Haití: la nación de los tiranos, el vudú, los desastres naturales y los nefastos aliados internacionales
La historia de cómo esta pequeña nación caribeña se sumió en la miseria es extensa y va más allá de un terrible terremoto en 2010 o un magnicidio en 2021.
En las últimas semanas Haití volvió a ser noticia global, como en 2021, cuando la nación se vio sacudida por el magnicidio del expresidente Jovenel Moïse; o como en 2010, cuando un terrible terremoto de 7 puntos de magnitud destruyó a prácticamente toda ciudad importante de la isla, impactando especialmente la capital Puerto Príncipe.
El saldo de aquella tragedia posicionó a dicha catástrofe como una de las peores de la humanidad: cerca de 200,000 muertos, 350,000 heridos y más de 1,5 millones desplazados sin hogar.
Esta vez, sin embargo, Haití no ocupó las portadas del mundo por un desastre natural histórico o un presidente asesinado, sino por una rebelión armada encabezada por las sanguinarias pandillas locales que controlan entre el 80 y 90 por ciento de Puerto Príncipe. Una nueva crisis de violencia que generó la renuncia del primer ministro de Haití, Ariel Henry, ahora en el exilio.
El que lideró esta revolución criminal no es otro que el temible Jimmy Cherizier, alias "Barbecue", un expolicía devenido en líder pandillero acusado por Naciones Unidas y Estados Unidos de orquestar ataques mortales contra civiles. Ahora “Barbecue”, quien encabeza el grupo armado “Familia G9”, se presenta como el liberador de los haitianos, luego de lograr el derrocamiento en el exilio de Henry, a quien le juró su destino tras el asesinato de Moïse en 2021.
En aquel entonces, el líder pandillero, muy cercano a Moïse, afirmó: “Hemos elegido tomar nuestro destino en nuestras propias manos. La batalla que estamos librando no solo derrocará al Gobierno de Ariel. Es una batalla que cambiará todo el sistema”.
¿Pero cómo es que Haití se convirtió en un Estado fallido sin mandatario y dominado por las pandillas?
Es un camino realmente extenso, pero donde todos los detalles cuentan.
Una independencia lastrada por nefastos factores foráneos
La familia Clinton y las ONG internacionales no fueron los únicos “aliados” que lastraron a Haití desde el 2010 en adelante a través de multimillonarias ayudas internacionales fallidas que en absoluto ayudaron al país a atravesar el terremoto de ese año.
La historia de esta nación caribeña, descubierta por el mismísimo Cristóbal Colón, remarca que los “amigos” de Haití siempre fueron perjudiciales para el desarrollo de este pequeño país, que no siempre fue miserable.
Los españoles describían a Haití como un paraíso por su agradable clima, su riqueza agrícola, sus extensos bosques y su productividad. Sin embargo, la llegada de los europeos generó enfermedades entre los nativos, que al cabo de los años terminaron muriendo y siendo reemplazados por mano de obra esclava traída del África. En esos años, Haití, la joya del Caribe, fue reconocido por sus vastos recursos, aunque eran explotados por potencias foráneas.
En 1804, tras décadas de colonización, Haití fue independizada y fundada bajo la denominación primera república negra del mundo. Un proceso de independización bélico brutal que se dio con éxito a la par de la Revolución Francesa.
La revolución haitiana, que inició en 1791, precediendo al resto de guerras independentistas de Hispanoamérica, fue donde se manifestó el intenso odio que los esclavos negros generaron contra sus amos blancos por décadas de opresión. La guerra, que duró trece años, y tuvo muchas fases complejas donde intervinieron diferentes potencias y clases sociales de la época, culminó con el triunfo del líder revolucionario Jean-Jacques Dessalines, quien proclamó la independencia de Haití el 1 de enero de 1804, convirtiéndose de esa forma en su primer gobernante.
Dessalines, quien ascendió a general al servicio del gobernador general Toussaint Louverture, el líder político y militar más importante de la revolución haitiana, fue el hombre que se encargó de ordenar la limpieza étnica de criollos blancos en Haití. Fue una de sus primeras medidas y se estima que murieron masacradas entre 3.000 y 5.000 personas, dejando al país prácticamente sin blancos.
Pero en Puerto Príncipe se suele decir que esta gran victoria independentista para Haití, en realidad, fue el principio de siglos de deuda, subdesarrollo y, en última instancia, miseria.
Francia, aprovechándose que el orden mundial temía que el proceso de independencia de Haití se podía convertir en un faro antiesclavista para las colonias de otras potencias, orquestó un movimiento geopolítico que condenaría a Haití al subdesarrollo.
De acuerdo con un reportaje de la BBC, para lograr algo de reconocimiento ante la comunidad internacional, el entonces presidente haitiano Jean-Pierre Boyer firmó en 1825 un acuerdo con el país galo que lastraría a su nación por más de un siglo: la Real Ordenanza de Carlos X.
El pacto, promovido por el imperio francés que todavía amenazaba con recuperar su antigua colonia, le prometía a Haití reconocimiento diplomático a un precio altísimo: la nación caribeña se comprometía a un arancel del 50 % de reducción a las importaciones francesas y una indemnización de 150.000.000 francos en oro para compensar a los excolonos por las propiedades que habían perdido.
De acuerdo con un artículo de The Times, la primera cuota de estas indemnizaciones era seis veces el PIB total del país, por lo Haití tuvo que pedir préstamos a los bancos franceses, primero, para pagar la deuda. Esta situación llevó a la nación caribeña a un endeudamiento sinfín, que se prolongó con préstamos a entidades financieras alemanas y estadounidenses.
“El país tuvo que soportar la enorme carga de la deuda hasta 1947. El año pasado, una investigación de The New York Times calculó que el verdadero coste de las reparaciones pagadas ascendía a 21,000 millones de dólares, más que la economía del país en 2023. Una investigación de la Facultad de Derecho de la Universidad de Carolina del Norte ha calculado que, sin la deuda, la economía de Haití podría ser ahora seis veces mayor, lo que la situaría al mismo nivel que su vecina República Dominicana, mucho más próspera”, se lee en The Times.
Las consecuencias de estas deudas fueron profundas. Carolyn Fick, experta en Haití en la Universidad de Concordia, en Canadá, relata a la BBC que el pago de las indemnizaciones paralizó “literalmente la capacidad de los haitianos para invertir en infraestructura, educación pública y el funcionamiento general de los servicios gubernamentales”.
Es decir, la independencia le salió extremadamente cara a Haití, que durante todo el siglo XIX vio como la agitación política y social jamás le permitió generar estabilidad, con más de 20 dictadores que entraron y salieron del poder sin lograr un orden establecido para las generaciones futuras.
De hecho, Haití empezó a ganarse la fama de ser una nación tremendamente incivilizada, donde el canibalismo, los sacrificios humanos y peligrosos ritos místicos eran, según reportes, pan de cada día.
Entrando el siglo XX, Francia dejó de ser el principal “aliado” (si cabe el término) de Haití y Estados Unidos entró en el tablero para salvaguardar los intereses de las corporaciones americanas que tenían fichas metidas en el país caribeño, según arguyó el propio presidente demócrata Woodrow Wilson en su momento.
Viendo que Haití tenía muy cuesta arriba honrar sus deudas con las entidades financieras americanas, Estados Unidos ocupó la nación caribeña desde 1915 hasta 1934, en una de las ocupaciones militares más largas de la historia del país.
La invasión, que fue vendida como “civilizadora” por parte del Departamento de Estado, y también como una forma de evitar una potencial invasión alemana (un rival de la época), en realidad ocurrió bajo fuertes presiones de Wall Street en general y el National City Bank en particular, la entidad que después se convirtió en Citigroup.
“Bajo la fuerte presión del National City Bank, predecesor del Citigroup, los estadounidenses hicieron a un lado a los franceses y se convirtieron en la potencia dominante en Haití durante las siguientes décadas”, se lee en las páginas del diario The New York Times, que citó informes de funcionarios estadounidenses. “Estados Unidos disolvió el parlamento de Haití a la fuerza, mató a miles de personas, controló sus finanzas durante más de 30 años, envió una gran parte de sus ganancias a banqueros de Nueva York y dejó a un país tan pobre que los agricultores que ayudaron a generar los beneficios a menudo vivían con una dieta ‘cercana al nivel de inanición’, según determinaron funcionarios de las Naciones Unidas en 1949, poco después de que los estadounidenses soltaran las riendas”.
Los historiadores aun debaten el legado de la invasión estadounidense y cómo moldeó la situación sociopolítica de Haití para las décadas posteriores. En defensa de la ocupación, a pesar de los atropellos denunciados, bajo la guardia de Estados Unidos el país caribeño mejoró su infraestructura y administración con ganancias tangibles: hospitales, unos 1300 kilómetros de carreteras y una administración pública más eficiente.
Sin embargo, ¿de qué sirvieron estos avances en términos históricos? La respuesta es clara: de muy poco.
El ascenso del brutal 'Papa Doc', el tirano de Haití
Desde la colonia, Haití está íntimamente ligado culturalmente al vudú. Pero no fue hasta la segunda mitad del siglo XX, bajo el régimen de François Duvalier, que el vudú se convirtió en un método efectivo para implantar el terror social desde el Estado.
También conocido como Papa Doc, Duvalier es, quizás, el hombre que más influyó en las décadas de miseria a las que fue sometida Haití hasta el presente.
Duvalier fue un tirano fascista, en toda la dimensión de la palabra. Llevó adelante una gran represión contra la disidencia, que incluyó desde métodos de torturas temibles hasta ejecuciones públicas contra conspiradores. La primera, hace 66 años, el 28 de julio de 1958, cuando cinco mercenarios estadounidenses apoyados por oficiales del Ejército haitiano intentaron derrocar al entonces presidente electo que apenas llevaba unos doce meses en el poder.
El golpe de Estado fracasó y, desde entonces, Duvalier aplicó mano de hierro utilizando un aura mística a través del vudú para generar adeptos mediante el miedo.
Cuenta la historia que Duvalier, descendiente de una familia de agricultores, desde pequeño demostró grandes dotes de inteligencia y capacidad de manipulación. Su capacidad académica lo llevó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Haití y la entrega del por entonces joven médico en su lucha contra el tifus, el paludismo, la malaria y otras enfermedades hizo que empezara a ganar popularidad entre la gente humilde, que empezaron a llamarlo Papa Doc.
Sus años como médico lo llevaron a ejercer el cargo de director general de Sanidad y en 1949 asumiría el Ministerio de Sanidad y Trabajo. Finalmente, en 1957, en medio de mucha convulsión política, llega a la Presidencia en la única elección que ganaría sin fraude gracias a una campaña demagoga donde apeló a la grieta entre afro haitianos (clase social más baja) y mulatos (élite).
Si bien en sus primeros meses demostró serenidad apegándose a sus promesas de campaña de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos menos favorecidos, el primer atentado en su contra marcó un antes y un después. Duvalier, quien ya guardaba fama de utilizar prácticas de medicina no convencionales relacionadas al vudú, empezó a generar un culto a la personalidad místico.
Se aferró al vudú para generar más popularidad entre los afros haitianos y llegó a decir que era un hougan, el equivalente a un sacerdote vudú. Asimismo, creó una imagen pública donde imitaba al espíritu del “Barón Samedi” (deidad de la muerte y los cementerios en el panteón vudú), usando gafas de sol e impostado suavemente la voz con tono nasal.
Por supuesto, Duvalier logró su objetivo: que los haitianos le temieran.
Y es que su delirio místico fue tan grande que, incluso, Papa Doc se atribuyó la muerte de John F. Kennedy a través de un hechizo vudú lanzado luego de que el líder demócrata decidiera durante la Guerra Fría no apoyar al dictador y financiar a la disidencia de Haití.
Pero más allá del vudú cómo método de control social, Duvalier, luego de atentados contra él e intentos de secuestro contra sus hijos, creó una fuerza represora alterna al Ejército y la Policía que fue conocida como los “tontons macoutes”, integrada por criminales despiadados sin formación que sirvieron para amedrantar, perseguir, torturar y eliminar a la disidencia.
“Imbuidas de las creencias del vudú, estas milicias actuaban convencidas de su misión superior”, se lee en un perfil del diario La Vanguardia sobre el temible Duvalier, quien se eternizó en el poder, instaurando una suerte de monarquía familiar.
Solo la diabetes pudo lograr que este cruento tirano soltara el poder en 1971.
Su legado fue sangriento. Se estima que, bajo su régimen, 30,000 personas fueron asesinadas. Murieron civiles, militares y oponentes políticos. Nadie estaba a salvo bajo el yugo de Papa Doc, quien bajo la Constitución que él mismo diseñó, dejo en el poder a su hijo, Baby Doc, que asumió el cargo de presidente vitalicio con 19 años.
El hijo de Duvalier, de quien se dice era un estudiante deficiente poco interesado por la política, no solo heredó el cargo que le dejó su padre, sino también sus formas, ya que Haití siguió siendo una tiranía por quince años más, hasta que Baby Doc fue derrocado por el golpe militar del general Henri Namphy.
Baby Doc terminó exiliado en Francia, llevándose consigo una fortuna estimada en $1,200 millones, una cifra que superaba en aquel entonces la deuda externa de Haití.
Ese año, luego de que su hijo fuera derrocado, el cuerpo de François Duvalier fue desenterrado por una multitud furiosa. La cripta del tirano quedó destrozada y sus restos fueron apaleados en un ritual aparentemente vudú.
La dictadura de los Duvalier fue absolutamente decadente. No solo fue un régimen de terror, sino también empobrecedor y corrupto. Cuando Papa Doc murió, Haití seguía siendo el país más pobre de la región, el peor calificado en índices de alfabetismo y tenía uno de los peores sistemas sanitarios del continente. Todas sus promesas fueron olvidades y su legado significó décadas de atraso para un país que ya había perdido siglo pagando sus deudas foráneas.
Una era “democrática” convulsa
Con la salida del poder de los Duvalier muchos pensaron que, quizás, era el momento de que Haití resurgiera entre sus cenizas. No obstante, la era democrática después del 86 estuvo lejos de funcionar.
Si bien Haití alcanzó, por momentos, estabilidad política, el fracaso económico, los golpes de Estado, la represión política y la corrupción siguieron; condenando a Haití al eterno subdesarrollo.
En estas casi cuatro décadas, Haití no solo repitió viejos vicios del pasado, sino que vio cómo las sanguinarias pandillas tomaron el poder de facto en medio de desastres naturales, crisis humanitarias y un país absolutamente arrasado donde la vida tiene un bajo valor.
De acuerdo con Naciones Unidas, en 2023 el número de homicidios denunciados en el país aumentó un 119,4 % en relación con el 2022. Ese año hubo 4.789 asesinados, entre ellas 465 mujeres, 93 niños y 48 niñas. Es decir, solo en 2023, 8.081 personas fueron víctimas de la violencia de las pandillas, según los datos de la ONU.
Quizás Papa Doc, uno de los hombres que más contribuyó a la miseria de Haití, tenía razón cuando en tono frívolo dijo: “Los haitianos están destinados a sufrir”.