Netanyahu hace bien en rechazar la etiqueta de 'Estado vasallo'
El primer ministro rompió el protocolo al denunciar a la Administración Biden por ralentizar los envíos de armas. Sin embargo, el verdadero objetivo de Washington es derrocarlo y contentar a Irán.
En lo que respecta a la Casa Blanca y a los demócratas, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu volvió a hacer una de las suyas. Al igual que en múltiples ocasiones durante la presidencia de Barack Obama, Netanyahu no está siguiendo las reglas que Washington y el establishment de la política exterior creen firmes leyes que rigen el comportamiento de los 'Estados vasallos'.
En lugar de asumir el papel de subordinado leal y dócil ante la superpotencia aliada de su nación, el mandatario israelí contestó en público en varias ocasiones a Obama cuando era presidente y ahora hace lo propio con Joe Biden. La airada respuesta de la Casa Blanca al video que el primer ministro publicó esta semana en el que hablaba de la lentitud con la que la Administración realizaba las entregas de armas dejó claro que -a pesar de las garantías de buena voluntad de ambas partes- las relaciones entre Estados Unidos e Israel han llegado a un punto crítico.
En el vídeo de 49 segundos publicado en la página de YouTube de la oficina del primer ministro el 18 de junio, Netanyahu dijo lo siguiente:
"Cuando el secretario Blinken estuvo recientemente aquí en Israel, mantuvimos una conversación sincera. Le dije que apreciaba profundamente el apoyo que Estados Unidos ha prestado a Israel desde el comienzo de la guerra. Pero también dije algo más. Dije que es inconcebible que en los últimos meses la Administración haya estado reteniendo armas y municiones a Israel. Israel, el aliado más cercano de Estados Unidos, se encuentra luchando por su vida, luchando contra Irán y otros de nuestros enemigos en común. El secretario Blinken me aseguró que su Gobierno está trabajando día y noche para eliminar estos cuellos de botella. Espero que así sea. Debería ser así. Durante la Segunda Guerra Mundial, Churchill dijo a Estados Unidos: "Dadnos las herramientas y haremos el trabajo". Y yo digo, dennos las herramientas y acabaremos el trabajo mucho más rápido".
La ira de Washington
Como reacción, Washington expresó su conmoción y enfado. Según funcionarios estadounidenses, las afirmaciones de Netanyahu eran tanto ficticias como una muestra de ingratitud después de todo lo que Biden había hecho por él e Israel desde el 7 de octubre, y durante toda la guerra contra Hamás en la Franja de Gaza. Su historia es que, a pesar de que Biden habló de la posibilidad de negarse a seguir enviando armas y municiones a Israel si no le obedecía y no atacaba los últimos bastiones de Hamás en Rafah, no ha habido tales cortes. La única excepción, afirman, es la revisión de si Estados Unidos debe enviar un tipo especial de bomba de 2.000 libras que podría causar demasiadas víctimas civiles en zonas urbanas.
Más allá de los detalles de la disputa, en la que la Administración afirma estar libre de culpa, esto ha resucitado la acusación de que Netanyahu no sabe cuál es su lugar.
Esa es la línea que estamos escuchando de la política exterior estadounidense y de su principal portavoz mediático, el columnista del New York Times Thomas Friedman, que recientemente ha acusado a Netanyahu de ser el equivalente moral de Yahya Sinwar, líder de Hamás. También ha calificado a Netanyahu de extremista que intenta destruir la alianza, así como de abierto partidario del expresidente Donald Trump (aunque el republicano no está de acuerdo, porque recuerda que Netanyahu felicitó a Biden por ganar las elecciones presidenciales de 2020). También se hace eco de ello la oposición israelí, como el columnista de Haaretz Alon Pinkas, cuya última diatriba anti-Bibi en ese periódico de extrema izquierda describe sin rodeos al primer ministro como hostil a Estados Unidos.
Netanyahu difiere de otros israelíes, como el presidente Isaac Herzog, que se ha limitado a elogiar continuamente la ayuda de Biden tras el 7 de octubre sin mencionar sus otras acciones poco diligentes. Ha llegado a creer que, aunque sigue siendo crucial para cualquier primer ministro israelí mantenerse lo más cerca posible de los estadounidenses, hay momentos en los que es necesario romper el protocolo y decir la verdad. Dada la enorme ayuda que Estados Unidos ha prestado a Israel en las últimas décadas, quienes caracterizan la relación como la de una gran potencia y un Estado cliente no se equivocan. Por eso los diplomáticos del Ministerio de Asuntos Exteriores israelí y quienes comparten su mentalidad piensan que no existe prácticamente ninguna circunstancia en la que Jerusalén deba desafiar abiertamente a Washington.
Dado el desequilibrio de poder entre estos dos países, hay un sólido argumento a favor de este punto de vista. También existe el peligro de que la oposición abierta a los dos últimos presidentes demócratas esté acelerando el proceso por el que el apoyo a Israel se está convirtiendo rápidamente en una disputa partidista entre los dos principales partidos de Estados Unidos. Aunque los republicanos se han convertido en un partido pro-Israel y los demócratas están ahora, en el mejor de los casos, profundamente divididos sobre la cuestión, no es una evolución que ningún amigo del Estado judío deba acoger con satisfacción.
La ayuda muere a través de la burocracia
Al igual que con los anteriores desafíos de Netanyahu a Obama, el primer ministro tiene razón al creer que esas preocupaciones deben dejarse de lado. De hecho, al igual que tenía razón al negarse a aceptar el compromiso de Obama de hacer retroceder a Israel a las fronteras de 1967 y el apaciguamiento de Irán, la ralentización del envío de armas por parte de Biden en un momento en que el Estado judío está luchando en un conflicto existencial con Hamás, además de enfrentarse a la perspectiva de una guerra aún más espantosa con Hezbolá y sus aliados iraníes en su frontera norte, constituye una brecha fundamental en la alianza que no puede seguir siendo ignorada.
La cuestión aquí es que la Casa Blanca miente al afirmar que no hay bloqueos o retrasos en la entrega de armas.
Como escribió recientemente Michael Doran en la revista Tablet, los israelíes saben desde enero que algo va mal en el proceso de envío de armas y municiones a Israel. Aunque Biden, Blinken y otros funcionarios tienen razón al afirmar que no se ha producido un corte absoluto, lo que están haciendo es utilizar la burocracia federal para ralentizar el flujo hasta paralizarlo. En circunstancias normales, el atasco burocrático que suponen los envíos puede implicar a los departamentos de Estado y Defensa, a la Cámara de Representantes y al Senado de Estados Unidos, así como a los fabricantes de armas. Sin embargo, cuando Washington considera necesario enviar armas de forma expeditiva, los impedimentos pueden desaparecer por arte de magia con la misma rapidez con la que surgen cuando las potencias quieren enviar un mensaje a quienes esperan los suministros estadounidenses.
Ucrania, un caso muy distinto
De hecho, no hay mejor ejemplo de cómo una Administración puede manipular este proceso que el contraste entre la forma en que se trata actualmente a Ucrania e Israel.
Ucrania ha recibido más ayuda de Estados Unidos en los últimos dos años que Israel en décadas. Su financiación se encuentra menos sujeta a escrutinio y, a diferencia de lo que ocurre con Israel, no toda se gasta en suelo americano. Pero Kiev sigue quejándose públicamente de no obtener todo lo que desea de los contribuyentes estadounidenses, que les han enviado cientos de miles de millones de dólares. También les disgusta que límites a su uso. Biden es consciente de que es una locura permitir al presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, un cheque en blanco para disparar contra Rusia, ya que podría desencadenar una guerra nuclear.
A pesar de ello, Ucrania tiene prioridad sobre cualquier otro aliado estadounidense, incluido Israel, y debido a la insistencia de Biden, no se han producido atascos burocráticos que ralenticen los envíos.
Con tantas vidas en juego, la etiqueta de 'Estado-cliente' debería ser la última de las preocupaciones de Netanyahu.
No es el caso de Israel. Los funcionarios estadounidenses no sólo han hecho todo lo posible para ralentizar y cuestionar sus esfuerzos por erradicar a Hamás, sino que además están presionando abiertamente para poner fin a la guerra antes de que los terroristas estén completamente derrotados. Como también escribió Doran, están igualmente preocupados por impedir que Israel haga algo para silenciar los incesantes disparos contra el norte desde Hezbolá en el Líbano. Biden está decidido a toda costa a impedir una guerra que podría implicar que Irán salga en defensa de sus auxiliares libaneses, incluso si eso significa que hasta 200.000 israelíes sigan siendo refugiados en su propio país porque se vieron obligados a huir de sus hogares. En otras palabras, Biden no sólo está dispuesto a permitir que Hamás siga siendo una amenaza genocida para Israel, sino que parece perfectamente dispuesto a permitir que partes del Estado judío queden efectivamente despobladas tanto en el norte como en el sur.
Teniendo en cuenta lo que está en juego en el conflicto actual, Netanyahu no sólo tiene razón al hablar frente a las cámaras en un esfuerzo por avergonzar a los estadounidenses para que dejen de ralentizar la entrega de armas. Está obligado a hacerlo.
Contraatacar da sus frutos
La afirmación de que la franqueza de Netanyahu está perjudicando la alianza es errónea. Puede que Israel sea un Estado cliente de Estados Unidos, pero dada la naturaleza existencial del conflicto reavivado por los atentados de Hamás del 7 de octubre, no puede permitirse comportarse como un vasallo dócil.
De hecho, si algo ha aprendido Netanyahu en su largo mandato como primer ministro es que quienes aconsejan prudencia y silencio ante la traición estadounidense no tienen éxito. Sólo hablando y exponiendo los argumentos de Israel ante el mundo y, más concretamente, ante el pueblo estadounidense, podrá mantener la alianza.
Obama se enfureció cuando en 2011 -con él sentado allí mismo- Netanyahu le sermoneó sobre la inaceptabilidad de una retirada forzada israelí a las fronteras de 1967 en una comparecencia pública ante los medios de comunicación en la Casa Blanca un día después de que esa fuera la sustancia de un discurso presidencial. Más tarde, la Casa Blanca de Obama describió el discurso de Netanyahu de 2015 ante una reunión conjunta del Congreso en el que instó a los estadounidenses a rechazar el acuerdo nuclear con Irán como un insulto sin precedentes a Estados Unidos, a la presidencia y a Obama personalmente. En ambos casos, el comportamiento de Netanyahu fue denunciado como destructivo para la relación y fuera de lugar.
Pero tenía razón al entender que responder a Obama reforzaba la disensión contra las políticas destinadas a socavar a Israel y fortalecer a Irán, tanto en Estados Unidos como en el extranjero.
Demostrando su voluntad de defender los intereses estratégicos vitales de Israel, incluso a costa de que se le tachara de extremista o se dijera que la disputa era una función de sus propios intereses partidistas y de su animadversión personal hacia Obama, Netanyahu consiguió resultados reales. Dada la determinación del entonces presidente americano de convertirlo en su principal logro en política exterior, no pudo impedir que se aprobara el acuerdo con Irán. Pero su discurso envalentonó al Partido Republicano para que se acercase más a Israel. También demostró al mundo árabe que, mientras Obama les dejaba a merced de los tiranos chiíes de Teherán que financian el terrorismo, podían contar con un Israel fuerte como aliado. En retrospectiva, el discurso de Netanyahu debe verse como el primer paso en el desarrollo de los Acuerdos de Abraham de 2020.
¿Quién está haciendo política?
Biden llegó al cargo afirmando que sería diferente de Obama y mantendría en privado las disputas con Israel. Eso cambió una vez que Netanyahu ganó las elecciones israelíes en noviembre de 2022 y regresó a la oficina del primer ministro. Desde entonces, la hostilidad que Biden y el resto de los exalumnos de Obama que dirigen la política exterior estadounidense tienen hacia Netanyahu no se ha mantenido en secreto. La Administración no se ha limitado a socavar al Estado judío, sino que ha conspirado abiertamente con la oposición israelí, e incluso con miembros del estamento militar y de inteligencia, en un esfuerzo por derrocar al gobierno de Netanyahu tanto antes como después del 7 de octubre.
Llegados a este punto, el primer ministro no tiene nada que perder si no permite que Biden se salga con la suya frenando el flujo de armas para presionarlo a que repliegue sus fronteras.
Hay muchas críticas convincentes que hacer a Netanyahu, incluidas las relacionadas con el 7 de octubre, que ocurrió bajo su mandato, y la naturaleza disfuncional de su coalición gubernamental. Independientemente de cuánto tiempo dure en el cargo o de lo que se piense de su carácter, sus políticas o sus tácticas, necesita utilizar cualquier forma de influencia para contrarrestar la presión estadounidense que podría asegurar victorias a Hamás e Irán -ahora mismo no es el primer ministro sino Biden quien, al apaciguar al ala izquierda interseccional antiisraelí del Partido Demócrata, está haciendo política con la guerra-. Con tantas vidas en juego, la etiqueta de Estado-cliente debería ser la última de sus preocupaciones.
© JNS