¿Dejará Biden que un dictador caribeño se burle de él?

El balance es vergonzoso: la Casa Blanca le levantó las sanciones y Maduro, en cambio, no solo no ha cedido un milímetro en cuanto a lo acordado, sino que ha acentuado su naturaleza represiva.

El Gobierno de Joe Biden heredó del expresidente Trump un andamiaje de presión bastante robusto frente a la tiranía de Nicolás Maduro en Venezuela. En particular, a propósito de la represión, las violaciones de derechos humanos y los cargos de narcotráfico, el expresidente Trump le aplicó al régimen chavista una serie de sanciones bastante duras.

La Casa Blanca de Biden no mantuvo la política de presión y, en cambio, ha asomado su voluntad de retomar algunas relaciones, sobre todo comerciales. La guerra en Europa oriental y, más recientemente, la de Medio Oriente, funcionaba como carga para inclinar la balanza hacia la posibilidad del levantamiento de sanciones petroleras, amén de eventualmente convertir a Venezuela, otra vez, en un proveedor importante para Estados Unidos.

Para encubrir la voluntad de dar licencias a compañías americanas en Venezuela, la Casa Blanca de Biden se comprometió en dos procesos de negociación paralelos: los Acuerdos de Barbados y los de Doha. Estos consideraban, según lo que se sabe hasta el momento, que el régimen de Nicolás Maduro empezaría un proceso de apertura democrática a cambio de que Biden aligere la presión, devuelva activos chavistas y le aplane el camino a Maduro para que eventualmente se reinserte a la comunidad internacional.

El acuerdo de Barbados, firmado en octubre del año pasado, permitió que, finalmente, Maduro consiguiera lo que por años llevaba buscando: el levantamiento de las sanciones petroleras. Muestra de la inquietud, es que desde la imposición de las sanciones el régimen empezó una intensísima campaña internacional a favor del "desbloqueo" y, en cada episodio de negociaciones las sanciones era un condicionante.

Biden repartió las licencias amén de que Maduro dejara que la líder opositora, María Corina Machado, fuera aclamada en un proceso de primarias internas y, luego, pudiera participar en unas elecciones presidenciales que contara con garantías mínima de transparencia. Aunque las primarias ocurrieron —con cierto saboteo, eso sí— el resto es incierto.

Había pasado poco más de un mes cuando la tiranía de Maduro ordenaba la captura de varios miembros claves del equipo de María Corina Machado. También, detuvo a otros activistas y arreció la persecución, el acoso y las amenazas. Entonces, a principios de diciembre del año pasado, el Gobierno de Biden no hizo mucho más que publicar un comunicado de condena.

A las semanas, todo quedó claro: Biden estaba devolviendo a Maduro a su testaferro y ficha más valiosa, Alex Saab, a cambio de la liberación de algunos presos políticos y el levantamiento de varias órdenes de captura. Bajo la estrategia de la puerta giratoria, en la que Maduro secuestra a disidentes para convertirlos en ficha de intercambio, logró recuperar a Alex Saab que, junto a las sanciones, su regreso a Venezuela se había convertido en la gran causa del chavismo.

Con respecto a María Corina Machado, no había habido ningún avance. Su inhabilitación se mantuvo hasta que este 26 de enero el régimen de Nicolás Maduro ratificó que la líder opositora no podía participar en algún proceso electoral. Y, justo esa semana, el chavismo secuestró a otros miembros del equipo de Machado.

El balance es vergonzoso: Joe Biden le levantó las sanciones y Maduro, en cambio, no solo no ha cedido un milímetro en cuanto a lo acordado, sino que ha acentuado su naturaleza represiva.

Con el anuncio de la inhabilitación ratificada de Machado, varios representantes y senadores republicanos, entre ellos Rick Scott, Marco Rubio y María Elvira Salazar, empezaron a exigir a Biden que lo que corresponde es la reimposición de sanciones a Maduro, por no haber cumplido su palabra.

Y, ciertamente, no hay de otra. Joe Biden no solo debe volver a imponer sanciones al régimen de Nicolás Maduro, sino que debe recrudecerlas si no hay muestra desde Miraflores de ceder. Al final, aunque Machado tenga la disposición de empeñar su vida en la titánica tarea de enfrentar a Maduro desde Caracas, depende del respaldo de Estados Unidos para que sus pasos realmente se sientan. Por lo tanto, Biden podría jugar un papel clave, pero depende de que no esté dispuesto a permitir que un limitado dictador caribeño se burle de él.

No obstante, dado el desempeño de Biden en otras arenas del mundo, la realidad no es alentadora. Si por algo se ha caracterizado la Presidencia de Biden, es por encoger la autoridad de Estados Unidos en el mundo. Ojalá en Venezuela vea una oportunidad para demostrar un poco de carácter.