Fluminense gana su primera Copa Libertadores ante un combativo Boca Juniors
Los goles de Cano y Kennedy llevaron a la consagración del gran equipo de Fernando Diniz.
Emotivo e histórico. En el Maracaná, Fluminense y Boca Juniors protagonizaron uno de los partidos más apasionantes del año por la final de la Copa Libertadores, cuyo resultado fue el más justo de todos: la consagración del mejor equipo del continente como el campeón de América.
El Fluminense del genio funcionalista Fernando Diniz, de la mano del veterano Germán Cano y el juvenil John Kennedy, lideraron al fluzão ante un Boca que jugó una final dignísima.
El xeneize, a pesar de no contar con la imponente estética del juego del flu, logró plantear un partido serísimo cortando los circuitos de Fluminense en zonas interiores y lanzando varias transiciones que hicieron temblar las piernas de los defensores brasileños.
De hecho, hasta el minuto 35, si bien Fluminense había monopolizado la posesión de la redonda, Boca había tenido las aproximaciones más claras y centrales en el desarrollo. Una de Merentiel, quien remató al medio del arco defendido por Fábio, y otra jugada donde Cavani no pudo perfilarse correctamente para recibir una grandiosa habilitación de Valentín Barco.
Pero a pesar de la poca lucidez de Fluminense en zona de impacto, a los 35’ todo cambió. Keno, el ala izquierda, y Arias, el extremo derecho, construyeron una hermosa pared por el sector del colombiano que destruyó la defensa bostera. La profundización, ya exitosa, terminó con un pase-centro al corazón del área que encontró al temible e inevitable monstruo del equipo de Diniz: Germán Cano, ese delantero de 35 años que no par de hacer goles y que estampaba su firma en el Maracaná en el partido más importante de su carrera.
Su movimiento, amagando un pique hacia el fondo para dejar colgada a la última línea y terminar en el punto penal, debería ser el primer capítulo del manual del centro delantero. Un gol precioso en el contexto más competitivo posible.
A partir de allí, con la ventaja del marcador consumada, Fluminense por momentos se floreó. Los toques de Ganso, Melo, André, Marcelo, Nino, Arias, Samuel Xavier y tantos otros, como si estuvieran jugando un picadito en Copacabana, desesperaban a los impotentes jugadores xeneizes que no lograban ni ensuciar el juego ni llegar a tiempo a sus descoordinadas presiones.
Pero, a falta de una clara identidad colectiva, que en momentos adversos sirve para mirarse el espejo y entender cómo competir en momentos de superación, Boca se hizo fuerte aferrándose al talento y personalidad de varios de sus jugadores. Equi Fernández, el “Ganso” xeneize, parece que se hartó de que jugaran los mediocampistas del fluzão y fue hasta su propia área para hacer jugar a su equipo. A partir de ese momento, Boca creyó, tuvo fe en su capacidad de generación, en su buen pie, y detectó el punto débil del equipo de Diniz: el sufrimiento sin pelota.
Cuando Boca empezó a juntar pases improvisadamente, a partir de la inventiva de Equi Fernández, Pol y Medina, más la valentía de Fabra y Advíncula, Fluminense se sintió incómodo. Hasta vulnerable. El partido entró en un punto de descontrol e incertidumbre, con el fluzão retrocediendo metros y Boca yendo para adelante, como una fuerza impulsada por la naturaleza más que por su fútbol.
Ya en el segundo tiempo, Equi probó y Fábio detuvo. Pero era el aviso de lo impensado: Advíncula, ese lateral derecho que se siente zurdo, aprovechó la pasividad de Marcelo y encaró para su "pierna mala", armando un remate inatajable con sed de gloria que destrabó las gargantas bosteras. Un 1-1 que ponía justicia, porque Boca había salido a jugar el segundo tiempo con valentía, y en el fútbol el valor para jugar por debajo habitualmente se paga con goles.
Era el cambio de escenario idóneo para el equipo argentino. Como cuando en el boxeo el retador sobrevive los primeros rounds y empieza a morder a su cansado oponente. El problema para Boca es que su adversario tenía un mayor poder de fuego en el banco. Un arsenal llamado John Kennedy.
Así como contra Internacional en semis u Olimpia en cuartos, Kennedy fue la solución para los de Diniz. Un joven delantero con la rapidez y potencia necesaria para atemorizar a los rivales y cambiar dinámicas.
Bastaron un par de intervenciones suyas para que Fluminense volviera a creer en todo lo que lo había traído hasta la final. El comienzo del fin para Boca que pudo, de no ser por centímetros, lograr una remontada épica con un derechazo de Merentiel que pasó besando el poste izquierdo de Fábio.
Pero llegado el tiempo extra, fue el propio Kennedy el que sentenció la historia de una final cambiante. La jugada fue exquisita: pase de globo al área, dejada para el delantero y remate furioso de derecha del joven John que marcó el gol de su carrera.
Así como furioso fue el remate, furiosa la celebración, que provocó la propia expulsión de un Kennedy previamente amonestado.
Pero la polémica queda en anécdota. Boca también sufrió la expulsión de Fabra minutos más tarde y, con mucho pundonor, logró a meter a Fluminense contra su área. Pero faltó lucidez y un poco de jerarquía en los minutos finales para intentar forzar, una vez más, una tanda de penales que pusiera a brillar a Romero.
No pasó. Fluminense, el mejor equipo del continente, hizo historia: levantó su primer título continental e hizo valer algo todavía más fundamental, la vigencia del juego funcional.