El éxito épico de 'Oppenheimer' y el nuevo documental 'A Compassionate Spy' ilustran la ceguera moral de tratar al estalinismo como una opción razonable.

Si te gustan las películas, no debes perder la oportunidad de ver la brillante nueva película de Christopher Nolan Oppenheimer. Aunque extrañamente haya sido vinculada con la aún más popular Barbie como un dúo de éxito que rompe récords en la taquilla de verano, la película biográfica sobre Robert Oppenheimer, el físico nuclear que dirigió el esfuerzo para crear las primeras bombas atómicas, es una impresionante obra de arte cinematográfico. Es visualmente impactante y presenta una visión matizada de su tema. Pero no resulta nada claro qué tipo de lecciones históricas extraerán los muchos millones de personas que vean la película, que se centra en la compleja personalidad de Oppenheimer y sus lamentos tras su logro, además del esfuerzo para purgarlo del programa nuclear estadounidense después de la guerra por parte de aquellos que dudaban de su lealtad.

Es por eso que me pareció interesante que al mismo tiempo que la epopeya de tres horas de Nolan llenaba de público los multicines, un documental sobre una de las personas que trabajó en el equipo del Proyecto Manhattan de Oppenheimer se mostraba en teatros de arte de todo el país. A Compassionate Spy (Un espía compasivo) de Steve James no será vista ni por una fracción de los que serán atraídos a los cines por el bombo de Barbenheimer, pero es una interesante pieza complementaria de la película más popular. Es un memorial a la vez afectuoso y polémico a favor de las acciones de Ted Hall, un comunista estadounidense y espía soviético que entregó al régimen estalinista una cantidad vasta y significativa de información sobre el esfuerzo nuclear estadounidense.

En conjunto, las dos películas nos dan dos puntos de vista diferentes sobre cómo la cultura popular contemporánea quiere que los espectadores piensen sobre la historia del proyecto nuclear estadounidense, así como sobre los esfuerzos para combatir el comunismo en la era de la posguerra. Aunque es cierto que Oppenheimer no es tan deshonesto o propagandístico como A Compassionate Spy, ninguno de los dos se acerca siquiera a una explicación completa del argumento a favor del uso de armas nucleares para forzar la rendición de Japón. No menos importante es que no logran dejar en claro la enormidad de los crímenes del Gobierno que esos jóvenes estadounidenses presumiblemente idealistas apoyaron. Tampoco reconocen la cruel ironía de una situación en la que tantos judíos apoyaron al régimen antisemita del líder soviético Joseph Stalin.

Por qué importa la historia

Es posible argumentar que nada de esto realmente importa hoy. La Unión Soviética está, afortunadamente, tan muerta como el régimen nazi con el que se alió y al que luego derrotó. Las decenas de millones que murieron como resultado de la opresión de Stalin, ya sea por purgas y ejecuciones masivas o en hambrunas causadas deliberadamente por las políticas del líder brutal -como el Holodomor, que mató a millones de ucranianos-, sólo son recordados por los historiadores. Y aunque las armas nucleares siguen siendo una amenaza para la existencia humana, las preocupaciones sobre ellas también han sido marginadas en gran medida, hecho obvio por la alegre voluntad por parte de tantas personas supuestamente ilustradas de arriesgarse a una escalada de la guerra entre Rusia y Ucrania, independientemente de los riesgos para el mundo.

Aún así, sería erróneo ignorar las implicaciones de nuestra voluntad de simplemente barrer estos temas debajo de la alfombra. La deshonestidad sobre el comunismo estadounidense, y su estalinismo servil y desleal, es importante no sólo porque se trata de preservar la verdad sobre nuestra historia. Importa porque cuando se idealizan los esfuerzos de aquellos que justifican los movimientos totalitarios y antisemitas, se sientan las bases para hacer lo mismo nuevamente con las amenazas contemporáneas. Otro error de la misma magnitud es glorificar a aquellos que denigran a los patriotas o describen a Estados Unidos como una nación irremediablemente defectuosa que merece ser traicionada o que se alabe a sus oponentes. Cuando hacemos eso, estamos ayudando a aquellos que, por razones no del todo distintas, están llevando a cabo el trabajo actual de los marxistas del pasado.

Oppenheimer fue una figura histórica fascinante cuyos logros son dignos de reconocimiento. Pero hay un error flagrante tanto en la película como en la biografía en la que se basa, American Prometheus de Kai Bird y Martin Sherwin. Como argumentan los historiadores Harvey Klehr y John Earl Haynes en un artículo de lectura obligada en la revista Commentary, la suposición de que el físico era simplemente un bien intencionado compañero de viaje de los comunistas es errónea. Contrariamente a sus afirmaciones de inocencia, fue miembro del Partido Comunista y participó de los esfuerzos para apoyar a la Unión Soviética antes de su entrada en la Segunda Guerra Mundial. Cuando la URSS no sólo estaba cometiendo asesinatos en masa contra sus propios ciudadanos, sino invadiendo países vecinos y ayudando a los nazis.

Klehr y Haynes son los principales expertos en la historia del espionaje soviético y han escrito extensamente sobre la evidencia que ha salido a la luz como resultado de la apertura de archivos del Proyecto Venona y de los de la Inteligencia rusa después de la caída de la Unión Soviética. Como su trabajo deja claro, lejos de ser liberales estadounidenses que estaban un poco más a la izquierda que la mayoría de los estadounidenses, los miembros del Partido Comunista de Estados Unidos operaban bajo las órdenes del gobierno de Stalin. Fue una conspiración notablemente exitosa que funcionó para ayudar a los soviéticos. Entre otras cosas, protagonizó el robo del mayor secreto de los aliados occidentales: el trabajo del Proyecto Manhattan de Oppenheimer.

Klehr y Haynes argumentan con razón que el impulso durante la posguerra para despojar a Oppenheimer de su acreditación de seguridad fue un error. Para entonces, había abandonado el Partido Comunista, por lo que ridiculizarlo por tener dudas sobre la bomba era inútil e injusto. Pero es igualmente cierto que Oppenheimer hizo todo lo posible para encubrir o mentir sobre su pasado. Como señalan, eso hace que el físico sea una figura de la tragedia griega en lugar de simplemente un mártir de los excesos de una purga macartista.

Aunque 'Oppenheimer' no presenta ningún argumento explícito en favor de los comunistas que según la historia rodearon al científico, los retrata como idealistas, mientras que aquellos que buscan descubrirlos son villanos.

Truman merecía algo mejor

Aquello prepara el escenario para la forma en que se muestra la decisión de lanzar la bomba en la película. Si bien la cinta muestra el asombroso poder del arma que los científicos construyeron (con la ayuda del ejército estadounidense), así como su horrible impacto en Hiroshima y Nagasaki, claramente también pretende que simpaticemos con Oppenheimer en la escena crucial de su reunión con el presidente Harry Truman, en la que trata de convencerlo de que comparta secretos nucleares con los soviéticos y detenga el desarrollo de armamentos de destrucción masiva.

Aunque sólo está en una escena, la representación de Truman es una injusticia. Se muestra como insensible y desdeñoso con Oppenheimer, a quien llama "llorón" por hablar de la sangre en sus manos.

Como señaló Truman, si había sangre en las manos de alguien eran las suyas. Si bien había agonizado al decidir lanzar la bomba, entendió que era su responsabilidad salvar tantas vidas como fuera posible en lugar de escuchar a aquellos que habían perdido interés en el arma una vez que los nazis fueron derrotados. Hacerlo salvó la vida de cientos de miles de estadounidenses que habrían muerto en una invasión de Japón si hubiera sido necesario, así como de innumerables japoneses más, que habían demostrado repetidamente su voluntad de luchar hasta la último hombre en lugar de rendirse. De hecho, la rendición de Japón no estaba asegurada incluso después de que las dos bombas fueron lanzadas.

Otra figura no representada de manera justa es Edward Teller, el físico judío húngaro a quien se le delegó el estudio de lo que se convirtió en la bomba de hidrógeno. Teller, que más tarde en la vida se convertiría en un ardiente sionista, era un abierto anticomunista. Aunque vilipendiado en la cultura pop -se cree que el personaje principal de 'Dr. Strangelove' de Stanley Kubrick es un compuesto de Teller y Werner Von Braun, ex científico de misiles nazi convertido en héroe de la NASA- es incorrecto culparlo, aunque sea sólo en parte, de la caída de Oppenheimer.

Pero la ambivalencia sobre la bomba y el comunismo que se muestra en 'Oppenheimer' no es nada en comparación con la narrativa pro-comunista y anti-estadounidense de 'A Compassionate Spy'.

El espía de Stalin que se salió con la suya

El espía en cuestión era Theodore Hall, un físico prodigio que se graduó de Harvard a los 18 años en 1944 y luego fue reclutado para unirse al esfuerzo atómico en Nuevo México. Comunista confeso, pasó un tesoro de secretos nucleares a los soviéticos, incluidos los planes exactos para la bomba de plutonio Fat Man que se lanzó sobre Nagasaki.

Aunque los laboratorios de Los Álamos estaban plagados de comunistas, nadie hizo más para poner la bomba en manos de Stalin que Hall. Pero a diferencia de otros nunca fue capturado, como sí lo fueron el científico alemán/británico Klaus Fuchs y el maquinista David Greenglass, que transmitió secretos a los agentes soviéticos Ethel y Julius Rosenberg, su hermana y cuñado, finalmente ejecutados por espionaje. Aunque fue interrogado en la posguerra, evadió el enjuiciamiento. Sobre todo, porque exponerlo habría perjudicado a su hermano Edward Hall, quien estaba ayudando a desarrollar misiles intercontinentales para la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Eventualmente se mudó a Gran Bretaña con su familia, donde continuó su vida, sin arrepentirse, trabajando en la Universidad de Cambridge.

El documental se cuenta principalmente en las palabras de su adorada esposa, que también era comunista. Toma al pie de la letra sus afirmaciones de que espiar para Stalin era lo "compasivo", ya que Estados Unidos era una nación opresora capitalista que aprovecharía su monopolio nuclear para crear otro Holocausto al estilo nazi.

Al igual que con algunos de los personajes de 'Oppenheimer', la devoción ciega de los Hall por el comunismo soviético incluso después de las purgas masivas de la década de 1930 y el pacto de Stalin con Hitler en 1939 ilustra tanto la voluntad de muchos en la izquierda de engañarse a sí mismos sobre Rusia, así como la profundidad de su fanatismo.

Que un documentalista exitoso como James, mejor conocido por su aclamada 'Hoop Dreams' de 1994, representara a los Halls como héroes en lugar de, en el mejor de los casos, extremistas engañados, debería ser impactante. Pero es igual que muchas representaciones del comunismo estadounidense en la cultura pop de los últimos 40 años, en las que los estalinistas son víctimas y aquellos que buscaron proteger la libertad son los villanos.

Hasta la caída de la Unión Soviética y las revelaciones de Venona, la izquierda estadounidense estaba comprometida con una narrativa falsa sobre la inocencia de personas como los Rosenberg y Alger Hiss, un funcionario de la administración de Franklin Roosevelt que resultó ser otro espía comunista. Una vez que eso ya no era sostenible, pasaron a defender a aquellos que trabajaban para Stalin como idealistas que merecen nuestro elogio en lugar de oprobio.

'A Compassionate Spy' es difícilmente el primer esfuerzo por honrar, más que simplemente exonerar, a los comunistas estadounidenses. Es parte del mismo género que 'Angels in America', obra de Tony Kushner de 1991 que ganó el Premio Pulitzer, y 'Heir to an Execution', cinta de Ivy Meerpool de 2004 que celebra a sus abuelos los Rosenberg.

Los partidarios judíos de un régimen antisemita

Tales esfuerzos son exasperantes, pero lo que los hace aún peores es la suposición de que los antecedentes de personas como Hall y Oppenheimer, quienes estaban completamente desconectados de su herencia judía, de alguna manera hicieron que naturalmente abrazaran el comunismo. Lo mismo es cierto sobre el argumento de que su actividad sediciosa debe verse como un esfuerzo por contrarrestar el antisemitismo. Se opusieron a los nazis. Pero respaldar a la otra potencia europea totalitaria los puso detrás de los crímenes de Stalin, quien también señaló a los judíos para discriminarlos, oprimirlos y, si no hubiera muerto antes de realizar sus planes a raíz del Complot de los Médicos, finalmente asesinarlos en masa.

Tampoco es, únicamente, una cuestión de distorsión de la historia. Al igual que los comunistas se sirvieron de ideales utópicos como armamento en nombre de una causa malvada, ahora se emplean por quienes libran una guerra contra Occidente, también en nombre de los derechos humanos. Estos marxistas culturales apuntan contra Estados Unidos e Israel con el mismo tipo de oprobio y deslegitimación que se usó contra los enemigos de la Unión Soviética. De la misma manera, los defensores de la interseccionalidad y la teoría crítica de la raza que se consideran idealistas, incluidos algunos judíos, ahora libran una guerra ideológica que, como era cierto hace tantas décadas, otorga permiso al antisemitismo en lugar de combatirlo.

'Oppenheimer' es una buena película que, como admiten Klehr y Haynes, es "razonablemente fiel" a la historia. Pero debemos tener cuidado con cualquier relato que suavice la verdad sobre aquellos que abrazaron un régimen asesino y antisemita. Los estalinistas estadounidenses no fueron víctimas, su legado debería ser un recordatorio para darse cuenta de que la opresión y el odio siempre acechan detrás de tales delirios utópicos.

© JNS