¿Es el fin del privilegio ejecutivo? ¿O sólo para Trump?

La victoria partidista de hoy para los demócratas será su derrota de mañana, cuando los republicanos tomen el control.

En su apelación a la orden de la jueza Aileen Cannon de nombrar a un perito especial, la Administración Biden sostiene que el actual presidente puede renunciar a las peticiones de privilegio ejecutivo de su predecesor, aun cuando es probable que éste se enfrente a él en las próximas elecciones.

Veamos cómo serían las cosas si la situación fuera la inversa.

Imagine que el presidente Donald Trump hubiera tratado de renunciar al privilegio ejecutivo de su predecesor en lo  relacionado con la decisión del presidente Barack Obama de permitir que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenara a Israel por su persistente "ocupación" del Muro Occidental y de las rutas que llevan a la Universidad Hebrea y al Hospital Hadasah. En la Administración Obama fueron muchos los que se opusieron a esa resolución unilateral por considerarla antiisraelí y querían que Estados Unidos la vetara, como había vetado otras resoluciones antiisraelíes previamente. Pero Obama dio instrucciones a su representante en la ONU, Samantha Powers, para que no lo hiciera.

Trump sabía que se presentaría a las elecciones contra el vicepresidente de Obama y que podría obtener una ventaja electoral si el Congreso celebraba sesiones sobre la polémica decisión de Obama. ¿Qué consejo le dio Biden a Obama? ¿Es cierto que Powers quería vetar la resolución pero Obama siguió adelante para vengarse del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu por su  oposición al acuerdo nuclear con Irán?

Revelar estas negociaciones confidenciales bien podría haber perjudicado a Biden ante los votantes proisraelíes.

La hipocresía reina. Y los que se dedican a ello ni siquiera se avergüenzan cuando se expone su doble moral. El principio vigente es que el fin justifica los medios, sobre todo si el fin es el de Trump.

¿Qué pasaría si una comisión del Congreso hubiera demandado a Obama que entregara todas las comunicaciones internas -escritas y orales- relacionadas con esa decisión y él se hubiera acogido al privilegio ejecutivo? ¿Y si el entonces presidente Trump hubiera renunciado al privilegio de Obama?

Una cosa sabemos con certeza: muchos de los expertos académicos y gurús mediáticos que ahora respaldan el argumento de que un presidente en funciones puede renunciar al privilegio ejecutivo de su predecesor estarían defendiendo exactamente lo contrario. Estarían diciendo -como estoy diciendo yo ahora- que los presidentes serían reacios a mantener comunicaciones confidenciales con sus ayudantes si supieran que podrían ser hechas públicas por su sucesor con el fin de obtener una ventaja electoral partidista. En esencia, supondría el fin del privilegio ejecutivo, que tiene su origen en el artículo 2 de la Constitución.

La instrumentalización de la Constitución y la ley para obtener ventajas partidistas se ha convertido en algo tan generalizado, especialmente en el mundo académico y en los medios de comunicación, que ya no es posible predecir la posición que adoptarán muchos expertos y gurús en función de unos principios o precedentes neutrales, pues han dejado de ser la base de sus posiciones. Hoy en día, las predicciones precisas exigen que sepamos qué personas o partidos se verán favorecidos o perjudicados. La hipocresía reina. Y los que se dedican a ello ni siquiera se avergüenzan cuando se expone su doble moral. El principio vigente es que el fin justifica los medios, sobre todo si el fin es el de Trump.

Los demócratas tampoco son los únicos culpables. Quizás el ejemplo más flagrante de hipocresía partidista fue la manera en que el Senado republicano trató la nominación de Merrick Garland en 2016 y la de Amy Coney Barrett en 2020 como jueces del Tribunal Supremo. Los republicanos se negaron a que Garland compareciera en 2016 porque las elecciones estaban muy próximas, pero luego se apresuraron a aprobar la nominación de Barrett a pocas semanas de los comicios de 2020. Cuando se les pidió que justificaran su evidente doble rasero, su única respuesta fue: "Porque podemos".

"Porque podemos" se ha convertido en el mantra de ambos partidos. Los principios neutrales, que se aplican por igual sin tener en cuenta la ventaja partidista, son para los peleles, no para los líderes de los partidos u otros funcionarios del Estado. "Ellos también lo hacen" se ha convertido en la excusa de iure. Ambos partidos lo hacen, pero eso no es una excusa válida. Dos violaciones de la Constitución no se anulan entre sí. Sólo empeoran las cosas.

El privilegio ejecutivo es importante para ambos partidos, y para el imperio constitucional de la ley.  Si se acepta su argumento sobre la renuncia al privilegio ejecutivo, la victoria partidista de hoy para los demócratas será su derrota de mañana, cuando los republicanos se hagan con el control.

Así que cuidado con lo que se desea. El sueño de hoy puede convertirse en la pesadilla de mañana.

© Gatestone Institute