Los que tachan el éxito de la producción indie 'Sound of Freedom' como "vinculado a QAnon" son unos hipócritas que muestran cómo la política retuerce el discurso tanto sobre las artes como sobre los crímenes contra los niños.

Sound of Freedom es la película que las clases charlatanas te animan a no ver. NPR dice que su éxito se debe al apoyo del tenebroso grupo extremista QAnon. Ha sido criticada por The Guardian como "vinculada a QAnon" y fue vinculada a los libelos de sangre y teorías de la conspiración en un artículo de JTA. Un segmento de la CNN lo calificó de burda y fraudulenta pieza de agitprop (acrónimo de agitación y propaganda) producto del "pánico moral". Es el tipo de película que se supone que la gente ilustrada y educada debe evitar a toda costa.

Y, sin embargo, en esta temporada de superproducciones hollywoodienses, es Sound of Freedom -una película rodada con un escaso presupuesto hace cinco años y distribuida por un estudio independiente que se asocia en gran medida con contenidos religiosos marginales- el éxito arrollador, la sorpresa del verano. La película, que describe las hazañas del exagente del Departamento de Seguridad Nacional Tim Ballard en la lucha contra el tráfico sexual de menores, ha vendido 148 millones de dólares en entradas de cine desde su estreno el 4 de julio. Esto la sitúa en tercer lugar durante el mes en ingresos de taquilla, sólo por detrás de las masivamente promocionadas Barbie (351 millones de dólares) y Oppenheimer (174 millones de dólares) y superando ampliamente otros dos estrenos de grandes estudios: las últimas entregas de las franquicias Misión Imposible e Indiana Jones; a pesar de proyectarse en menos pantallas que todas ellas.

El éxito de una película que ha sido destrozada por los medios de comunicación de referencia y cuya estrella, el actor Jim Caviezel, ha dado pruebas de ser un extremista, es preocupante para quienes la ven claramente como el producto de chiflados de derechas. Se trata de una película a la que el mundo del espectáculo quiso dar carpetazo y, luego, trató con desdén. Casi no tiene presupuesto de promoción (sobre todo si se compara con el bombardeo mediático que rodea al dúo Barbenheimer) y se ha basado casi exclusivamente en el boca a boca, así como en un sistema único de "pago por adelantado" por el que se animaba a los espectadores a ayudar a pagar las entradas de otros para que vayan a verla.

Así que el hecho de que Sound of Freedom no se haya limitado a lograr una audiencia, sino que haya creado una auténtica corriente de apoyo por parte del público, debe decir algo terrible sobre los Estados Unidos de 2023.

¿O no?

Al margen de los esfuerzos por mancillar a sus creadores e incluso a su público, está claro que el enfado por el éxito de la película se debe principalmente al papel que desempeña la política en la cultura popular contemporánea. También dice mucho de la hipocresía de los liberales: se preocupan por el trato a los niños cuando sirve para criticar a uno de sus principales demonios políticos, el expresidente Donald Trump, pero prefieren achacar la preocupación que suscita Sound of Freedom por el tráfico de menores a la paranoia y el extremismo de una amplia franja de la opinión pública a la que siguen considerando "deplorables".

Una historia real

La verdad sobre la película y la historia que cuenta ha quedado en gran medida oscurecida por los furibundos comentarios que ha suscitado.

Aunque quienes pretenden perjudicar a la película han intentado difamar a Ballard, se trata de una persona que ha dedicado su vida a localizar a quienes lucran con la pornografía infantil y a rescatar a los niños víctimas de la trata. Más allá de que su historia ha sido adaptada, como hacen muchas películas con el objetivo de crear una narración más dramática y fácil de entender, la cinta no está en absoluto desconectada de la realidad.

El resultado es un film convincente, pero también convencional en muchos sentidos, ya sea como un thriller de acción y aventura o una historia basada en crímenes reales. Aunque la premisa básica se refiere a los delitos más espeluznantes y perturbadores, el público, afortunadamente, nunca se enfrenta directamente a ellos. En cambio, sólo insinúa los horrores del tráfico de niños -al igual que la violencia y el sexo, insinuados en lugar de retratados en pantalla-. De hecho, una reseña del New York Times parecía menospreciarla por contenerse a la hora de describir explícitamente cosas tan terribles y se preguntaba si ello se debía a la "escrupulosidad" o a la "falta de inspiración" del cineasta Alejandro Monteverde.

Lo que falta por completo en Sound of Freedom son ciertos elementos que esperan los espectadores escépticos, preparados por relatos negativos sobre teorías conspirativas y narrativas extremistas: antisemitismo o cualquier cosa que se parezca a un programa político.

A pesar del carácter sensacionalista de los comentarios sobre la película, no hay personajes identificables como judíos ni villanos (y los malos de la obra son de los más repugnantes que se pueden encontrar en cualquier película que no represente un genocidio) con características que pudieran vincularlos a los judíos o a cualquier otro objeto habitual de los temores conspirativos.

Un elemento que forma parte indiscutible de su narrativa es algo que algunos en la industria cinematográfica consideran casi tan inquietante como los delitos sexuales: la fe. Tanto el protagonista como su socio hablan de su fe en la religión como motivación para arriesgar sus vidas, y en el caso de Ballard también su carrera en el DHS. Aunque incluso allí, la religiosidad es ecuménica. Aparte del hecho de que un medallón católico de San Timoteo desempeña un papel en la trama, la identidad de la fe de las personas mostradas se mantiene implícita.

Aun así, el eslogan de la película "Los hijos de Dios no están en venta" resuena comprensiblemente con el público. Pero, por increíble que parezca, también ha hecho que algunos comentaristas liberales se pregunten si se trata de una especie de 'silbato para perros' dirigido a los extremistas.

Boicotear a los actores

La única prueba de extremismo se refiere a las declaraciones de la estrella de la película. Ballard está interpretado por Jim Caviezel, un veterano actor más conocido por su interpretación de Jesús en La pasión de Cristo, de Mel Gibson, cuya intensa actuación conduce la película. Algo así como un bala perdida, apareció una vez en un evento que estaba vinculado con QAnon. También ha vertido verdaderos discursos conspirativos sobre los "banqueros de Rothschild" y afirma que se trafica con sangre de niños asesinados, algo que puede compararse con los tradicionales libelos de sangre contra los judíos, aunque Caviezel nunca ha establecido ese vínculo.

Si uno piensa que hay que boicotear a los actores que realizan declaraciones semejantes, esa una razón plausible para evitar Sound of Freedom. Sin embargo, si uno pretende adoptar esa postura, la coherencia exigiría un boicot a las películas o espectáculos de intérpretes que apoyan los libelos de sangre palestinos contra los judíos. Dadas las decenas de actores que han firmado peticiones de BDS y antiisraelíes acusando falsamente al Estado judío de apartheid, cualquiera que adhiera a esa postura no va a poder ver muchas películas o programas de televisión actuales.

Parte del esfuerzo por alinear Sound of Freedom con los extremistas es la afirmación de los productores de la película de que los grandes estudios intentaron suprimirla. La película se produjo bajo los auspicios de la división latinoamericana de 20th Century Fox films. Cuando esa empresa fue comprada por Disney, el film fue archivado. Dado el giro woke que ha dado la empresa en los últimos años, no hace falta ser muy imaginativo para pensar que tanto el contenido como la religiosidad de la película llevaron a tomar esa decisión.

Sound of Freedom sólo llegó a los cines este año porque los implicados en su producción consiguieron recomprarla a Disney. Luego sólo vio la luz porque el estudio independiente Angel recurrió a la financiación colectiva, recaudando 5 millones de dólares de varios miles de inversores que creyeron en el proyecto.

Pero lo más objetable del esfuerzo por retirar la película es la idea de que está sensacionalizando o promoviendo de algún modo una preocupación que no es real.

Aunque nadie afirma que el tráfico de niños no sea un crimen horrible, el hecho de que QAnon -un grupo amorfo con un número minúsculo de seguidores, pero con una enorme cobertura mediática por parte de los medios liberales- hable sobre el tema parece haberlo convertido en algo fuera de los límites de las personas que supuestamente piensan correctamente. Y eso a pesar de que cuando la película estaba en fase de producción, hace cinco años, nadie había oído hablar de ellos.

Hipocresía sobre la trata de seres humanos

Lo que hace que la cuestión de los abusos masivos de menores sea aún más importante hoy en día es que la virtual apertura de la frontera sur de Estados Unidos, como consecuencia de las políticas del presidente Joe Biden, ha facilitado su aumento.

Irónicamente, muchos de la izquierda pusieron el grito en el cielo por el supuesto abuso de niños durante la administración Trump y su política de separar familias que cruzaron la frontera ilegalmente. Esa práctica había existido bajo la administración Obama, pero únicamente generó cobertura negativa cuando se pudo culpar a Trump. Lo que esos críticos no han reconocido es que muchos de esos niños no estaban realmente con sus padres, sino que eran llevados a la frontera por los traficantes.

Este comercio de seres humanos está dirigido por los cárteles de la droga mexicanos que controlan en gran medida ese lado de la frontera, y es de esperar que muchos de esos niños que son llevados a Estados Unidos se vean obligados a trabajar en condiciones terribles y que algunos sean víctimas de abusos.

De más está decir que quienes deliberadamente hacen la vista gorda ante la crisis humanitaria en la frontera sur de Estados Unidos, porque están a favor de las fronteras abiertas o no quieren perjudicar las perspectivas políticas de Biden, no deberían denigrar una película que trata de llamar la atención sobre el problema del tráfico de niños.

Al quitarse las anteojeras políticas resulta claro que la película no es ni antisemita ni un intento de promover teorías conspirativas, y que merece la gran audiencia que está teniendo.

Comprar una entrada para ir al cine no va a resolver el problema, pero, como afirma Caviezel tras los títulos de crédito de la película, puede ayudar a contribuir a concienciar sobre aquel. Habiéndola visto yo mismo, puedo dar fe de que, aunque no es una obra maestra del cine, es una película apasionante y conmovedora que deja al público profundamente afectado. Por eso, y no porque cientos de miles de estadounidenses sean supuestamente fans de QAnon, el marketing boca a boca de Sound of Freedom está teniendo un éxito tan espectacular.

© JNS