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El negocio de la "aristocracia climática"

Robert Bryce denuncia el riesgo del crecimiento de la "industria anti-industria" para la prosperidad de EEUU y las fuentes de energía.

Manifestantes reclaman políticas contra el cambio climático.

(Unsplash)

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El negocio de las ONG que luchan contra el cambio climático y por un mundo movido por energía verde sigue en auge. Una investigación muestra que, en 2021, las 25 organizaciones más conocidas recibieron más de 4.500 millones de dólares para promover políticas ecologistas y promocionar las fuentes de energía sostenibles, sin perder de vista el objetivo principal: el cierre del sector de los hidrocarburos. El estudio denuncia que el coste que las iniciativas de esta "aristocracia climática" tienen sobre la clase media y los pobres es brutal, al promover impuestos a las "energías contaminantes" y advierte del riesgo que el crecimiento de esta "industria anti-industria" supone para la prosperidad a largo plazo del país.

En un artículo publicado en su página de Substack, el periodista especialista en energía Robert Bryce analiza que la recaudación de estas empresas se ha casi triplicado desde 2017. Ese año, estas organizaciones recaudaron unos 1.800 millones de dólares, que en 2021 pasaron a ser 4.503. Entre los principales benefactores de estas entidades se encuentran la Rockefeller Brothers Fund, la Chan Zuckerberg Iniciative o la Bezos Earth Fund. Todas vinculadas a varios de los hombres más ricos del mundo, "una clase de gente con mucho dinero que no tiene ninguna relación con la economía real. El precio de la gasolina y la electricidad no les importa", según el demógrafo y escritor Joel Kotkin.

Éxito de la aristocracia climática

Un dinero que estas ONG "utilizaron para financiar campañas sobre el cambio climático, así como esfuerzos para promover las energías renovables, detener la producción de hidrocarburos, paralizar la construcción de nuevas infraestructuras de hidrocarburos, prohibir el uso del gas natural, oponerse a la energía nuclear y electrificarlo todo", según Bryce. La aplicación de estas medidas en la economía real provocaría un aumento de los costes y mayores impuestos. Mención aparte merece la intención de que la electricidad sea la principal fuente de energía, ya que esto "requeriría aumentos masivos de la producción de electricidad y del tamaño de la red eléctrica".

Nada de ello parece preocupar a los defensores de la anti-industria, entre ellos numerosos políticos. Bryce reconoce que el trabajo de estas organizaciones está funcionando muy bien:

Los resultados son innegables: la industria anti-industria estadounidense es enorme, sus ingresos se disparan y su éxito a la hora de conseguir que los gobiernos locales y estatales adopten políticas contrarias a los hidrocarburos es evidente. De hecho, las entidades pro-hidrocarburos y pro-nucleares de Estados Unidos están superadas en armamento y personal. Y en lo que se refiere a la formulación de políticas, están recibiendo una paliza colectiva.

Puertas giratorias

Una explicación a este éxito, además de al dinero invertido en sus campañas, está en la retroalimentación entre activistas, el mundo académico, los medios de comunicación y políticos, que han establecido un circuito de puertas giratorias, como denuncia Bryce:

La industria anti-industria es otro signo de la decadencia de Estados Unidos. Es una fuerza parasitaria que no rinde cuentas y que emplea a miles de abogados, estrategas, encuestadores y recaudadores de fondos, muchos de los cuales pasarán su carrera recorriendo la puerta giratoria entre el mundo académico, los medios de comunicación, el gobierno y las ONG. Depende de tecnócratas que fueron a universidades exclusivas, viven en ciudades costeras fuertemente demócratas, nunca han estado en Branson, y les importa un carajo la gente que vive en las zonas de montaña, llevan etiquetas con su nombre en el trabajo, o se ganan la vida girando llaves inglesas. 

La retórica del miedo

Otro de sus puntos fuertes es la retórica del miedo con la que adornan sus argumentos. "La clerecía climática vende continuamente el miedo: miedo al cambio climático catastrófico, miedo a la radiación y miedo al fracking". Una técnica que les está permitiendo conseguir sus objetivos sin tener en cuenta las consecuencias de sus actos. Es el caso del éxito obtenido por el Natural Resources Defense Council (NRDC), cuya presión fue fundamental para conseguir el cierre prematuro de la central nuclear de Indian Point en Nueva York. Su clausura provocó de manera inmediata un fuerte incremento en la factura eléctrica de los neoyorquinos y, paradójicamente para un grupo ecologista, un considerable aumento en las emisiones de efecto invernadero del estado.

Además, su discurso es absoluto. No se puede discrepar de él sin quedar señalado. Es lo que lleva a Bryce a, citando a Kotkin, a denominarlos "la clerecía". "El cambio climático es para el neofeudalismo lo que el dogma católico fue en la Edad Media. Es una justificación de la autocracia. La agenda climática desempeña hoy los mismos papeles que el dogma católico entonces. Hay cosas que no se pueden decir porque cuestionan el dogma", analiza Kotkin.

Ataque al mundo rural

No obstante, su preocupación por el medioambiente pasa a segundo plano cuando choca con los intereses o los predicados de la aristocracia climática. Por ejemplo, estas organizaciones ignoran el impacto que tienen en el mundo rural la expansión de las energías renovables, que destruye grandes superficies para instalar molinos eólicos o paneles solares a pesar de las quejas de granjeros y ganaderos. Tampoco les importa extender bulos acusando, sin aportar pruebas, a sus detractores de ser fachadas que esparcen desinformación pagadas por empresas del sector de los hidrocarburos para salvar sus intereses. Bryce pone varios ejemplos:

En diciembre, en The New Yorker, el activista climático Bill McKibben afirmó que "grupos de fachada patrocinados por la industria de los combustibles fósiles han empezado a patrocinar esfuerzos para difundir información errónea sobre la energía eólica y solar". Pero McKibben no se molestó en nombrar a ninguno de esos grupos. También en diciembre, el New York Times publicó un artículo en el que afirmaba que la oposición a los proyectos eólicos en Michigan incluía a "activistas antieólicos vinculados a grupos respaldados por Koch Industries". Pero el periodista que escribió el artículo, David Gelles, no proporcionó ningún nombre ni ninguna prueba de conexiones con Koch.

Sin productos tangibles

Otra de las desventajas del sector tradicional de la energía es que ellos tienen que entregar algo tangible a sus clientes. Gasolina, gas, electricidad... Que, además de generarla, deben costear el traslado hasta el consumidor final. Sin embargo, "La aristocracia climática no tiene que entregar nada de valor tangible (camiones cisterna de gasóleo, decatermos de gas o kilovatios-hora) en el mundo físico. Esto explica por qué el sector energético tradicional está recibiendo una paliza colectiva en el ámbito político". Es decir, que "es mucho más fácil convencer al Ayuntamiento de Berkeley de que prohíba el gas natural que suministrar ese combustible de forma fiable y asequible a miles (o millones) de hogares y empresas".

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