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Por favor, no den más munición a sus enemigos

Como defensores de Israel en la escena internacional, rogamos que se vuelva a la moderación y al compromiso en aras del interés nacional.

Por favor, no den más munición a sus enemigos

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Tras una reciente visita a Israel, ambos quedamos hondamente preocupados por el nivel inaudito de tensión y pura animosidad que impregna la escena política. Como amigos de Israel, que no ciudadanos israelíes, no pretendemos inmiscuirnos por motivos partidistas, sino hacer sonar la alarma sobre la posibilidad muy real de que los enemigos de Israel exploten la retórica actual y perjudiquen al país en su conjunto.

La polarización y el enfrentamiento políticos no son nada nuevo para nosotros, ya que son tendencias arraigadas en nuestros propios países y en todo el mundo occidental, desde Estados Unidos hasta Italia. Pero nuestra experiencia en la lucha contra los sucesivos intentos de deslegitimar al Estado de Israel nos demuestra que este país sencillamente no puede permitirse el nivel de tensión política interna que pueden soportar otras democracias. Israel ha demostrado una y otra vez ser el país más resistente del mundo en lo que respecta a la guerra física. Pero también está sometido a la guerra política más insidiosa, continuamente atacado por instituciones internacionales como la ONU, la UE y la Corte Penal Internacional (CPI), así como por una pluralidad de Gobiernos extranjeros, organismos de derechos humanos, el mundo académico y gran parte de los medios de comunicación.

Es en este ámbito donde el discurso y las luchas actuales serán más perjudiciales. Para que Israel sea fuerte, prospere, sea una fuerza del bien en la región y en el mundo, y se libre de las incesantes campañas de guerra política, necesita estar unido en las cuestiones básicas, a pesar de todos los desacuerdos que razonablemente puedan surgir en torno a propuestas y políticas concretas. Esa unidad nacional se está viendo erosionada por el tono y el desarrollo del debate sobre la reforma del Poder Judicial impulsada por el Gobierno de coalición.

Hemos oído voces israelíes que nos dicen que lo que está en juego es la supervivencia de la democracia, si es que no ha muerto ya. Nos han dicho que es mejor no hacer ni una sola concesión que intentar llegar a un acuerdo. Tales actitudes extremistas están lejos de producir una reforma mejor y se acercan peligrosamente a lo que equivaldría a envalentonar e incluso incitar a los numerosos enemigos internacionales de Israel.

Igual que el 'síndrome de enajenación anti-Trump' exhibido por tantos críticos del expresidente estadounidense dañaba gravemente la credibilidad y la posición internacional de Estados Unidos, el rechazo del compromiso, la decisión de ir hasta el extremo, la voluntad de demonizar al adversario político y la deslegitimación de los resultados del proceso electoral sólo pueden interpretarse como el debilitamiento de Israel.

Declarar la muerte de la democracia israelí tiene consecuencias que van mucho más allá de la política nacional. A lo largo de los años, ambos hemos luchado contra todos los intentos palestinos de acusar a soldados y dirigentes políticos israelíes ante la CPI, contra todos los esfuerzos del Consejo de Derechos Humanos de la ONU –institucionalmente antiisraelí– por condenar el derecho soberano de Israel a la autodefensa y contra las sucesivas campañas del movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS), así como de organismos internacionales, para hundir la economía de Israel. Uno de los argumentos más sólidos contra las perniciosas ambiciones de cada uno de estos enemigos políticos de Israel ha sido presentar un caso sólido de que el Estado judío tiene un sistema judicial respetado internacionalmente, democráticamente responsable y que proporciona un trato justo a todo el mundo. Intentar perjudicar al Gobierno con una retórica apocalíptica puede tener éxito o no, pero seguro que socavará cualquier defensa de este tipo y perjudicará la seguridad de Israel y de sus ciudadanos. En medio de predicciones de fatalidad y desastre, conviene tener en cuenta que naciones como el Reino Unido, España, Italia y Canadá, entre otras muchas democracias liberales, tienen sistemas de designación de los más altos cargos judiciales mucho más intrusivos por parte del Poder Ejecutivo que todo lo propuesto por este Gobierno israelí, y nadie se atreverá a decir que no son democráticas.

Igual que el síndrome de enajenación anti-Trump exhibido por tantos críticos del expresidente estadounidense dañaba gravemente la credibilidad y la posición internacional de Estados Unidos, el rechazo del compromiso, la decisión de ir hasta el extremo, la voluntad de demonizar al adversario político y la deslegitimación de los resultados del proceso electoral sólo pueden interpretarse como un debilitamiento de Israel. Y ya sabemos lo que ocurre cuando eso se convierte en la percepción predominante en el extranjero, sea cierto o no. Considere lo siguiente: ¿qué cree que están pensando Nasralá y Jamenei? ¿Qué imagina que dirán los activistas del BDS? ¿Cómo reaccionarán los enemigos de Israel en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU? Estarán riendo, aplaudiendo y tramando la mejor manera de explotar esta nueva situación en detrimento de Israel.

En política, no todo vale; en ningún país, y menos en Israel. Dejemos el apocalipsis donde debe estar: al final de los tiempos. Hay que restablecer la racionalidad en el debate político, aceptar las diferencias, proponer soluciones modificadas y negociar un acuerdo. La alternativa es, por supuesto, una mayor tensión interna; y, lo que es aún más grave, puede llevar a renovados ataques jurídicos, políticos, económicos y comerciales desde el exterior. Como defensores de Israel en la escena internacional, rogamos que se vuelva a la moderación y al compromiso en aras del interés nacional.

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