Ronald Reagan y el último intento certero de asesinar al presidente de los Estados Unidos

El 30 de marzo de 1981, el entonces mandatario salía del Hotel Hilton cuando John Hinckley Jr. le disparó a quemarropa y casi termina con su vida.

Este 30 de marzo se cumple un nuevo aniversario del último intento real y concreto de algo que en su momento parecía ser costumbre, asesinar al presidente de los Estados Unidos. Desde 1789, cuatro mandatarios fueron abatidos en funciones: Abraham Lincoln (1865), James Garfield (1881), William McKinley (1901) y John Kennedy 1963). En aquella oportunidad, hubo un nombre que estuvo muy cerca de entrar en esa lista: el de Ronald Reagan.

En esa fecha de 1981, quien había asumido su cargo más de dos meses antes salió de dar un discurso en el Hotel Hilton de Washington D. C., saludó a sus seguidores y se dirigió al auto para retomar su itinerario. Sin embargo, su camino se vio interrumpido por varios disparos efectuados por John Hinckley Jr. A pesar de que el Servicio Secreto intentó protegerlo, una de las balas calibre 22 rebotó en el auto e ingresó debajo de la axila izquierda del republicano.

Años después, se supo que Hinckley se había camuflado entre un grupo de admiradores que el Servicio Secreto dejó erróneamente acercarse a menos de 4,6 metros del “líder del mundo libre”, sin examinación previa. Como consecuencia, el agente Timothy McCarthy, el policía Thomas Delahanty y el secretario de prensa, James Brady, sufrieron heridas de bala. El primero se interpuso entre las balas y su jefe, recibiendo seis de ellas, y el último sufrió daño permanente.

Al borde de la muerte, pero con sentido del humor

Ya dentro del vehículo, Reagan comenzó a toser sangre brillante y algo espumosa, por lo que fue inmediatamente trasladado al Hospital de la Universidad George Washington. Según confesó luego, el agresor pensó que dicha acción iba a impresionar a la actriz Jodie Foster, lo cual, por supuesto, lejos estuvo de ocurrir.

Una vez en el centro de salud, el diagnóstico no fue muy prometedor. The Gipper tenía una costilla rota, el pulmón izquierdo perforado y una grave hemorragia interna. Al examinarlo, un médico le cortó el traje hecho a medida que tenía un valor estimado de mil dólares, lo que le valió un irónico reproche del jefe de Estado.

Si bien este cuadro requirió cirugía, no le quitó al presidente su característico sentido del humor, ya que antes de ser intervenido les dijo a los doctores lo siguiente: “Espero que sean todos republicanos”. Entre risas, uno de ellos respondió, “hoy, señor presidente, somos todos republicanos”.

Una infección poco conocida que pudo haber sido más letal que el disparo

Aunque su presión arterial era tan alta que tuvieron que tratarlo con fluidos intravenosos, oxígeno, toxoide tetánico y tubos torácicos, el rápido accionar de los médicos logró salvar la vida del presidente. Otro de los factores que ayudó a mantenerlo en el mundo de los vivos fue la excelente condición física de la que gozaba Reagan, dado que un hombre promedio de su edad podría haber no resistido la intervención.

Horas después, permitieron que la primera dama, Nancy Reagan, pudiese visitar al hombre con el que se casó en 1952. Cuando llegó a su habitación, se encontró con un Ronald de buen humor, quien le dijo “cariño, olvidé agacharme”. Esta sutil broma desencadenó primero un golpe por parte de su esposa y luego en un reconfortante abrazo.

Aunque pocas cosas pueden sonar más devastadoras que recibir un disparo, Reagan estuvo más cerca de la muerte por una infección relacionada con el disparo. Según reveló James Baker en ‘Work hard, study, and keep out of politics!’, “algo que no tuvo mucha prensa fue la infección posoperatoria del presidente”. “Era grave, francamente, y podríamos haber estado más cerca de perderlo por la infección que por el tiroteo en sí”, escribió.

La otra cara de dos aguerridos rivales políticos

El Comandante en Jefe debió permanecer 12 días internado antes de poder volver a trabajar. Durante ese tiempo, cualquiera que no fuera Nancy, sus hijos o algún funcionario del gabinete, tenía terminantemente prohibido ingresar a verlo. Para muestra un botón, Max Friedersdorf, jefe de relaciones con el Congreso, montaba guardia junto a su cama para espantar a la gente.

Para su sorpresa, hubo una noche en la que una reconocida cabellera canosa se acercó al hospital y exigió ver al presidente. Se trataba de Thomas Tip O’Neill, presidente de la Cámara de Representantes, quien lideró la oposición a Reagan previo a que este asumiera y luego durante su mandato. Fue necesaria la intervención de Baker para que O’Neill pudiese entrar a ver al presidente.

Lejos de lo que se podía esperar de dos aguerridos adversarios políticos, vivieron un momento muy íntimo que dejó la política completamente de lado. “Fue bastante conmovedor. Tip se arrodilló junto a la cama y dijo una oración por el presidente, le tomó la mano, lo besó y dijeron una oración juntos, el salmo de ‘caminar junto a aguas tranquilas’”, recordó Friedersdorf en una entrevista.

“Nunca hablaban mucho, pero lo escuché decir: ‘Dios lo bendiga, señor presidente. Todos estamos orando por usted’. El presidente, que obviamente estaba sedado, dijo: ‘Le agradezco que haya venido, Tip’. El vocero se sentó junto a su cama y sostuvo su mano durante mucho tiempo”, añadió.

Borrón y cuenta nueva

Efectivamente, una vez cumplido el periodo de internación, Ronald Reagan abandonó la clínica y volvió a trabajar. Su salud mejoró rápidamente y dos semanas después habló frente al Congreso, donde agradeció por los mensajes de afecto que recibió. Incluso se animó a leer una carta que le envió Peter Sweeney, un niño de 7 años. “Señor presidente, espero que se recupere pronto, porque si no va a tener que dar un discurso en pijama”.

Según Paul Kengor, autor del libro ‘The Pope and the President’, este último creía que una de las razones por las cuales había sobrevivido era que Dios tenía reservado un propósito mayor para él. De acuerdo con el autor, este no era otro que derrotar al comunismo, o, en palabras de Reagan, “al imperio del mal”.

A la postre, el jefe de Estado pudo concluir su mandato, ganar un segundo e incluso darse el lujo de bromear acerca de la situación. En mayo de 1987, mientras daba un discurso en Berlín Occidental, un globo explotó asemejando un sonido de bala. Reagan se detuvo por un momento y festejó: “fallaste”.

Tal y como se adelantó al principio, este fue el último intento concreto y casi exitoso de abatir al “líder del mundo libre”. El hecho de que desde entonces se hayan multiplicado los protocolos de seguridad quizás tenga algo que ver, pero lo cierto es que Bush padre, Clinton, Bush hijo, Obama, Trump y Biden no recibieron ningún disparo.