Quienes se oponen a una invasión terrestre en Gaza para destruir al grupo terrorista citan preocupaciones humanitarias. Tales apelaciones sólo ayudarán a preservar un régimen criminal.

Han pasado más de dos semanas desde que las atrocidades del 7 de octubre conmocionaron al mundo debido a la crueldad y barbarie exhibidas por los terroristas de Hamás mientras llevaban a cabo lo que, acertadamente, se ha descrito como un pogromo dentro de Israel. La cifra de muertos en la mayor masacre masiva de judíos (1.400 en un solo día) desde el Holocausto sigue aumentando a medida que se descubren e identifican más cuerpos. A eso se suman las víctimas aún desaparecidas, además de los más de 4.000 heridos y de 200 cautivos en la Franja de Gaza.

Pero en la mayor parte del mundo, la narrativa sobre este conflicto ya ha cambiado. Mientras las Fuerzas de Defensa de Israel continúan los ataques aéreos contra objetivos de Hamás dentro de Gaza, la discusión sobre el conflicto está ahora en la difícil situación de los civiles palestinos y en cómo—en palabras del columnista del New York Times Nicholas Kristof— un deseo de venganza y un anhelo inútil de seguridad habían conducido a una campaña para “matar a niños de Gaza”.

La opinión progresista ilustrada que se opone al terrorismo de Hamás y no quiere ver a Israel destruido está ahora haciendo causa común con ideólogos izquierdistas que, en las calles de las principales ciudades del mundo y en los campus de las universidades estadounidenses, aplauden a los asesinos. Ambos parecen estar de acuerdo en que la prioridad ahora es obligar a Israel a aceptar un alto al fuego con Hamás para evitar una crisis humanitaria dentro del enclave costero gobernado por los islamistas.

Pero hay un hecho que debe entenderse a medida que aumenta el número de víctimas palestinas, incluso si las cifras que se difunden provienen de la maquinaria propagandística de Hamás y muchos, si no la mayoría, de los muertos son en realidad terroristas. Es que quienes ahora están centrados en impedir que Israel lleve a cabo un ataque militar decisivo dentro de Gaza, para acabar con el régimen terrorista que ha existido como Estado palestino independiente en todo menos en el nombre desde 2007, están, a pesar de los diferentes matices en sus puntos de vista, empujando hacia un objetivo común: poner fin a los combates para permitir la supervivencia de Hamás.

Una coalición inmoral

Los bien intencionados humanistas y los críticos pro-israelíes que se posicionan contra la ofensiva están, de esta manera, esencialmente del mismo lado que la izquierda antisemita que exige la eliminación del Estado judío.

Todos deben ser considerados idiotas útiles de Hamás.

Los predecibles llamamientos unilaterales de las Naciones Unidas para que Israel abandone sus esfuerzos por defenderse contra Hamás son fácilmente rebatidos por los partidarios del Estado judío, que no terminan de comprender la capacidad de la comunidad internacional para socavar al Estado judío. También son preocupantes los llamados a un alto al fuego provenientes de juristas estadounidenses, que al ser profesores en las escuelas de élite influyen en los legisladores y jueces del mañana.

Aun quienes no exigen que Israel abandone el contrataque contra los terroristas están advirtiendo de que la invasión terrestre de Gaza es un error que será contraproducente. Esa es la posición del presentador de CNN y columnista del Washington Post Fareed Zakaria, que sigue siendo la fuente más confiable para conocer la sabiduría convencional del mismo establishment de política exterior que se ha equivocado en absolutamente todo sobre Medio Oriente durante más de 30 años.

La asistencia militar estadounidense, que es vital para reabastecer a las Fuerzas de Defensa de Israel, y, con suerte, disuadir a Irán de ampliar la guerra, también parece venir acompañada de condiciones y consejos que pueden tener como objetivo limitar la campaña.

El columnista del Times y crítico empedernido de Israel Thomas L. Friedman, a quien parece que Joe Biden escucha con atención, también se encuentra entre los que creen que una invasión está mal. Estados Unidos, piensa, debería obligar a Israel a prometer, antes de cualquier nuevo combate imprudente, que, cuando las armas se callen, se retirará de Judea y Samaria para permitir la creación de otro Estado palestino independiente además del que Hamás ha gobernado desde 2006. Ésa es una fórmula para otro Estado terrorista islamista, no para la paz.

Otros, como el historiador israelí Yuval Noah Harari —cuyas observaciones banales sobre la vida pasada y contemporánea le han otorgado cierto estatus de ícono intelectual—, están consternados por la demonización izquierdista de Israel. Sin embargo, escribió en The Washington Post que considera el consenso israelí de que Hamas debe ser eliminado como un reflejo de la visión absolutista del mundo del propio grupo terrorista. Harari cree que el intento de ajusticiar a los criminales del 7 de octubre no es en nada distinto a la visión apocalíptica que tiene Hamás del mundo. Considera que las acciones israelíes que priorizarían la seguridad de los civiles palestinos, incluso si eso significa dejarlos vivir dentro de Israel e incluso si eso ayuda a Hamás, serán mejores para Israel a largo plazo.

Incluso Biden, cuyas declaraciones de apoyo a Israel y condena a Hamás han alentado a los judíos allí y en Estados Unidos, parece estar haciendo todo lo posible para retrasar la ofensiva en Gaza o para que se modere tanto que difícilmente pueda satisfacer el objetivo de acabar con el control del grupo yihadista sobre la Franja. La asistencia militar estadounidense, que es vital para reabastecer a las Fuerzas de Defensa de Israel, y, con suerte, disuadir a Irán de ampliar la guerra, también parece venir acompañada de condiciones y consejos que pueden tener como objetivo limitar la campaña. En parte, esto puede estar relacionado con los esfuerzos estadounidenses por liberar a algunos de los rehenes retenidos por Hamás, incluso si esto, como siempre sucede con esos acuerdos de rescate, sólo fortalezca a los terroristas.

Es poco probable que los israelíes comunes y corrientes estén haciendo caso a cualquiera de esas opiniones. El público en Israel y sus profundamente conmocionadas instituciones políticas, militares y de inteligencia han llegado, con razón, a la conclusión de que la única manera de evitar más ataques criminales de este tipo es invadir Gaza y poner fin al gobierno de Hamás de una vez por todas.

La comparación entre Hamás e ISIS es acertada: ambos son movimientos nazis modernos que comparten una mentalidad eliminacionista cuando se trata de los judíos y del Estado judío.

La campaña para eliminar a Hamás que ha prometido el gobierno del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu será difícil de llevar a cabo. Puede ser que los planes de Israel tarden semanas o incluso meses en llevarse a cabo. El número de víctimas en ambos bandos puede ser terrible. Y cuanto más exageren el número de víctimas palestinas los propagandistas de Hamás y sus cómplices en los principales medios de comunicación, y cuanto más traten las acciones de Israel como moralmente equivalentes a las atrocidades criminales del 7 de octubre, más difícil será para Israel mantener el rumbo.

Pero a pesar del relativismo moral de personas como Kristof, Zakaria, Friedman y Harari, el problema que enfrentan Israel y el resto del mundo en Gaza no es uno que se pueda caracterizar como moralmente complejo. O en el que la verdad se halle en una zona gris a medio camino entre las posiciones extreminstas de los palestinos y los israelíes.

Una elección sencilla

La elección entre Israel y Hamás no es compleja. De una lado hay un Estado democrático; del otro, una tiranía islamista cuya ideología no sólo es ajena al pensamiento occidental, sino que está impregnada de lo que sólo puede describirse como perverso. La comparación entre Hamás e ISIS es acertada: ambos son movimientos nazis modernos que comparten una mentalidad eliminacionista cuando se trata de los judíos y del Estado judío.

La destrucción del régimen de Hamás no es simplemente una política difícil de implementar que generará críticas por parte de los humanistas occidentales, así como histeria en el mundo árabe y musulmán. Es un imperativo moral, y no debe ser tratado de manera diferente a la determinación implacable de Occidente de acabar con el califato de ISIS en Siria e Irak, o al objetivo de los Aliados de destruir los regímenes de la Alemania nazi y el Japón imperial durante la Segunda Guerra Mundial.

En ninguno de aquellos ejemplos el número de víctimas civiles, por trágico que haya sido, sirvió como elemento disuasorio para frenar el combate contra esas entidades malignas.

Cuando, con la ayuda de Estados Unidos, las fuerzas iraquíes y aliadas recuperaron Mosul en 2017 de las garras de ISIS, hasta 11.000 civiles murieron en los combates dentro de la ciudad. Y unos 800.000 civiles alemanes murieron durante los bombardeos aliados de Alemania. Además de eso, se estima que unos 150.000 civiles murieron durante la invasión de Alemania en 1945 que terminó, además de los combates por doquier, con una brutal batalla casa por casa en Berlín.

Quienes buscan permitir que el grupo terrorista pueda seguir escondiéndose detrás de los niños árabes no están demostrando sabiduría ni una moralidad superior a la de aquellos que, correctamente, claman por la eliminación de Hamás.

Sabemos que en ninguno de esos casos quienes buscaban el fin de esos regímenes tuvieron tanto cuidado en evitar muertes civiles como lo hace Israel ahora. Sin embargo, esas cifras de víctimas no fueron lo suficientemente terribles como para convertir las guerras para destruir a ISIS y a la máquina asesina nazi de Adolf Hitler en empresas inmorales.

El mismo cálculo moral debe aplicarse a la guerra en Gaza.

Al contrario del despreciable intento de Kristof de lograr una equivalencia moral, Israel no busca matar a niños árabes para que los niños israelíes estén seguros.  El columnista debería saber que no se puede permitir que un régimen que asesina y decapita a niños judíos se esconda detrás de los niños palestinos, a los que ha puesto en peligro al lanzar esta guerra. Y quienes buscan permitir que el grupo terrorista pueda seguir haciéndolo no están demostrando sabiduría ni una moralidad superior a la de aquellos que, correctamente, claman por la eliminación de Hamás.

Las mentes occidentales crecieron en el relativismo moral y se sienten incómodas con la realidad de que algunos movimientos y gobiernos no están descarrilados o equivocados, sino que son simplemente malvados. Por eso una guerra que sólo puede terminar con la derrota completa de Hamás, sin importar el costo, entra en conflicto con su comprensión del mundo.

Aún así, todo es más simple. Si, a pesar de condenar al terrorismo, usted aboga por políticas que permiten a Hamás salir sano y salvo de la masacre asesina que emprendió el 7 de octubre (y que inició esta guerra), entonces usted es su cómplice involuntario y su actitud es tan reprensible como la de aquellos que ruegan en las calles que se derrame más sangre judía.

© JNS