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La necesidad de un auténtico liderazgo: el coste de 'no' apoyar a Ucrania

La idea es hacer que quien tenga miedo sea Putin, no los americanos.

Vladimir Putin/ Cordon Press.

Vladimir Putin/ Cordon Press.

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El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, es conocido por hacer declaraciones confusas y a veces descabelladas de las que su Administración se retracta con frecuencia. Este podría haber sido el caso cuando aquél decidió aleatoriamente decir ante un auditorio de demócratas adinerados, en una recaudación de fondos, que el presidente ruso, Vladímir Putin, "no bromea" sobre el uso de armas nucleares, biológicas o químicas. "No nos hemos enfrentado a la perspectiva de un Armagedón desde Kennedy y la Crisis de los Misiles en Cuba".

Desde entonces, Biden se ha negado a aclarar sus comentarios o a explicar en qué se basaba. El portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, John Kirby, acudió a los programas dominicales para aclarar que el presidente no estaba diciendo que fuera inminente un ataque y que sus "comentarios no se basaban en información nueva o en nuevos indicios de que el Sr. Putin haya tomado la decisión de utilizar armamento nuclear".

La cruda realidad es que quizá nunca sepamos qué empujaría a Putin a recurrir a lo nuclear. Para la comunidad de inteligencia, Rusia es lo que se conoce como un objetivo difícil: difícil de penetrar para las agencias estadounidenses a fin de obtener información. Este problema se ha visto agravado por la guerra rusa contra Ucrania. El objetivo de Estados Unidos debería ser disuasorio: hacer que el coste potencial sea tan alto que a Putin le resulte suicida incluso intentarlo.

El plan de Putin era tomar Kiev en dos días, según dijo el director de la CIA, Bill Burns, en el Congreso. Otra evaluación, supuestamente basada en análisis de los servicios de inteligencia americanos, estimaba que Kiev caería en un plazo de "uno a cuatro días". En su día se informó de que EEUU ofreció al presidente ucraniano, Volodímir Zelensky, que se diera "un paseo" fuera de Ucrania. Los estadounidenses deben reconocer lo limitados que son los conocimientos y la comprensión que nuestros dirigentes pueden tener de algunas graves amenazas internacionales.

Siempre hay una gran incertidumbre asociada a la guerra; en Ucrania no es diferente. Nuestra comunidad de inteligencia está ciertamente utilizando todas las fuentes y métodos disponibles para recopilar información esencial sobre lo que piensa y planea Putin, que podría comprender el uso de armas nucleares o químicas. Nadie, por supuesto, lo sabe con seguridad.

Lo que sí sabemos es que Estados Unidos y sus aliados deben argumentar por qué apoyar a Ucrania redunda claramente en nuestro interés estratégico y en el de Occidente. En segundo lugar, hay que dejar inequívocamente claro a Putin cuál sería la respuesta de EEUU si utilizara armas químicas o nucleares, fuera donde fuere, sobre todo si intentara atacar a un país miembro de la OTAN.

Lamentablemente, con su falta de claridad, la Administración Biden sólo ha sembrado una peligrosa confusión que fomenta los ataques. Incluso antes de que Rusia invadiera Ucrania, el presidente Biden parecía insinuar que no habría grandes consecuencias por una mera "incursión menor". Como era de suponer, Putin lo interpretó como una luz verde; los ucranianos, comprensiblemente, se alarmaron y, como ocurre con demasiada frecuencia, el personal de la Casa Blanca se vio en la tesitura de hacer una aclaración.

Los líderes de ambos partidos deben articular claramente el interés estratégico estadounidense en Ucrania, donde una derrota occidental podría significar el principio del fin de Europa, y hacer saber a Putin en términos inequívocos cuáles podrían ser las respuestas de Estados Unidos ante cualquier escalada desagradable.

A finales de abril, el secretario de Defensa, Lloyd Austin, y el de Estado, Antony Blinken, afirmaron que EEUU quería ver a Rusia debilitada; palabras que también tuvieron que ser aclaradas posteriormente.

La declaración más contundente y bienvenida fue la que hizo el propio Biden en marzo. "Por Dios, este hombre no puede seguir en el poder", afirmó. Esas palabras sonaron a cambio de régimen, a un gran giro en la política estadounidense. La Casa Blanca se apresuró a aclarar, una vez más, que Biden no había querido decir lo que dijo. Pero Biden aclaró que "no se retractaba" de su declaración original, lo que le honró.

Biden es lo suficientemente mayor como para recordar que "lo que pasa en los Sudetes no se queda en los Sudetes". Si se permite a Putin ocupar Ucrania, Rusia y, sin duda, las demás naciones agresoras que aguardan entre bastidores (China, Irán, Turquía, Corea del Norte, así como varios grupos terroristas) se envalentonarán, librarán una batalla campal e invadirán los países que deseen. Putin podría seguir avanzando para apoderarse de Moldavia, Polonia y los Países Bálticos, para empezar; Turquía podría avanzar sobre Grecia y el sur de Chipre y China seguramente avanzaría sobre el centro mundial de la industria del chip: Taiwán.

Resulta alentador que, pese a las constantes declaraciones de Biden y las consiguientes aclaraciones de su equipo, una encuesta de finales de verano indicara que el 53% del pueblo americano apoyaba rotundamente que se ayudara a Ucrania hasta la retirada total de las fuerzas rusas.

En Europa, aunque existe un fuerte apoyo a Ucrania y a su adhesión a la UE, hay una gran división, sobre todo por los temores generados por que Biden bloqueara desde el primer día la capacidad de EEUU para producir y exportar petróleo, creando así una aguda escasez de energía en todo el mundo. Putin no podría haber soñado con un regalo mejor. Inmediatamente, el precio del petróleo se triplicó, pasando de unos 40 dólares a los 112; Rusia ganaba 1.000 millones de dólares al día, o 360.000 millones al año. Biden, de un plumazo, acababa de financiar toda la guerra de Rusia contra Ucrania, incluso antes de conceder a Putin la utilización del gasoducto Nord Stream 2, garantizando así a Moscú la capacidad de tomar a Europa como rehén el próximo invierno.

Por otro lado, en otra encuesta, el 35% de los entrevistados (en 10 países) dijeron querer la paz lo antes posible, mientras que sólo el 22% quería justicia, es decir, que Rusia rindiera cuentas y se restaurara la integridad territorial de Ucrania.

El problema es que se trata de la misma idea que en 1938 llevó al primer ministro británico Neville Chamberlain a agitar un papel y proclamar inexactamente que había firmado con Hitler "la paz para nuestro tiempo". Al parecer, Chamberlain veía que los votantes británicos no querían la guerra, así que intentó darles lo que querían. Eso no es ser un gran líder, sino un secuaz. Lamentablemente, hasta el final de la guerra de 1945, los europeos pagaron un precio exorbitante.

Los habitantes de las democracias prósperas no suelen querer la guerra, nunca. Saben que disfrutan de unas vidas increíbles y libres y desean seguir así. A todos nos gustaría que la paz nos fuera servida en bandeja. Desgraciadamente, no siempre es la opción disponible, sobre todo si se mira unos cuantos movimientos por delante. Cuánto menos costoso en sangre y dinero hubiera sido detener a Hitler antes de que cruzara el Rin. La rendición siempre es una opción, pero no suele ser muy gratificante.

Esa segunda encuesta encontró también que los habitantes de esos 10 países estaban muy preocupados por el aumento del coste de la vida y de la energía, y por el posible uso de armas nucleares por parte de Rusia. Y que se está abriendo una brecha entre los deseos de los ciudadanos y las acciones de sus Gobiernos que debería ser igualmente motivo de preocupación. Es probable que, al llegar la inflación al 10% en la UE, el sentir popular se haya inclinado hacia la paz. Sigue existiendo la posibilidad real de que algunas partes de Europa sufran una grave escasez de energía. El regulador energético alemán acaba de anunciar la posibilidad de racionar el gas natural este invierno.

Dada la inflación y la preocupación por la energía, junto con el continuo nerviosismo por el posible uso de armas nucleares por parte de Rusia, existen claras amenazas en el horizonte al mantenimiento del apoyo público a los esfuerzos bélicos de Ucrania.

En EEUU se han registrado ya dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo, lo que a menudo se utiliza como definición de una economía en recesión. Los principales analistas económicos de Alemania han recortado las previsiones de crecimiento para 2022 del 2,7 al 1,4%, y pronosticado que el país entrará en recesión en 2023, con un -0,4%. Como Alemania es la mayor economía de la UE, una recesión ahí podría arrastrar al resto de la UE.

La inflación en Estados Unidos supera ligeramente el 8%, justo por debajo del 10% de la UE. La confianza de los consumidores norteamericanos ha caído aproximadamente un 20% en el último año. En el Reino Unido, la confianza de los consumidores ha caído un 10% sólo en el último mes. En Alemania ha bajado al 35% desde principios de 2022, con cifras comparables en Francia (18%), España (21%) e Italia (28%).

Estados Unidos y la UE deben poner en marcha planes convincentes para hacer frente a la amenaza de la ralentización económica (crecimiento), la elevada inflación (frenar el gasto público), el aumento de los precios de la energía (abrir las espitas del petróleo) y la posible escasez (los tres primeros deberían solucionarlo), así como concienciar a la opinión pública sobre las consecuencias aún peores de no apoyar a Ucrania.

Por último, Estados Unidos y la UE deben trasladar claramente a Putin lo que está en juego en Ucrania, y cómo podrían responder ante el uso de armamento nuclear. En su día se informó de que el presidente Trump le dijo Putin que si invadía Ucrania, EEUU "golpearía Moscú". A pesar de las acusaciones de que era "blando" con Rusia, Trump, aunque "hablaba suave", no concedió a Putin las dos cosas que más quería: la extensión del Nuevo Tratado START, que limita el número de armas nucleares estadounidenses –y que Biden concedió a Putin a las pocas semanas de llegar al poder–, y la aprobación del gasoducto Nord Stream 2, que Biden entregó a Putin en ese mismo octubre. Putin no invadió nada.

La idea es hacer que quien tenga miedo sea Putin, no los americanos.

En Estados Unidos, los líderes de ambos partidos deben plasmar claramente el interés estratégico nacional en Ucrania, donde una derrota occidental podría significar el principio del fin de Europa, y hacer saber a Putin en términos inequívocos cuál podría ser la respuesta de EEUU ante cualquier escalada desagradable. Lo mismo cabe decir de las capitales europeas y los demás países de la OTAN.

Si Estados Unidos, la OTAN y la UE quieren conservar el apoyo de la opinión pública, sus dirigentes harían bien en hablar a quienes sirven no sólo sobre la diversidad en el ejército -que bien podría haber sido propaganda rusa para lo que Estados Unidos tiene que mostrar: una crisis de reclutamiento del 50%–. Los dirigentes deben exponer cómo abordarán las crisis económicas, el apoyo continuo a Ucrania, la derrota de Putin y la disuasión ante nuevas agresiones por parte de Rusia, China, Turquía, Corea del Norte e Irán. Si no, no harán otra cosa que poner en grave peligro la seguridad nacional Estados Unidos y de Occidente.

© Gatestone Institute

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