Queridos estadounidenses: no sean argentinos
Nosotros ya estamos aplastados; no sigan nuestro camino.
Cuidado, queridos habitantes de Estados Unidos. Cuidado. Los índices de inflación en su país están alcanzando niveles históricos y hay que estar alerta, no hay que dormirse en los laureles. ¿Quién soy yo para asustarlos? Pues, ya saben, vivo en Argentina, que en lo que a inflación y crisis económicas se refiere es potencia mundial. Ustedes no pueden competir con nosotros; los superamos ampliamente. A pesar de que la inflación en Estados Unidos ha estado alcanzando índices históricos, créanme, es un paseo por el bosque, mientras que el nuestro es un paseo por un pantano contaminado y plagado de cocodrilos hambrientos. Este año se superará el 70% (es difícil saber cuál será el techo) y el fantasma de la hiperinflación, la híper, merodea, otra vez, por estas tierras. La última fue en 1989, pero bueno, podría suceder nuevamente.
¿Qué pasa en una híper? Bueno, algo parecido a lo que sucede hoy en el país. Los precios aumentan tanto y tan rápidamente que inmediatamente después de cobrar el salario la gente sale desesperada a abastecerse y a comprar dólares (protéjanlos), criptomonedas, plata, oro, lo que sea. Cualquier cosa vale para desprenderse de los pesos, que se deprecian a gran velocidad, algo así como un cubo de hielo bajo el fuerte sol caribeño. De hecho, en estos momentos, los argentinos que residen en el norte del país, cerca de la frontera con Bolivia, incluso ahorran en bolivianos. A este ritmo, cuando menos nos demos cuenta, un rollo de papel higiénico costará más que el billete de mayor denominación (1.000 pesos, unos 2,9 dólares). ¿Quieren una representación gráfica? Pulsen aquí. La última depreciación del peso viene sucediendo desde hace más de dos décadas, pero tras la renuncia del ministro de Economía, a principios de mes, la desconfianza en el país y en su moneda se agudizó, por lo que la depreciación alcanzó una velocidad vertiginosa.
Cuídense, amigos. Los altos índices de inflación, o incluso una híper, no suceden de un día para el otro. He estado escuchando declaraciones de algunos de sus políticos y periodistas, quienes responsabilizan a los empresarios por los aumentos de precios; esas campanas son las que se suelen oír por estos lares, y mientras aquí la clase política –especialmente el oficialismo kirchnerista, los medios adictos y la extrema izquierda delirante– sigue culpando al campo, a los empresarios, a los periodistas independientes y hasta a los diablos; a todos menos a la desenfrenada emisión monetaria. Los precios continúan aumentando y las empresas abandonando el país, casi al mismo ritmo que se incrementa la ya altísima pobreza.
En Argentina la locura es total. De hecho, si uno quiere comprar dólares para desprenderse de los papeles de colores que emite el Banco Central, algo así como los billetes del Monopoly, suele recurrir a las llamadas cuevas (casas de cambio ilegales) para poder hacerse con ellos, pues, si bien siguen depreciándose, representan un gran refugio para todos. En las cuevas es donde se consiguen dólares, de manera ilegal, al precio de mercado (337 pesos en el momento en que se están escribiendo estas líneas) sin necesidad de dejar los datos personales y sin máximos, algo muy importante, ya que en Argentina rige una fuerte restricción –llamada vulgarmente cepo– a la compra de moneda extranjera al precio oficial (determinado arbitrariamente por el Gobierno y significativamente menor que el de mercado), que hoy está en 136 dólares. Es más, ahora culpan por la falta de dólares a los turistas que viajan al exterior o a los extranjeros que cambian dólares en el mercado ilegal (es decir, que usan el sentido común). Estos disparates que expresa el Gobierno sólo muestran su desesperación.
El delirio no termina ahí, ya que en Argentina, donde vive una población acostumbrada a barbaridades que en una nación más o menos seria no pueden ni imaginarse, hay más de diez tipos de cambio para comprar dólares. Algo absolutamente normal para los argentinos.
Cuídense. No se dejen estar. Ante la menor señal, hagan sonar todas las sirenas y que no paren de sonar hasta que los políticos traten de alejarse lo más que puedan de las políticas argentinas. El año pasado, el presidente argentino rebautizó a Joe Biden como “Juan Domingo Biden” (en referencia al expresidente argentino Juan Domingo Perón) para celebrar la visión social de su presidente. ¡Peligro! La visión social del peronismo en general nos llevó a varias crisis, y la de este Gobierno nos llevó a estar atravesando por esta nueva y terrible situación, de la que incluso la vicepresidente del país, la expresidente Cristina Fernández de Kirchner, se quiere alejar culpando de todos los males al presidente que ella eligió a dedo y que ha estado respondiendo ante ella desde que comenzó su mandato. Sí, ella lo puso, ella le dijo lo que tenía que hacer y ella ahora lo culpa de todo. Así estamos.
La oposición a las arbitrariedades de la clase dominante (la política) es una de las características históricas de Estados Unidos, cuyos líderes no deben ser más que servidores de la población. Enciendan todas las sirenas de alerta cuando las políticas del Gobierno se acerquen a las de Argentina.
¿A qué visión social me refiero? En esta Argentina ya podrida desde los cimientos, para mantenerse en el poder, el Gobierno, como es costumbre en el peronismo (y especialmente en el kirchnerismo), agranda el Estado a niveles sofocantes, se apodera del mismo y genera ignorancia y dependencia en la población. Por este motivo reparten los llamados planes sociales, que son algo así como subsidios por hacer nada; asignaciones por hijo, que son algo así como subsidios por procrear, entre otras repartijas monopolizadas por el Estado, como la de las jubilaciones, más allá de las mal llamadas empresas estatales altamente deficitarias.
Los planes sociales se convirtieron en una de las herramientas políticas más importantes del kirchnerismo. El dinero es entregado a líderes de diversas agrupaciones peronistas y de extrema izquierda, las cuales reparten esos recursos entre grandes cantidades de personas que, en la mayoría de los casos, no trabajan. Eso sí, muchos de los receptores de esos subsidios deben asistir a manifestaciones organizadas por los líderes de diferentes agrupaciones, que algunos críticos califican de “gerentes de la pobreza”. Durante esas concentraciones se cortan puentes y calles importantes de la Ciudad de Buenos Aires, perjudicando a toda la gente que trabaja y produce esos recursos de los que luego son despojados para mantener a los mismos que bloquean las calles y, sobre todo, a los líderes. Esta es una rutina a la que estamos acostumbrados acá y es parte del problema, ya que un puñado de argentinos son los que tienen que mantener a decenas de millones de personas, razón por la cual las cuentas no cierran y el Gobierno se encarga de imprimir billetes que luego generan esta inflación, que no es más que un impuesto altísimo que pagan sobre todo los que menos tienen.
Habitualmente, los gerentes de la pobreza no suelen tratar de dinamitar los Gobiernos peronistas, les tienen mucha paciencia, mucha más que a los no peronistas, sin importar la situación del país, siempre que puedan seguir recibiendo sus millones. Pero ahora explotó todo, el dinero se acabó, por lo que la pelea en el oficialismo es feroz y algunos de sus cómplices gerentes de la pobreza que responden a Cristina Fernández de Kirchner comenzaron a escupir todo tipo de amenazas contra el presidente. Tal como dijo Margaret Thatcher: “El socialismo fracasa cuando se acaba el dinero de los demás”.
Por lo tanto, queridos ciudadanos de Estados Unidos: tengan cuidado. No se acostumbren como nosotros a este tipo de barbaridades, no crean a los poderosos que se benefician con este tipo de visión social, pues no es más que un disfraz para generar dependencia y obtener más poder. Cuidado con los gerentes de la pobreza, que son muy hábiles para culpar a los demás (políticos, medios de comunicación, sectores de la población o bien enemigos abstractos) de las canalladas que ellos mismos cometen en nombre de la solidaridad, la igualdad y la paz, que son términos muy bonitos pero no son más que disfraces de su maldad oculta.
La oposición a las arbitrariedades de la clase dominante (la política) es una de las características históricas de Estados Unidos, cuyos líderes no deben ser más que servidores de la población. Enciendan todas las sirenas de alerta cuando las políticas de su Gobierno se acerquen a las de Argentina, aunque sea medio paso. Confíen en sus capacidades y fortalezas como individuos y no caigan en la trampa de los demagogos que los quieren ignorantes y débiles para poder manejarlos como marionetas. El queso en la trampa huele bien, pero sepan qué les espera si se acercan a él. Nosotros ya estamos aplastados; no sigan nuestro camino.