El silencio en este contexto es aquiescencia. También lo es esconderse detrás del anonimato.

En numerosas universidades de élite –incluidas Harvard, Yale y Columbia, CUNY–, grupos de estudiantes han manifestado su apoyo a Hamás en un momento en que sus terroristas han violado, asesinado y secuestrado a mujeres, niños pequeños, ancianos y otros civiles, y supuestamente han decapitado bebés. Los grupos inmorales que apoyan tales atrocidades están compuestos tanto por estudiantes como por profesores. Muchos de estos individuos se esconden detrás de los nombres de sus organizaciones y se niegan a identificarse. No quieren tener que rendir cuentas ante el tribunal de la opinión pública por sus despreciables opiniones.

El libre intercambio de ideas, que defiende, permite a los estudiantes sostener y expresar estos puntos de vista, pero también requiere transparencia para que los demás podamos juzgarlos, debatirlos y pedir responsabilides.

Por supuesto, hay ocasiones excepcionales en las que el anonimato es esencial. Por ejemplo, en la época de la lucha por los derechos civiles, en los años 60 del siglo pasado, la identificación ponía en peligro de muerte a los miembros de las organizaciones pro derechos civiles. Sin embargo, aquí no cabe tal temor. No se conoce que los grupos que se oponen a Hamás propugnen la violencia contra quienes lo apoyan. Por el contrario, son los defensores de Israel quienes han sido amenazados y sufrido la violencia.

Los estudiantes que votan anónimamente en apoyo de los recientes ataques de Hamás no deben temer nada más que el desdén y la crítica. Deberían estar dispuestos a someterse a intercambio de pareceres. No deberían recurrir al ocultamiento cobarde, al amparo de organizaciones prominentes como Amnistía Internacional en Harvard, uno de los grupos que dijo que "hacen al régimen israelí totalmente responsable de todas" las masacres y violaciones. Deberían estar preparados para defender estos puntos de vista inmorales.

Algunos estudiantes adscritos a dichas entidades argumentan que no apoyan personalmente las recientes barbaridades de Hamás. Son libres de decirlo y de desvincularse de las organizaciones a las que se unieron voluntariamente. El silencio en este contexto es aquiescencia. También lo es esconderse detrás del anonimato.

Quienes apoyan a Hamás deberían sentirse avergonzados y avergonzados, del mismo modo que quienes la rechazan deberían ser elogiados.

Los compañeros de estudios y los futuros empleadores deberían poder juzgar a sus amigos y empleados potenciales por las opiniones que han expresado. Los profesores no deberían calificar a los estudiantes basándose en sus puntos de vista . Es por eso que las calificaciones anónimas se emplean ampliamente en las universidades.

Como profesor universitario durante 50 años, no bajaría la nota de un estudiante por que apoyara las atrocidades de Hamás. Tampoco me haría amigo de ni contrataría a un estudiante así. La libertad de expresión no entraña la libertad de no tener que rendir cuentas por lo que uno dice. Llama la atención que la mayoría de las contrapeticiones que protestan contra las actividades de Hamás contienen los nombres de los estudiantes y profesores que las suscriben, pero eso es mucho menos cierto en el caso de las peticiones que apoyan las atrocidades de Hamás. Es comprensible, porque no existe una defensa razonable para lo que Hamás ha hecho. Quienes apoyan a Hamás deberían sentirse y ser avergonzados, mientras que quienes la rechazan deberían ser elogiados. Esto también forma parte de la discusión libre.

Hoy en día, muchos estudiantes son juzgados por su identidad. La política de la identidad ha reemplazado a la meritocracia. Ser juzgado por el apoyo o la oposición a la barbarie de Hamás es más justificable.

Dejemos que los periódicos estudiantiles, muchos de los cuales son rabiosamente antiisraelíes, publiquen los nombres de todos los estudiantes y profesores que pertenecen a grupos que apoyan o se oponen a Hamás. Hipotéticamente, si en cualquiera de estas universidades se formara un club que abogara por la violación o el linchamiento de los afroamericanos, los periódicos seguramente publicarían los nombres de todos los vinculados a un grupo tan despreciable. ¿Por qué en este caso habría de ser diferente? La violación se ha convertido en un arma de guerra para Hamás, junto con los linchamientos, las mutilaciones, los asesinatos en masa y los secuestros. Expresar apoyo a estos actos, si bien goza de protección constitucional, está mal. La respuesta al discurso equivocado no es la censura, sino el discurso correcto y la transparencia.

Así que, que se publiquen los nombres. Dejemos que los despreciables estudiantes y profesores que apoyan a Hamás se levanten y defiendan sus puntos de vista indefendibles, y que el foro público decida quién tiene razón y quién no.

© Versión original (en inglés): Instituto Gatestone