A pesar de los errores, el candidato libertario tiene los números y también grandes probabilidades de darle vuelta a la elección.

El manejo de las expectativas en la política, especialmente en campaña, lo es todo. El 22 de octubre, en Argentina, una gran parte de la sociedad, incluidos los medios y los sumamente perdidos encuestadores, avizoraban un cómodo triunfo del candidato libertario Javier Milei en primera vuelta. Los más aventurados, incluso, hablaban de un triunfo histórico que erigiría al candidato de La Libertad Avanza como presidente de la Argentina. Como todos saben, no sucedió.

Pasó, en realidad, algo mucho más lógico. El candidato oficialista, a pesar de que es el actual ministro economía de una de las peores gestiones económicas de la historia no solo en Argentina sino de Latinoamérica, logró hacer política, moderar su discurso relativamente y movilizar a la base que no votó en las primarias (PASO) a través de la una exitosísima campaña de miedo que incluyó, por ejemplo, carteles con los precios del pasaje del transporte público en alza gracias a un hipotético triunfo de los opositores.

En resumen, el peronismo hizo lo que mejor sabe: jugar a la política. Sin escrúpulos; de forma sucia, con mucha falsa narrativa y con, hay que reconocerlo, bastante más habilidad electoral que sus rivales.

Y aquí estuvo uno de los grandes pecados de la campaña de Javier Milei, que el propio candidato libertario admitió en una entrevista con La Nación, se confiaron demasiado.

No solo subestimaron al rival, que es un animal político superviviente por naturaleza, liderado por un sujeto camaleónico con experiencia como Sergio Massa, sino que se sobrestimaron. Y la mezcla de estos dos ingredientes puede generar una fórmula desastrosa.

Por fortuna para Milei y LLA, la elección no fue terrible. Ciertamente, comparada con las PASO, es mala. El mapa político en Argentina hoy es más azul que púrpura y Massa subió como la espuma sacándole siete puntos al candidato libertario. Pero todo es una cuestión de expectativas.

Si la expectativa era, “Milei va a ganar en primera vuelta”, evidentemente que un segundo lugar a varios puntos del candidato peronista luce mal. Sin embargo, en el relato actual, no se evalúa que LLA es prácticamente la segunda fuerza política de Argentina, codo a codo con Juntos por el Cambio y el propio peronismo; que está en la pelea por la Presidencia con chances serias en lo numérico de remontar, y que acaba de sumar más de 30 escaños en el Congreso que lo vuelven una bancada determinante en las negociaciones.

Por eso el manejo de las expectativas es tan importante en la política. Si la campaña de Milei, en lugar de vender un improbable triunfo en primera vuelta, hubiese reconocido su alto piso electoral para este ciclo y explicado que el objetivo era pasar al ballotage, hoy el ánimo hubiese sido diferente.

Además, a simple vista, es bastante notable que Milei tiene los números para darle vuelta a la elección, incluso sin los votos del radicalismo, la facción más socialdemócrata y progresista de Juntos por el Cambio.

El problema, claro, es que eso obliga a LLA a pactar con parte de la casta y, por ende, entrar en una contradicción discursiva que será aprovechada, cómo no, por el peronismo. Pero ese es un problema futuro, el inmediato, y el más importante, es que, para garantizar competitividad, Milei necesita llegar a un acuerdo en tiempo récord con la facción Macri-Bullrich.

Si eso sucede, siempre suponiendo que Massa arrastrará al radicalismo de Juntos por el Cambio, estamos ante la gran incógnita de cara a la segunda vuelta: ¿A dónde irán los votos del cordobés Juan Schiaretti?

Lo de Schiaretti es difícil de definir. Es un político peronista, ciertamente, pero su popularidad y la mayor parte de sus votos provienen de Córdoba, una región donde Massa salió último y Milei ganó cómodamente. Una región que, además, detesta en general al peronismo. Así que la primera vuelta no solo nos dejó el escenario inesperado de que Massa salió fortalecido, sino que además nos dejó la perla de que, posiblemente, los votos de un candidato completamente tapado podrían ser decisivos en la segunda vuelta.

Por eso, más allá de los errores cometidos por Milei y su campaña en los últimos días, la realidad es que todavía está en carrera y con buenas probabilidades de triunfar. Estos 30 días serán maratónicos y entretenidos.