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 EL TIEMPO QUE LLEVA KAMALA HARRIS SIN COMPARECER EN UNA CONFERENCIA DE PRENSA

No hay que confundir las críticas de Washington a Netanyahu con las de los manifestantes israelíes

Al presionar a Israel en lugar de a Hamás y sus facilitadores, la Administración Biden-Harris ha ayudado a los asesinos de rehenes.

Familiares y simpatizantes de los rehenes israelíes retenidos por terroristas palestinos en la Franja de Gaza desde octubre levantan pancartas y corean consignas pidiendo su liberación durante una concentración en Tel Aviv el 2 de septiembre de 2024

Manifestación en Tel AvivJack Guez / AFP

Después de 11 meses cuestionando, saboteando y socavando los esfuerzos israelíes para derrotar a Hamás, el presidente Joe Biden redobló su apuesta por las políticas que tan beneficiosas han sido para los terroristas. Su declaración de que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no estaba haciendo lo suficiente para garantizar un acuerdo para liberar a los rehenes capturados el 7 de Octubre estuvo en consonancia con todo el tenor del enfoque de Washington sobre el conflicto. Tras el anuncio de que seis de los rehenes restantes habían sido asesinados a sangre fría, entre ellos el estadounidense Hersh Goldberg-Polin, la implicación de las palabras del demócrata era que la causa de estas muertes había sido la supuesta postura dura de Netanyahu en las negociaciones y no las diabólicas intenciones de sus captores.

Esto es indignante. Culpar a Netanyahu de los asesinatos de los rehenes, ya sea implícita o directamente, es absolver a Hamás de su última barbaridad. Hamás es una organización criminal genocida que ha rechazado toda propuesta de alto el fuego desde la pausa del otoño pasado. Culpar de sus crímenes a Netanyahu es pura locura, señalarlo como responsable simplemente porque no ha abandonado su intención de proteger a los israelíes de otro Sábado Negro (lo que sin duda ocurriría si se aceptaran condiciones semejantes a una retirada israelí de puntos cruciales de la Franja como el corredor Filadelfia a lo largo de la frontera con Egipto).

Para entender la campaña de presión que la Administración está montando sobre el líder israelí es importante comprender un hecho clave en esta controversia. Aunque los principales medios progresistas, como The New York Times, The Washington Post y CNN, confunden la campaña anti-Bibi de Washington con las protestas israelíes contra el primer ministro, esa es una lectura deliberadamente errónea de la situación.

Las protestas israelíes han obtenido una considerable publicidad y cuentan con el apoyo de la clase dirigente de izquierdas del país, que sigue resentida con Netanyahu y sus partidarios nacionalistas/religiosos y Mizrachi. Quieren un acuerdo sobre los rehenes, aparentemente, a cualquier precio, aunque no signifique la liberación de todos los cautivosY también quieren que Netanyahu dé un paso al costado.

Las motivaciones políticas de Washington

Biden y la vicepresidenta Kamala Harris comparten este último objetivo y, en principio, el de la liberación de los rehenes. Pero sus motivaciones difieren mucho de las de aquellos que critican al primer ministro desde dentro de Israel. El presidente y la vice quieren el fin de la guerra contra Hamás, y lo quieren por dos razones.

Parte del ímpetu de la presión estadounidense sobre Netanyahu es puramente político.

Desde las primeras semanas de la guerra, el Partido Demócrata ha estado muy dividido tanto en la cuestión del apoyo a Israel como en el objetivo de erradicar a Hamás, respaldado inicialmente por el presidente tras el 7 de Octubre y abandonado gradualmente desde entonces. Tanto cuando promovía la reelección de Biden como cuando dio el golpe de timón y los sustituyó por Harris, la dirección del Partido Demócrata se comportó como si unificar a los suyos fuese su mandato central

Por ello entienden mantener en la reserva al ala izquierdista interseccional antiisraelí, en vez de tenerla por enemiga al entender que la Administración no es lo suficientemente hostil con Israel. Por eso han dedicado esfuerzos considerables para aplacar al bloque de votantes árabes antisemitas pro-Hamás en el estado bisagra de Michigan. También han intentado apaciguar a izquierdistas en otros ámbitos, incluidas las turbas a favor del grupo terrorista en los campus universitarios, que en palabras de Biden "tienen algo de razón", y en las de Harris, deben ser "escuchados".

"Los oponentes políticos de Netanyahu se han apropiado de las manifestaciones".

Los demócratas pro-Israel han hecho las paces con esta campaña de apaciguamiento porque comulgan con el objetivo de derrotar al expresidente Donald Trump en noviembre y pueden señalar satisfechos al flujo continuo de ayuda militar, incluso si se está ralentizando en lugar de acelerarse

Por encima de todo, el objetivo de Washington es terminar los combates en Gaza, casi a cualquier precio, para impedir el estallido de una guerra a gran escala contra Hezbolá en Líbano. Cuanto antes se silencien las armas, antes podrán dejar atrás todo el asunto e intentar evitar la pérdida del voto proisraelí, numeroso en el centro político.

Sus objetivos, sin embargo, no surgen únicamente de su afán por ganar en noviembre. La posición de Biden y Harris es igualmente producto de la ideología rectora de la política exterior del expresidente Barack Obama.

Un obstáculo para aplacar a Irán

Obama se enfrentó a Netanyahu porque era un obstáculo para sus principales propósitos en política exterior: apaciguar a Irán y realinear las alianzas en Oriente Medio para alejarse de Israel y Arabia Saudí. Aquellas fueron las principales razones para ceder a las exigencias de Irán, ultimando el acuerdo nuclear de 2015 que le garantizaba conseguir una bomba nuclear.

Las mismas creencias anidaban los intentos de Biden para revivir aquel acuerdo, que Trump abandonó en 2018 en favor de una campaña de "máxima presión" para obligar a los israelíes a abandonar sus ambiciones nucleares. Campaña que se truncó con la elección de Biden en 2020. Incluso cuando el esfuerzo del demócrata por revivirlo fracasó -ya que el régimen islamista sintió que podía acercarse más a su objetivo si no firmaba un acuerdo aún más débil-, los exalumnos de Obama que dirigieron la política estadounidense desde enero de 2021 siguieron con el mismo tema.

Por eso presionaron a Israel (entonces bajo Naftali Bennett y Yair Lapid) para que apaciguara a Hezbolá entregando campos de gas natural a lo largo de la frontera con Líbano. También retiraron a los hutíes de Yemen de la lista de organizaciones terroristas extranjeras y obligaron a los saudíes a abandonar su guerra contra ellos. Decisión que se ha vuelto contra Occidente con la exitosa interrupción que las armas hutíes han causado en la navegación internacional del mar Rojo y el Cuerno de África.

Ahora están dispuestos a permitir que el norte de Israel quede despoblado por el incesante lanzamiento de cohetes y misiles de Hezbolá, antes que tomar medidas que puedan ofender a los amos del grupo terrorista en Teherán.

Además, siguen aferrados al mito de la solución de dos Estados para el conflicto entre Israel y los palestinos. Medida que representaría un error catastrófico, similar a la creación del Estado terrorista mandado por Hamás en Gaza, y que pondría en peligro la existencia de lo que quede de Israel tras haberlo fragmentado para crear otro Estado palestino.

Lo que quieren los manifestantes israelíes

Aunque el vitriolo vertido contra Netanyahu por sus oponentes internos pueda parecer en sintonía con las políticas de Biden-Harris, es fácil ver que la mayoría de los israelíes, incluso muchos de quienes protestan contra el primer ministro, no comparten los objetivos estadounidenses.

Muchos israelíes han salido a la calle tras el descubrimiento de los cadáveres de seis rehenes asesinados por Hamás. Exigen un acuerdo ya y culpan a Netanyahu por no haberlo alcanzado. Puede parecer que utilizan los mismos argumentos que Biden y Harris, pero esa suposición es engañosa.

Lo que quieren los israelíes

En este punto, los oponentes internos de Netanyahu se dividen en dos categorías.

Por un lado están las familias de los rehenes, desesperadas porque el Gobierno israelí haga lo que sea para recuperar a sus seres queridos. Debe entenderse que quienes se pronuncian contra Netanyahu no representan a todos los familiares de los secuestrados. Algunos han apoyado la postura del primer ministro de intentar equilibrar la obligación de rescatar a los cautivos con la necesidad de proteger la seguridad del país (y, por extensión, las vidas de otros 8 millones de israelíes). Esto último ha merecido poca atención de la prensa israelí, dominada por la izquierda, y la internacional.  

Las familias tienen derecho a decir lo que quieran, por exagerada que sea su retórica. ¿Quién de nosotros no cambiaría el mundo, por no hablar de una victoria de Hamás, para asegurarse el regreso de sus seres queridos?

"En lugar de apoyar a los israelíes o a los rehenes, Biden y Harris se aferran a la fórmula fracasada de Obama para Oriente Próximo".

Es importante entender que los oponentes políticos de Netanyahu se han apropiado de las manifestaciones. Su objetivo es simple: destituir a Netanyahu y revertir el resultado de las elecciones a la Knesset. Sus quejas poco sinceras sobre los planes de reforma judicial del Gobierno (hoy abandonados), sobre la adjudicación de responsabilidades por el desastre del 7 de Octubre o por la falta de un acuerdo por los rehenes a toda costa no son más que pretextos para su anhelada meta.

Aquello no quiere decir que el grueso de quienes se manifiestan contra Netanyahu comparten con la Administración estadounidense su preocupación por el estado de descontento de los antisemitas de Michigan o de los iraníes o, incluso, su sueño de crear un Estado palestino. 

Como incluso The New York Times reconoció en un artículo de la semana pasada, estas posturas son absolutamente rechazadas por la corriente principal de la opinión israelí, incluidos muchos de los enemigos políticos de Netanyahu en casa.

Fuera de la extrema izquierda, marginada desde hace mucho tiempo, incluso los israelíes que detestan al primer ministro se oponen a la postura de Biden y Harris de poner fin al conflicto de forma que permita a Hamás reconstituirse y reabastecerse (a través de la crucial frontera con Egipto) tras un alto al fuego.

La mayoría de los israelíes comprenden que si el mandatario estadounidense hubiese mantenido su firme apoyo inicial, la derrota de Hamás se hubiera logrado antes y a costa de menos vidas en ambos bandos. Y también entienden que la presión a Netanyahu -y su ausencia para Hamás y sus cómplices en Qatar y otras latitudes- es parte del problema.

Al perseguir su vendetta contra Netanyahu en lugar de apoyar a Israel, la Administración ha socavado los intereses de Estados Unidos en la región y ha ayudado a los terroristas. En lugar de tender una mano a los israelíes o a los rehenes, Biden y Harris se aferran a la fallida fórmula de Obama para Oriente Medio, que tantas vidas ha costado en Israel, Gaza, Líbano y Yemen. Al hacerlo, puede ser que crean que lograrán apuntalar sus perspectivas electorales y realinear las alianzas en la región, como anhelaba Obama. Pero poco tiene que ver aquello con salvar a los rehenes o brindar paz a la región.

© JNS

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