Trump, Sudáfrica, Ucrania y el discurso de Vance
En un vibrante discurso pronunciado ante un auditorio repleto de políticos europeos en la Conferencia de Seguridad de Múnich, el vicepresidente de EEUU, JD Vance, hizo una reivindicación de la democracia primigenia y fundamental.

El vicepresidente Vance en Múnich
Escribí el otro día en este mismo espacio sobre las razones del interés mostrado por Trump hacia Sudáfrica en los primeros días de su segunda Administración. Después de escuchar dos entrevistas sobre el tema he de añadir dos elementos a los que no presté atención en el artículo. La primera fue señalada en una de las entrevistas por el experto en estrategia y proyecciones políticas Frans Cronje (que previó hace años en base a sus rigurosas investigaciones demoscópicas que el Congreso Nacional Africano que entonces parecía invencible perdería su mayoría absoluta) y está encapsulada en una frase del decreto con el que Trump ordena dejar de enviar dinero a Sudáfrica.
“... Sudáfrica ha adoptado posiciones agresivas hacia Estados Unidos y sus aliados, como la de acusar a Israel, y no a Hamás, de genocidio ante la Corte Internacional de Justicia, y como la de revigorizar sus relaciones con Irán para desarrollar acuerdos comerciales, militares y nucleares.”
Sobre este mismo punto incidió en otra entrevista también con BizNews (una de las muy meritorias publicaciones sudafricanas que han evitado la deriva de los medios mainstream sin caer en el sectarismo y el desprecio por los hechos que califican a algunos de los medios no mainstream) el periodista y aparente candidato a ser designado embajador de EEUU en Sudáfrica de Breitbart Joel Pollack.
Sudáfrica -recordó este judío estadounidense nacido en Johannesburgo que emigró con su familia a EEUU cuando él tenía ocho semanas- desarrolló durante la última fase del apartheid la bomba nuclear. Los herederos del Gobierno nacionalista afrikáner bien podrían tener cubierto de polvo en alguna estantería de sus oficinas de Pretoria libros y documentos útiles para el empeño de los ayatolás de tener ellos también la bomba.
La otra cuestión de importancia que no mencioné en el artículo es el control de la base naval de Simonstown, cerca de Ciudad del Cabo y una infraestructura clave para el control de la ruta que conecta los océanos Atlántico e Índico. La base ha sido noticia en los últimos meses por la llegada allí de buques militares de Rusia y China, cuyas flotas también participaron recientemente en ejercicios militares conjuntos con la Armada sudafricana. China es un importante acreedor de Sudáfrica, a la que en caso de impagos podría exigir el control de una de sus bases militares como ya ha hecho con otros malos pagadores africanos. Quizá Trump no pueda evitar que su principal enemigo ponga un pie en el Índico y otro en el Atlántico, pero sí puede elegir que esta derrota geopolítica no se financie con su dinero.
Una confusión de planos
La primera llamada oficial del presidente Trump con el líder del Kremlin, Vladímir Putin, provocó este miércoles gran revuelo, sobre todo por la calidez con que Trump relató su contenido en un mensaje de TruthSocial. Esta buena predisposición, junto con ciertas apreciaciones de Trump sobre la inevitabilidad de que Ucrania haya de ceder territorio por el que Rusia ha pagado un precio altísimo en vidas humanas, han dado pie a todo tipo de (nuevas) acusaciones contra Trump por venderse al Kremlin y absolver por completo al responsable del crimen masivo que es la guerra.
Quienes se pronuncian en estos términos incurren a mi juicio en una confusión de los planos, del plano moral con el plano de lo posible. La política debe estar guiada en la medida de lo posible por lo moral, pero un político responsable sólo puede seguir sin desviaciones lo que le marca esta brújula cuando está en una posición de fuerza para imponer por completo la dirección. No es el caso de Ucrania ni de Occidente con Rusia. Las tropas del Kremlin siguen ganando terreno en el este de Ucrania. Los ucranianos no tienen suficientes hombres para hacer frente al Ejército de un país con mucha más población y mucho menos aprecio por la vida y los occidentales no están dispuestos a dar el salto cualitativo en su ayuda militar que podría poner a Kiev en situación de recuperar la iniciativa y volver a ganar terreno.
¿Cuál es la postura más moral en este contexto? Empeñarse en un eslógan (‘as long as it takes’), como hicieron Biden y los principales dirigentes europeos, a sabiendas de que Ucrania pierde a diario no sólo a personas, sino también territorio, o asumir la realidad y esforzarse en buscar un final que detenga las pérdidas, de vidas en ambos lados y en el ucraniano también de territorio?
Trump ha demostrado tener simpatías por Putin, es cierto, y por la afinidad que tiene con el dictador ruso le cuesta menos enjabonar a Putin que reconocerle a Zelenski el valor y la superioridad moral. Pero una vez más debemos situarnos en el plano de lo posible, y ¿es posible negociar con Putin llamándole asesino?
Lo que parece que propone Trump, con su oferta a Ucrania de ofrecerle seguridad a cambio de acceso preferencial a sus recursos naturales y otras ventajas económicas, se antoja, pese a la ausencia de simpatías naturales hacia Ucrania o hacia Zelenski, bastante más sólido que el compromiso emocional y de valores que Europa y los demócratas ofrecen a Kiev. En una entrevista con Breitbart, el secretario de Defensa Pete Hegseth ha señalado que esta política de la administración Trump supone “un nivel totalmente distinto de garantías” muy superior al “‘te apoyamos porque nos gustas’”.
‘It’s time to fight’
Más que edificios bonitos e instituciones
En un vibrante discurso pronunciado ante un auditorio repleto de políticos europeos en la Conferencia de Seguridad de Múnich, el vicepresidente de EEUU, JD Vance, hizo una reivindicación de la democracia primigenia y fundamental, un alegato contra su momificación, que nos puede vivir muy bien para de verdad ejercerla, tanto en el ámbito político como en el privado:
“Abracen lo que les dice su gente, aunque les resulte sorprendente, aunque no estén de acuerdo. Si lo hacen podrán afrontar el futuro con certeza y con confianza, sabiendo que cada uno de ustedes tiene detrás a la nación. Esa para mí es la magia de la democracia y no los edificios de piedra y los hoteles bonitos. Ni siquiera las grandes instituciones que hemos construido juntos como sociedad”.
Una vez le preguntaron a un judío jasídico, ultraortodoxo, por el desinterés que sentía en estudiar la religión como fenómeno. Contestó como suelen los judíos jasídicos con una parábola. Si uno va en bicicleta y en vez de pedalear se pone a pensar en las leyes de la física se cae. Lo mismo con la religión. Lo mismo con la democracia.