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Los palestinos exigen simpatía mientras difunden odio

Lo realmente sorprendente del desconcierto que experimentan los palestinos es su incapacidad para reconocer que son los niños mimados de la diplomacia internacional, la prensa, el mundo académico y las élites.

(Cordon Press)

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Desde las atrocidades del 7 de octubre y inicio de la guerra provocada por Hamás, las voces de los árabes palestinos nunca han sido tan fuertes. Los escuchamos en videos y entrevistas realizadas en la Franja de Gaza, en campus universitarios en todo Estados Unidos y en calles y ciudades estadounidenses y europeas. Por supuesto, su difícil situación aparece en las páginas de los periódicos más prestigiosos, como The New York Times, donde son secundados por judíos antisionistas que se unen a los lamentos sobre su cruel destino en Gaza. Es una narrativa de la que nunca se desvían: los palestinos siguen siendo oprimidos y asesinados por israelíes desalmados, e ignorados y despreciados por estadounidenses igualmente desalmados, que apoyan sin sentido al Estado sionista que tanto daño ha hecho.

Una cultura de queja

Estas voces palestinas tienen mucho que decirnos. Aunque su argumento se centra principalmente en un sentimiento de lamento contra Israel, el sionismo y los judíos (y un resentimiento ardiente por lo que se espera de ellos), también se trata de un sentimiento de deuda. Creen que tienen derecho a nuestra simpatía y nunca pueden comprender por qué no obtienen más de ella. En el centro de cada manifiesto o cri de coeur palestino publicado o difundido por los medios de comunicación masivos progresistas hay una sensación de asombro ante los cuestionamientos a su estatus intrínseco de víctimas. Lo mismo ocurre con la idea de que deberían desautorizar a quienes, con razón, dicen representarlos mientras cometen crímenes abominables y rechazan la paz.

Esa mezcla tóxica de lamentación y sentimiento de que se les debe algo está detrás de los videos de quienes derriban carteles con los rostros de israelíes tomados como rehenes por Hamás. Es igualmente responsable de otras publicaciones en redes sociales que demostraron la alegría y satisfacción que sintieron tantos palestinos y sus partidarios al enterarse de los ataques del 7 de octubre, del número de judíos muertos y del sufrimiento infligido por los terroristas.

También está presente en aquellos vídeos donde se puede ver el sufrimiento real en Gaza mientras las Fuerzas de Defensa de Israel contraatacan objetivos de Hamás dentro de la zona han gobernado como un Estado palestino independiente en todo menos en el nombre, desde donde han lanzado ataques con cohetes y misiles destinados a matar a civiles israelíes e infiltraciones terroristas como la del 7 de octubre. Parecen ser incapaces de entender por qué el mundo no está todavía más indignado por su situación. Aún más, consideran que han sido insultados de forma intolerable si sus interlocutores les piden que rechacen los crímenes cometidos en su nombre, o les preguntan sobre las decisiones que han tomado o sobre la posibilidad de que sus líderes o la causa que abrazan sean, aunque sea en parte, responsables de la posición en la que se encuentran.

Lo realmente sorprendente de todo el desconcierto que experimentan los palestinos es su incapacidad para reconocer que son los niños mimados de la diplomacia internacional, la prensa, el mundo académico y las élites.

Para asombro de judíos e israelíes, los crímenes atroces cometidos contra hombres, mujeres y niños judíos —incluido el asesinato de 1.400 personas, las heridas a miles y el secuestro de más de 200 personas el 7 de octubre— en realidad han dado impulso a la causa palestina, como querían los terroristas de Hamás. Esto es particularmente cierto en el mundo árabe, donde, como informa The New York Times, la violencia ha "reavivado" la "pasión por la causa palestina".

También es cierto en Occidente, donde los estudiantes de las universidades se congregan para corear proclamas en nombre de las demandas palestinas más extremas y no ignoran que al cantar "del río al mar, Palestina será libre", piden la eliminación de Israel y el genocidio de sus 7 millones de ciudadanos judíos. Las manifestaciones en las principales ciudades hacen eco de ese grito mientras se burlan de la herida que Hamás ha infligido a los judíos e ignoran el hecho de que la responsabilidad de las bajas palestinas en Gaza pertenece a las personas que iniciaron esta guerra, no a quienes buscan castigar a los criminales.

Pocos han articulado mejor esta cultura del agravio que Hana Alyan, una poeta y psicóloga palestino-estadounidense, que escribió esta semana en el Times para expresar su resentimiento por la falta de empatía hacia los palestinos, incluso cuando la comunidad internacional incrementó su apoyo por una comunidad cuyas atrocidades más recientes empezaron una guerra. Alyan piensa que es terrible que siempre se les pida a los palestinos que demuestren su inocencia cuando ocurren atentados terroristas o que repudien a quienes cometen aquellos actos en nombre del nacionalismo palestino. Esto a pesar del hecho de que a sus "portavoces" casi nunca se les pregunte qué piensan sobre la barbarie de Hamás o la Yihad Islámica Palestina, o si creen que la dictadura islamista en Gaza es positiva. Lo mismo puede decirse de los propios palestinos.

Ella escribe: "No dudo ni un segundo en condenar el asesinato de cualquier niño, cualquier masacre de civiles. Es la petición más fácil del mundo". Y continúa exigiendo que esas condenas se extiendan a todas las víctimas. Pero en ninguna parte de su ensayo condena realmente los crímenes del 7 de octubre, ni reflexiona sobre el hecho de que Hamás y las otras organizaciones que representan a su pueblo están avocadas a eliminar el Estado de Israel, lo que significa primero masacrar a todos sus residentes. Como casi todos los palestinos, no condena expresamente los actos de terrorismo de su propio pueblo, ni siquiera cuando exige que se condenen los ataques aéreos israelíes que buscan castigar a los terroristas. Y aunque ella y otros invocan el espectro de la islamofobia como una plaga que aflige a Estados Unidos, ella no se da cuenta de que los árabes y los musulmanes se han convertido en las principales fuentes de antisemitismo, como lo han dejado claro las marchas a favor de Hamás.

¿De qué otra manera se puede explicar la simpatía generalizada hacia personas que iniciaron una guerra cruzando fronteras y asesinando a jóvenes y viejos, pero que luego lloran cuando la nación a la que han atacado busca impedir que repitan tales crímenes?

En cambio, refuerza sutilmente la narrativa victimista de la nakba, invocando una desposesión "catastrófica" sin reconocer que los propios judíos se convirtieron en refugiados en países del Medio Oriente a los que debieron llamar su hogar en 1948 y años posteriores. Sólo los árabes son tratados como víctimas y, por lo tanto, deben ser compensados por su sufrimiento con la destrucción de Israel.

Otro palestino al que se le dio espacio en las páginas de opinión del Times, Fadi Abu Shammalah, a quien se describe como un activista de la comunidad de Gaza, dijo que simpatizaba con las víctimas israelíes para luego justificar las atrocidades del 7 de octubre, alegando que eran la conclusión necesaria de las políticas impulsadas desde Jerusalén. Afirmó también que los "combatientes" que masacraron a familias enteras (y violaron, torturaron y profanaron los cadáveres de los asesinados) eran simplemente niños que crecieron bajo la "ocupación". La verdad es que estos asesinos han pasado su infancia, adolescencia y juventud viviendo en una Gaza que no tenía judíos y estaba gobernada por Hamás, no por Israel.

Los árabes palestinos han pasado por momentos difíciles en el último siglo. Tuvieron la mala suerte de vivir en un país con el que otro pueblo, el judío, tenía vínculos que se remontaban miles de años. A diferencia de casi todas las demás civilizaciones antiguas, los judíos se negaron obstinadamente a desaparecer. Su presencia nunca se esfumó del todo a lo largo de dos milenios de exilio, de hecho volvió a aumentar a finales del siglo XIX. En el siglo XX, el sionismo (el movimiento de liberación nacional judío) triunfó, para consternación del mundo árabe y musulmán.

Los árabes ubicados en ese territorio, que nunca antes habían formado una identidad o nación distintiva, se comenzaron a organizar tardíamente en respuesta al crecimiento del sionismo. Pero a diferencia de otros movimientos nacionalistas de finales del siglo XIX y principios del XX, poco había que impulsara sus esfuerzos aparte del deseo de negar la tierra a los judíos. Traicionados por líderes venales, tontos y odiosos –e ideológicamente opuestos a cualquier compromiso que les hubiera permitido compartir o dividir pacíficamente el país–, los árabes eligieron la guerra en 1947-48 en lugar de aceptar el plan de partición de las Naciones Unidas que les habría concedido su propio Estado junto al de los judíos.

El estadista israelí Abba Eban estaba equivocado cuando caracterizó esa elección, y los posteriores rechazos a las ofertas de paz, como una muestra de que "los palestinos nunca pierden la oportunidad de perder una oportunidad". Los palestinos nunca han visto ninguna de esas posibilidades de lograr un Estado o la paz como oportunidades. Vieron y ven todo lo que no sea retroceder un siglo en el reloj y borrar la existencia de Israel como una prueba más de opresión.

Una negativa a hacer introspección

Aún así, esta falaz narrativa continúa sumando apoyo de la comunidad internacional y las Naciones Unidas. Y también se les mantiene exentos de las consecuencias de sus decisiones, dado que hasta algunos que se proclaman pro Israel apoyan los esfuerzos para permitir el reabastecimiento, en pleno conflicto, de la Gaza controlada por Hamás. ¿De qué otra manera se puede explicar la simpatía generalizada hacia personas que iniciaron una guerra cruzando fronteras y asesinando a jóvenes y viejos, pero que luego lloran cuando la nación a la que han atacado busca impedir que repitan tales crímenes?

Los palestinos están sufriendo. Pero los causantes de sus problemas siguen siendo los líderes, los grupos y las bases de simpatizantes en Gaza, Judea y Samaria, y en el extranjero, que respaldan la decisión suicida de tomar por bandera un conflicto interminable e imposible de ganar.

Si a eso le añadimos su recurso al terrorismo —en lugar del simple reconocimiento de una derrota en su larga guerra contra el sionismo y la resignación a vivir en paz junto al Estado judío—, obtenemos una fórmula para la desesperación, pero no algo que deba confundirse con cualquier forma de justicia.

Lo que falta en toda esta letanía de quejas palestinas no es tanto la voluntad de disculparse por el 7 de octubre. Su arrepentimiento o renovación espiritual no son necesarios para Israel o el resto del mundo.

Lo que les hace falta es la voluntad de mirar hacia adentro para reconocer que ni los "crueles" judíos ni un mundo indiferente los han puesto en esa posición, sino su propio compromiso con una identidad nacional que busca negar la humanidad y los derechos de los judíos.

Hasta que eso suceda, seguirán aumentando sus quejas. Mientras no lo hagan, continuará su sufrimiento y el de las víctima de la ideología islamista asesina que sigue siendo su principal modo de expresión nacional. Se trata de una situación que merece nuestra compasión, pero seguramente no nuestra simpatía.

© JNS

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