La voluntad del presidente de abdicar sus responsabilidades globales, así como su incapacidad para defender los intereses del país no pasaron desapercibidos para los enemigos de Estados Unidos.

En circunstancias normales, los responsables políticos estadounidenses verían la humillación que ha sufrido el presidente ruso Vladimir Putin tras el motín abortado contra su administración como una oportunidad para explotar la debilidad del Kremlin.

Al fin y al cabo, Rusia sigue poseyendo el mayor arsenal de armas nucleares del mundo, y Putin se ha referido expresamente en varias ocasiones a la posibilidad de que Moscú recurra a su uso al advertir sobre los peligros de la injerencia estadounidense en el conflicto de Ucrania.

En estas circunstancias, es evidente que Washington debería aprovechar la agitación política en la que está sumido el Kremlin tras la revuelta frustrada de Yevgeny Prigozhin, jefe del Grupo Wagner de Rusia.

Prigozhin, de 62 años, era considerado anteriormente un estrecho aliado del presidente ruso, y fue Putin quien autorizó personalmente la creación de Wagner en 2014 para disponer de su propio ejército privado con el que perseguir sus ambiciones territoriales en Europa y más allá.

Las críticas cada vez más encarnizadas de Prigozhin a la gestión de la guerra en Ucrania por parte del Kremlin -que desembocaron en su decisión de lanzar su efímera rebelión- han asestado un duro golpe a Putin, dejando al descubierto de un plumazo el mito de su imagen de hombre fuerte de Rusia.

Mientras el futuro de Rusia pendía de un hilo, Putin no aparecía por ninguna parte y abundaban los rumores de que había huido de la capital en su jet privado. Aunque funcionarios del Kremlin insistieron posteriormente en que Putin había permanecido en Moscú durante toda la crisis, la debilidad de la postura del mandatario quedó al descubierto cuando dejó en manos del presidente bielorruso Alexander Lukashenko la negociación de un acuerdo. El resultado fue que Prigozhin accedió a retirar sus fuerzas a cambio de que se le concediera un refugio seguro en Bielorrusia.

Aunque posteriormente Putin ha tratado de tranquilizar al pueblo ruso asegurándole que mantiene el control, dirigiéndose a la nación flanqueado por sus principales oficiales militares y de seguridad, no cabe duda de que el líder ruso ha sido gravemente dañada por los recientes acontecimientos, un estado de cosas que proporciona a Washington una oportunidad de oro para explotar la debilidad de Rusia.

Una posible respuesta de la Administración Biden a la agitación en Rusia sería aumentar su apoyo militar a Ucrania. De este modo, las fuerzas ucranianas podrían infligir una derrota catastrófica a los ocupantes rusos, lo que reduciría drásticamente la capacidad de Moscú para amenazar a Estados Unidos y sus aliados en las próximas décadas.

Acelerar el proceso para permitir que Kiev reciba los cazas F-16 fabricados en Estados Unidos sería un buen punto de partida. Según el calendario actual de entregas, los primeros F-16 no llegarán a Ucrania hasta septiembre como mínimo, momento en el que la actual contraofensiva ucraniana estará llegando a su fin.

Sin embargo, tal es la aversión al riesgo del Gobierno al tratar con regímenes tiránicos, que su principal preocupación a medida que se desarrollaba el motín era asegurar al Kremlin que no había desempeñado ningún papel en la provocación de la revuelta.

Como señaló Biden en sus primeros comentarios sobre el motín, su principal preocupación era reunir a los principales aliados en una videollamada "para asegurarnos de no dar a Putin ninguna excusa" para "culpar de esto a Occidente o culpar de esto a la OTAN".

Hubo un tiempo en que un Ejecutivo estadounidense comprometido con un liderazgo eficaz en la escena mundial prefería dejar al Kremlin adivinando sobre la naturaleza exacta de la amenaza a la que se enfrentaba, aumentando así la confusión, en lugar de tratar de disipar su temor a la implicación estadounidense.

Este comportamiento de la Administración actual es totalmente coherente con su política de evitar la confrontación a toda costa, aunque ello suponga tranquilizar a líderes despóticos como Putin, el presidente chino Xi Jinping, el norcoreano Kim Jung-Un y los mulás hegemónicos iraníes, a menudo cuando más lo necesitan.

Tal es la obsesión de la Casa Blanca por evitar la implicación directa en cualquier tipo de conflicto mundial antes de las elecciones presidenciales del año que viene, que la postura por defecto de Biden ante cualquier crisis importante -ya se trate de la agresión china a Taiwán o de los crímenes de guerra rusos en Ucrania- es la de minimizar la posibilidad de que Washington dé una respuesta significativa.

La voluntad de Biden de abdicar sus responsabilidades globales, así como su incapacidad para defender y proteger los intereses vitales de Estados Unidos, no ha pasado desapercibida para los enemigos de Washington, como quedó patente en la reciente y desafortunada visita a China del Secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken.

Los comunistas chinos reconocen la debilidad cuando la ven. Su negativa a responder positivamente a la mayoría de las propuestas presentadas por Blinken, incluso la de restablecer enlaces de comunicación entre los ejércitos estadounidense y chino, demostró que Pekín no estaba dispuesto a suavizar su postura agresiva respecto a la independencia de Taiwán.

La mayoría de las agencias de inteligencia occidentales predicen que China intentará recuperar Taiwán por la fuerza en 2027 a más tardar. La confusa posición de la Administración sobre este conflicto, con Blinken incluso declarando que no apoya la independencia de la isla, sólo animará la creencia de los gobernantes comunistas de que no encontrarán una resistencia significativa por parte de EEUU si lanzan su largamente planeada invasión.

De hecho, tras la revelación de que China está tratando de ampliar sus lazos militares con Cuba -con planes para establecer una instalación de entrenamiento militar a menos de 100 millas de Florida- está claro que Pekín cree que no tiene nada que temer de Estados Unidos mientras Biden siga en el poder.

Cuanto más persista la Administración Biden en su política de equívoco estratégico, más alentará la creencia de los regímenes tiránicos de que podrán llevar a cabo sus planes diabólicos para aumentar su poder e influencia en todo el mundo. No sólo con total impunidad, sino a veces incluso con ayuda (aquí, aquí y aquí, enlaces en inglés).

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