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Von der Leyen, o el triunfo de los que nadie elige

El consenso dominante de las élites europeas sufre una erosión, de abajo hacia arriba, sin precedentes en la historia de la UE. Pero desde la torre del castillo, la presidente de la Comisión Europea esto no lo ve, o no le importa, después de todo, su poder jamás devino de la voluntad popular y la empatía no es su fuerte.

Ursula von der Leyen, Presidente de la Comisión Europea, participa en el acto inaugural del Foro de Davos (Suiza). 16 de enero de 2024.

Ursula von de Leyen, presidente de la Comisión Europea (Cordon Press- Hannes P. Albert/dpa)

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Sólo unos meses antes de que Ursula von der Leyen fuera elegida como presidente de la Comisión Europea en 2019, las encuestas la mostraban como la política con peor imagen del gabinete de Angela Merkel. Su nombre estuvo vinculado a innumerables escándalos, incluidas acusaciones constantes de nepotismo durante su mandato como ministra de Defensa. Fueron muchas las teorías de por qué llegó al puesto más alto de la UE; algunos analistas sostenían que su nominación significaba no tener una figura demasiado dominante en Bruselas, otros sostenían que tenía un sólido pedigrí burocrático que la hacía confiable. Nacida como Ursula Gertrud Albrecht en 1958, creció en un suburbio al sur de Bruselas, en el seno de una tradicional familia de funcionarios, políticos y burócratas.

Estudió Medicina en Hannover y ejerció allí hasta 1992. Se casó con Heiko von der Leyen en 1987 y tuvo siete hijos a los que se dedicó como ama de casa hasta 1996 cuando regresó a la Facultad de Medicina y obtuvo una maestría en salud pública en 2001. Pero su carrera política comenzó en 2003 cuando obtuvo un escaño, en las elecciones estatales y de ahí pasó a ser ministra de Asuntos Sociales, Mujer, Familia y Salud en Baja Sajonia y luego se sumó al Gobierno de Merkel como ministra de Asuntos de Familia, Tercera Edad, Mujer y Juventud en 2005. En el segundo Gobierno de Merkel fue ministra de Trabajo y Asuntos Sociales y más tarde ministra de Defensa de 2013 a 2019. Su paso por la Comisión Europea ha significado una cadena de desaciertos, empezando por la economía del Viejo Continente. El desempeño de Europa fue deficiente en los últimos cinco años, ampliando la brecha con Estados Unidos y China de forma ostensible. Las principales economías europeas tuvieron un desempeño malo y peor que malo si se las compara con otros países líderes.

Durante los últimos cinco años, ha lanzado una ronda de endeudamiento ruinosa sumada a una serie de políticas de decrecimiento y desindustrialización luctuosas para el continente, al tiempo que impuso regulaciones que se ensañaron con la calidad de vida de los europeos. Bajo la dirección de von der Leyen, la Unión Europea no sólo quedó rezagada sino que hay pocas esperanzas de una recuperación pronta. Los Estados de bienestar europeos son cada vez más obesos, intervenidos y controlados; y las leyes que los regulan provienen cada vez más de Bruselas y menos de sus parlamentos, verdadera base de su representación democrática. El continente se volvió dependiente de las importaciones de energía, equipamiento militar, industrial y las políticas verdes han puesto en riesgo también su industria agrícola y alimentaria.

La sólida tela de araña eurocrática que empuja la nueva candidatura de Ursula von der Leyen por cinco años más al frente de la Comisión puede argumentar que son tiempos de unidad, que su centrismo es un valor frente a los vaivenes de los extremos y que un nuevo mandato garantiza la estabilidad. De hecho, estas son las argumentaciones que se están presentando. Pero la mayoría de los europeos sólo han sufrido durante su administración y menos del 35% de los europeos aprueba sus decisiones. Para enumerar sólo algunos de sus peores momentos podemos citar su “Nuevo Acuerdo Verde”, versión fanatizada de la agenda climática que Ursula instaló a las malas en Europa. Este acuerdo fue diseñado para convertirla en lideresa mundial del dogma climático, e incluía impuestos proteccionistas al carbono y paquetes de subsidios que harían sombra a cualquier administración bananera.

Es importante destacar su estrategia modélica llamada De la granja a la mesa, que fue una avalancha de regulaciones que arruinó la agricultura europea y desató una ola de protestas en Francia, España y Alemania, provocando furiosas marchas de agricultores. Un insólito incidente describe su inefable presidencia y los pies de barro de su arbitraria agenda verde. Se trató del repentino retroceso de sus desquiciadas regulaciones contenidas en la Directiva de Hábitats que von der Leyen había propiciado y que atacaba la actividad y propiedad de los agricultores en una fanatizada versión del más irracional conservadurismo de especies salvajes. Pero resultó que la revisión de las leyes de conservación, relativas a los lobos, no tuvo que ver con la comprensión de las barbaridades que incluía la norma sino con que la querida y vieja pony de la familia de Ursula había sido mutilada hasta la muerte por unos lobos salvajes. Ese episodio cambió su política animalista; y no la ruina, la desesperación ni las protestas de miles de granjeros.

Prácticamente no hay derecho individual que su administración no haya intentado socavar (con éxito casi siempre). Los europeos son hoy menos libres y las regulaciones intervienen con más agresividad en su vida privada. Pero si hay una obsesión que distingue a von der Leyen es la de cercenar la libertad de expresión. A pesar de los múltiples problemas que aquejan a los europeos, según la UE la amenaza existencial para la democracia es la difusión de fake news, esa entelequia que usan los gobiernos para arrogarse la capacidad de dictaminar qué cosa es la verdad y aplastar la disidencia en torno a su narrativa ideológica y administrativa. La menguada popularidad de Ursula se desplomó cuando puso en la mira a internet con la excusa de la protección infantil. Creó su propia estructura totalitaria de control de la expresión, con un enjambre de leyes censoras como la Ley de Servicios Digitales , la Ley de Libertad de Medios y la Ley de Inteligencia Artificial.

Un informe de transparencia de la red social X llamado: Socavando la democracia: el controvertido impulso de la Comisión Europea a favor de la vigilancia digital muestra cómo la Comisión Europea utilizó el microtargeting para cancelar a los usuarios que habían publicado o interactuado con contenido sobre libertad de expresión, euroescepticismo o mostrado interés en políticos de la derecha europea. La Comisión no sólo violó las normas de privacidad de la UE, sino que también arrojó información falsa, las famosas fake news de las que tanto quieren proteger a los ciudadanos. Uno de los anuncios afirmaba que el 87% de los europeos apoya la policía del pensamiento en internet, cuando la realidad era que todos los sondeos independientes mostraban que no había apoyo entre la población europea.

A pesar de que la UE gusta de hablar de soberanía digital, la evidencia muestra que la sobrerregulación hace que Europa quede atrás de China o EEUU en la industria de las nuevas tecnologías. En un informe especializado se destaca la peligrosidad de la política de la UE de hiperregular y pide una revisión total de las políticas hacia las empresas emergentes, la innovación y la asunción de riesgos. La cantidad extraordinaria de poder acumulada por la Comisión incluye mecanismos de gestión de crisis destinados a eventos como la invasión rusa de Ucrania pero con carácter anticipatorio y, en consecuencia, la Comisión se adjudica el poder de determinar cuándo y sí existe una crisis, definida como "un riesgo objetivo de perjuicio grave a la seguridad o la salud públicas", o sea: la arbitrariedad misma en todos los rubros. La peligrosidad de esta deriva es flagrante si se observa cómo von der Layen usa la caja de herramientas, que ella misma nutrió, como arma contra sus oponentes ideológicos, lo hizo en la campaña electoral de Meloni, lo hizo con Polonia y lo hace furiosamente contra Hungría. Al tiempo que es laxa cuando se trata de aliados y conveniencias, como es la vista gorda que hace con los crecientes atropellos institucionales del Gobierno español.

La deriva autoritaria impuesta en estos cinco años ha generado un clima de intolerancia política de alto riesgo. Varios alcaldes de Bruselas protagonizaron escenas dantescas con el fin de impedir por todos los medios la realización del evento NatCon Bruselas. Y, si es reelegida para un segundo mandato, von der Leyen en persona se comprometió a establecer una nueva unidad dedicada a detectar y eliminar la desinformación en línea llamada Escudo Europeo de la Democracia, un nombre que parece creado para un comic de baja categoría, o que bien podría ser utilizado por cualquier tiranuelo de la órbita putinista para perseguir a los opositores con la sempiterna excusa de combatir la interferencia y manipulación extranjera.

Y hablando de episodios tiránicos, un escándalo que estalló en medio de su administración la pinta de cuerpo entero. Durante su turbio y aún no suficientemente investigado manejo de las políticas anticovídicas, se reveló que Ursula había gastado, desbordadamente, el dinero de los contribuyentes en consultores, y se realizaron numerosas investigaciones y reportes periodísticos por su relación y actuación con las empresas farmacéuticas. Cuando se inició una investigación parlamentaria sobre la adjudicación de los contratos de consultoría, mágicamente los datos del móvil de von der Leyen habían sido eliminados y ella afirmó que “no sabía nada de esto”. El Corporate Europe Observatory, una ONG dedicada a investigar la relación entre políticos y lobbies europeos, sostuvo que jamás la Comisión Europea “había alcanzado tal nivel de opacidad como el que estamos viendo actualmente con las empresas farmacéuticas”.

Bruselas se jacta de ser una “superpotencia regulatoria”, como si esto fuera un don, algo de lo que enorgullecerse. La gestión de von der Leyen se dedicó con ahínco a aumentar el poder de la maquinaria de Bruselas y todo ese poder adicional acumulado se ha utilizado principalmente para intervenir, controlar y asegurar los mecanismos de palo y zanahoria que le permitan continuar en el poder de la forma que siempre lo hizo, bordeando la voluntad democrática y yendo por las clavijas corporativas de la élite burocrática. En las recientes elecciones los europeos enviaron un mensaje claro a la dirigencia atornillada en Bruselas, con un número récord de políticos contrarios a la casta eurocrática. La agitación hizo que los oficialismos de los Estados miembros perdidosos vieran cómo el piso se movía bajo sus pies. La votación mostró una inclinación pronunciada hacia la derecha y todos los partidos que obtuvieron apoyo tienen en común la antipatía hacia los abusos de Ursula, su política inmigratoria, su política climática y energética.

Pero si bien es cierto que cuando los europeos acuden a las urnas dicen una cosa, no es menos cierto que sus élites, detrás de las cortinas, terminan haciendo otra. La historia de la UE y de sus versiones anteriores está llena de estos ejemplos y, a la luz de las últimas reuniones destinadas a nombrar a las próximas autoridades, pareciera que se avecina una nueva traición. Antes de las elecciones, von der Leyen se dedicó a seducir a figuras de la derecha por si acaso le servían para apuntalar se reelección, virando su discurso al gusto de las orejas indicadas. Giorgia Meloni fue una de sus elegidas. La italiana, tras su contundente victoria en las elecciones europeas, debió haber pensado que su flamante cercanía con von der Layen le aseguraría un lugar en la mesa. Pero fue rápidamente corrida de lado cuando el partido de Ursula vio que tenía chances de pactar con el socialismo…¡y hasta con los verdes, grandes vencidos de la contienda! antes que con la derecha con la que había coqueteado.

A medida que ha aumentado la participación en las elecciones europeas, también lo ha hecho el porcentaje de votos de los partidos que rechazan la oligarquía de la UE. Estas elecciones también han derribado una serie de mitos persistentes sobre los votantes antisistema. La caricatura de estos votantes como reaccionarios racistas extremos es obsoleta y ofensiva. Los partidos de derecha disfrutaron de sus mejores elecciones al Parlamento Europeo, logrando avances significativos pero, a pesar de sus impresionantes resultados, posiblemente vayan a fracasar en el objetivo de cambiar las prioridades políticas y económicas para la Unión Europea. La ingenuidad, la complacencia a cambio de fondos y las divisiones internas le están jugando en contra a los ganadores de la últimas elecciones y ya no parecen ser un desafío peligroso para la agenda de von der Leyen, que es en definitiva la agenda de una élite bien pertrechada y enquistada, dispuesta a cualquier cosa para prevalecer.

Los líderes de la UE no pudieron ponerse de acuerdo sobre la reelección de Ursula von der Leyen como presidente de la Comisión de la UE durante la primera ronda de negociaciones del Consejo el lunes pasado, sólo por la soberbia y codicia del partido de von der Leyen. Pero los galimatías al servicio del intercambio de favores y cargos ya se han puesto en funcionamiento. Las negociaciones entre los dos bloques más grandes: el Partido Popular Europeo de von der Leyen y los socialistas y socialdemócratas procurarán dejar afuera a los ganadores genuinos. Recurrirán a la narrativa que tan exitosa resultó en España, en donde se sumaron los votos de lo más abyecto y detestado para impedir “que gobierne la derecha”. La Bruselas de von der Leyen hará todo lo que tenga a su alcance para no honrar los resultados electorales ni la voluntad de los votantes europeos. El poder de coerción o dádiva que forjó en cinco años le servirá a dichos fines. Es, evidentemente, la que mejor sabe manejar ese barco pirata.

Giorgia Meloni, líder del grupo Conservador y Reformista Europeo se quejó por ser marginada y cuestionó la ronda de negociaciones y Viktor Orbán, compartió el sentimiento. “No les importa la realidad, no les importan los resultados de las elecciones europeas y no les importa la voluntad del pueblo europeo”, posteó el primer ministro húngaro. Los ciudadanos han utilizado estas elecciones para plantear su descontento, tanto a los gobernantes locales como a la burocracia que no eligen sino de una forma distante y subterfugia, por la que no se sienten representados sino más bien atacados. El consenso dominante de las élites europeas sufre una erosión, de abajo hacia arriba, sin precedentes en la historia de la UE. Pero desde la torre del castillo von der Leyen esto no lo ve, o no le importa, después de todo, su poder jamás devino de la voluntad popular y la empatía no es su fuerte.

La política europea necesita urgente democratizarse, llamar populismo a la voluntad popular e ignorar la voz de las urnas cuando no refrendan lo que las élites quieren tiene un nombre, y no es precisamente democracia. Bruselas no puede esconderse de la realidad para siempre y cinco años más de la autoritaria miopía de Ursula auguran un futuro oscuro. Las elecciones muestran claramente que el aparato de control y dádiva diseñado por von der Leyen no consigue contener la ira del votante. Pero los votantes europeos no votan al presidente de la Comisión ni al resto de sus autoridades. Ese es el reino de los que nadie elige. La dirigencia europea necesita ser sometida al control porque la esencia de la democracia liberal es el control al poder. El ciudadano y sus derechos individuales deben volver a ser el centro del sistema comunitario europeo, o Europa caerá, en el mejor de los casos, en la irrelevancia.

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