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El legado de Biden es un mundo en llamas

La restitución de las políticas exteriores de Obama provocó un auge del terrorismo global. Occidente está en peligro.

Biden se lamenta en una foto de archivo.

Biden en el Despacho OvalAdam Schultz / Casa Blanca / Flickr

Ahora que Biden se doblegó por fin a la voluntad de los líderes y donantes demócratas, la izquierda ha comenzado a cantarle elogios de forma casi unánime. Estas alabanzas a su grandeza personal y su gestión en la Casa Blanca se habían acelerado ya una vez su debilidad quedó clara en el debate contra el expresidente Donald Trump.

Los medios progresistas llevan años encubriendo el deterioro cognitivo del presidente, incluso acusando de "desinformar" a cualquier periodista que se animase a romper filas. Cuando esta mentira salió a la luz, quienes seguramente conocían la verdad de antemano -como el expresidente Barack Obama, la vicepresidenta Kamala Harris, los líderes del Congreso y algunos recaudadores de fondos de Hollywood, como el actor George Clooney- se volvieron contra Biden, aunque sin olvidarse de alabarlo -sin muchos argumentos- como uno de nuestros mejores presidentes. Como el Marco Antonio de Shakespeare en Julio César, "vinieron a enterrar" a Biden, pero antes pensaron en elogiarlo.

La desafiante reacción de Trump tras su intento de asesinato, el diagnóstico positivo de Covid y los cerrados monederos de los grandes donantes demócratas fueron golpes mortales para las aspiraciones de reelección del presidente, cuyo paso al costado convirtió en farsa el proceso con el que logró la nominación. Que Biden anunciara su retirada a través de una publicación en redes sociales -y además en la X de Elon Musk, a quien los izquierdistas reprochan sus políticas pro-libertad de expresión- en lugar de molestarse en grabar un video informando al país, fue un detalle final, un signo de debilidad, apropiado para este drama desalentador.  

Al coro de alabanzas a Biden le seguirá uno igual de extravagante y falso sobre Harris, ya que se está convirtiendo en el último recurso de los demócratas para intentar frustrar una victoria de Trump. Antes de empezar la tarea de separar verdad de hipérbole partidista en el historial de la candidata, conviene tomarse un momento para desgranar la noción de que el mandato de Biden haya sido tan grandioso como dicen quienes recién sacan el cuchillo de su espada

Los mitos de Biden

Los elogios al presidente equivalen a un panegírico, por lo que criticarle parece de mal gusto. Esto es una cortina de humo: sigue vivo y su vicepresidenta es la persona con más probabilidades de sucederle en la candidatura demócrata. Una evaluación honesta de su historial es vital.

Tampoco es cierto que haber ejercido cargos públicos durante medio siglo sea un indicio de virtud. Como muchos veteranos del Congreso, Biden nunca tuvo un trabajo honesto en su vida; sus cargos como senador y vicepresidente permitieron, en cambio, que su familia se enriqueciera mediante el tráfico de influencias, tanto dentro como fuera del país.

Además, la noción de que es una persona maravillosa, un centrista que encarna los mejores aspectos del servicio público, es desmentida por su historial de mezquindad y desprecio por sus oponentes. Colaboró en la difamación de personajes como Robert Bork, Clarence Thomas e incluso el súper-moderado Mitt Romney, a quien acusó memorablemente de estar dispuesto a "volver a encadenar" a los afroamericanos.

"La abyecta demostración de debilidad de Biden fue una señal para los enemigos de que podían intensificar sus provocaciones".

Y eso sin tener en cuenta su conocido historial de plagios y fabulaciones, con relatos exagerados y mentiras descaradas sobre su propia vida y la de sus oponentes. Por supuesto, una vez que se convirtió en el compañero de fórmula de Obama en 2008, obtuvo un pase libre por parte del sesgado cuerpo de prensa hasta que convino descartarlo porque, en la desesperada búsqueda de conservar el poder, se había convertido en un lastre.

Cuando vieron que era necesario apartarle del camino, sus falsos amigos, como Obama, se deshicieron en elogios absurdos sobre su supuesto papel como salvador de la democracia y la economía. Ignoran, quienes le cantan, su uso del lawfare contra oponentes políticos, su censura de los disidentes, sus políticas de fronteras abiertas -que condujeron a una invasión de hasta 7 millones de inmigrantes ilegales-, la inflación que perjudicó a los estadounidenses de clase trabajadora y la difusión del antisemita catecismo woke de diversidad, equidad e inclusión (DEI).

Es importante recordar que por todo aquello iba por detrás de Trump en las encuestas incluso antes de que el debate revelara sus problemas de agudeza mental.

Desastres en política exterior

Afirman, asimismo, que restauró la posición internacional de Estados Unidos. La verdad es que heredó un panorama relativamente estable pero, proyectando debilidad, lo dio vuelta. Está dejando tras de sí un mundo en llamas.

Esta situación literal y metafórica quedó dolorosamente clara el domingo: Biden abandonó la carrera presidencial justo cuando Israel se vio obligado a tomar represalias por un ataque con drones contra Tel Aviv dos días antes. El bombardeo israelí del puerto de Hudaydah, desde el que Irán puede enviar suministros y municiones a los hutíes, pretendía enviar una señal a Teherán, a sus proxies terroristas y a la región en su conjunto de que el precio por atacar a los israelíes es alto.

No olvidemos que la única razón por la que los hutíes han podido estorbar la navegación internacional en el Mar Rojo y el Cuerno de África en los últimos nueve meses, así como atacar Israel la madrugada del viernes, son los terribles errores de Biden.

"Aunque Biden salió en defensa de Ucrania, su obsesión con esa guerra se produjo a expensas de prioridades más apremiantes y fomenta su continuación".

La pésima gestión de la situación en Yemen es sólo una muestra del fracaso integral de la política exterior de Biden, construida a partir de errores de concepto y con decisiones delirantes que, en esencia, son repeticiones de la gestión internacional de Obama

El error más memorable de Biden en este sentido fue el repliegue precipitado en Afganistán. Aunque Trump había negociado la retirada, nunca la llevó a cabo porque no había forma de hacerlo sin entregar el país a los talibanes. Pero el demócrata estaba tan empeñado en poder afirmar durante el vigésimo aniversario de la guerra que no quedaban más militares en suelo afgano que ordenó una retirada apresurada. Esto debilitó al Gobierno de Kabul, que pronto se derrumbó.

Peor aún, la vergonzosa huida provocó la muerte de 13 estadounidenses y dejó atrás a muchos otros. También se abandonó a aliados afganos y se cedieron miles de millones de dólares en sofisticado equipo militar estadounidense para que los talibanes se apoderaran de él y luego lo vendieran a otros grupos terroristas islamistas.

Esa abyecta demostración de debilidad fue una señal para los enemigos de que podían intensificar sus provocaciones. Puede considerarse que, junto con las características declaraciones confusas y a menudo contradictorias de Biden, llevó al ruso Vladimir Putin a concluir que podía salirse con la suya si invadía Ucrania.

Aunque Biden salió en defensa de Ucrania, su obsesión con esa guerra se produjo a expensas de prioridades más apremiantes y fomenta su continuación, en lugar de dar pie a un acuerdo que pudiera garantizar la independencia de Ucrania.

Aplacar a Irán

Más aún, detrás de la decisión de Biden de retroceder el reloj hasta la presidencia de Obama se encuentra una concepción del mundo que deposita demasiada confianza en instituciones multilaterales como las Naciones Unidas y que busca aguar alianzas con aliados tradicionales en Medio Oriente, como Israel y Arabia Saudita. La principal expresión de este enfoque fue el intento de volver a la política de apaciguamiento de Irán, al tiempo que se trataba como secundario cualquier intento de dar seguimiento al éxito histórico de Trump en la mediación entre Israel y los Estados árabes a través de los Acuerdos de Abraham.

Basándose en la errónea creencia de Obama de que el régimen islamista de Irán quería una oportunidad para "quedar bien con el mundo", Estados Unidos firmó un acuerdo nuclear peligrosamente endeble con Teherán en 2015. Aunque posponía la obtención de armas nucleares por parte de Irán, el acuerdo esencialmente garantizaba que la República Islámica tendría una bomba en 2030. Trump se retiró del acuerdo y volvió a imponer sanciones al régimen para obligarle a abandonar su programa nuclear. Pero una vez en el cargo, Biden levantó las sanciones, entregó periódicamente activos iraníes congelados al Gobierno islamista y trató en vano de que aceptara un pacto aún más blando.

Las ganancias financieras inesperadas que esto proporcionó a Irán le ayudaron a reforzar su mecenazgo del terrorismo internacional y, a través de su eje de resistencia, creó una red de grupos que cercan a las naciones árabes suníes y a Israel.

Además, Biden trató de derrocar al Gobierno del primer ministro Benjamin Netanyahu, elegido en noviembre de 2022. La Administración lo hizo no tanto porque alguien en Washington creyera realmente que los esfuerzos por frenar al descontrolado Tribunal Supremo de Israel eran antidemocráticos (a los demócratas les encantaría poner trabas al mucho menos poderoso Tribunal Supremo de Estados Unidos), sino porque deseaba un Ejecutivo en Jerusalén que fuera más dócil con respecto a Irán y que hiciera concesiones a los palestinos, aunque estos mismos no demostrasen interés alguno por la paz.

Esto puso en marcha la cadena de acontecimientos que condujo a los ataques del 7 de octubre contra Israel por parte de Hamás y a los esfuerzos de Hezbolá, apoderado libanés de Irán, para hacer inhabitables las comunidades israelíes a lo largo de la frontera norte.

Error en Yemen

Entre las otras colosales meteduras de pata de Biden estuvo su intervención en Yemen. Antes de 2021, Estados Unidos había apoyado los esfuerzos de Arabia Saudí para resistir a los terroristas hutíes respaldados por Irán. Pero Biden entró en el cargo convencido de que los saudíes y no los iraníes eran el problema en la región, y levantó la designación de grupo terrorista a los hutíes. En 2022, obligó a los saudíes a concluir un alto el fuego y a dejar de ayudar a las fuerzas yemeníes que se oponían a los hutíes.

Por ello, aquella organización terrorista pudo ayudar a Hamás en su guerra contra Israel disparando contra la navegación internacional en la región. Aunque Estados Unidos y sus aliados respondieron con ataques mínimos contra los hutíes, al igual que otros adversarios, estos le habían tomado la medida a Biden y habían comprendido que no estaba preparado para defender los intereses estadounidenses ni a sus aliados. Ese es el contexto del ataque con drones de los hutíes contra Tel Aviv; el más exitoso de cientos de intentos por parte del grupo de matar judíos, aunque desde una gran distancia de Israel.

En ese sentido, las bolas de fuego que se elevaron al cielo desde los suministros de combustible incendiados por Israel fueron una coda adecuada a casi cuatro años de fracaso casi ininterrumpido de la política exterior de Biden. Desde Ucrania hasta Yemen, pasando por Gaza y la frontera norte de Israel, hay conflictos que ahora hacen estragos y que son el resultado directo de sus errores de juicio y de su debilidad, sólo igualados por su fracaso a la hora de defender la propia frontera de Estados Unidos, con resultados calamitosos para comunidades de todo el país.

"Las élites de dentro del cinturón y el establishment de la política exterior están decididos a negarse a admitir que se han equivocado tanto en tantas cuestiones importantes".

Los demócratas han avivado la polarización política con afirmaciones hiperbólicas como que Trump es Hitler y que los republicanos quieren acabar con la democracia. Ellos mismos han llegado a creer que cualquier medio es válido para evitar que gane en 2024 -incluyendo medidas antidemocráticas, como el lawfare-. En la misma línea, están dispuestos a afirmar que la Presidencia de Biden fue un éxito rotundo, aunque sea un punto de vista que gran parte del país encuentra desconcertante.

El problema va más allá de la usual negativa de los dos grandes partidos a convertir sus fracasos en éxitos: las élites en Washington y el establishment de la política exterior se niegan a admitir que se han equivocado en tantas cuestiones fundamentales.

Quieren que ignoremos las evidentes pruebas de sus estrepitosos fracasos, del mismo modo que mantuvieron oculta la incapacidad del presidente hasta hace unas semanas. Pero las llamas que arden en Yemen, Gaza, Israel y Ucrania prueban que demasiada sangre inocente se ha derramado en los últimos cuatro años como resultado del irresponsable liderazgo de Joe Biden.

© JNS

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