Periodista, historiador, británico, pero sobre todo católico. ¿Quién fue Paul Johnson? El hombre se nos acaba de ir a donde él siempre esperó encontrar un eterno descanso. Lo alcanza tras una vida prolífica en su obra, pero también en experiencias. Johnson conoció a multitud de los grandes protagonistas del siglo que le vio nacer, hace 94 años.
La huella de Johnson es profunda, y así lo han reconocido los obituarios. ¿Qué es lo que dicen de este hombre extraordinario?
De la izquierda a la derecha
The Telegraph incide en su viraje de izquierda a derecha. Fue un cambio gradual, obrado en una era de crisis del Reino Unido y de la propia izquierda. El país había caído profundamente bajo la avalancha keynesiana, y la promesa de una prosperidad sin límite y sin fisuras llevó a todo lo contrario, a un invierno del descontento, en 1978, que preparó la llegada de Margaret Thatcher en el poder. Dice The Telegraph
Su desencanto con el Partido Laborista duró dos o tres años: no había nada de paulino en esta conversión, aunque sus enemigos decían que ciertamente le había dejado ciego. En 1975 indignó a los lectores del New Statesman con un artículo en el que describía a los sindicatos como "gángsters... hombres poderosos que conspiran juntos para exprimir a la comunidad". La gota que colmó el vaso llegó en 1977, el año de los piquetes de Grunwick, donde a los trabajadores no sindicados se les impidió violentamente la entrada a la imprenta en la que trabajaban. El taller cerrado, escribió, fue para él el punto de inflexión; fue "la marca de Caín, resplandeciente en la frente del partido". Anulaba el compromiso del socialismo con las libertades individuales y, por tanto, era inmoral.
Johnson, historiador
Para definirlo como historiador, The New York Times elige estas palabras:
Escribiendo más para un público popular que para la aprobación de los especialistas, filtraba su amplia lectura a través de una lente ética. Como historiador, se remontaba a los victorianos, para quienes la prosa legible era tan crucial como la investigación de archivos, y, como aquellos moralistas a la antigua usanza, le gustaban las jerarquías. Tanto si se trataba de escultores renacentistas como de humoristas norteamericanos, ninguna época, nación, religión, político, acontecimiento, edificio o pieza de arte o música estaba a salvo de su necesidad de comparar y clasificar.
Merece la pena remontarse al año 2015, cuando Steve Sailer le describió así:
La memoria de Johnson para las fechas, las citas perspicaces y las anécdotas divertidas es quizá la más amplia de cualquier periodista en lengua inglesa de nuestro tiempo, superando incluso a la del difunto Christopher Hitchens. La colosal base de datos mental de Johnson, combinada con su talento para el reconocimiento de patrones, hace de sus libros una estimulante combinación de historia y periodismo de opinión. Por otra parte, Johnson es tan hábil para generar hipótesis que nunca tiene tiempo de demostrar sus ideas de forma concluyente antes de pasar a la siguiente. Así pues, no escribe libros definitivos, sino provocativos.
Intelectuales
Que Johnson fuera un intelectual no quiere decir que tuviera un desmedido aprecio por los intelectuales, en general. The Telegraph lo cuenta así:
Reservaba el desprecio más feroz a lo que llamaba "relativismo moral". Para él no había conflicto entre principios opuestos, ni matices entre lo bueno y lo malo. Lo correcto era lo correcto y lo incorrecto era lo incorrecto, y esto se aplicaba a la gramática inglesa como a todo lo demás. Su libro de 1988 The Intellectuals (Los intelectuales) era un corolario un tanto curioso de esta filosofía. En él describía, con mucha indignación, las vidas poco convencionales de personajes como Rousseau, Marx, Bertrand Russell y Brecht, sugiriendo que si su moral personal era sospechosa, sus obras también debían ser impías: "Su héroe fue Prometeo, que robó el fuego celestial".
Tom Woods incide en este punto, y se detiene en su libro Intelectuales:
Otro gran libro, y un libro odiado por toda la gente adecuada, es Intelectuales. En él, Johnson examina a algunos de los pensadores clave de nuestro tiempo, que tenían la costumbre de concebir, desde sus sillones, planes grandiosos para la raza humana que sólo podían llevarse a la práctica mediante la violencia. (Por no mencionar que la mayoría de estas personas resultaron ser unos cabrones en su vida personal, como Johnson documenta ampliamente).
Johnson recibió también críticas. No nos vamos a detener en ellas, sino en la valoración que hace The Telegraph de cómo era capaz de responder:
Sin embargo, era un escritor brillante que, a diferencia de sus muchos críticos de la izquierda, solía ser capaz de ponderar sus argumentos con paralelismos históricos. Su historia de Inglaterra, The Offshore Islanders (1972), fue la primera de una serie de obras de este tipo que mostraban la enorme variedad de sus lecturas. En su epílogo contiene una advertencia contra la implicación de Gran Bretaña en Europa y un ataque al movimiento estudiantil revolucionario, muy diferente del himno rapsódico a los estudiantes de les évènements que había escrito cuatro años antes.
Trato con los políticos
Era un hombre independiente, y no muy fácil de encuadrar. Quizás fuera por su carácter iconoclasta, al que se refiere Stephen Glover en el Daily Mail: “La iconoclasia de Johnson era tan evidente en la izquierda como más tarde en la derecha. Arremetió contra muchos aspectos de la era moderna, y en 1964 advirtió de la ‘amenaza del beatlismo’”, en referencia a John, Paul, Ringo y George.
También trató con políticos, y The Wall Street Journal, en dos pinceladas, da la medida de ello:
Fue amigo de muchos primeros ministros, especialmente de Margaret Thatcher. Durante el mandato de Thatcher, Johnson fue su más ferviente defensor en la prensa británica y a veces fue su redactor de discursos. Más tarde también entabló una amistad duradera con Tony Blair, el primer ministro laborista.
Pero fue en Estados Unidos donde su reputación alcanzó la cima. El expresidente Richard Nixon solía regalar sus libros por Navidad, y Johnson se convirtió en un referente intelectual para conservadores estadounidenses como Norman Podhoretz, editor de la revista Commentary, y políticos como Dan Quayle y Newt Gingrich. En 2006, el entonces Presidente George W. Bush le concedió la Medalla Presidencial de la Libertad.