Hoy más que nunca es necesario rescatar la Navidad: algunas pistas para hacerlo
Ante el avance raudo de un laicismo peligroso, el regreso a las tradiciones y el reconocimiento de nuestros valores se vuelve obligatorio.
Escribió Chesterton en The Everlasting Man que todo hombre occidental, ateo o religioso, guarda una relación con la Navidad coincidente, que es imposible de suprimir u olvidar. Inclusive el hombre que más desprecie a la religión, el más antipático, no puede disociar a Dios de la ternura maternal, la devoción humilde o la inocencia infantil innata a la escena universal del nacimiento de Cristo.
No hay que ser cristiano de formación. Chesterton hablaba de la cristiandad psicológica, de la que muy pocos podemos escapar. Entonces, en el fondo, ante la laicidad insoportable y peligrosa del mundo, había esperanza: esta residía, no en nuestras creencias, sino en nuestra cultura —que, paradójicamente, se nutría de las creencias.
Pero la observación tremendamente optimista del gran escritor británico no encuentra eco en la modernidad. Desde los corazones de nuestra sociedad occidental, como Londres, París, Nueva York, Bruselas o Madrid hasta la cuna del mismo cristianismo, Belén, la esencia de la Navidad se ha ido desdibujando, hasta el punto que en esta Navidad las autoridades palestinas de Belén, que controlan la otrora ciudad cristiana, decidieron cancelar la celebración del Nacimiento del hijo de Dios, debido a razones políticas.
Hace dos años la Comisión Europea, a propósito de la multiculturalidad, el identitarismo y la extremísima sensibilidad, recomendó, en una guía, evitar expresiones de celebración que contengan la palabra "Navidad" y reducir todo a "felices fiestas". Por la reacción de la gente, indignada, la Unión Europea decidió retirar la recomendación de la guía.
Las buenas intenciones, en este caso, aplanan el camino a que los cimientos de la cultura occidental colapsen.
No es una exageración histérica. Este diagnóstico fue el que impulsó a la escritora y activista Ayaan Hirsi Ali a dejar atrás el ateísmo para abrazar, en este invierno, la cultura Cristiana. Según escribió ella en un ensayo, la grandeza de la sociedad Occidental reside en sus valores judeocristianos, hoy amenazados por el avance acelerado de adversarios, como la China comunista, la Rusia de Putin o el islamismo fundamentalista, que aspiran a destruir lo que somos.
En parte por una razón pragmática y, en parte, por una espiritual, Ayaan Hirsi Ali concluyó que, para enfrentar a enemigos tan formidables, no basta con herramientas seculares. El regreso a las tradiciones, el apego a la cultura, los valores y la religión se convierten en recursos esenciales para resguardad a la sociedad occidental.
En ese sentido, ante una deriva cultural laica, completamente desapegada de las tradiciones, pongo sobre la mesa el especial de Navidad de Charlie Brown, estrenado por CBS el 9 de diciembre de 1965, y transmitido cada año hasta su inclusión en el catálogo de Apple TV, en el 2021.
La época Navideña no es un tiempo fácil. Tradicionalmente de celebración y forzosamente de felicidad, a muchos los invade la nostalgia por lo que fue, por lo que debe ser o por lo que jamás será. Se supone que es un tiempo de alegría y encuentros, pero para muchos es lo contrario: el 38% de la gente, según la American Psychological Association, sufre depresión durante la época navideña. Las razones son muchas, desde presión familiar, escasez económica o tristeza por cuestiones personales.
Digo todo esto porque el especial de Charlie Brown arranca abordando esta discusión: el joven Charlie Brown está deprimido justo cuando empieza la Navidad. Lo inquieta ver el ánimo que lo rodea y no relacionarse con nada. A Charlie le aterra cómo sus amigos solo piensan en la Navidad desde una perspectiva extremadamente mercantilista y materialista. Para él, la Navidad no se trata de regalos, de "bienes raíces", árboles de aluminio sintético o concursos de decoración. Pero se siente solo y cree que quizá él mismo es el problema.
Poco a poco se va dando cuenta de que él tiene razón. De que su depresión, por no poder precisar de qué se trata realmente la Navidad, es un estímulo auténtico que lo está salvando de la superficialidad moderna.
Para ayudar a curarle su depresión, su amiga, Lucy, le recomienda a Charlie Brown que se involucre con alguna actividad navideña, y lo invita a ser el director de la obra de Navidad de la escuela.
Charlie Brown se entusiasma y asume con rígida responsabilidad su rol. Su disciplina y romanticismo contrasta, sin embargo, con la frivolidad del resto de sus amigos, que esperan que la obra sea lo más comercial posible. Luego de luchar contra la realidad, Charlie Brown concluye que, para hacer más auténtica a la obra, hay que incorporar un elemento verdaderamente navideño, como un árbol para decorar.
Va a la tienda y, de todos los árboles sintéticos, laminados, rosados, Charlie Brown elige un consumido y escuálido arbolito. Al regresar al teatro se encuentra, no obstante, con la burla y el rechazo de sus amigos, que lo consideran un "idiota" y un "mediocre" por ni siquiera ser capaz de elegir un árbol digno —es decir, pomposo y burdo— para la obra.
Triste y deprimido, Charlie Brown cuestiona a todos, preguntándoles si alguien realmente sabe de qué se trata la Navidad. Y Linus, el único chico sensible del grupo, procede a citar la Anunciación de los Pastores, el episodio evangélico de San Lucas:
"Había unos pastores por aquellos contornos, que dormían al raso y vigilaban por turno su rebaño durante la noche. De improvisto, un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de luz. Y se llenaron de un gran temor. El ángel les dijo: 'No teman, Miren, voy a anunciarles una gran alegría, que lo será para todo el pueblo. Hoy ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, quien es el Cristo, el Señor; y esto les servirá de señal: encontrarán al niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre'. De pronto apareció junto al ángel una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios diciendo: '¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres en los que Él se complace'".
Un inciso para hablar de la tradición (o la grandeza) perdida: es notable que en un especial comercial, de una de las caricaturas más populares de la época y transmitido en uno de los principales canales de Estados Unidos, un personaje, en este caso un niño, recite un texto bíblico.
"De esto se trata la Navidad, Charlie Brown", le recuerda Linus luego de recitar, en el teatro, la Anunciación.
Charlie, sin desmayar, se determina a salvar su Navidad y evitar que el "comercialismo" se la dañe, por lo que toma su árbol escuálido a casa para decorarlo. El grupo, descolocado por el recital de Linus y conmovido por la determinación de Charlie Brown, se da cuenta de la injusticia cometida y decide seguir al niño con su árbol raquítico.
Al llegar a donde espera plantar y decorar el árbol, Charlie le guinda una bola navideña en el tope, pero, por el peso y el frágil tronco del árbol, cede. Charlie, creyendo que acababa de matar a su arbolito, reafirma interiormente la impresión que, él cree, tienen sus amigos de él, y se retira triste: "¡Todo lo que toco lo daño!".
Ahora sus amigos, dispuestos a ayudar a Charlie Brown, llegan a donde está el árbol tuerto, lo reparan, Linus le da soporte, y lo adornan perfectamente. Ya es un árbol de Navidad idílico. En torno al árbol, todos los niños empiezan a corear "¡Oíd! Los ángeles mensajeros cantan", el villancico que glorifica al "niño recién nacido".
Charlie los escucha y, al regresar a donde ahora está su árbol renovado, todos sus amigos le gritan "¡Feliz Navidad!" y ahora todo el grupo, con Charlie incluido, continúa cantando el villancico que anuncia y celebra el nacimiento de Dios.
El mensaje es claro: la Navidad es sobre amigos, seres queridos, las buenas obras y, todo, entorno a la celebración del nacimiento de Cristo. Reconociendo eso, no hay forma de que la época se convierta en un teatro de frivolidad, que realmente encubre una insoportable nostalgia.
Al final, la época se alza sobre un episodio originario de nuestra cultura y recordarlo, celebrarlo y meditarlo es un esfuerzo, no necesario sino obligatorio para resguardarnos como civilización. Hoy, más que nunca, es urgente. Por lo que, aún es temprano para ver el especial de Navidad de Charlie Brown —además, adornado por una excepcional y bellísima música del pianista de jazz Vince Guaraldi.