Todo este dinero, arrancado a los pobres contribuyentes, financia lujosas conferencias e impracticables propuestas en todo el mundo.

Aunque parecen un grupo muy unido, también en la agenda woke se suceden las internas familiares. Así como en el seno del feminismo se desata una cruel guerra civil entre las feministas tradicionales y las radfems LGTB+, en la familia ecologista las tensiones van creciendo. La rivalidad verde se ha desatado en torno al dinero, un clásico, ya que los fondos que históricamente se destinaban para la conservación de especies y la lucha contra la contaminación ahora se destinan a la lucha contra el clima. Los grupos ambientalistas tradicionales que luchan contra la polución y por salvar elefantes y pandas parecen haber perdido el encanto.

Ocurre que las donaciones y subvenciones gubernamentales se están orientando masivamente a organizaciones abocadas a la agenda del cambio climático, dejando a las tradicionales fundaciones verdes sin sustento. Recientemente The New York Times publicó que el Consejo de Defensa de los Recursos Naturales (NRDC), que lideró durante décadas el litigio contra el Departamento de Energía por la limpieza de desechos radiactivos, está cerrando su misión nuclear. También Sierra Club, una institución defensora de la vida silvestre, está en serios problemas financieros, similares a los que afectan a Defenders of Wildlife, una de las organizaciones estadounidenses más importantes y antiguas que, desde en 1947, trabaja para proteger a las especies amenazadas y que sufre un enorme déficit presupuestario.

En cambio, el presupuesto mundial que recauda el multipropósito sintagma cambio climático alcanza cifras exorbitantes sobre todo en Estados Unidos y Canadá, según una encuesta de la Lilly Family School of Philanthropy de la Universidad de Indiana. El dinero ha fluido hacia grupos como la Fundación ClimateWorks, que obtiene cientos de millones de dólares anuales de financiación. Según se informa, la financiación internacional para la agenda climática se ha triplicado desde 2015, abandonando las agendas anticontaminación casi por completo.

Los daños ambientales causados por la fabricación y el uso de energías alternativas como la solar o la eólica están ocasionando verdaderos estragos en diversas especies y en los suelos.

El fracasado pronosticador de catástrofes, John Kerry, no baja los brazos en su histérica prédica y dice que se necesitarán billones de dólares para “resolver” el cambio climático, y es uno de los tantos burócratas que sostienen la narrativa que permite el fluir de decenas de miles de millones de dólares que los Gobiernos centrales están gastando en sostener la industria del alarmismo woke. Todo este dinero, arrancado a los pobres contribuyentes, financia lujosas conferencias e impracticables propuestas en todo el mundo. Ese dinero también sostiene las protestas que atentan contra obras de arte y la circulación en carreteras o las campañas de propaganda en los medios y las escuelas. Una estructura de lobby político, legal y de marketing que además diseña las normas de sostenibilidad ESG que se imprimen en organismos supranacionales, de crédito multilateral y de inversión financiera y que ponen de rodillas a gobiernos y a empresas. Un entramado cuyas dimensiones alcanza la condición too big to fail.

La posición de los ambientalistas tradicionales es complicada, ya que no pueden poner en duda la narrativa mundial climática, que tanto ha penetrado en la opinión pública y cuya apelación al alarmismo demanda una máxima prioridad. Pero a la vez patalean por haber perdido toda financiación e intentan, sin éxito, convencer a los donantes de que sus viejos objetivos siguen bajo amenaza. Una de las controversias entre los grupos en pugna se advierte en lo que se refiere a la energía nuclear, que el viejo ecologismo defenestraba pero que el nuevo ecologismo está aceptando como fuente de energía limpia. Las tensiones en el colectivo ecologista tienen un claro ganador: se trata del bando climatológico, que se lleva los capitales gubernamentales y es también más atractivo para obtener el apoyo de multimillonarios y celebrities como Greta Thunberg, Bill Gates, Michael Bloomberg o Jeff Bezos.

Por ejemplo, la lista de prioridades de la United States Environmental Protection Agency (EPA) comienza con "abordar la crisis climática", a pesar de que cada vez más voces señalan que la agenda climática impulsa políticas que destruyen el medioambiente en lugar de salvarlo. Los daños ambientales causados por la fabricación y el uso de energías alternativas como la solar o la eólica están ocasionando verdaderos estragos en diversas especies y en los suelos. Estas energías verdes utilizan 10 veces más terreno que las plantas de combustibles fósiles y, en todo el mundo, la búsqueda de políticas de cero emisiones está pavimentando el paisaje de artefactos y desechos contaminantes de una manera calamitosa. En los países menos desarrollados, las recetas implementadas, por recomendación de los generales de la guerra contra los combustibles fósiles, han significado mucha más hambre y contaminación.

Cuanto más gastan los gobiernos en la agenda climática, más insisten las Naciones Unidas en ampliar los presupuestos.

El panorama no es optimista, en lugar de que los esfuerzos se concentren en buscar financiación para garantizar el agua potable en los lugares que carecen de ella, los fondos se dirigen a instalar molinos de viento y paneles solares que no solucionan las reales demandas de la gente y que además atentan contra sus recursos naturales y contra su fauna. Adicionalmente, el aumento del precio de la energía, a causa de la batalla contra la energía barata, quita recursos para el desarrollo y empeora la calidad de vida de los más vulnerables, lo que es contraproducente a la hora de mantener el ambiente limpio, ya que son los países más ricos los que pueden darse el lujo de gastar dinero en limpiar el aire, el agua y preservar la vida silvestre. La pregunta más importante que deberían hacerse los donantes y filántropos de causas ambientalistas es: ¿qué genera más resultados, proporcionar agua potable y sistemas de tratamiento de residuos o apoyar causas impracticables, con pronósticos fracasados (- ¡Hola, estimado señor Kerry!) y sin resultados mensurables?

Cuanto más gastan los gobiernos en la agenda climática, más insisten las Naciones Unidas en ampliar los presupuestos. ONU sostiene que es necesario gastar más de 4 billones de dólares cada año hasta 2030 para detener el calentamiento global, un plan que hace agua sistemáticamente y que no tiene ningún compromiso de parte de los mayores emisores mundiales, que no están dispuestos a parar de quemar combustible para detener su desarrollo. Son crecientes las demandas de especialistas que vienen señalando que la agenda política, que mueve los hilos de la narrativa climática, atenta contra una agenda verde que lucha contra la contaminación. Este desequilibrio está empeorando la condición del medio ambiente, mientras nuestras enloquecidas élites exigen la aplicación de un ridículo plan de emisiones cero para salvar el planeta. Curiosos modos los de la nueva filantropía, algo huele muy mal en el paraíso buenista.