La medida antiisraelí fortaleció al primer ministro en casa y obligó a Biden a defender al Estado judío. Pero la campaña para convertir a Israel en un Estado paria está causando estragos.

No todos los opositores políticos nacionales y estadounidenses del primer ministro Benjamín Netanyahu están aplaudiendo la decisión del fiscal jefe de la Corte Penal Internacional (CPI) de pedir que se procese tanto al líder israelí como a tres miembros del grupo terrorista Hamás. Mientras que antiisraelíes y antisemitas de todas las procedencias se relamen con la idea de Netanyahu y el ministro de Defensa, Yoav Gallant, en el banquillo por crímenes de guerra contra los palestinos, esta medida, profundamente cínica e inmoral, tiene consecuencias indeseadas a corto plazo. 

Como incluso The New York Times señaló a regañadientes, el anuncio del fiscal de la CPI Karim Khan indignó al público israelí. El argumento de que Israel no es mejor que los bárbaros terroristas de Hamás está arraigado en el tipo de doble rasero que es indistinguible del antisemitismo. Es escandalosamente prejuicioso e injusto tratar como moralmente equivalentes la reacción mesurada de un país que fue atacado y el terrorismo de aquellos que lo atacaron en primer lugar, sometiendo a sus ciudadanos a atrocidades indescriptibles. Y le ha dado a Netanyahu una ventaja sobre sus oponentes tanto dentro como fuera de las fronteras nacionales.

Aún así, sería un error que los partidarios de Israel descartaran el impacto del gesto de la CPI y otros esfuerzos de la comunidad mundial para aislar y difamar al Estado judío comparándolo con una empresa criminal.

El creciente número de medidas diseñadas para dificultar o imposibilitar que Israel participe en el comercio o lleve a cabo actividades diplomáticas regulares, o que sus académicos participen en intercambios académicos o incluso que artistas del espectáculo aparezcan en el extranjero, como la campaña para intentar forzar Eurovisión. El concursante Eden Golan fuera del reciente concurso de canto, no es simplemente desalentador e injusto . Todo es parte de un proceso mediante el cual las posiciones prejuiciosas contra Israel y los judíos se normalizan y luego crecen hasta convertirse en una cuestión de consenso entre las clases supuestamente ilustradas. El siguiente paso son las sanciones internacionales que podrían causar daños mucho más graves.

Ignorando a la ONU

Los israelíes siempre han tendido a ignorar o descartar esas preocupaciones. Parte de esa actitud surge de la creencia de que el espíritu del sionismo –una filosofía de la autodeterminación judía– debería impulsar a los judíos a centrarse en el proyecto de reconstruir su patria y su defensa, y no en lo que los no judíos piensan al respecto. David Ben-Gurion, el primer primer ministro de Israel, resumió esa actitud haciendo caso omiso de las diatribas de las Naciones Unidas utilizando el acrónimo hebreo para referirse a ellas, "Um-schmum".

Aquella actitud también llevó a Israel a tener por secundaria la necesidad de devolver el fuego en la guerra de la información que quienes lo odian han estado librando durante décadas. Pero la campaña para aislar al Estado judío va más allá de ensombrecer su imagen. Transcurridos siete meses desde el 7 de octubre, la creencia de que es un estado opresor, malvado y blanco no es simplemente un mito odioso creído por estudiantes universitarios ignorantes. La rápida difusión de la propaganda antisionista, que niega derechos a los judíos que nadie pensaría denegar a cualquier otro, tiene un alto costo tanto para Israel como para la diáspora.

Más allá de que la ONU pueda ser un foro inútil, el discurso global está empezando a teñirse claramente con la creencia de que apoyar al Estado judío es una forma de racismo. A medida que se expande, esta mácula cubre y echa a perder los enormes avances de Israel en la última década, tanto para normalizar las relaciones con los mundos musulmán y árabe como para situarse en el primer puesto de las economías desarrolladas.

En pocas palabras, hablar de acusaciones es simplemente la primera parte de una campaña cuyo objetivo es hacer con Israel lo que la comunidad internacional hizo con la Sudáfrica del apartheid. Eso significa un paso hacia sanciones reales que impactarían la economía de Israel. También llevaría a medidas que harían imposible que los líderes israelíes y una serie de otras figuras de su gobierno y otras instituciones visitaran otros lugares o realizaran negocios normales en el extranjero.

El precedente de Sudáfrica

De hecho, Israel y sus amigos pueden señalar las innumerables diferencias del país judío con el régimen del apartheid. Israel no es un país donde una minoría gobierna a una mayoría, sino una democracia con una gran mayoría judía que constituye el pueblo indígena de su antigua patria. Sin embargo, en un mundo en el que se aceptan cada vez más los mitos de que los judíos son racistas opresores blancos de la gente de color, los hechos no parecen importar. Un mundo en el que el antisemitismo está siendo revivido por una extraña alianza rojo-verde de ideólogos de izquierda e islamistas es cada vez más un lugar donde las mentiras sobre Israel no sólo se creen sino que se tratan como una justificación para acciones realmente nocivas.

Instituciones como las Naciones Unidas, su Consejo de Derechos Humanos y la CPI pueden ser objeto de desprecio para la mayoría de los estadounidenses e israelíes. Pero, para el resto del mundo, son ampliamente respetados, como si todavía defendieran los valores idealistas que motivaron a sus fundadores a creer que su creación garantizaría que el mundo nunca más descendiera a la barbarie de una guerra mundial. El hecho de que ahora existan para apuntalar el mismo espíritu de barbarie en países y culturas que no profesan la democracia liberal no les impide tener un enorme poder para crear problemas a quienes se convierten en sus objetivos.

Si bien algunos en Israel creyeron durante mucho tiempo que la voluntad de ceder territorio y abrazar un Estado palestino sería recompensada con la unánime gratitud del mundo entero, la situación desde el 7 de octubre es un recordatorio de que el odio hacia Israel no tiene que ver tanto con sus acciones como con su existencia. El movimiento para boicotear a Israel con medidas BDS (boicots, desinversiones y sanciones) no le ha causado mucho daño económico hasta la fecha. Sin embargo, el sorprendente apoyo a Hamás y las condenas a los esfuerzos de Jerusalén por erradicar un movimiento dedicado al genocidio judío demuestran hasta qué punto los esfuerzos de los boicoteadores han influido en la opinión pública de todo el mundo.

Un impulso para Bibi

Aun así, el impacto a corto plazo del anuncio de la CPI no sólo socavó el movimiento de protesta contra Netanyahu dentro de Israel, sino que obligó a la Administración Biden a cambiar su tono de crítica dura y profundamente injusta a la conducta de las Fuerzas de Defensa de Israel en la guerra. Incluso el presidente Joe Biden se vio obligado a decir que Israel no era culpable de genocidio. También dio un impulso a los esfuerzos del presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, para presionar a los demócratas a que inviten a Netanyahu a una reunión conjunta del Congreso, brindándole así la oportunidad de exponer el caso de Israel ante los estadounidenses sin el filtro de medios de comunicación hostiles.

Al igual que con los principales generales de Israel y aquellos a cargo de las agencias de inteligencia del país, hay buenas razones para argumentar que Netanyahu debería ser obligado a dejar su cargo debido al desastre histórico que ocurrió durante su mandato. Es muy posible que eso suceda después de que concluya la guerra. Pero la mayor parte del establishment periodístico, legal, académico, empresarial y de seguridad de Israel ha estado tratando de derrocar al gobierno de Netanyahu casi desde el momento en que ganó las últimas elecciones de la Knesset en noviembre de 2022. Hasta el 7 de octubre, su atención se centraba en frustrar el esfuerzo liderado por el partido Likud para reformar el desaforado Poder Judicial de Israel. Tras unos meses de unidad después de las masacres de Hamás en el sur de Israel, la oposición reanudó su presión para derrocar al primer ministro culpándolo por la difícil situación de los rehenes que aún se encuentran cautivos en Gaza y por la prolongación de la guerra.

Pero nada es más probable que impulse el apoyo a Netanyahu que la presión externa de Estados Unidos o la comunidad internacional, que lo han estado demonizando por posiciones o acciones apoyadas por la mayoría de los israelíes. Esa fue una lección que el expresidente Barack Obama nunca pareció aprender durante sus ocho años en el cargo. La presión de Obama para obligar a Israel a replegarse a las fronteras de 1967 y dividir Jerusalén para crear un Estado palestino que los palestinos se negaron sistemáticamente a aceptar en realidad ayudó a Netanyahu a ganar repetidamente la reelección. Su futuro en el cargo es, en el mejor de los casos, incierto. Pero mientras pueda demostrar al público israelí que es el único líder con las agallas para hacer frente a los estadounidenses y a la presión extranjera, sería un error subestimar su capacidad de resistir.

También es cierto que podría decirse que la CPI no tiene jurisdicción real sobre Israel y que muchos países, incluido Estados Unidos, no reconocen su autoridad. Y hay muchas probabilidades de que los estadounidenses penalicen a Khan y a la CPI por este ultraje. Incluso el secretario de Estado Antony Blinken, que es un partidario devoto de las organizaciones internacionales, las Naciones Unidas y sus agencias como cualquiera que haya estado a cargo de la política exterior de Estados Unidos, se comprometió a trabajar con el Congreso para sancionar a la CPI.

Lo mismo se aplica a otros aspectos de la campaña internacional para aislar a Israel, como las decisiones de España, Noruega e Irlanda de reconocer el Estado palestino en el vacío. Dado que no existe un Estado de Palestina, este tipo de gestos son actos vacíos, así como una recompensa inmoral para los palestinos por emplear el terrorismo.

Sancionar a la CPI y a la ONU

Sin embargo, los gestos sin sentido tienen la capacidad de acumularse para crear un compendio que efectivamente sirve para calificar a las políticas israelíes de impopulares. Incluso de ilegítimas. Los israelíes han llegado a creer que una serie de otros logros como su tecnología de punta merecen el respeto en todo el mundo y que, por ende, no pueden convertirse en un estado paria. Los nuevos acuerdos de normalización firmados por dos Estados del Golfo, Marruecos y Sudán, a través de los Acuerdos de Abraham de 2020, negociados por el expresidente Donald Trump, reforzaron esa creencia.

Los mecanismos del derecho internacional pueden ser objeto de burla, así como considerados, sin riesgo al error, fábricas de propaganda antiisraelí. Pero la reacción a las atrocidades de Hamás del 7 de octubre debería dejar claro a los judíos que es inútil esperar que el mundo condene a un movimiento de asesinos, violadores y secuestradores empeñados en eliminar a Israel.

Después de haber minimizado la amenaza del lawfare contra Israel durante décadas, muchos en la comunidad proisraelí todavía no reconocen el peligro que representa. Incluso acabada la guerra actual, el impacto de las mentiras sobre el genocidio israelí se seguirá sintiendo. Lo que se necesita ahora es una sólida campaña estadounidense no sólo para condenar a la CPI y a las Naciones Unidas, sino también la decisión de negarle los fondos a todas las instituciones que forman parte de la campaña para ayudar a Hamás en su misión de destruir al único Estado judío del planeta. Washington podría aislar a ciertas instituciones y naciones de la economía estadounidense, lo que le daría a la Administración Biden las herramientas para poner fin sustancialmente a esta amenaza bajo su mandato.

Depender únicamente de la buena voluntad, la razón, la lógica y la verdad para defender a Israel contra una comunidad internacional malévola no será suficiente. Es hora de que los partidarios del Estado judío reconozcan que, por impensable que sea que Israel sea rechazado de la misma manera que Sudáfrica, podría suceder si no se toman medidas para castigar a la CPI y a las agencias de la ONU que están detrás de esta trama vil.

© JNS