Tenemos derecho a juzgar a quienes comparten sus puntos de vista en las redes sociales sobre todo tipo de temas, pero, de repente, no tienen opinión sobre la matanza masiva de judíos.

Terriblemente injustas. Así es como algunos estadounidenses progresistas, la mayoría judíos prominentes, caracterizan las críticas que ellos y otros reciben por no estar dispuestos a discutir públicamente su opinión sobre los ataques terroristas del 7 de octubre contra Israel, la mayor matanza masiva de judíos desde el Holocausto. El ataque terrorista de Hamás a las comunidades fronterizas de Gaza dejó 1.400 hombres, mujeres y niños muertos, familias enteras asesinadas, así como miles de heridos y hasta 150 secuestrados, arrastrados a través de la frontera hacia Gaza. Pero en lo que respecta a muchas personas destacadas, esas cifras (sin mencionar las pruebas encontradas de crímenes horrendos, incluidos la tortura, la violación y la profanación de cadáveres) no son motivo suficiente para arriesgarse e identificarse con la causa de Israel.

Varios miembros de la comunidad judía han quedado atónitos. Se preguntan por qué un evento histórico, que los ha sacudido hasta lo más profundo, ha sido recibido con tanto silencio. Junto con videos e imágenes gráficas del horror infligido por los terroristas de Hamás (algunos publicados por ellos mismos, jactándose de sus crímenes), este silencio de muchas personas (incluidas algunas cuyas opiniones y movimientos están registrados en detalle en sus propias redes sociales) nos ha servido a muchos como llamada de atención sobre el mundo en que vivimos.

Un silencio abominable

La respuesta a las atrocidades de Hamás ha sido intensa y apasionada entre aquellos que se sienten vinculados a Israel o simplemente entienden que un crimen de esta magnitud exige empatía y un apoyo firme a los esfuerzos por poner fin a este flagelo terrorista. Pero el contraste entre los corazones rotos de quienes se preocupan por Israel y la indiferencia de los demás (y eso incluye a muchos ricos, talentosos o famosos con un gran número de seguidores en redes sociales) es asombroso. Esto ha llevado a algunos a concluir que, quizás por primera vez, finalmente comprenden cómo ocurrió el Holocausto. Y esto, a su vez, les ha hecho sacar algunas conclusiones airadas y negativas sobre aquellos que han permanecido ominosamente callados.

Una persona que hizo público su resentimiento por tales conclusiones es la encuestadora demócrata y columnista colaboradora del New York Times Elizabeth Spires. En una columna titulada "I Don’t Have to Post My Outrage. Neither Do You" (en español: "No tengo que publicar mi indignación. Tú tampoco"), se quejó sobre la forma en que fue atacada en X (Twitter) por no expresar su opinión sobre los crímenes de Hamás.

Comenzó explicando que ella no era "ni judía ni palestina" y que su tema habitual no era la política exterior. Luego, Spires justificó su silencio inicial sobre el ataque de la semana pasada explicando que había sufrido de culebrilla y que batallaba con un antiguo caso de depresión. Si lo hubiera dejado así, nadie la habría criticado.

Pero continuó declarando que es errónea la idea de que la gente decente tiene que expresar su opinión sobre cosas malas al azar que aparecen en las noticias. También sostuvo que el impulso de publicar opiniones de esta manera conduce a declaraciones simplistas que reducen todo a una elección binaria, cuando hay tantas cosas en la vida que son complejas y deben discutirse con matices en lugar de apresurarse a publicar una andanada de 280 caracteres.

Cómo funcionan las redes sociales

Si uno no sabe nada sobre la cultura de internet, esa argumentación puede parecer razonable. Spires tiene 81.900 seguidores en X (anteriormente Twitter), lo que le brinda una plataforma decente para sus opiniones, aunque ni se aproxime a los verdaderos líderes de opinión en esa plataforma o a las celebridades que publican sus fotos de Instagram. Para ella y otras personas que se ganan la vida exhibiendo su opinión ante el ojo público, la noción de que no deberíamos sacar conclusiones a partir de los temas que consideran dignos de su atención es ridícula.

Si esto es lo que haces profesionalmente (y prácticamente todos en la política, la cultura y, especialmente, el periodismo son ahora una especie de esclavos de las redes sociales), la decisión de publicar o no algo sobre las noticias es una elección que, por sí misma, es una declaración sobre quién eres y en qué crees. Cualquier pretensión de lo contrario es falsa.

Spires revela sus verdaderas intenciones al fingir reticencia a expresar sus opiniones sobre la situación actual en Medio Oriente y luego explicar en detalle sus puntos de vista. Si bien piensa que el terrorismo de Hamás es malo, considera que los esfuerzos israelíes por aislar a los asesinos cortándoles la electricidad también son incorrectos. De hecho, defiende que casi cualquier esfuerzo para abordar el problema militarmente es inmoral debido al posible impacto en los civiles palestinos, a quienes distingue enfáticamente del grupo islamista que los ha gobernado por 16 años y al que apoyan ampliamente.

Nos guste o no, vivimos en una época en la que la gente corriente, y en particular las celebridades con muchos seguidores en plataformas como Instagram, Facebook o X, comparten habitualmente sus puntos de vista sobre casi todo lo que sucede en el mundo, así como detalles minuciosos de sus vidas, incluidas fotografías de lo que almorzaron.

Igual de importante es que en los últimos años las redes sociales han llegado a cumplir dos funciones principales en nuestra vida pública. Es, para bien o para mal, la plaza pública de la democracia estadounidense. Como tal, hoy en día se desarrollan allí en gran medida debates políticos, sociales y culturales. En segundo lugar, es el lugar para indicar no sólo lo que se cree importante, sino también cómo uno se identifica en las batallas culturales y políticas del momento.

¿Qué vidas importan?

Por eso la señal más clara de que una causa es importante es que mucha gente cambie su foto de perfil de Facebook para incluir una imagen que indique su opinión al respecto. Así es como se supo que en el verano de 2020 gran parte de Estados Unidos estaba desesperado por asegurarse de que todos supieran que creían en Black Lives Matter. En 2021, fue reemplazado por algo que proclamara el estado de vacunación y, por ende, el desdén por quienes optaban por no vacunarse.

A raíz del asesinato de un sólo hombre, George Floyd, quienes se mantuvieron neutrales respecto del movimiento BLM o se negaron a 'bloquear' sus cuentas en redes sociales sabían que muchos de sus conciudadanos los acusarían de racistas. Lo mismo ocurría si uno dejaba entrever que era consciente de la falsedad del mito de que la Policía asesinaba sistemáticamente a afroamericanos desarmados y que, por deplorables que fueran tales incidentes, también eran bastante raros. Señalar la naturaleza antisemita de BLM o protestar por el derribo de estatuas históricas también fueron vías rápidas para ser cancelado.

Ese es el contexto para quienes ahora cuestionan la forma en que tantas celebridades y líderes de opinión parecen pensar que el asesinato de 1.400 judíos o el secuestro de docenas de niños pequeños judíos no es un evento sobre el cual la gente decente debería tener una opinión clara.

Antes del auge de las redes sociales, cuando únicamente los políticos emitían declaraciones sobre las noticias del día, esto no era un problema. Pero no se puede volver a poner a ese genio en la botella. Ahora se espera que cualquier persona en el ojo público, aparte de esos pocos intrépidos que se niegan a participar de las plataformas, intervenga con publicaciones sobre historias que interesan al público.

Entonces, la cuestión no es si está mal tener una opinión sobre alguien que guarda silencio ante un gran ultraje moral. El problema es por qué tanta gente guarda silencio sobre la matanza del 7 de octubre.

Muchos en los grupos parlanchines están profundamente influenciados por ideologías tóxicas (como la Teoría Crítica de la Raza que favorece la demonización de Israel), así como por actitudes antisemitas dominantes que postulan una equivalencia moral entre aquellos que quieren masacrar a los judíos y los esfuerzos de los judíos por oponerse a aquellos que quieren masacrarlos. Ni siquiera los crímenes de Hamás parecen ser suficientes para derribar la creencia generalizada de que la batalla entre los israelíes y aquellos dedicados a su extinción es simplemente una disputa sobre la cual las personas razonables pueden diferir.

Pero hay algunas cuestiones en las que la claridad moral no es sólo un requerimiento, sino una exigencia. Los judíos tienen derecho a sentirse abandonados cuando ven que quienes trataron la muerte de Floyd como un motivo para salir a las calles y derribar estatuas no tienen nada que decir sobre los 1.4000 cadáveres judíos y las decenas de niños judíos secuestrados. Tenemos todo el derecho a juzgar esto, así como a declarar que sólo existe una opinión decente a la hora de defender las vidas judías u optar por la campaña asesina de Hamás.

Es tan simple como esto. Si cree que las atrocidades de la semana pasada no son lo suficientemente terribles como para requerir desarmar y derrocar a Hamás por la fuerza, entonces no se sorprenda si eso se interpreta como indiferencia hacia el sufrimiento judío. Si no está conmovido hasta las lágrimas o la furia (o incluso se siente obligado a publicar un sentimiento anodino sobre lo horrible que es que tantos judíos inocentes hayan sido brutalizados y masacrados por bárbaros desalmados), su postureo moral sobre otras causas, sus ingeniosas observaciones sobre la vida y las atractivas fotografías que sube dicen algo sobre usted. De hecho, envía el mensaje de que tal vez no sea una persona tan agradable como cree.

© JNS