Los periodistas que asisten a los terroristas propagan el odio a los judíos
La documentación que demuestra que fotógrafos independientes, empleados por los principales medios de comunicación, ayudaron a facilitar la masacre de Hamás del 7 de octubre evidencia por qué la cobertura sobre Israel siempre ha sido sesgada.
Cualquiera con conocimiento sobre cómo funciona el periodismo palestino lo vio venir. Y, sin embargo, como con los demás detalles horripilantes de los ataques del 7 de octubre contra Israel, la mayor parte del mundo prefiere mirar para otro lado. El hecho de que los terroristas de Hamás fueran –como documenta un informe publicado por Honest Reporting– acompañados, durante los pogromos llevados a cabo en comunidades judías del sur de Israel, por fotógrafos que trabajan para CNN, Reuters, Associated Press y The New York Times aún debería escandalizar a las personas que miran y leen estos medios.
El Times niega haber tenido conocimiento previo de las atrocidades, aunque nadie haya dicho que lo tenía. Ni siquiera los agentes de Hamás sabían de antemano la fecha del ataque. El problema es que las personas que trabajan para estos medios se convirtieron en parte del ataque terrorista (junto con quienes realmente llevaron a cabo los asesinatos, las violaciones y las torturas) de la misma manera en que los periodistas occidentales cubren a los ejércitos durante las guerras.
El punto que quienes desestiman esta historia se niegan a reconocer es que los verdaderos periodistas no acompañan a los criminales en la comisión de delitos, ni les toman fotografías como si estuviesen cobrando por grabar una boda. No es suficiente decir que estas personas simplemente estaban haciendo su trabajo, cuando facilitaron la comisión de un ataque bárbaro contra personas inocentes. Quienes actuaron así (en algunos casos hasta publicando fotografías -ya eliminadas- de ellos mismos agitando granadas o siendo besados por líderes terrorista) son, como bien ha señalado Israel, son más que cómplices. No son distintos de los propios terroristas, y pueden, deben, enfrentar la misma justicia que los asesinos y violadores.
La caída de la credibilidad
La credibilidad de los medios masivos no podría estar en niveles más bajos: Gallup mostró en su última encuesta anual que sólo el 34% de los encuestados confía plenamente en los medios nacionales. De hecho, un estudio posterior de la misma encuestadora y la Fundación Knight, publicado a principios de año, mostró que un 50% de los encuestados pensaba que las organizaciones de noticias nacionales los engañaba intencionalmente. La razón de esto es que muchos periodistas han descartado incluso la pretensión de objetividad en favor del partidismo.
Sin embargo, todavía es probable que la mayoría de los lectores y espectadores de dichas marcas, señaladas por Honest Reporting, crean que aquellas cuentan con verdaderos periodistas, en lugar de simples compañeros de viaje del terrorismo que ayudan e instigan a masacrar judíos. La suposición de que los grupos yihadistas no controlan lo que los principales medios informan sobre Gaza es y siempre ha sido un mito. La mayoría de lo que se publica está controlado por Hamás.
Los periodistas extranjeros no tienen problemas en hacerse eco de los informes israelíes más hostiles sobre el Gobierno del país.
Como señaló el ex periodista de AP Matti Friedman en un artículo publicado en The Atlantic en 2014, los medios occidentales siempre han tenido una agenda en su cobertura de Israel.
Los fotógrafos al servicio de los principales medios estadounidenses en Gaza que acompañaron a los terroristas el 7 de octubre evidencian parte del problema. Quienes informan sobre la vida palestina en Gaza y sus territorios están esclavizados por los grupos terroristas.
Dado que Israel es una democracia con una prensa vivaz y, en gran medida, conflictiva (la mayor parte de la cual se inclina fuertemente hacia la izquierda, como en Estados Unidos), no falta cobertura crítica del Estado judío por parte de sus propios medios. Los periodistas extranjeros, por su parte, no tienen problema en hacerse eco de los informes israelíes más hostiles sobre el Gobierno del país.
Cómo funciona el periodismo palestino
En la cleptocracia de Fatah en la Margen Occidental, que gobierna de forma autónoma a la población árabe de Judea y Samaria, la prensa independiente simplemente no existe. Fotografiar o escribir sobre lo que la Autoridad Palestina no quiere que se sepa puede resultar en un grave peligro para el individuo, debido a los brutales servicios de seguridad.
El riesgo es aún mayor en Gaza, que Hamás gobierna como un Estado palestino independiente en todo menos en el nombre desde que tomó el poder mediante un sangriento golpe de estado en 2007. Allí, la tiranía islamista es absoluta. Los periodistas radicados en aquel territorio estarían sacrificando sus vidas si permitieran que los medios occidentales para los que trabajan publicaran material que no reforzara la narrativa de la villanía israelí y la valiente resistencia palestina.
En la medida en que los periodistas occidentales operan en áreas árabes, dependen de fixers locales que los guían y actúan como traductores para aquellos que no saben árabe (que son la mayoría). Los propios fixers operan sólo con el permiso de los grupos terroristas o del ligeramente más moderado Fatah. Y es por eso que, como explicó Friedman, sus informaciones generalmente ayudan a impulsar la narrativa del victimismo palestino y retratan a los israelíes como los equivocados.
Sin embargo, esa no es toda la respuesta. Estos periodistas están ansiosos por reforzar la causa palestina y informan sobre ella únicamente desde su perspectiva, lo que enfatiza la ilegitimidad de Israel.
Esta tendencia se ha visto reforzada por el cambio ideológico radical del periodismo que ya se ha apoderado de la mayoría de las redacciones estadounidenses. En el siglo XXI, los periodistas jóvenes no aspiran a la objetividad, ni siquiera pretenden hacerlo. En cambio, ven el periodismo como una forma de activismo. Dado que la mayoría egresan de instituciones de élite donde predominan ideas tóxicas de izquierda como la interseccionalidad y la Teoría Crítica de la Raza -que etiquetan falazmente a Israel como un opresor blanco de la gente de color-, aceptan fácilmente el mito de que la guerra palestina para destruir Israel es moralmente equivalente a la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos.
Lo más frustrante de todo esto es la falta de voluntad de estos medios para admitir la verdad sobre su cobertura.
De esta manera, la incorporación de un marco de referencia antisemita sobre Oriente Medio, que demoniza a Israel y cualquier medida de autodefensa que pueda adoptar, se ha propagado del mundo académico a los medios de comunicación.
La combinación de todos estos factores –desde la forma en que Hamás controla la información en Gaza, hasta la voluntad de periodistas y editores de adoptar un punto de vista que ve a los palestinos como víctimas– da como resultado una mezcla tóxica de prejuicios que distorsiona incluso la cobertura de eventos como los ataques del 7 de octubre. En estas circunstancias, ¿es de extrañar que los editores del New York Times, por ejemplo, estuvieran dispuestos a creer sin antes contrastar las mentiras que dijo Hamás sobre el ataque de Israel a un hospital en los primeros días de la guerra actual? Todavía no han aceptado completamente que un cohete palestino errante fue en verdad lo que impactó en la institución sanitaria, incluso semanas después de que lo verificara Estados Unidos y lo documentara Israel.
Lo más frustrante es la falta de voluntad de estos medios para admitir la verdad sobre su cobertura.
En 2021, AP dijo que no sabía que, junto con Al Jazeera, había estado compartiendo edificio durante años con agentes de Hamás. Sólo salió a la luz cuando, después de que el grupo terrorista disparara cientos de cohetes contra Israel, las Fuerzas de Defensa de Israel demolieran el edificio, no sin antes informar a sus ocupantes que lo desalojaran. Se supo luego que Hamás amenazó a los periodistas de AP. Es por eso que sus periodistas no informarían sobre un lanzamiento de misiles hacia el territorio israelí, incluso si tuviera lugar ante sus propias narices (lo cual sucedió a menudo). Lo verdaderamente escandaloso es que sus editores y empleadores occidentales lo sabían y fueron igualmente cómplices en encubrir historias que los terroristas no querían que se publicaran mientras seguían adelante con las primicias que sí permitían.
Defensa del sesgo antiisraelí
Lo curioso del 7 de octubre es que los agentes de Hamás estaban ansiosos por informar sobre sus depredaciones, incluidas las violaciones en grupo y la tortura. Querían que el mundo viera lo que estaban haciendo mientras se infiltraban por la valla fronteriza y asesinaban a 1.400 israelíes, incluidas familias enteras, y herían a miles y arrastraban a 240 rehenes de todas las edades al cautiverio en Gaza. Estos nazis modernos concluyeron correctamente que, en lugar de ayudar a la causa de Israel, hacer pública la peor masacre de judíos desde el Holocausto generaría una ola de actividad y violencia antisemita en Occidente.
Como resultado, medios como el Times informaron sobre las masacres. A medida que avanzaba la guerra, se vieron obligados a admitir que todo lo que sale de Gaza, incluidas las cifras de víctimas y las afirmaciones sobre hospitales bombardeados, proviene de terroristas y no de fuentes objetivas. Curiosamente, sin embargo, sus seguidores occidentales parecen recibir con descontento cualquier información sobre los crímenes palestinos.
Cientos de periodistas, incluidos muchos de los principales medios de comunicación, firmaron una petición condenando la cobertura de la guerra por parte de los medios masivos de comunicación por considerarla demasiado proisraelí. La petición mencionaba el 7 de octubre pero no lo condenaba, simplemente lo llamaba "un ataque", y decía que los israelíes, incluidos los ancianos y los niños, fueron "capturados" y no secuestrados. Lo que esperan de los medios es sólo información que provenga de Hamás, mentiras sobre las supuestas “atrocidades” israelíes y el “genocidio” de los palestinos. Otros están cancelando su relación con el Times porque no es lo suficientemente antiisraelí. Lo que quieren no es sólo una cobertura que muestre a los palestinos como víctimas, sino también una que ignore el asesinato en masa de judíos.
Parte de la razón del aumento del antisemitismo y de la violencia contra los judíos en las calles y los campus universitarios estadounidenses es la cobertura sesgada que ha permitido la demonización del Estado judío y sus partidarios.
Al igual que los ideólogos en las redacciones, quienes apoyan a Hamás prefieren que los medios validen su mitología interseccional sobre un Estado de apartheid que emprende un genocidio contra los palestinos oprimidos. Es por eso que una turba de izquierdistas que gritaban, entre otras cosas, por la destrucción de Israel (y en consecuencia, por el genocidio de los judíos) irrumpieron en las oficinas del Times esta semana y, aun así, el propio periódico lo describió como un juego idealista de un grupo de manifestantes bien intencionados, deseosos de mostrar “solidaridad” con las víctimas palestinas.
Si bien los izquierdistas afirman que Israel está cometiendo atrocidades, incluido el ataque a periodistas palestinos, lo que convenientemente omiten es que algunos de ellos, también quienes trabajan para los medios masivos, confabulan con los terroristas, tanto encubriendo sus atrocidades como esparciendo su mensaje.
Con tanta cobertura sesgada del conflicto, es fácil entender por qué muchos estadounidenses han comprado nociones falsas sobre Israel que los motivan a pedir su destrucción y a mostrar indiferencia hacia las vidas de su población, incluidas aquellas víctimas de secuestro cuyas fotografías en carteles siguen siendo derribado.
Parte de la razón del aumento del antisemitismo y la violencia contra los judíos en las calles y los campus universitarios estadounidenses es la cobertura sesgada que ha permitido la demonización del Estado judío y sus partidarios. En este contexto, la historia de los fotógrafos palestinos que estuvieron presentes durante los horrores del 7 de octubre es una pieza importante del rompecabezas que ayuda a explicar la complicidad del periodismo estadounidense en la generalización del odio a los judíos.