Que el Partido Demócrata arme su campaña en torno al terror los acerca a los autócratas que se sostienen sobre la coacción.

Hubo una época en la que los demócratas te hablaban de esperanza. Nos lo recuerda el agudo editor de The Spectator, Freddy Gray, en una de sus últimas columnas: Franklin D. Roosevelt llegó a decir que "no hay nada a qué temerle más que al miedo".

En el 2008 un joven y enérgico político negro llegó a la Casa Blanca hablando de esperanza. El afiche de HOPE de Barack Obama, diseñado por el artista Shepard Fairey, se instaló en la cultura popular como una de las campañas políticas más icónicas y exitosa de todos los tiempos.

La periodista Laura Barton escribió al respecto en noviembre del 2009: "La fuerza de la imagen reside en su sencillez. En los últimos meses ha adquirido el reconocimiento instantáneo del póster del Che Guevara de Jim Fitzpatrick, y seguramente adornará camisetas, tazas de café y las paredes de las habitaciones de los estudiantes en los próximos años".

No había mensaje más poderoso. De ganar el demócrata, decían, volvería la esperanza a Estados Unidos. El mismo Obama lo dijo en el 2008: "Hemos elegido la esperanza sobre el miedo". Hoy, en cambio, el mensaje de los demócratas es totalmente opuesto.

Ante la inminencia de que la Presidencia en las elecciones de este año se debata nuevamente entre Donald Trump y Joe Biden (ahora como titular), el Partido Demócrata ha optado por un mensaje contrario a la ilusión.

"Estoy aterrada", dijo la semana pasada Michelle Obama, la esposa del de HOPE, en un podcast. "No podemos tomar por sentado la democracia", agregó, ante la posibilidad de una presidencia de Trump.

Ayer, en The View, la presentadora Joy Behar le pidió su opinión a la vicepresidente Kamala Harris sobre los reportes de un posible triunfo del expresidente Donald Trump en las elecciones ante un Biden debilitado. "¡Estoy asustadísima!", le respondió Harris a Behar. "Por eso estoy viajando por todo el país. Sabes... Hay un viejo dicho, que solo hay dos maneras de presentarse a unas elecciones: o sin oponente o con miedo".

"Así que sí, todos deberíamos estar asustados", insistió la vicepresidente Harris.

Al respecto, la reportera de Axios, Sareen Hebeshian, escribe que "la campaña de Biden está cada vez más presentando la elección como una amenaza existencial a la democracia si Trump es elegido".

Muestra de esto es que, en cada aparición en la que Joe Biden habla del expresidente, se refiere a él como una amenaza destructiva a la democracia de los Estados Unidos y cataloga al movimiento MAGA como una "fuerza extremista".

En su columna en The Spectator, Freddy Gray escribe: "En verano, Obama le dijo a Joe Biden durante un almuerzo que la Casa Blanca no estaba lo suficientemente preocupada por la posibilidad real de que Trump volviera a ganar. Biden parece haber aceptado la observación. En lugar de intentar convencer a los estadounidenses de que, a pesar del aumento del coste de todo, todos estaban mucho mejor, volvió a su modus operandi de 2020: advertir al público de que Trump es un aspirante a dictador que quiere acabar con la democracia. Sus últimos discursos han estado llenos de profecías funestas sobre lo que podrían traer cuatro años más de Trump".

El problema para Biden, como muestran las encuestas, es que los americanos están frustrados con él; mientras que, en paralelo, sube como la espuma la popularidad del expresidente Donald Trump.

Según un sondeo del Pew Research Center, el 64% de los americanos reprueba cómo Biden maneja el tema laboral. En cuanto a la confianza en las decisiones del presidente, todos los indicadores han caído en más de 10 puntos desde el 2021.

Que hoy los demócratas armen su campaña en torno al terror los acerca a los autócratas que se sostienen sobre el miedo —y la coacción. Es muestra de que su Gobierno no tiene más que ofrecer, que la idea abstracta de que solo él puede evitar el cataclismo, cuando la mayoría de los americanos sienten que el cataclismo ya llegó, justo bajo su Gobierno.

El miedo no es un buen signo cuando surge como promesa de campaña. Los demócratas blanden su deriva cuando solo les queda atemorizar sobre la inminencia de perder el poder. No hay propuestas ni rumbo. Es el ocaso. Buscan asustar sobre el fin de la democracia; pero, paradójicamente, asoman el temor propio a unas elecciones y a un candidato.

No habla bien del Partido que alguna vez propuso esperanza, y hoy cede al alarmismo.