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El plan de Trump pone fin a la fantasía de un Estado palestino

Puede que el traslado de los palestinos fuera de la Franja de Gaza no ocurra, pero, al menos, habrá un respiro de cuatro años para intentar alcanzar lo que parece inalcanzable.

Desplazados palestinos en Gaza

Desplazados palestinos en GazaZUMAPRESS.com/Cordon Press.

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Quienes dicen ser expertos en Oriente Próximo se encuentran firmes en una convicción: la propuesta del presidente Donald Trump de trasladar a los árabes palestinos fuera de Gaza no puede o no debe producirse. Por supuesto, son los mismos que advirtieron contra los Acuerdos de Abraham de 2020, pactos que lograron la normalización entre Israel y cuatro países árabes y de mayoría musulmana. Los mismos que predijeron que el traslado de la Embajada de Estados Unidos en Israel de Tel Aviv a Jerusalén desencadenaría el Armagedón. No lo hizo.

Así que, ante la disyuntiva entre una idea "imposible" de Trump y la sabiduría convencional del establishment de la política exterior, quizá sería inteligente que algunos de esos expertos frenaran en seco sus admoniciones apocalípticas.

Sin embargo, puede que esta vez tengan razón. Y, a primera vista, es difícil ver cómo la idea del presidente puede llevarse a cabo sin un masivo despliegue de la fuerza militar estadounidense y un también masivo gasto de fondos federales. Y sabemos ya que la Administración no pretende enviar tropas a Gaza o invertir mucho dinero, o aunque sea algo, en la idea.

El fin de la fantasía

Aunque nunca se lleve a término, el plan de Trump tiene enormes consecuencias. Cambia decisivamente la conversación sobre Oriente Próximo, tanto que incluso supera la importancia de los movimientos políticos pro-Israel más significativos de su primer mandato. Por encima de todo, significa el fin de la fantasía sobre la creación de un Estado palestino.

La comunidad internacional, los mundos árabe y musulmán y los propios palestinos están indignados ante la idea de un plan de reconstrucción para Gaza que requiera cualquier abandono de la Franja. Aunque no les horroriza porque piensan que sería malo para los civiles gazatíes. 

Diga lo que quiera sobre Trump y sus intenciones, o incluso las de los israelíes y los estadounidenses que vitorearon sus palabras, pero está claro que sería beneficioso para los árabes palestinos allí atrapados que se les diera un nuevo comienzo en otra geografía. Además, haría mucho más probable que la reconstrucción de la Franja no significara el reparo de las fortificaciones y túneles terroristas de Hamás, en vez de hacerla más habitable o incluso desarrollar sus propiedades frente al mar.

"La pieza central del proyecto es su suposición de que nunca habrá un Estado palestino independiente".

Es una propuesta condenada desde el vamos porque aquellos grupos siguen aferrados a la noción de que debe preservarse como bastión del irredentismo antisionista. En sus mentes, el único propósito de Gaza es servir, junto con Judea y Samaria y parte de Jerusalén, como parte de un Estado palestino independiente que siguen creyendo que debe establecerse junto a Israel.

No pueden permitir que nada interfiera con aquella fracasada idea. Ni el reiterado rechazo de los palestinos a las distintas soluciones de dos Estados que se remontan al plan de partición de la ONU de 1947 para el entonces Mandato Británico de Palestina. Ni sus reiterados rechazos a los planes de paz o a cualquier cosa que pudiera obligarles a reconocer la legitimidad de un Estado judío, sin importar dónde puedan trazarse sus fronteras. 

Ni la clara intención de los terroristas genocidas de Hamás, que dirigieron Gaza como un Estado palestino independiente en todo menos en el nombre desde 2007 hasta el 6 de octubre de 2023, de destruir al Estado judío y su pueblo. Y tampoco el hecho de que la supuestamente más moderada Autoridad Palestina (AP) y la opinión pública palestina, en general, aprueben a Hamás y sus objetivos, para los que las bárbaras atrocidades del 7 de octubre de 2023 fueron sólo el tráiler.

Ingenuidad ante la intransigencia palestina

Ningún elemento de la enumeración anterior impidió que la comunidad internacional, además de todas las Administraciones estadounidenses hasta la Trump 2.0, se aferraran a la creencia de que un Estado palestino era la receta para poner fin al conflicto. Un país palestino era una parte integral del plan Paz a través de la Prosperidad del primer Gobierno Trump, aunque era mucho menos generoso que las ofertas anteriores. Incluso después del 7 de Octubre, el expresidente Joe Biden y la exvicepresidenta Kamala Harris se encontraban entre quienes desdeñaban el último siglo de intransigencia árabe palestina, para luego afirmar que no era razón para dejar de impulsar la misma idea que había fracasado una y otra vez. 

La genialidad de la propuesta de Trump supera la simple lógica de ofrecer a los palestinos la misma oportunidad de comenzar una nueva vida en un nuevo lugar, oferta que se extiende a otras poblaciones de refugiados o a cualquiera en una zona destruida por la guerra. Lo fundamental no es lamentarse de su inviabilidad o de la supuesta violación del derecho internacional. Ni el hecho de que ni a Estados Unidos ni a Israel les interesa obligar a los tambaleantes regímenes de Egipto y Jordania a acoger a palestinos que probablemente quieran sustituir a esos Gobiernos por Hamás o sus aliados, como la Hermandad Musulmana.

La clave de este proyecto es su implicación de que nunca habrá un Estado palestino independiente en Gaza, ni en ningún otro sitio.

La AP puede gobernar los asuntos internos de los árabes en Judea y Samaria ("la Margen Occidental"). Sin embargo, la cleptocracia corrupta que sigue subvencionando el terrorismo a través de su política de "pagar por matar", que recompensa a los violentos terroristas palestinos -incluidos los responsables del Sábado Negro-, nunca ha mostrado un interés realista en la transición hacia una entidad soberana dedicada a crear un Estado pacífico y productivo junto a Israel.

Gaza ha sido una daga apuntada hacia Israel desde que este retiró todos sus soldados, colonos y asentamientos de la Franja en el verano de 2005; dos años después, el gobierno de la Autoridad Palestina (también dirigido por su partido político, Fatah) fue derrocado por Hamás en un sangriento golpe contra sus rivales.

Sin embargo, sigue siendo un artículo de fe entre la clase dirigente de la política exterior que Israel debe ser obligado a facilitar la creación de un Estado, uno cuyo objetivo principal servirá, como Gaza bajo Hamás, de trampolín para la destrucción final del país judío.

Lo que Trump ha hecho es notificar que Estados Unidos descartó aquel destructivo concepto como un objetivo político. Por el contrario, dejó claro que, pase lo que pase en los próximos años, hay que encontrar una solución diferente. La gente que aplaudió la orgía de asesinatos en masa, violaciones, torturas, secuestros y destrucción infundada del 7 de Octubre no recibirá como recompensa un Washington que presiona a Jerusalén para que emprenda una acción contraria al deseo de la mayoría de los israelíes, de todo el arco político. Que se opone a ella no tanto por improcedente como por suicida. 

La narrativa de la 'nakba'

Endurecida hasta convertirse en un sistema de creencias que ata el nacionalismo palestino a una interminable guerra contra los judíos, la intransigencia no ha sido heredada, generación en generación, libre de consecuencias. Trump es el primer mandatario estadounidense que declara, explícitamente, cuáles deberían ser aquellas consecuencias. 

Desde que el pueblo judío recuperó la soberanía sobre su antigua patria en 1948, los árabes palestinos y sus facilitadores extranjeros se aferraron a la narrativa de la nakba, que considera la creación del actual Israel como la gran "catástrofe" o "desastre" que debe revertirse. Desde finales de la década de 1980, los responsables políticos estadounidenses han intentado dividir la diferencia entre los dos pueblos impulsando una solución de dos Estados que, en teoría, haría felices a todos. Aquello era una forma de negación, imperturbable más allá de toda prueba, de las intenciones palestinas de destrucción de Israel.

Por eso la idea de Trump es tan dolorosa. Contrariamente a las afirmaciones palestinas, no es una repetición de la nakba. Es el reconocimiento de que hay que obligar a los palestinos a olvidar su deseo de retroceder el reloj a 1948 o incluso a 1917 (fecha de la Declaración Balfour, que declaraba el apoyo del Imperio británico a la idea de un Hogar Nacional Judío). La única manera de hacerlo de forma concluyente es quitarles incluso la posibilidad de más atentados como los del 7 de Octubre, con los que esperan aislar y desgastar gradualmente a los israelíes hasta que se rindan.

Perspectivas de un Estado

La solución de dos Estados murió hace mucho tiempo.

Podría haberse llevado a la práctica fácilmente si tan sólo el veterano terrorista y líder de la AP Yasser Arafat, recién estrenado su título de jefe de la Organización para la Liberación de Palestina y con las manos manchadas de sangre, hubiera dicho "sí" a las ofertas de independencia y creación de un Estado que le ofrecieron el expresidente Bill Clinton y el entonces primer ministro israelí Ehud Barak. Pero después de que Arafat respondiera a esa oferta de paz con una guerra terrorista de desgaste conocida como la Segunda Intifada, la mayoría de los israelíes comprendieron que los planes de tierra por paz no eran más que tierra por terror. La conversión de Gaza en un Estado terrorista y en una plataforma de lanzamiento de misiles contra civiles israelíes después de 2005 no hizo sino confirmar esa infeliz verdad.

Aun así, los palestinos tenían abiertas más puertas y mucho apoyo internacional. Podrían haberse convertido en un Estado cuando el presidente George W. Bush y el entonces primer ministro israelí Ehud Olmert hicieron una oferta aún más suculenta al sucesor de Arafat, Mahmud Abbas. Un Estado palestino también fue una posibilidad teórica durante los ocho años de Barack Obama, que hizo todo lo que pudo para inclinar el campo de juego diplomático en su dirección.

"La era de la 'luz del día' entre Estados Unidos e Israel ha terminado".

Pero tras la guerra iniciada en octubre del año pasado, se puede afirmar sin lugar a dudas que la ambición estatal palestina dejó de ser más que un concepto político cansado e irracional que había superado su fecha de caducidad.

¿Qué les espera a los palestinos o a Gaza? Es difícil saberlo.

Trump impulsó un acuerdo de alto el fuego y liberación de rehenes que podría dejar a Hamás en el poder en Gaza. Mas sus declaraciones sobre la necesidad de reubicar a gran parte de la población palestina, si no a toda, para reconstruir la zona demuestran que no desea que aquello ocurra. Y por mucho que le gustase que no hubiera guerras bajo su mandato, parece poco probable que se oponga a nuevos esfuerzos israelíes para acabar con Hamás -como hicieron Biden y Harris- una vez que quede claro que el alto el fuego no forzará su desarme y desalojo del poder. La era de la luz del día entre Estados Unidos e Israel también ha terminado.

Es muy posible que los palestinos de Gaza insistan en permanecer en el mismo limbo que han elegido para sí mismos desde 1948. Es posible que sigan esperando la destrucción de Israel para que los descendientes de los refugiados originales puedan volver a casa, a un país que en realidad nunca existió como nación árabe palestina independiente, y que nunca existirá. Y es igualmente posible que, con o sin el liderazgo de Hamás, la cultura política de los palestinos sea tan retorcida e intransigente que pocos se atrevan a aceptar la oferta de Trump de reasentamiento que se les ha negado durante todos estos años por miedo a ser asesinados por operativos del grupo terrorista o por sus vecinos.

A pesar de las calumnias vertidas contra el republicano por tener la temeridad de descartar la sabiduría convencional en política exterior, no debería haber ninguna duda de que esta es la mejor oferta que recibirán los palestinos.

No existe alternativa racional

Puede que los opositores de Trump tengan la satisfacción de ver morir su propuesta por falta de apoyo. Aún así, la alternativa es que el pueblo palestino siga viviendo en la miseria, donde sólo es considerado carne de cañón para hacer la guerra contra el Estado judío por sus líderes, por activistas y estudiantes universitarios, entre otros.

Trump ha logrado relegar la idea de un Estado palestino a las cenizas de la historia, donde pertenece. Junto con su retirada de la UNRWA -la agencia de la ONU para los refugiados que se ha negado a reasentar a los palestinos desde 1948 y que ayudó a perpetuar la guerra contra Israel- y su reciente desfinanciación de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), cuyos proyectos "humanitarios" ayudaron de forma similar a apuntalar la intransigencia palestina, Trump ha cambiado de forma decisiva la política estadounidense, cambiando fantasía por realismo.

El respaldo estadounidense siempre fue esencial a las pretensiones palestinas de poseer un Estado propio. Aquello se acabó. Sus críticos pueden gritar todo lo que quieran, pero la amarga verdad es que se niegan a reconocer que las alternativas son aún más irreales y peligrosas.

Jonathan S. Tobin es director del Jewish News Syndicate.

© JNS

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