¿Creen los líderes de Hamás que Biden les prometerá frenar la ofensiva de Israel para sacarlos del poder si liberan al resto de los secuestrados no israelíes? ¿Eso, además, mientras mantienen cautivos israelíes para negociar la excarcelación de terroristas palestinos de las prisiones de Israel?

La negociación ha comenzado. Ésa es la implicación de la liberación de dos de las aproximadamente 200 personas secuestradas por Hamás durante su bárbaro ataque terrorista del 7 de octubre contra Israel. Estas mujeres, una madre y una hija que tienen doble ciudadanía estadounidense e israelí, estaban entre los cautivos, entre ellos niños y ancianos, que fueron arrastrados a través de la frontera con la Franja de Gaza por terroristas durante un ataque de horas que dejó más de 1.400 asesinados y más de 4.000 heridos en la peor masacre masiva de judíos desde el Holocausto. Abundan las pruebas de la horrible naturaleza del desbocado ataque de los terroristas, en el cual violaron mujeres, apalearon, fusilaron y torturaron a familias enteras, y profanaron los cadáveres de los muertos.

Al dejar vivir a algunas personas, los asesinos y sus comandantes islamistas esperaban obtener algo más que el derramamiento de sangre judía y los aplausos, a su regreso a Gaza, de los civiles palestinos que luego lamentarían los esfuerzos de Israel para castigar a esos criminales. Supusieron que tomar tantos rehenes les daría no sólo un bien valioso que podría utilizar como moneda de cambio, sino también cierto grado de impunidad por lo que habían hecho.

Todo lo que sabían sobre Israel y los países occidentales como Estados Unidos les decía que los judíos y los estadounidenses no sólo valoran la vida humana, sino que harán casi cualquier cosa para comprar la libertad de los cautivos, incluso si eso significa pagar rescates exorbitantes en acuerdos que fortalezcan y enriquezcan a los terroristas. Aunque los mandatarios estadounidenses e israelíes a menudo se jactan de no negociar con grupos tan despreciables, todo el mundo sabe que lo hacen todo el tiempo. Es cierto tanto para supuestos hombres de 'línea dura', como el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, como para veteranos apaciguadores, como el presidente Joe Biden.

Hamás calculaba que podría, como mínimo, retener el control de Gaza gracias a los mismos principios que llevaron a Netanyahu a liberar 1.027 terroristas a cambio de un sólo soldado israelí —Gilad Shalit en 2011— o que hicieron que Biden pagara más de 6.000 millones de dólares para lograr la liberación de cinco ciudadanos estadounidenses detenidos por Irán.

¿Cuál es el papel de Estados Unidos?

La cuestión que se cierne sobre el inminente ataque terrestre israelí a Gaza, destinado a garantizar que Hamás nunca más pueda infligir tal dolor a Israel, es si los terroristas pueden aprovecharse de los rehenes para prevenir la derrota total o, incluso, parcial.

El deseo de familiares, y de personas compasivas en todas partes, de que la seguridad y la libertad de los cautivos sean prioritarias suele crear una presión intolerable para que los gobiernos paguen rescates y limiten su libertad de acción. Sin embargo, la ira generada por las atrocidades del 7 de octubre puede haber vuelto la victoria militar en un imperativo para el Gobierno israelí.

Al mismo tiempo, Estados Unidos, cuyos ciudadanos se encontraban tanto entre los asesinados como entre los secuestrados, está desempeñando un doble papel en esta crisis. Por un lado está apoyando el deseo de Israel de derrocar al régimen de Hamás, mientras le suministra armas y municiones críticas que harán posible ese objetivo. También está evitando un posible ataque terrorista por parte de Hezbolá, 'proxy' de Irán inmerso en el Líbano, en el norte de Israel. Por otro lado, sin embargo, está obstaculizando los esfuerzos militares de Israel al insistir en proporcionar un 'corredor humanitario' para los habitantes de Gaza que intentan huir del enclave costero, junto con 100 millones de dólares en ayuda para permitir el reabastecimiento de las asediadas fuerzas de Hamás y de los civiles bajo su control.

Hay algo particularmente siniestro en la forma en que Hamás exhibió a los dos ciudadanos estadounidenses frente al mundo. Si su liberación se considera un pago parcial por los gestos de Biden, queda por ver cuánto puede obtener a cambio del resto de los secuestrados, tanto estadounidenses como con otros pasaportes extranjeros.

¿Creen los líderes de Hamás que Biden les prometerá frenar la ofensiva de Israel para sacarlos del poder si liberan al resto de los secuestrados no israelíes? ¿Eso, además, mientras mantienen cautivos israelíes para negociar la excarcelación de terroristas palestinos de las prisiones de Israel? Aún más, mientras Biden negocie por la libertad de los ciudadanos estadounidenses, cuyas vidas corren riesgo mientras permanezcan en zona de guerra, es un misterio cómo Israel puede seguir con el contraataque.

El precedente de Guilad Shalit

Las personas decentes de todo el mundo deben esperar y rezar para que todos los rehenes (hombres, mujeres, ancianos y niños) sean liberados ilesos. Pero llegó el momento de, finalmente, alcanzar la conclusión de que pagar rescates a terroristas es simplemente garantizar que la toma de rehenes y el terrorismo nunca terminarán.

El episodio de Guilad Shalit es instructivo a este respecto. Shalit, un cabo de 19 años de las Fuerzas de Defensa de Israel, fue capturado por terroristas de Hamás en una redada transfronteriza en la que dos de sus camaradas murieron y otros resultaron heridos. Hamás lo ocultó con éxito dentro de Gaza, evadiendo los intentos israelíes de rescatarlo y reteniéndolo durante 1.934 días, mientras negaba e impedía, como también ahora, el acceso a la Cruz Roja.

En el transcurso de sus más de cinco años en cautiverio, la presión sobre el Gobierno de Israel por parte de su familia y sus muchos simpatizantes aumentó hasta insistir en pagar prácticamente cualquier precio por su libertad .

La misma dinámica ha estado presente cada vez que los estadounidenses son rehenes de regímenes hostiles, como el de Irán. Un grupo diverso de presidentes estadounidenses (Ronald Reagan, Barack Obama y, más recientemente, Biden) ha sucumbido a la presión de las familias de los rehenes, junto con su propia simpatía natural por las víctimas y sus familiares, para hacer casi cualquier cosa por rescatar a estos prisioneros. Y todos pagaron un precio peligrosamente alto por su libertad.

Aún así, el caso de Shalit resonó entre el público israelí de manera especial. Shalit se volvió un representante de cada niño de familia israelí enviado a hacer el servicio militar obligatorio después de la escuela secundaria. Las familias que entregan a sus hijos en manos del gobierno y del tan alardeado ejército están orgullosas de su servicio, pero también esperan que quienes están a cargo los protejan y nunca los dejen a merced de los crueles enemigos terroristas del Estado judío. Gracias a eso, sus afligidos padres pudieron generar un amplio apoyo para su causa.

Si la libertad de los 200 israelíes secuestrados, que ahora sufren quién sabe qué tormento a manos de sus bárbaros captores, se compra con el precio de una victoria de Hamás, sus familias considerarán que vale la pena y todo el mundo debería comprenderlos y simpatizar con ellos. Pero como el acuerdo de Shalit debería haberle enseñado al mundo –sin mencionar la forma en que los pagos de rescate estadounidenses han fortalecido a los patrocinadores iraníes de Hamás– tales negociaciones son un pacto con los demonios que creará aún más pena y sufrimiento en el futuro.

Tales esfuerzos están profundamente arraigados en la tradición judía de la mitzvá de pidyon shvuyim, la redención de rehenes. A lo largo de dos milenios de exilio e impotencia, los judíos han tenido una larga y amarga historia de miembros de sus comunidades secuestrados y retenidos por gobiernos y criminales que reclaman rescates. Como resultado, liberar a los rehenes se ha convertido en una prioridad e incluso en una tarea loable.

Netanyahu se vio entonces ante la opción de hacer algo increíblemente peligroso para la seguridad de su país: ceder a las demandas de Hamás o dejar que Shalit muriera en cautiverio o se perdiera -como el piloto israelí Ron Arad, que fue derribado en el Líbano en 1982-. Se cree que Arad murió a manos de sus captores en 1988, aunque Israel no estuvo seguro de ello hasta décadas después.

Consciente del potencial costo, optó por hacer lo que era, en ese momento, popular: aceptar la liberación masiva de casi 1.000 terroristas con las manos manchadas de sangre. Se estima que los liberados fueron responsables de la muerte de unos 569 civiles israelíes. En este caso, la justificada indignación de las familias de las víctimas de esos crímenes fue superada por la alegría que la mayoría de los israelíes sintieron por la liberación de Shalit. Las encuestas mostraron que una abrumadora mayoría de los israelíes estaba a favor del acuerdo de rescate.

Si bien críticos de derecha y expertos en seguridad reprendieron al primer ministro por fortalecer enormemente el régimen terrorista de Hamás en Gaza, y garantizar que otros israelíes algún día sufrieran la misma suerte, él no pagó ningún precio político por su decisión.

Netanyahu no fue el primer líder israelí en realizar una liberación de prisioneros tan unilateral. Su suposición –y la de muchos de sus enemigos políticos en la oposición, así como el establishment militar y de inteligencia israelí– era que la captura de Shalit era una hazaña que Hamás no podría repetir. Y pocos, si es que alguno, imaginaba que casi exactamente 12 años después, Israel se enfrentaría a una amenaza terrorista y un dilema de rehenes de la magnitud del ataque del 7 de octubre.

Una elección terrible

Queda por ver si Hamás puede utilizar a los rehenes (sin mencionar el destino de los civiles palestinos, que también están siendo utilizados como escudos humanos) para retener el control de Gaza una vez que la batalla haya finalizado.

Uno de los aspectos más preocupantes de las últimas dos semanas ha sido el absoluto desdén por los rehenes expresado por los partidarios extranjeros de Hamás, y la relativa indiferencia de la comunidad internacional y los medios corporativos ante su destino. De hecho, la prensa liberal de Estados Unidos tardó poco en olvidarse de la barbarie de Hamás para, cuando Israel comenzó a contraatacar a los terroristas alojados en lo profundo del enclave, obsesionarse con el dilema de los palestinos que viven en Gaza.

Lo que Hamás hizo el 7 de octubre fue enseñar a los israelíes que rescatar a un rehén puede conducir directamente a algo mucho peor. Si la libertad de los 200 israelíes secuestrados, que ahora sufren quién sabe qué tormento a manos de sus bárbaros captores, se compra con el precio de una victoria de Hamás, sus familias considerarán que vale la pena y todo el mundo debería comprenderlos y simpatizar con ellos. Pero como el acuerdo de Shalit debería haberle enseñado al mundo –sin mencionar la forma en que los pagos de rescate estadounidenses han fortalecido a los patrocinadores iraníes de Hamás– tales negociaciones son un pacto con los demonios que creará aún más pena y sufrimiento en el futuro.

Esta comprensión no debe confundirse con la indiferencia hacia quienes languidecen en algún lugar de Gaza, pero por mucho que deseemos su seguridad y libertad, no puede hacerse a expensas de una amenaza existencial para el Estado judío y Occidente. Es terrible que la destrucción de Hamás en las próximas semanas y meses probablemente cueste la vida de muchos israelíes y árabes palestinos inocentes, así como de los terroristas. Sin embargo, salvará más vidas a largo plazo. Nada –ni la presión estadounidense, ni siquiera las lágrimas de las familias de los cautivos– debería permitir que se demuestre cierta la cruel expectativa de Hamás de que podrá salirse con la suya cometiendo crímenes dignos de los nazis.

© JNS