11-S: el fin del Fin de la Historia

La libertad debe ser ganada a diario frente a quienes, como los yihadistas, quieren arrebatárnosla. 

El 11 de septiembre de 2001 es una de esas fechas, más bien escasas, de las que recuerdas dónde estabas. En mi caso, en la casa de mis suegros en el campo, pasando un día tranquilo, cuando de repente nos llamaron: venid a ver la tele, están pasando unas imágenes increíbles de Nueva York. En efecto, aquello no se podía creer; la primera impresión fue que aquello debía de ser ficción, una de esas películas de catástrofes. No nos lo esperábamos. Nadie se lo esperaba. Era inimaginable… pero sucedió. Ya no pudimos despegarnos de la pantalla durante todo el día, horrorizados a medida que conocíamos más detalles sobre los dos aviones que impactaron en las Torres Gemelas y el que había impactado en el Pentágono, y nos mantuvimos en vilo por el destino del vuelo 93 de United, que finalmente sus pasajeros consiguieron heroicamente desviar del objetivo fijado por los terroristas. 

Aquel día algo se quebró en el interior de muchos: la era de optimismo iniciada el año 1989 con la caída del Muro de Berlín llegaba a un abrupto fin 12 años después. La confianza, bastante naíf, de que en el mundo todos éramos buenos duró poco más de una década.

El encargado de sacarnos del ensueño fue el yihadismo, de la mano de Osama ben Laden y sus secuaces. Que el islamismo aspira a someter al mundo entero y que sus métodos incluyen la violencia y el terror no era algo nuevo. De hecho, una somera revisión a la historia de la expansión del islam nos muestra que ha ido de la mano de la guerra y la violencia desde sus primeros pasos. Sabíamos que ese era su modo de actuar, que nos odiaban y que deseaban golpearnos, pero los veíamos muy lejos y no podíamos imaginar que serían capaces de alcanzarnos, y mucho menos con la intensidad con que lo hicieron. Después resultó que los terroristas no eran precisamente pastores de las montañas (aunque hubieran encontrado refugio entre ellos en alguna ocasión), sino que habían estudiado en nuestras universidades y nos conocían bien.

Los atentados del 11 de septiembre  de 2001 nos devolvieron de golpe a la realidad. La Historia no ha acabado, sigue su curso y nada está asegurado.

Más allá de las miles de víctimas y de lo complicado que se volvieron los aeropuertos, las consecuencias geopolíticas de aquel ataque terrorista fueron enormes. George W. Bush lanzó la Guerra contra el Terror que llevó a Estados Unidos y a sus aliados a atacar al régimen de los talibanes en Afganistán, que había dado cobijo a Ben Laden, y a otros países de la región como Irak. Fueron muchos años de guerra, con un gran coste humano. Al Qaeda, la organización de Ben Laden, quedó prácticamente destruida y ni ella ni otros grupos yihadistas han sido capaces de repetir un ataque de las dimensiones del 11-S en Occidente. Años en los que vimos también cómo Al Qaeda era reemplazada como principal agente de terror por otros grupos yihadistas, como el Estado Islámico, mientras que la precipitada salida de Afganistán decidida por Biden ha significado una vuelta al punto de partida, con los talibanes en el poder. 

Lo decíamos antes: la caída del Muro de Berlín fue interpretada, en frase célebre, por Fukuyama como el fin de la Historia. Nada sustancial iba a ocurrir ya, tras haber alcanzado la humanidad el estadio de máximo progreso. A lo sumo, alguna escaramuza sin importancia. Los atentados del 11 de septiembre  de 2001 nos devolvieron de golpe a la realidad. La Historia no ha acabado, sigue su curso y nada está asegurado. Mucho menos nuestra libertad, que debe ser ganada a diario frente a quienes, como los yihadistas, quieren arrebatárnosla.