Quienes al condenar los crímenes del grupo terrorista se oponen a los esfuerzos por destruirlo son una amenaza mayor para Israel que aquellos que aplauden abiertamente sus atrocidades. 

La secuela de los ataques de Hamás contra Israel el 7 de octubre fue una llamada de atención para muchos progresistas judíos. No es sólo que ellos, junto con el resto del mundo, estuvieran conmocionados por la depravación del ataque terrorista, que dejó más de 1.300 israelíes muertos, miles de heridos y aproximadamente 150 secuestrados llevados a Gaza. Las terribles pruebas de violaciones y asesinatos en masa de hombres, mujeres y niños, incluida la quema y decapitación de bebés, son casi incomprensibles. Pero el hecho de que algunos de sus aliados de izquierda aplaudieran a Hamás fue demasiado para los progresistas políticos, incluso para aquellos que prefieren no ver enemigos en la izquierda.

La existencia de un ala pro-Hamás en el movimiento progresista es una mancha en el honor de la izquierda política que no debe ignorarse ni subestimarse. Ilustra no sólo la indecencia de quienes adoptan esta postura, sino que demuestra las consecuencias del surgimiento de ideologías tóxicas como la interseccionalidad y la Teoría Crítica de la Raza, en las que se caracteriza erróneamente a judíos e israelíes como, por definición, opresores blancos de un pueblo de color, el palestino.

Los conservadores que han estado señalando que ideas woke, como el catecismo de la diversidad, equidad e inclusión (DEI), permiten el antisemitismo ya tenían muchas pruebas para respaldar sus conclusiones. Pero el espectáculo del activismo pro-Hamás en las calles estadounidenses -y, sobre todo, en los campus de universidades de élite como Harvard y Columbia, donde se produjeron amenazas y actos de violencia antisemita- ha despejado toda duda posible: la izquierda interseccional adoptó una forma de odio a los judíos difícil de distinguir del nazi.

Por más indignado que esté por la bancarrota moral de estos progresistas, no los veo como la principal amenaza para Israel en Occidente. Ahora estoy mucho más preocupado por el comportamiento y los comentarios de los progresistas decentes que por sus aliados más radicales.

Me refiero con estas palabras a aquellas figuras que han expresado su repulsión por las acciones de Hamás, e incluso han hablado contra sus propios socios progresistas que alientan el terrorismo, pero que, a diferencia del presidente Joe Biden, apostillan su apoyo a Israel. El ruidoso coro de comentaristas y expertos de los medios de referencia, tanto judíos como no judíos, que tratan como moralmente dudosos los esfuerzos de Israel para poner fin a esta amenaza mortal puede no ser tan despreciable cuando se compara con la aprobación con la que recibieron otros la matanza masiva de judíos. Sin embargo, son esos personajes de la 'izquierda decente', que considera errónea la contraofensiva israelí destinada a eliminar a Hamás, quienes más influencia ejercen, y por tanto más daño hacen a la lucha existencial para defender el Estado judío.

Estas personas, supuestamente bondadosas, no se limitan a ostentar su angustia por las bajas palestinas y las israelíes. En cambio, afirman que existe una equivalencia moral entre los esfuerzos anti-terrorismo de las Fuerzas de Defensa de Israel y los crímenes de Hamás. Critican los empeños por derrotar definitivamente a Hamás como inútiles y, aún más, como erróneos, ya que sostienen que se debe protestar la eliminación de vidas de ambos lados, sin tener en cuenta las circunstancias específicas.

Es difícil ignorar a las turbas que en el Times Square de Nueva York clamaron por el derramamiento de sangre judía. Sin embargo, es poco probable que alguien en la Administración Biden -incluso aquellos funcionarios más hostiles a Israel- les preste mucha atención. Pero el verdadero problema son los columnistas de opinión del The New York Times, que a sólo unas cuadras de distancia escriben artículos que instan a oponerse a la contraofensiva israelí y a presionar a Israel para que deje ilesos y triunfantes a los terroristas.

BLM y Hamás

Las declaraciones y publicaciones de Black Lives Matter a favor de los ataques, incluida una en la que invocaba los parapentes usados para la masacre del festival rave -donde murieron cientos de personas y se violó a mujeres al lado de los cadáveres de sus amigos-, son particularmente escandalosas. También lo fueron las manifestaciones celebradas por grupos de izquierda como los Democratic Socialists of America (Socialistas Democráticos de América, en español), donde se aplaudió a Hamás; así como eventos a lo largo de todo el país en que árabes y palestinos estadounidenses asumieron un papel destacado, tanto al identificarse con Hamás como al justificar sus barbaridades tildándolas de actos de "resistencia" ante la "ocupación" israelí.

La mayor parte del establishment judío liberal respaldó al movimiento BLM tras el asesinato de George Floyd en 2020. Pero cuando el presidente de la Zionist Organization of America (Organización Sionista de América), Mort Klein, denunció a BLM por su abierto antisionismo, muchos progresistas judíos lo acusaron de racista por tener la mala educación de decir la verdad sobre un grupo tratado como irreprochable por aquellos desesperados por mantenerse en sintonía con la moda política liberal.

Aun así, a nadie de la izquierda judía le debió sorprender que varios de sus aliados fueran antisionistas. Sí les debió doler, en cambio, que carecieran de escrúpulos, al verlos respaldar por todo lo alto la violencia contra Israel y las crueldades cometidas. Después de todo, en lugar de negar las atrocidades, los terroristas de Hamás estaban orgullosos de ellas (compartiendo por las redes sociales imágenes de su ola de asesinatos y abusos contra mujeres) y luego fueron vitoreados en las calles de Gaza.

La identificación con estos crímenes desconcertó incluso a algunos de la izquierda. La líder del 'escuadrón' del Congreso, la representante Alexandria Ocasio-Cortez (D-N.Y.), sintió la necesidad de desvincularse de lo que describió correctamente como la “intolerancia” y la “insensibilidad” que se exhibieron en la manifestación a favor de Hamás en Times Square. Sin embargo, en la misma declaración postuló una equivalencia moral entre las víctimas israelíes y los terroristas palestinos y sus partidarios, y pidió un alto el fuego que permitiría al grupo islamista escapar del castigo por sus crímenes.

La maniobra de AOC para alejarse de quienes apoyan abiertamente al grupo terrorista, distanciándose de sus colegas del 'escuadrón' Rashida Tlaib (D-Mich.) e Ilhan Omar (D-Minn.), resultó reveladora. El oportunismo de Ocasio-Cortez le permitió comprender instintivamente que el lugar más fértil para los críticos de Israel no es entre quienes aplauden las matanzas de los judíos, sino al lado de aquellos que pretenden evitar que las fuerzas israelíes impidan futuros ataques terroristas.

El establishment de la política exterior había comenzado a intervenir, desaprobando cualquier acción israelí que pudiera derribar a Hamás, como lo demostraron primero artículos de Richard Haas y Thomas Friedman. Pronto se les unieron otros columnistas del Times, como Nicholas Kristof y Michelle Goldberg, quienes tuvieron el cuidado de denunciar las atrocidades de Hamás, pero rápidamente pasaron a su verdadero objetivo: argüir que el contraataque de Israel, en principio y en práctica,  estaba destinado a ser tan impropio como la masacre terrorista .

Los enemigos de la claridad moral

Nadie fue más claro al respecto que el columnista del Washington Post Paul Waldman, una figura influyente dentro de Washington que, como Haas, Friedman y Goldberg, es judío. El artículo de Waldman, titulado "Israeli-Palestinian conflict needs moral consistency, not moral clarity" (en español, “El conflicto israelí-palestino necesita coherencia moral, no claridad moral”), llegó al corazón del debate que determinará si la Administración Biden mantiene su loable postura de apoyo a Israel o si la abandona en los próximos días, cuando se comiencen a citar las bajas palestinas como motivo para dejar ir a Hamás.

Waldman cree que es incorrecto trazar una distinción moral clara entre los crímenes de Hamás y los esfuerzos israelíes para prevenir crímenes futuros y castigar a los perpetradores. De hecho, en un argumento asombrosamente escandaloso, afirma que si uno considera que Hamás está equivocado y que Israel está en lo correcto, entonces no es diferente de Hamás.

Eso tiene sentido si, al igual que aquellos que promocionan la fallida idea del establishment de que la única solución al conflicto es el compromiso territorial, uno considera que los esfuerzos palestinos por destruir a Israel no son tan diferentes de la falta de voluntad de Israel de ser destruido. Lo que Waldman dice querer es más sutileza al equiparar el dolor por las víctimas civiles palestinas con el causado por los israelíes asesinados, violados o secuestrados. Cree que si uno está justificado, también lo está el otro.

Es cierto que deberíamos deplorar el sufrimiento de todos los inocentes, pero el problema con su postura no es sólo su insufrible postureo moral. Sino, más bien, su falta de voluntad para comprender que alentar una causa que promueve las atrocidades más depravadas es inmoral, mientras que intentar derrotar la causa de tales crímenes -personas e ideología- es moral por definición, incluso si se requiere de acciones militares que resultan en la muerte de civiles.

Las campañas militares de los aliados contra los nazis requirieron de un lamentable número de alemanes civiles muertos. Lo mismo ocurre con las israelíes que apuntan a eliminar a Hamás, incluso si su ejército hace mucho más que cualquier otro para evitar esas muertes. Hay historiadores que continúan debatiendo la moralidad de algunos de los ataques aéreos contra Alemania. Pero, ¿puede alguien dudar seriamente de la profunda inmoralidad que hubiese significado permitir que un régimen como el nazi sobreviviera en Berlín por el escrúpulo de no aumentar el número de bajas civiles?

Una guerra justa contra Hamás

Los ataques de Hamás el 7 de octubre –la peor masacre de judíos desde el Holocausto– obligan al observador a concluir no sólo que el grupo islamista está dedicado a la destrucción de Israel, sino que, en esencia, es tan genocida y bárbaro como los nazis. Eso significa que quienes sostienen que Israel debe retirarse y permitir que Hamás sobreviva como potencia soberana en la Franja de Gaza están defendiendo una postura inmoral, además de pro-terrorista. En guerras como esta, la responsabilidad por las muertes pertenece a quienes persiguen fines inmorales, no a sus oponentes.

La campaña para eliminar completamente a Hamás es, tanto desde una perspectiva jurídica como moral, una guerra justa. Oponerse a una guerra así en nombre de una dudosa 'consistencia moral' a la hora de aborrecer el número de víctimas civiles no es simplemente engañoso. Quienes adoptan esta posición quieren que pensemos que son progresistas 'decentes', moralmente distintos de los progresistas que se jactan de los crímenes de Hamás. Pero los líderes de opinión que están presionando a la Administración Biden para que utilice su influencia para impedir que Israel derrote a Hamás son en realidad mucho peores que los izquierdistas que no temen expresar su antisemitismo en público.

Los desvaríos de la extrema izquierda son perturbadores y crean una atmósfera de odio que dificulta la vida judía en ciudades y universidades. Pero los progresistas 'decentes', que bien pueden resultar ser el salvavidas que necesitan los derramadores de sangre judía, pueden causar mucho más daño a largo plazo. Si logran persuadir a Biden para que se aleje de Israel y deje que Hamás gane, estas personas supuestamente virtuosas, que están tan convencidas de su bondad, tendrán en sus manos la sangre de todas las futuras víctimas del terrorismo islamista, tanto judías como no judías.

© JNS