TRUMP TENÍA RAZÓN

Los demócratas deben aceptar que los esfuerzos de Trump por debilitar al régimen islamista con sanciones más duras son la única política racional que se puede seguir.

Al parecer, hay algunos errores de los que el establishment de la política exterior estadounidense cree que puede aprender. En 2009, cuando los manifestantes iraníes se agolparon en las calles de Teherán para protestar por unas elecciones presidenciales amañadas, EEUU no dijo ni hizo prácticamente nada.

Pero ante un nuevo aumento de las protestas contra el Gobierno despótico de Irán, la Administración Biden está tratando de comportarse de forma ligeramente diferente. En lugar de ignorar o quitar importancia a los esfuerzos de las personas valientes (en particular, las mujeres que desafían la opresión de la policía de la moral islamista) que presionan por el cambio, el presidente Biden se puso públicamente de su lado durante su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Además, su Administración ha tomado algunas medidas para ayudar a restablecer las conexiones por satélite y el servicio de internet que el régimen islamista de Teherán ha cerrado en pro de la represión.

Es un paso encomiable. Pero, llegando como llega después de que esta Administración haya hecho tanto por reforzar a los teócratas de Irán, al tratar de revivir el acuerdo nuclear de 2015, es demasiado poco y demasiado tarde para merecer demasiados elogios.

Aun así, cuando el consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, confesó el otro día que la Administración Obama -en la que él, Biden y la mayor parte del actual equipo de política exterior sirvieron- erró al mantenerse al margen de las luchas del pueblo iraní en 2009, fue una especie de avance. Tal admisión de un error fue novedosa en sí misma, para un grupo que opera como si todo lo que siempre ha creído y hecho -especialmente con respecto a Oriente Medio- fuera siempre correcto.

Sin embargo, y pese al reconocimiento a regañadientes de Sullivan, el problema no era meramente táctico, que Estados Unidos considerara que su apoyo público perjudicaría, en lugar de ayudar, a los iraníes que buscaban la libertad. En ese momento, el presidente Barack Obama estaba empezando a apaciguar al régimen teocrático de Irán. La brutal represión de los iraníes que se atrevieron a desafiar al régimen -simbolizada por el asesinato de Neda Agha-Soltan a manos de las fuerzas de seguridad- se produjo sólo unas semanas después de que lanzara su apuesta por alterar fundamentalmente el enfoque norteamericano sobre la región con su discurso de El Cairo.

Ahí, Obama pidió disculpas a los musulmanes por una generación de política exterior norteamericana e hizo una analogía entre el Holocausto y el trato de Israel a los palestinos. Fue el inicio de un proceso con el que Obama apartó a Estados Unidos de sus aliados tradicionales en la región, Israel y los Estados árabes suníes liderados por Arabia Saudí. El objetivo no era sólo cumplir sus promesas de El Cairo, de renunciar a lo que consideraba los pecados del pasado de su país, o simplemente lograr un acercamiento a Irán. Más bien, fue un intento de cambiar a una posición en la que los amigos de Estados Unidos serían más o menos sustituidos por un enemigo, mientras Washington se desvinculaba de Oriente Medio. El acuerdo con Irán que enriqueció al régimen de los ayatolás y legalizó su programa nuclear, al tiempo que garantizaba que Teherán acabaría obteniendo armas nucleares con el beneplácito de Occidente, fue clave en esa estrategia.

En ese panorama se enmarca la decisión de Obama de permitir que Irán -con ayuda militar rusa- salvara al brutal régimen de Bashar Asad en Siria, en lugar de posibilitar su caída. En el camino, Obama tuvo que descartar su advertencia de línea roja sobre el uso de armas químicas por parte de Asad contra su propio pueblo; y consentir tanto la carnicería siria así como el restablecimiento de Rusia como potencia militar en Oriente Medio en un país, la propia Siria, que comparte frontera con Israel. Además, con las riquezas que amasó como consecuencia del pacto nuclear, Irán pudo reforzar a sus fuerzas auxiliares y aliados terroristas en el Líbano, Gaza y Yemen.

Este desarrollo debilitó la seguridad de Israel y de los Estados árabes del Golfo, lo que a su vez tuvo por consecuencia no buscada el alejamiento de esos Estados de los palestinos y su normalización con Israel, al que veían, con razón, como un aliado contra Teherán.

De ahí surgieron los Acuerdos de Abraham, que la Administración Trump haría realidad. Pero también la comprensión de hasta qué punto Obama había empoderado a Irán.

Los demócratas se han pasado gran parte de la última década hablando de lo que consideran una "guerra contra las mujeres" de oponentes republicanos, por sus desacuerdos sobre las restricciones al aborto. Pero uno de los frutos más significativos del logro más importante de la política exterior de Obama fue la financiación y apoyo a una verdadera guerra contra las mujeres, la emprendida por los teócratas iraníes, que intimidaron, arrestaron, torturaron y asesinaron a las mujeres que se resistieron a los esfuerzos de la policía de la moral para hacerlas vestir y comportarse de acuerdo con las exigencias de los ayatolás.

Otra consecuencia del apaciguamiento estadounidense hacia Irán fue el fortalecimiento interno del régimen islamista. Los demócratas se han pasado gran parte de la última década hablando de lo que consideraban una "guerra contra las mujeres " emprendida por sus oponentes republicanos, debido a los desacuerdos sobre las restricciones al aborto. Pero uno de los frutos más significativos del logro más importante de la política exterior de Obama fue la financiación y apoyo a una verdadera guerra contra las mujeres, la emprendida por los teócratas iraníes, que intimidaron, arrestaron, torturaron y asesinaron a las mujeres que se resistieron a los esfuerzos de la policía de la moral para hacerlas vestir y comportarse de acuerdo con las exigencias de los ayatolás.

Como hemos podido comprobar, con las protestas masivas que, según se informa, están teniendo lugar en ciudades de todo Irán, las mujeres de ese país, al igual que muchos hombres, están hartas de este trato. Se unen en torno a la memoria de una nueva mártir, Mahsa Amini, una joven de 22 años que murió tras ser maltratada por la policía de la moral por violaciones no especificadas de las normas sobre el uso del hiyab. Por lo visto, estos manifestantes están tan desesperados que están dispuestos a arriesgarse a morir a manos de las autoridades para dar a conocer sus deseos de cambio.

Que Biden desee ponerse del lado de estos valientes hasta el punto de estar dispuesto a decirlo públicamente es mejor que lo que hizo Obama en 2009. Pero llega después de que su equipo de política exterior pasara los 20 meses anteriores tratando de deshacer la "máxima presión" que el ex presidente Donald Trump trató de ejercer sobre Irán como parte de su decisión de 2018 de retirarse del desastroso acuerdo nuclear obamita.

Los iraníes hicieron que Biden y sus negociadores bailaran a su son, exigiendo más y más concesiones sin siquiera aceptar volver al pacto nuclear. Así pues, es un poco tarde para que la Administración demócrata pretenda que su objetivo ha sido debilitar o presionar a los asesinos de Amini para que se comporten mejor.

Mientras siga empeñado en firmar un acuerdo nuclear aún más endeble, que reportará a Irán aún más dinero e indicará que Estados Unidos vuelve a ungirlo como el caballo fuerte de la región, nadie puede creer realmente que Biden está del lado del pueblo iraní contra sus opresores. Con la posibilidad muy real de que Biden haga aún más concesiones, en su afán por conseguir otro acuerdo con Irán después de las elecciones de mitad de mandato, momento en el que le preocupará menos el descontento público ante sus políticas, Irán tiene todas las razones para ignorar sus declaraciones sobre los manifestantes.

A los grandes medios de comunicación progresistas que siguen actuando como caja de resonancia demócrata les gusta tratar las violaciones de los derechos humanos por parte del régimen de Teherán al margen de la cuestión nuclear. Pero en realidad ambas están inextricablemente unidas.

Mientras Occidente esté dispuesto a enriquecer y empoderar a Irán mediante un nuevo acuerdo nuclear, Teherán podrá seguir oprimiendo y matando mujeres en las calles. Si Biden y los demócratas que defendieron a capa y espada la destructiva política mesoriental de Obama quieren realmente ayudar a las iraníes, deben hacer algo más que hablar de boquilla de su situación.

Y, por muy amarga que sea la píldora que tengan que tragar, deben aceptar que los esfuerzos de Trump por debilitar al régimen islamista con sanciones más duras son la única política racional que se puede seguir.

© JNS