Hay "dos Francias" frente a frente. Una es violenta y está dispuesta a amotinarse a la primera oportunidad, alentada por los partidos políticos que ven en ello una fuente de votos. La otra, aún mayoritaria, digna y pacífica, está indignada por el comportamiento de estos jóvenes de origen inmigrante... calla y no hace nada.

Tras el asesinato de un joven de 17 años, Francia vuelve a ser escenario de disturbios que reflejan el abismo existente entre la Francia tradicional y los suburbios, fruto de la inmigración de los últimos 40 años.

Nahel Merzouk fue asesinado por la Policía. Le perseguían en Nanterre, cerca de París, dos policías en moto por infracciones de tráfico y negarse a detener el coche que conducía. Después de que Merzouk se viera obligado a detener el vehículo debido a la congestión de tráfico, los policías se acercaron a su coche y sacaron sus armas. Merzouk se dio a la fuga, momento en el que uno de los policías disparó su arma contra el coche, hiriendo mortalmente a Merzouk. Si Merzouk hubiera seguido las órdenes de la policía, no habría muerto.

En 2021, se produjeron 27.809 negativas a obedecer órdenes policiales en Francia: una cada veinte minutos, aproximadamente. Con sólo 17 años, Merzouk ya tenía 15 anotaciones en su historial delictivo, por rebelión contra agentes de policía, uso de matrículas falsas (ese día conducía un Mercedes clase A con matrícula polaca), conducción sin seguro, consumo y venta de estupefacientes, etc.

No obstante, su muerte desencadenó una oleada de disturbios a lo largo de toda Francia, no sólo en el suburbio parisino de Nanterre, donde se produjeron los hechos. Las imágenes muestran escenas de guerra con cócteles molotov, fuegos artificiales y contenedores de basura, coches y edificios en llamas. Se saquearon tiendas y se atacaron 269 comisarías. Los centros escolares y culturales fueron blanco de ataques y, en algunos casos, saqueos y destrucciones. Incluso fue atacada la prisión de Fresnes, la segunda más grande del país. Se incendiaron 1.105 edificios y 808 policías resultaron heridos.

Estos acontecimientos se inscriben más en la tradición de 1789, inicio de la Revolución Francesa.

Los jóvenes que disparan contra la policía, destrozan y saquean dicen estar enfadados por la muerte de Merzouk, pero es difícil ver cómo esta violencia y saqueo -a menudo contra propiedades que benefician directamente a los habitantes de estos barrios como escuelas, paradas de autobús y tranvías- puede "apaciguar su ira" o conducir a algo positivo.

El policía que disparó a Merzouk ha sido acusado de homicidio voluntario. Haciendo caso omiso de la presunción de inocencia, y condenando así al policía, el presidente Emmanuel Macron, que se supone que es el guardián de las instituciones, calificó el tiroteo de "inexplicable e inexcusable" cuando la investigación aún estaba en sus primeras fases. La presidenta de la Asamblea Nacional pidió un minuto de silencio por la muerte de Merzouk.

Estas respuestas, que eluden las garantías procesales en las más altas instancias del gobierno, muestran el miedo que los suburbios infunden en los gobernantes: el miedo a una conflagración generalizada, el miedo a otra muerte, el miedo a que se escape el control de la situación, el miedo a la incapacidad de controlar estos levantamientos o las causas profundas que los engendran.

Algunos de estos suburbios se han convertido desde hace tiempo en zonas sin ley, o más bien en zonas de "ley alternativa", donde reinan los capos de la droga y los imanes musulmanes, y donde la Policía sólo se desplaza con fuerza de cuando en cuando. En algunos barrios, los narcotraficantes han puesto obstáculos físicos que dificultan el acceso de las fuerzas del orden cuando deciden intervenir por la fuerza, en los casos en que todavía pueden fingir que aún controlan algo.

Hace unos meses, Francia se conmovió por el asesinato de Lola, de 11 años, a manos de una argelina a la que se había ordenado abandonar el país. Este asesinato por parte de una mujer que no debería haber estado en Francia -como en la mayoría de casos similares (sólo se ejecuta el 16% de las órdenes de expulsión) en los que el gobierno se niega a deportar a alguien- conmovió a toda Francia, pero el pueblo francés mantuvo la calma. No se manifestaron, no destrozaron nada, no hubo minuto de silencio en la Asamblea Nacional y Macron no consideró los hechos "inexplicables e inexcusables".

¿La diferencia entre las dos situaciones? Lola era una niña blanca asesinada por un inmigrante ilegal en Francia. La izquierda no protestó. Los partidos de derechas se indignaron y vieron en la tragedia una señal de que el Estado se había rendido ante la inmigración descontrolada.

En Nanterre, la víctima fue un joven de origen inmigrante asesinado por un policía blanco que intentaba detenerlo. A pesar de su pasado delictivo, los jóvenes de origen inmigrante de los suburbios ven a Merzouk como un mártir, víctima de una sociedad racista. El poderoso partido de extrema izquierda La France Insoumise ("Francia Insumisa") echa leña al fuego al negarse a llamar a la calma, y parece esperar que esta tragedia sea su "momento George Floyd", desencadenando una revolución callejera en Francia en la tradición de 1789.

Fundamentalmente, este abismo entre 'las dos Francias' atestigua una vez más el fracaso de la política migratoria de los últimos 40 años, con una inmigración legal e ilegal masiva e incontrolada, que se traduce en millones de jóvenes que son legalmente franceses pero que no se sienten franceses y que incluso pueden odiar a Francia.

La muerte de Merzouk no puede justificar en modo alguno los disturbios de los últimos días. A corto plazo, exigir responsabilidades a quien infrinja la ley es probablemente la única solución. Deben imponerse penas graves y severas por pintarrajear y destruir bienes e infligir daños personales. Los jueces franceses, sin embargo, tienden a ser laxos (aquí, aquí y aquí), y encuentran excusas para los delincuentes juveniles, a los que a menudo ven como "víctimas". Además, Macron apenas ha empezado a construir las 15.000 plazas penitenciarias adicionales que prometió.

Es necesario atajar la causa: la inmigración excesiva y descontrolada, tanto legal (mediante la reagrupación familiar y el derecho de asilo) como ilegal. Ante una vía de agua en un barco a punto de hundirse, como es la sociedad francesa, no sólo hay que disminuir el agua, sino también taponar la brecha. Ignorar la cuestión de la inmigración no servirá de nada: las mismas causas producirán los mismos efectos.

Sin embargo, Macron siempre se ha mostrado reacio a abordar el tema de la inmigración. No olvidemos que procede de la izquierda y que fue ministro del presidente socialista François Hollande. Al parecer, el gobierno de Macron espera que la situación se calme y, en los próximos meses, probablemente se esforzará cada vez menos en restablecer el orden y la seguridad en estos barrios, que se encuentran más y más bajo el dominio de una ley alternativa. La policía, atacada con una violencia sin precedentes, se mostrará aún más reacia a intervenir. Por tanto, es de temer que nada cambie en lo esencial y que los contribuyentes franceses paguen en vano la reconstrucción de todo lo destruido... hasta la próxima revuelta. Los alborotadores ya han ganado y Francia está más dividida que nunca.

Hay "dos Francias" enfrentándose. Una es violenta y está dispuesta a amotinarse a la primera oportunidad, alentada por los partidos políticos que ven en ello una fuente de votos. La otra, aún mayoritaria, digna y pacífica, está indignada por el comportamiento de estos jóvenes de origen inmigrante... calla y no hace nada.

Francia parece encaminarse lentamente hacia la guerra civil.

© Gatestone Institute