La compra de la plaza pública virtual por parte del multimillonario ha generado una avalancha comentarios histéricos por parte de las clases charlatanas.

Finalmente lo ha hecho, y organizaciones que dicen hablar en nombre de la comunidad judía, entre otras, andan preocupadas. La compra de Twitter por parte del multimillonario Elon Musk ha generado una avalancha de comentarios histéricos por parte de las clases charlatanas.

Gurús de The New York Times, The Washington Post y la Liga Antidifamación (ADL) temen que si el magnate de Tesla cumple sus promesas de reinstaurar cierto grado de libertad de expresión en la red social, las consecuencias serán terribles.

Aunque las preocupaciones por la propagación del odio son fundadas, también lo son las consecuencias de dejar que los propietarios de la plaza pública virtual de Estados Unidos practiquen una censura selectiva y altamente partidista. Esto es lo que pasa en Twitter en los últimos años, pues sus empleados, que supuestamente actúan para hacer cumplir unas normas comunitarias poco definidas a través de un algoritmo que mantienen en secreto, han hecho todo lo posible por silenciar discursos políticos que contravienen sus creencias progresistas. También han echado el freno a informaciones que podían perjudicar a sus partidos, causas y candidatos.

Así que no es de extrañar que los beneficiarios de esta censura entren en pánico al pensar que Twitter va a ser un foro más abierto que bajo su férula. Esta gente era feliz con un Twitter en el que usuarios controvertidos, incluso abiertamente odiosos, tenían vía libre, siempre y cuando no estuvieran asociados al conservadurismo político ni fueran escépticos con la ortodoxia izquierdista.

Los que critican el fin del veto a figuras o creencias controvertidas no están siendo honestos con sus motivos. Su predicción de que un enfoque menos partidista e ideológico de las labores de vigilancia en Twitter liberará fuerzas oscuras que destruirán la democracia y convertirán a internet en un pozo negro de antisemitismo –más de lo que ya lo es– no es honesta.

Ni su ira, ni sus argumentos ni las tácticas que despliegan para presionar a Musk a fin de que incumpla sus promesas deben impedirnos ver lo que está en juego.

Por qué es importante Twitter

En la última década,Twitter se ha convertido en el principal foro de debate político. Aunque tiene muchos menos usuarios (238 millones) que el ubicuo Facebook, que presume de tener 2.960 millones de usuarios activos mensuales, se ha convertido en el lugar al que acuden los periodistas para promocionar su trabajo y los expertos, activistas y políticos para discutir sobre los temas del día.

Antes, la única manera de que los ciudadanos de a pie hicieran oír su voz era a través de las muy filtradas cartas al director. Twitter permite a cualquiera responder en tiempo real y sin intermediarios a los líderes de opinión y los actores políticos.

Twitter permitió que quienes antes dependían de los caprichos de los editores de prensa y radio para llegar al público tuvieran acceso directo al mismo. Fue una victoria para la democracia.

Ahora bien, la expresión de opiniones sin filtro no redundó en la elevación del discurso. Lo de tener que compactar argumentos, réplicas o historias complejas en tan solo 140 caracteres –ampliados a 280 en 2017– tendió a hacer que las discusiones allí fueran no sólo menos matizadas sino más destempladas. Twitter se convirtió en un festival de insultos por doquier.

Los memes y hashtags que popularizó eran un instrumento para degradar a aquellos con los que no se estaba de acuerdo, no para persuadirlos de que tomaran en consideración puntos de vista diferentes. Y cuanto más se degradaba una cuenta, más posibilidades tenía de acumular un gran número de seguidores.

Sea como fuere, la apertura de Twitter lo convirtió en la plaza pública del siglo XXI. En una época en la que tantas personas se relacionan con otras en gran medida a través de internet, se convirtió en un pilar esencial de la democracia.

La censura partidista

Los oligarcas de Silicon Valley propietarios de las empresas que controlan internet tienen un grado de influencia y dominio sobre la comunicación y el discurso político que los más poderosos magnates mediáticos del pasado jamás soñaron siquiera. Por eso, cuando se hizo evidente que los ejecutivos de Twitter se dedicaban a censurar ciertas ideas, puntos de vista e incluso noticias, se desencadenó una crisis única e inaudita para la democracia americana.

En ningún momento de la historia pudo nadie hacer lo que hizo Twitter cuando acabó en la práctica con la difusión de un reportaje del New York Post sobre la corrupción de la familia Biden en las semanas previas a las elecciones presidenciales de 2020. Ninguna de las revelaciones probatorias de la exactitud de la información, ni la falsedad de las afirmaciones de que se trataba de "desinformación" rusa destinada a reelegir al expresidente Donald Trump, puede deshacer el daño causado.

Igualmente inquietante, pronto se hizo evidente que Twitter silenciaba e incluso eliminaba cuentas que no le gustaban –incluida la de Trump– con el argumento, a menudo dudoso, de que difundían "información errónea" o promovían o ensalzaban la violencia. Decir cosas impopulares sobre Black Lives Matter, el cambio climático, la pandemia del coronavirus o la transexualidad podía llevar a la suspensión, el shadow-banning (silenciamiento sin conocimiento de la persona afectada) o la abierta proscripción.

Toda la censura corría en una sola dirección, a instancias de las luminarias woke de Twitter. Twitter cooperó con las mismas fuerzas partidistas que le hicieron silenciar la historia del portátil de Hunter Biden. Y, lo que es peor, también se plegó a la línea gubernamental cuando cerró la cuenta del periodista Alex Berenson, que escribía muchas cosas sobre las vacunas contra el covid-19 que resultaron ser ciertas, a instancias de la propia Administración Biden.

Al parecer, Musk empezó a pensar en adquirir Twitter tras enterarse del veto al medio satírico Babylon Bee por tener la osadía de burlarse de la Dra. Rachel Levine, subsecretaria de Salud de Biden. Musk comprendió que no importaba si estabas de acuerdo con la Abeja o con cualquiera de las otras voces silenciadas, incluida la de Trump; y consideró que un país cuyo principal foro de discusión está sometido a ese tipo de censura política e ideológica es un país en el que la democracia está en peligro.

Doble rasero

La ADL está contribuyendo a la campaña de presión contra Musk. De hecho, ya ha participado en varias iniciativas para promover la censura en internet. Lo que con frecuencia equivale a un intento de acallar opiniones que dicha organización –antaño no partidista, hoy un estridente aliado del Partido Demócrata– detesta.

El problema es que las propias normas de Twitter también se han venido aplicando de forma selectiva. Así, mientras que David Duke, figura del Ku Klux Klan, y otros antisemitas de extrema derecha, como Nick Fuentes, fueron proscritos, el líder de la Nación del Islam, Louis Farrakhan, posiblemente uno de los antisemitas vivos más influyentes y peligrosos, sigue teniendo una cuenta en funcionamiento.

Trump e incluso su ex director de campaña y editor de Breitbart Steve Bannon son considerados demasiado horribles para Twitter. Pero el Líder Supremo de Irán, el gran ayatolá Alí Jamenei, sigue siendo libre de utilizarlo para fomentar el odio a Israel y a los judíos.

El discurso del odio es un problema. Una creciente marea de antisemitismo en todo el mundo está siendo cada vez más integrada en la cultura y los medios de comunicación estadounidenses por ambos extremos del espectro político. Grupos que estaban confinados en los pantanos de la extrema derecha o la extrema izquierda en la era anterior a internet tienen ahora formas de organizarse que antes se les negaban. Y en los últimos días ha quedado claro que algunos extremistas antisemitas, como los que actúan en 4chan, confían en utilizar Twitter para promover su perversa agenda. De hecho, tuvimos una prueba de ello la semana pasada, cuando judeófobos movilizados por carteles en 4chan coparon una encuesta publicada en la cuenta de Twitter de JNS para lograr que la mayoría dijera que los libelos antisemitas de Kanye West eran verídicos.

La respuesta debe dirigirse específicamente a esos extremistas evidentes. En cambio, la ADL está básicamente abogando por utilizar la existencia de tales antisemitas para justificar las viejas y claramente partidistas políticas de Twitter destinadas a silenciar a quienes no cuentan con el favor de los progresistas y los demócratas.

No hace falta pensar bien de Trump para saber que cuando la ADL afirma que en lo esencial no hay diferencias entre dejarle tuitear y hacer lo mismo con la gente de 4chan está haciendo política, no luchando contra el odio.

Musk ha despedido con razón a los ejecutivos responsables de las prácticas partidistas de la red social. Sin embargo, ha retrasado el restablecimiento de muchas cuentas que nunca deberían haber sido canceladas. Dice que va a formar un consejo de moderación de contenidos que reformará sus políticas.

Sólo cabe confiar en que eso lleve a Twitter de vuelta a su propósito original de ser un foro para la libertad de expresión. Los que quieren seguir censurando para frenar el antisemitismo deberían darse cuenta de que los derechos de los judíos están garantizados no tanto por las prohibiciones contra los que dicen cosas malas como por un sistema que se basa en la libertad y el imperio de la ley.

Los que, como la ADL, dicen querer proteger a los judíos deberían alinearse con los defensores de la libertad, no con la censura. Sus esfuerzos por silenciar a los críticos ilustran cómo algunos de los individuos y organizaciones que se hacen pasar por defensores de la democracia se encuentran en realidad entre sus detractores más peligrosos.

© JNS