'Jihad Rehab': de Sundance al infierno por las críticas de islamistas

Cineastas árabes condenan que una mujer hable de hombres musulmanes en una película sobre yihadistas rehabilitados.

La película Jihad Rehab ha pasado de ser invitada al Festival de Sundance a ser vetada por todos los certámenes y salas de exhibición en menos de un año. Las críticas de cineastas árabes y de activistas de izquierda, acusándola de "islamofobia" y de ser "propaganda estadounidense" provocaron que el mismo festival independiente pidiera disculpas. A raíz de ello, los concursos que contaban con ella retiraron sus invitaciones.

Su directora, Meg Smaker, ha pasado del "cielo" a tener que pedir dinero a sus padres, con las tarjetas de crédito canceladas por las deudas. Aún no se cree lo que le está ocurriendo, ya que siempre esperó que la gente "se daría cuenta de que esta película no era lo que decían". "Intento contar una historia auténtica que muchos estadounidenses quizá no hayan escuchado", insistió.

Una mujer blanca en un centro saudí para la rehabilitación de yihadistas

El documental fue grabado durante 16 meses en un centro saudí para la rehabilitación de yihadistas. Las autoridades saudíes autorizaron a Smaker a entrevistar a 150 detenidos. La mayoría declinó siquiera hablar con ella. No obstante, cuatro accedieron a las entrevistas, y sus testimonios son el centro de la película. Tras superar las dudas y la desconfianza, los antiguos terroristas hablaron sobre su captación por el yihadismo, las torturas sufridas o su arrepentimiento.

Meg esperaba críticas por parte de los conservadores por mostrar una visión humanizada de los terroristas. Sin embargo, éstas han venido por personalidades islámicas que condenan que una mujer blanca contara la historia de hombres árabes.  Una de las más duras fue la cineasta Assia Boundaoui: "Es nauseabundo ver cómo se utiliza mi lengua y la tierra natal de la gente de mi comunidad como telón de fondo de las tendencias salvadoras de los blancos", escribió. "El discurso es todo empatía, pero la energía es Indiana Jones", indicó a la revista Documentary.

"Como musulmana, mi voz debería ser más fuerte que la de una mujer blanca"

"Un equipo totalmente blanco detrás de una película sobre hombres yemeníes y de Arabia del Sur", lamentó  la cineasta Violeta Ayala en un tuit. No se molestó en contrastar que un productor ejecutivo yemení-americano y un coproductor saudí formaban parte del elenco. También se mostró contundente en su juicio Jude Chehab, una documentalista libanesa estadounidense. "Cuando yo, una mujer musulmana practicante, digo que esta película es problemática, mi voz debería ser más fuerte que la de una mujer blanca que dice que no lo es. A secas".

Los golpes no han llegado solo de fuera.  La productora ejecutiva del documental, Abigail Disney -sobrina nieta de Walt Disney, y que estaba entusiasmada con lo conseguido, cambió su discurso. Tras felicitar en correos privados a la directora,  pidió disculpas públicamente lamentando que la cinta "aterrizó como un camión de odio". "He fallado, he fracasado y no he comprendido en absoluto lo agotado y asqueado que está el pueblo musulmán por la perpetua representación de hombres y mujeres musulmanes como terroristas o ex terroristas o terroristas potenciales", insistió Disney.

Rectificación de Sundance e intento de boicot

Cuando Sundance publicó en diciembre que la Jihad rehab había sido seleccionada, las críticas no se hicieron esperar. Más de 230 cineastas lanzaron una carta en la que condenaban el documental. Según The New York Times La mayoría ni siquiera lo visionó. El documento criticaba que, en 20 años, el festival había proyectado 76 películas sobre musulmanes y Oriente Medio, pero sólo el 35% dirigidas por musulmanes o árabes. Algo que el propio certamen desmintió con datos.

Sin embargo, los responsables de Sundance se asustaron con las reacciones y trataron de dar marcha atrás. La directora en esos momentos, Tabitha Jackson, exigió ver los formularios de consentimiento de los detenidos y el plan de Smaker para protegerlos una vez estrenada la película. Además, reclamaron una revisión ética de los planes y cuatro días para cumplir los requerimientos. La revisión concluyó que la cinta cumplía con creces con las normas de seguridad.

Una vida de película

Meg Smaker tenía 21 años el 11-S. Ella trabajaba como bombera en California, y el ver a sus compañeros ansiando venganza le hizo preguntarse "¿cómo hemos llegado a esto?". Para encontrar la respuesta, viajó a Afganistán, que recorrió en autostop, y vivió cinco años en Yemen. Aprendió árabe y enseñó a la gente con la que vivió a combatir el fuego. Posteriormente cursó un máster en cinematografía por la Universidad de Stanford y volvió a Oriente a tratar de acercar ambos mundos mediante el cine.