillonario es un símbolo no tanto de la villanía judía como del apoyo a las políticas de izquierda que perjudican a los ciudadanos, de la misma manera que su campaña para elegir fiscales pro-crimen en Estados Unidos lo puede haber convertido en el individuo más dañino.

Etiquetar a Orbán como antisemita por su ataque al magnate no es más legítimo que cuando los demócratas lo hacen con los republicanos que denuncian la nefasta influencia de sus donaciones masivas a causas izquierdistas (incluidas las antiisraelíes).

En Hungría, Fidesz se unió a otros partidos para esencialmente expulsar de la corriente principal al abiertamente antisemita Partido Jobbik. Tanto los judíos como los no judíos con los que hablé reconocieron que el antisemitismo no está muerto. De hecho, las encuestas han demostrado que las actitudes antisemitas están presentes en un porcentaje significativo de la población y quizás mucho más alto que en otros países donde los judíos viven con miedo.

Un futuro incierto

Los judíos húngaros tienen una historia de compromiso con su nación. Fue un bastión de la Haskalah, o Ilustración judía, en el siglo XIX, cuando abrazaron el aprendizaje secular y la integración en sus países anfitriones. La hermosa Gran Sinagoga de Budapest fue construida y todavía está dirigida por el movimiento Neolog, que es análogo al judaísmo conservador en los Estados Unidos. Líderes sionistas como Theodor Herzl (que nació frente a la Gran Sinagoga) y Moses Hess eran húngaros.

Si bien el judaísmo ortodoxo está experimentando una especie de renacimiento allí gracias a los brillantes esfuerzos de divulgación del movimiento Chabad-Lubavitch, que tiene estrechos vínculos con Orbán, la mayoría de la comunidad de aproximadamente 100.000 miembros todavía está vagamente afiliada a la corriente Neolog. La mayoría de ellos son políticamente progresistas y se oponen a Orbán.

Pero incluso los judíos progresistas me dijeron que entendían que él era la razón principal por la que el antisemitismo se mantenía bajo control. Aunque sólo un tonto lo subestimaría o lo daría por terminado, tarde o temprano su tiempo en el poder llegará a su fin. Cuando eso suceda, el estatus de Hungría como un punto brillante para los judíos, así como un aliado ferozmente leal de Israel, estará en duda.

Hungría está manteniendo la línea en defensa del Estado judío.

Por ahora, aquello significa que una estancia en Budapest es un encuentro con una nación donde no hay señales del auge antisemita que es parte de la vida cotidiana en Europa occidental y Estados Unidos.

No hay lugar en Budapest para manifestaciones masivas a favor de Hamás, como la vergonzosa orgía de ataques a los judíos que tuvo lugar el fin de semana pasado frente a la Casa Blanca en Washington D.C. o el asedio a una exposición en Nueva York sobre el ataque al festival de música Nova. Las sinagogas de la capital no tienen que preocuparse por grafitis antisemitas y el cartel de los rehenes israelíes tomados por en las puertas de la Gran Sinagoga cuelga con orgullo y lejos de manos de vándalos. Y en lugar de atacar a Israel o criminalizar su ofensiva para rescatar a sus ciudadanos captivos, Hungría está manteniendo la línea en defensa del Estado judío.

Para quienes piensa que Orbán ha sobrepasado todos los límites, su apoyo a los judíos e Israel es un detalle sin importancia. Sin embargo, en un momento en que vidas y derechos judíos corren riesgo por doquier, ignorar estas verdades sobre Hungría sería tan irresponsable como autodestructivo .

© JNS

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