Israel no sólo tiene que reponerse de esta nueva agresión. Debe despertar y volver a reconocer la realidad hostil en la que se encuentra. Es su futuro lo que está en juego.

Vayan mis palabras, en primer lugar, a honrar a las víctimas, civiles y militares, y a sus seres queridos, destrozados por este ataque terrorista a gran escala llevado a cabo por Hamás. Más de 700 muertos y más de 2.000 heridos exigen no sólo memoria, sino justicia. El Estado de Israel fue creado para proteger al pueblo judío de sus múltiples enemigos y tiene que seguir cumpliendo dicha función.

Oriente Medio no es lugar para buenistas, y mucho menos para ese virus instalado en Occidente bajo el falso nombre de wokism. Más que un “despertar”, la mentalidad woke no hace otra cosa que enmascarar la realidad, desarmar a los ciudadanos de bien, moral y físicamente, y dejar a la sociedad a merced de la barbarie

Los ciudadanos de Israel lo han sabido bien desde el mismo día del nacimiento del Estado judío, el 14 de mayo de 1948. Su declaración de independencia fue contestada con una invasión por parte de Egipto, Jordania, Siria, Irak y el Líbano que, de no haber sido repelida y frustrada por la autodefensa judía, hubiera supuesto el fin del recién nacido Estado. No creo que sea necesario hacer un recordatorio de todos los ataques que Israel ha sufrido desde entonces, bien a manos de ejércitos tradicionales, bien a manos de grupos terroristas. No deja de ser una ironía de la Historia que esta nueva ofensiva de Hamás se haya lanzado en el 50 aniversario del arranque de la Guerra del Yom Kipur, el 6 de octubre de 1973. Es más dramático que, como entonces, las defensas de Israel hayan sido tomadas desprevenidas.

Me imagino que, al igual que tras la sorpresa estratégica de 1973 se creó la Comisión Agranat, dedicada a analizar los fallos de inteligencia que impidieron a Israel estar preparado para prevenir o repeler con eficacia los ataques desde Egipto y Siria, se volverá a crear una comisión que analice cómo ha sido posible –y costado tanto desbaratarlo– un ataque de tal envergadura, desde tantos puntos, con infiltraciones prolongadas en territorio israelí, secuestros de docenas de civiles y soldados –llevados a la fuerza a Gaza–, ocupaciones sostenidas de bases policiales y militares, y un nivel de destrucción y caos nunca antes visto.

Si esa comisión llega a ver la luz, se sacarán indudablemente todas las lecciones tácticas y operacionales debidas. Pero este ataque va más allá de lo táctico y operacional. Ni siquiera se queda en el nivel estratégico y político. Desde mi humilde punto de vista, y hasta donde conozco Israel, la sorpresa y la escasa preparación para limitar este ataque hunden sus raíces en la acelerada occidentalización de la sociedad israelí. Entendiendo por occidentalización su última manifestación cultural, la mentalidad woke. Vaya por delante que creo firmemente que Israel tiene todo el derecho del mundo a ser una nación democrática, moderna, dinámica y próspera. Y, de hecho, en los últimos 20 años hemos asistido a una profunda transformación que ha puesto a Israel en la vanguardia de la innovación tecnológica allí donde se lo ha propuesto. Pero la Start-Up Nation, por mucho que quiera asemejarse a nuestras democracias en Europa o América, afronta algo que nosotros todavía no hemos experimentado en igual intensidad y extensión: el odio de sus vecinos, que desean aniquilar al Estado de Israel y al pueblo judío.

Como miembro del High Level Military Group, he tenido la oportunidad de visitar Israel en los últimos diez años para estudiar y evaluar cada operación militar con la que ha tenido que responder a Hamás en Gaza; analizar la situación en el norte del país, con Hezbolá en el Líbano y las milicias proiraníes en Siria; y aprender de las tácticas empleadas para prevenir los ataques más o menos espontáneos con los que palestinos radicales han asesinado y herido a cientos de israelíes recurriendo a atropellos y cuchillos de cocina. Algo de lo que en Europa sólo hemos visto la punta del iceberg. (Todos los análisis se pueden consultar aquí).

Al final de cada operación, el mensaje que obteníamos por los responsables militares de las IDF siempre se resumía en: “La disuasión ha sido restablecida”. Declaración que era válida hasta que dejaba de serlo y Hamás volvía a lanzar cohetes, cometas equipadas con globos incendiarios, cavaba túneles con los que acceder a granjas israelíes y secuestrar a sus residentes, disparaba cohetes anticarro o alentaba protestas masivas en la verja fronteriza y penetraba con operativos el terreno de la Autoridad Palestina en Cisjordania. Por mucho que nos dijesen, la disuasión nos parecía cada vez más un elemento soluble con el paso de los meses.

En una de nuestras últimas visitas, a finales de 2021, bajo el entonces Gobierno bicéfalo de Naftalí Bennet y Yair Lapid, nos dejó bastante preocupados, tengo que decirlo, que en todas las presentaciones de los altos mandos operativos el primer punto a tratar en el terreno de las amenazas fuera el cambio climático. Y no se trataba sólo de la escasez de agua y su impacto en las rivalidades de la región. Era todo un despliegue de ecologismo importado desde las grandes cumbres climáticas, Davos y las instituciones americanas.

En aras a la verdad, también tengo que decir que la segunda gran preocupación de los mandos militares era la nueva era de competición estratégica entre las grandes potencias y su posible impacto en la zona. Algo premonitorio, teniendo en cuenta que en menos de tres meses se produciría la invasión rusa de Ucrania y la paulatina creación de los dos bloques beligerantes, uno en torno a Washington y el otro en apoyo de Putin.

Y, ciertamente, este ataque-invasión de Hamás puede perfectamente explicarse recurriendo a esa competición entre las grandes potencias. Al fin y al cabo, la seguridad de la región y la de Israel siempre han estado influidas por actores e intereses foráneos. No sé si la mano de Putin está detrás de la osadía de los líderes de Hamás, pero desde luego el Kremlin es uno de los grandes beneficiarios de una guerra entre Israel y Gaza. Como bien sabemos, las guerras son sumamente voraces de munición y sistemas de armas. Hasta tal punto que buena parte de los stocks americanos preposicionados en Israel para el caso de un conflicto abierto han sido sacados de allí en el último año para ser enviados como ayuda americana a Ucrania. Si Netanyahu de verdad actúa como el dirigente de un país en guerra, esos stocks de munición tendrán que ser repuestos en las próximas semanas o meses, por lo que la ayuda a Ucrania se resentiría. Putin sólo puede aplaudir, por lo tanto.

Israel tiene derecho a ser un país normal, como cualquier otro; pero no puede permitirse creerse que lo puede ser rodeado de unos bárbaros cuyo último fin es echar a todos los judíos al mar. Triste e injusto, pero no menos verdad por eso. Una equivocación en España o Francia conlleva costes, sin duda, pero un error de Israel puede llevarle a la extinción. La mentalidad woke es suicida para Occidente, pero para Israel es un peligro inminente. Y se es tan woke creyendo a pie juntillas que Hamás puede ser domesticado mediante el estómago como creyendo que a Irán se le puede contener en la periferia israelí, o que los americanos siempre van a estar ahí, en defensa de Israel. Y para qué hablar de pensar que el cambio climático debe ser la preocupación número uno.

Regionalmente, quien mejor sale parado de momento es Irán. Tras la serie de miniacuerdos con la Administración Biden, por los que ha recibido ya al menos 6.000 millones de dólares a cambio de liberar unos pocos ciudadanos americanos encarcelados en Irán, vuelve a tener fondos suficientes para incendiar todo el Levante.

Pero hay más, dentro de esta competición entre las grandes potencias, no podemos obviar la creciente colaboración entre Teherán y Moscú, tal y como se ha visto en la ayuda militar contra Ucrania (drones y obuses pesados, que se sepa), ni las relaciones estratégicas entre Irán y China.

Quienes pensaban que la normalización entre los países árabes del Golfo e Israel, sobre todo con lo que iba a ser el inminente reconocimiento del Estado judío por parte de Arabia Saudí, iba a producirse sin un alto precio se equivocaban. Es más que probable que esta ofensiva de Hamás tenga entre sus objetivos hacer descarrilar la diplomacia que estaba sentando las bases de un nuevo impulso a los Acuerdos de Abraham. En los últimos días, tres ministros del Gobierno de Jerusalén habían visitado Riad como preludio de la apertura formal de relaciones. Ese escenario que se pensaba tan próximo puede verse ahora en entredicho, en medio de un escenario bélico en el que la comunidad internacional pronto acusará a Israel de atrocidades que no cometerá y se olvidará de denunciar las violaciones de todo tipo perpetradas por los terroristas de Hamas.

Y sin embargo, en mis dos últimas visitas a Israel con colegas del High Level Military Group, justo antes del verano, la idea más extendida en los círculos de seguridad era que la relación con Hamás podía estabilizarse gracias a incentivos económicos, por un lado, y a las lecciones que habrían aprendido los jefes del grupo terrorista tras su último ataque (2021), donde Israel acabó amenazando la vida de algunos de ellos, por otro. Cerca de 30.000 palestinos de Gaza fueron admitidos en Israel para trabajar en los últimos meses, ya que se creía que esa era una medida que sólo podía afianzar la estabilidad en la relación entre Gaza e Israel. Olvidando algo que Yaser Arafat nos dejó claro durante toda su vida: los líderes palestinos piensan siempre en Palestina, pero nunca en los palestinos. A los dirigentes de Hamás, el bienestar de los suyos no les preocupa lo más mínimo. 

Leer la realidad estratégica en un mundo tan fluido es un reto, lo reconozco. Máxime, en un ambiente de polarización política del que Israel tampoco se libra. Mi buen amigo el coronel Richard Kemp y yo escribimos un artículo allá por el mes de febrero, tras comprobar el grado de animadversión, casi enfermizo, de la oposición hacia actual Gobierno de coalición, utilizando la reforma judicial propuesta por el Ejecutivo como ariete para deslegitimarlo. Llamamientos a la insurrección como los del ex primer ministro Ehud Barak, o el rechazo de reservistas a incorporarse a sus unidades, nos parecían altamente peligrosos porque podían llevar a creer a los enemigos de Israel que su división interna les volvía más débiles. 

Incitar a la Administración Biden a castigar con el ostracismo al primer ministro Netanyahu tampoco nos parecía que sirviera a los propósitos de un Israel próspero, libre y seguro. Porque el team Biden necesitaba pocos incentivos –o ninguno– para torpedear todo lo bueno logrado por Washington y Jerusalén en los años de Donald Trump. Los Estados Unidos recuperaron la vieja política de regar con millones a los palestinos, independientemente de que gran parte de ese dinero acabase convertido en sueldos para terroristas; así como la tradicional equidistancia de Obama entre Israel y Hezbolá, forzando acuerdos fronterizos en detrimento de los intereses de Israel; y, sobre todo, abrazaron y loaron de nuevo las bondades de un entendimiento con Irán acerca de su programa nuclear. La cosa sería de chiste si no hubiera sido, como se ha podido saber gracias al nuevo X de Elon Musk, que el enviado especial de la Casa Blanca y negociador con Irán fue despojado de sus acreditaciones de seguridad a finales de abril y despedido de su puesto tras sospechar que habría pasado documentación secreta a sus contactos iraníes. De hecho, el Congreso americano está investigando una posible infiltración de la inteligencia iraní en la misma Casa Blanca en estos momentos.

¿Qué pueden interpretar los dirigentes iraníes de un Joe Biden que huye precipitadamente de Afganistán, que no quiere mancharse directamente las manos en Ucrania, que está dispuesto a darles miles de millones a cambio de… nada que les contenga? ¿Cómo es posible que los típicos Kalashnikov a los que nos tienen acostumbrados los terroristas islámicos hayan sido sustituidos en este ataque por M4 americanos? Esos miles de M4 que Biden dejó a los talibanes en su huida. Aún peor: ¿cómo es posible que todo esto se haya desdeñado por parte de la inteligencia israelí? ¿Cómo es posible que las unidades militares hayan sido cogidas en tan bajo estado de preparación? ¿No es Gaza la zona del mundo más penetrada por los servicios de inteligencia civil y militar?

La izquierda israelí ya está responsabilizando al primer ministro Netanyahu por esta catástrofe. Le culpan de haber llevado tropas a Cisjordania no porque la situación haya se haya deteriorado sustancialmente (y sólo hay que mirar a Jenin, por ejemplo), sino para satisfacer la seguridad de los partidos religiosos en su Gobierno. Lo dije hace meses y lo repito ahora: la izquierda ha enloquecido en todo el mundo occidental, pero en Israel se ha vuelto mortalmente peligrosa. Si creen que echando a Bibi Netanyahu del poder se resolverán todos sus problemas, están más que equivocados.

Es triste y dramático pero también irónico que muchas de las víctimas y secuestrados por Hamás fueran jóvenes que estaban asistiendo a un concierto en pro de la paz, a pocos kilómetros de Gaza. Quienes creyeron que por hablar de paz estarían seguros a escasos metros de Hamás se equivocaron de la manera más trágica.

Israel tiene derecho a ser un país normal, como cualquier otro; pero no puede permitirse creerse que lo puede ser rodeado de unos bárbaros cuyo último fin es echar a todos los judíos al mar. Triste e injusto, pero no menos verdad por eso. Una equivocación en España o Francia conlleva costes, sin duda, pero un error de Israel puede llevarle a la extinción. La mentalidad woke es suicida para Occidente, pero para Israel es un peligro inminente. Y se es tan woke creyendo a pie juntillas que Hamás puede ser domesticado mediante el estómago como creyendo que a Irán se le puede contener en la periferia israelí, o que los americanos siempre van a estar ahí, en defensa de Israel. Y para qué hablar de pensar que el cambio climático debe ser la preocupación número uno. 

Israel no sólo tiene que reponerse de esta nueva agresión. Debe despertar y volver a reconocer la realidad hostil en la que se encuentra. Es su futuro lo que está en juego.