Netanyahu tiene razón sobre el 'Estado profundo' de Israel
Al igual que la "resistencia" anti-Trump, el establishment progresista del país está librando una guerra contra el primer ministro como un intento de aferrarse al poder, no como un esfuerzo por salvar la democracia.

Benjamin Netanyahu
Para los críticos progresistas y de izquierda del Gobierno de Israel, no era más que el último ejemplo del esfuerzo del primer ministro Benjamín Netanyahu por seguir el mismo libro de jugadas que el presidente Donald Trump. Cuando el primero habló recientemente de los esfuerzos por parte del Estado profundo de Israel para descarrilar su gobierno, tanto los israelíes que votaron a los oponentes políticos de Netanyahu en las últimas elecciones como los demócratas que respaldaron a la exvicepresidente Kamala Harris sintonizaron con todo lo que siguió. En lo que a ellos respecta, hablar de un Estado profundo en cualquiera de los dos países no es más que una teoría conspirativa de la derecha que forma parte de un intento de ambos líderes de anular o socavar gravemente la democracia.
Esa es también la línea que la mayoría de los expertos están difundiendo sobre la medida del primer ministro de despedir al jefe del Shin Bet (Agencia de Seguridad Interna) y a la fiscal general, en su intento de llevar adelante la guerra contra Hamás sin verse frenado por oponentes dentro del aparato de Gobierno. Estos analistas afirman que las expresiones de Netanyahu sobre un ejército de burócratas -ayudados por las élites que dirigen los establecimientos empresariales, jurídicos, mediáticos, académicos y culturales- que trata de sabotear su Gobierno, es producto de su imaginación.
Ojalá fuera cierto.
Si Netanyahu estuviera mintiendo sobre la existencia de un Estado profundo y, como afirman sus oponentes, estuviera simplemente tratando de hacerse con el poder, eso sería, por supuesto, malo. Pero incluso si creyeran que es un autoritario en potencia, también significaría que los amigos de Israel podrían estar tranquilos, seguros de que no hay nada fundamentalmente corrupto en la estructura del Gobierno del país.
Podrían tener confianza en su sistema jurídico; podrían entonces sentarse a observar el drama que se ha desarrollado desde que Netanyahu ganó las elecciones a la Knesset (Parlamento israelí) de noviembre de 2022 y creer que la democracia sería salvada en última instancia por el todopoderoso Tribunal Supremo de Israel, con el que siempre se puede contar para anular casi todo lo que él intente hacer.
Ojalá.
El problema es que Netanyahu no miente. El Estado profundo israelí es demasiado real y los esfuerzos de sus operativos y de sus partidarios de la élite progresista para aferrarse al poder que han tenido desde los primeros días del Estado han hecho mucho, como él ha dicho, para sabotear a todos los primeros ministros que han venido de la derecha.

JNS
Israel amenaza con anexionarse partes de Gaza a menos que Hamás libere a los rehenes
JNS (Jewish News Syndicate)
Un golpe judicial
La noticia realmente mala para Israel es que, a diferencia de Trump, cuyos poderes constitucionales del artículo 2 sí le dan la capacidad y el derecho de hacer el tipo de cambios radicales en la burocracia federal que pueden barrer del poder al Estado profundo estadounidense, Netanyahu no tiene tales poderes. Si el Tribunal Supremo de Israel es lo suficientemente descarado como para llevar a cabo lo que es nada menos que un golpe judicial, puede impedir de hecho que Netanyahu no sólo lleve a cabo la determinación del Gobierno de despedir tanto al jefe del Shin Bet como a la fiscal general, sino que haga cualquier otra cosa, incluida la adopción de las medidas necesarias para librar la guerra contra Hamás.
Eso, al igual que la desvergonzada sentencia del tribunal que invalidó una medida de la Knesset que imponía incluso los esfuerzos más mínimos para reformar un poder judicial fuera de control, podría desencadenar una crisis constitucional. Una crisis que sólo puede evitarse con la decisión del Gobierno democráticamente elegido de rendirse ante los gobernantes judiciales decididamente no democráticos del país.
Es importante recordar a los observadores estadounidenses de esta polvareda política israelí que, contrariamente a las afirmaciones poco sinceras de los oponentes de Netanyahu, no se trata de defender el mismo tipo de controles y equilibrios entre los distintos poderes del Estado que hicieron de la Constitución de Estados Unidos una obra de genio que ha preservado la república estadounidense durante los últimos 237 años.
Al igual que otras democracias parlamentarias, Israel carece de una Constitución escrita. En Gran Bretaña, ese problema se ha superado gracias a la forma en que el sistema democrático del país evolucionó de forma natural a lo largo de varios siglos, ya que las tradiciones arraigadas en la historia ayudaron a restringir el poder del Gobierno. Aunque incluso allí, los recientes cambios legales promulgados por Gobiernos laboristas de izquierda están erosionando potencialmente las libertades y la igualdad ante la ley.
Pero los problemas legales de Israel se derivan de una revolución judicial que comenzó en los últimos 30 años bajo la égida del expresidente del Tribunal Supremo Aharon Barak. Éste arrogó al poder judicial poderes casi ilimitados para anular prácticamente cualquier medida adoptada por el Gobierno del país.
En lugar de defender un sistema estable de controles y equilibrios, la revolución judicial de Barak creó un sistema en el que no existe ningún control sobre el Tribunal, otorgando a su mayoría progresista permanente la capacidad de anular las decisiones gubernamentales.
Esto se ve reforzado por el dominio que las élites del país han ejercido durante mucho tiempo sobre sus principales instituciones, cuyos miembros proceden en su inmensa mayoría de judíos asquenazíes seculares de tendencia izquierdista. Esto les ha permitido tener un control permanente y antidemocrático de la voluntad de los votantes.
Eso es un problema, porque el electorado está cada vez más compuesto por judíos tradicionalistas y religiosos de derecha, así como por los mizrahim (orientales), que actualmente representan alrededor de la mitad de la población.
El veredicto de la democracia
La victoria de Netanyahu en 2022 reflejó esa tendencia, ya que dio a Israel su primer Gobierno formado únicamente por representantes de la derecha y religiosos, que comandaban una clara mayoría de la Knesset.
Eso conmocionó a la clase dirigente progresista y no religiosa, que no sólo estaba disgustada por no haber podido impedir el regreso de Netanyahu al poder tras 18 meses de un Gobierno ineficaz de cualquiera menos Bibi (apodo del primer ministro israelí). También temían que, dadas las tendencias demográficas, la izquierda no volviera a imponerse en las urnas en un futuro previsible.
El nuevo Gobierno de Netanyahu intentó entonces promulgar cambios que impusieran algunas restricciones relativamente leves al poder de los tribunales.
Este cambio habría devuelto el equilibrio a un sistema que se parecía cada vez más a una juristocracia. Pero la izquierda lo consideró, con razón, una amenaza a su control sobre el último vestigio de su poder, antaño indiscutible.
Se produjo un caos cuando una resistencia contraria a Netanyahu tomó las calles para impedir cualquier cambio. Aunque se presentó al mundo como un esfuerzo por salvar la democracia, la verdad era justo la contraria. El objetivo de los manifestantes era impedir que los Gobiernos elegidos democráticamente con los que no estaban de acuerdo pudieran gobernar de verdad.
El movimiento de protesta que surgió en 2023 estuvo a punto de paralizar el país. Y, al inspirar una revuelta entre los reservistas de las Fuerzas de Defensa de Israel, especialmente los que servían en la Fuerza Aérea y desempeñaban otras funciones técnicas en el Ejército, dio a los enemigos de Israel la impresión de que el país era demasiado débil y estaba demasiado dividido para defenderse. La izquierda sigue culpando a Netanyahu, y no a sí misma, de esta peligrosa evolución. Pero no sólo detuvo la reforma judicial; también preparó el terreno para la masacre del 7 de Octubre y la guerra que siguió.
Dejemos que Netanyahu lidere
Sin embargo, el Estado profundo de Israel ha seguido atacando al Gobierno y socavando su capacidad de funcionamiento.
Se pueden debatir los méritos de la decisión de Netanyahu de despedir al directordel Shin Bet. Pero la idea de que un jefe de Gobierno que no tiene confianza en uno de sus jefes de inteligencia (en particular uno que, cabe señalar, está entre los principales responsables de la debacle del 7 de Octubre) no pueda sustituirlo por alguien de su confianza no es, como las protestas callejeras de 2023, más que un esfuerzo apenas velado por derrocar al primer ministro por medios no democráticos.

JNS
Fetterman a JNS: Apoyo plenamente la asociación con Israel para bombardear las instalaciones nucleares de Irán
JNS (Jewish News Syndicate)
Lo mismo ocurre con una fiscal general que parece creer que su cargo no electo le da derecho a frustrar a Netanyahu en medidas, como la elección de un jefe del Shin Bet, sobre las que no tiene autoridad.
Al mismo tiempo, Netanyahu sigue luchando en los tribunales contra una serie de dudosas acusaciones de corrupción. Estas, al igual que los casos igualmente endebles que los demócratas presentaron contra Trump para llevarlo a la bancarrota y encarcelarlo, no son más que una guerra legal al estilo de las repúblicas bananeras.
El argumento más elocuente que se esgrime contra Netanyahu es que se equivoca al hacer cualquier cosa que pueda dividir al país en tiempos de guerra. Pero esta afirmación se desmorona cuando uno se da cuenta de que el jefe del Shin Bet puede, como el resto del Estado profundo, estar interesado en algo más que desbancar a Netanyahu. Puede que también deseen impedirle que busque la victoria en la guerra contra Hamás, en lugar de consentir un acuerdo que garantice que los terroristas sigan en el poder en Gaza, ya que eso se ajusta a sus ideas sobre el conflicto. Si Netanyahu va a liderar eficazmente a Israel en tiempos de guerra, merece tener subordinados que estén de acuerdo con su visión, no oponentes que traten de obstaculizarle.
Algunas de las quejas de la izquierda son razonables
El poder del sector haredí (ortodoxo), que crece con cada nueva elección a medida que su número aumenta más que el de los judíos seculares, contrasta con su negativa a servir en el Ejército y defender el país. El hecho de que un gran porcentaje de hombres ortodoxos tampoco contribuyan de forma significativa a la economía, ni siquiera mantengan a sus propias familias, resulta irritante para la mayoría de los israelíes.
Por supuesto, el poder de los ortodoxos se frenaría si algunos de los partidos de la oposición aceptaran trabajar con Netanyahu. Pero están tan resentidos con él -y, tras más de tres décadas como figura destacada de la política israelí, 17 de ellas como primer ministro, sus enemigos son legión- que se han negado a asociarse con él.
La manipulación de la democracia
Aun estando de acuerdo en que la influencia de los ortodoxos debe reducirse drásticamente, la forma democrática de lograrlo es en las urnas. Si Netanyahu se mantiene en el poder, no es por sus tendencias autoritarias, sino por su capacidad para ganar elecciones. Afirmar, como hacen los detractores del primer ministro, que un sistema que produce resultados que no les gustan no es realmente democrático, no es tanto absurdo como una forma de manipulación.
También la política estadounidense se rige cada vez más por los niveles de clase, educación e ingresos. Los demócratas se han convertido, en gran medida en su detrimento, en el partido de las élites con credenciales y de los muy ricos, mientras que Trump y los republicanos, en gran medida en su beneficio, ahora obtienen la mayor parte de su apoyo de la clase trabajadora, los que no tienen títulos universitarios y/o ganan menos de 100.000 dólares al año.
Los esfuerzos de Trump por reducir el poder de la burocracia federal son un intento de cambiar una situación en la que sus apparatchiks (funcionarios que siguen ciegamente las órdenes de sus superiores) izquierdistas forman ahora una cuarta rama del Gobierno no elegida y que no rinde cuentas. Queda por ver hasta qué punto logrará reducir su tamaño. Lo mismo puede decirse de su muy necesaria campaña para desfinanciar las instituciones de enseñanza superior que han sido capturadas por ideólogos woke que, como uno de los aspectos de su insidiosa influencia, han alimentado el auge del antisemitismo desde el 7 de octubre de 2023.
Sin embargo, cualquier esfuerzo por establecer comparaciones entre los dos países fracasa inevitablemente. Cada país puede tener su propia versión del Estado profundo, pero la división política de Israel es producto de su singular demografía judía.

JNS
Encuesta: Casi el 60% de los israelíes apoya la reanudación de la lucha contra Hamás en Gaza
JNS (Jewish News Syndicate)
No obstante, los amigos estadounidenses de Israel no deberían aceptar por reflejo las afirmaciones del establishment del país y sus aliados en los medios estadounidenses de que Netanyahu está poniendo en peligro la democracia. Al igual que Trump, gobierna un país en el que aproximadamente la mitad de los votantes le odian y siempre votarán a sus rivales haga lo que haga.
La existencia de un Estado profundo en Israel, como el de Estados Unidos, no es realmente discutible.
Las elecciones dan legitimidad
El firme control del poder que ejercen quienes están atrincherados en la burocracia israelí y en los establecimientos que dirigen muchas de sus instituciones no es lo mismo que legitimidad democrática. Sus opiniones progresistas y su desprecio por la mayoría mizrahí y religiosa no les da derecho a obstaculizar de forma efectiva al Gobierno que el país votó en las últimas elecciones.
Es probable que los votantes de Israel tengan la oportunidad de elegir un nuevo Gobierno en algún momento a finales de 2026, cuando finalice el mandato de la actual Knesset. Y aunque hay buenas razones para apoyar un cambio en la cúpula debido al 7 de Octubre y al largo mandato de Netanyahu, nadie debería subestimar las posibilidades de que, si vuelve a presentarse, gane otro mandato más.
Hasta entonces, el primer ministro debería tener capacidad para gobernar y, con suerte, conducir al país a una victoria que acabe por fin con la amenaza de Hamás y sus patrocinadores iraníes. Y los amigos estadounidenses de Israel no deberían prestar ninguna ayuda ni consuelo a quienes intentan impedir que lo haga, independientemente de lo que piensen de él o de los ortodoxos.
© JNS
¿Ha encontrado un error? ¡Contáctenos!
RECOMENDACIONES








