Acordar un paquete de ayuda para el Estado judío debería ser una prioridad del Congreso. Dicho esto, de nada sirve pretender que la frontera estadounidense no ha colapsado.

Uno de los tropos habituales de la política estadounidense es la queja de que mientras Washington financia ayuda exterior o compromisos militares en el extranjero, menosprecia las preocupaciones internas. Desde que Estados Unidos se convirtió en una superpotencia global, siempre hubo personas que argumentaron que si el dinero gastado en aventuras y enredos en el extranjero se enviara a casa, se podrían resolver cualquier cantidad de problemas.

Este razonamiento suele ser erróneo. Incluso en períodos de contracción económica, Estados Unidos es un país lo suficientemente rico como para proteger sus intereses y los de sus aliados fuera de sus fronteras y al mismo tiempo hacer frente a sus obligaciones internas. Si algunos problemas no se abordan internamente, se debe a deficiencias en el liderazgo norteamericano. Pero no significa que se deban descuidar las crisis internacionales. Tampoco es una conclusión garantizada que virar hacia el aislacionismo convertiría a América en un paraíso, en lugar de una nación complicada, desordenada y gloriosa.

Pero incluso si descartamos los reproches de los criticones de siempre, no debemos aplaudir todas las propuestas de gasto exterior. Tampoco significa que deban descartarse como aislacionistas o incluso xenófobas los cuestionamientos a una Administración obsesionada con una guerra exterior, mas que hace la vista gorda ante una de las mayores crisis internas que se recuerdan.

La ayuda exterior, en punto muerto

Sin embargo, eso es exactamente lo que está sucediendo en Washington: el Congreso regresa de sus vacaciones y se enfrenta al mismo impasse sobre la ayuda a Ucrania e Israel, así como a la necesidad de abordar la crisis en la frontera sur de Estados Unidos. Esto se informa en gran medida como una disputa partidista entre demócratas y republicanos, en la que cada uno de ellos culpa al otro por no aprobar un proyecto de ley de ayuda de emergencia para asistir a Israel en su guerra contra Hamás o a Ucrania en la suya contra Rusia. Pero aquí hay algo más en juego que la política habitual en un Congreso disfuncional.

Hay un tira y afloje entre tres causas. Sobre una (Israel), existe un amplio consenso entre los congresistas. En otra (Ucrania), no hay acuerdo entre los dos partidos. La tercera (la crisis fronteriza), ni siquiera recibió el reconocimiento de crisis genuina por parte del Partido Demócrata. Ésa fórmula de intereses contrapuestos a menudo conduce a que no se apruebe nada; en este caso incluso amenaza con un cierre del Gobierno.

La alineación actual en el Congreso es tal que hay votos más que suficientes tanto en la Cámara controlada por el Partido Republicano como en el Senado controlado por los demócratas para aprobar un proyecto de ley limpia de ayuda a Israel. Una medida así garantizaría todas las armas necesarias al Estado judío, para que luche contra Hamás en Gaza, y disuadiría a Hezbolá y sus amos iraníes de lanzarse al conflicto.

Pero eso no es lo que propuso la Casa Blanca en noviembre. En lugar de ello, envió al Capitolio una propuesta para un paquete de ayuda exterior de 106.000 millones de dólares, de los cuales sólo 14.300 millones se dedicaron a ayudar a Israel. Vinculó, también, la ayuda a Jerusalén con la causa que ha sido su prioridad durante los últimos dos años: apoyar a Ucrania contra Rusia. Kiev, que recibió más de 150.000 millones de dólares en ayuda estadounidense desde que fue invadida por Rusia, habría recibido $61,4 en el paquete de la Administración. Otros 9.000 millones de dólares se habrían destinado a “ayuda humanitaria” para los palestinos en la Franja de Gaza. Sin embargo, no está nada claro si esa caerá en manos de Hamás o sus aliados o, como es el caso con la mayor parte de la asistencia que llega allí, si empeorará el problema en lugar de mejorarlo. Además de eso, se habrían destinado cantidades menos significativas a contrarrestar a China, el enemigo extranjero más peligroso de Estados Unidos. También se suponía que habría 14.000 millones de dólares para una mayor aplicación de las leyes de inmigración.

Esto nunca iba a ser aprobado por ambas cámaras del Congreso.

Mientras que la mayoría de los republicanos del Senado están tan entusiasmados con el gasto en la guerra en Ucrania como sus colegas demócratas, los de la Cámara de Representantes no estaban de acuerdo. Piensan que no es razonable que Estados Unidos gaste tanto en una guerra en Europa que está, ahora, irremediablemente estancada. Rusia es el agresor en ese conflicto y su presidente Vladimir Putin es un tirano sanguinario. Pero Ucrania defendió con éxito su independencia contra el impulso inicial para invadirla en 2022, cuando el incompetente ejército ruso demostró que era incapaz de conquistar la capital ucraniana. Los defensores ahora están inmersos en una búsqueda igualmente inútil, financiada por Washington y sus aliados europeos, para recuperar las tierras que Rusia se apoderó en 2014 en el este de Ucrania y Crimea en un momento en que nadie en Estados Unidos estaba interesado en financiar un esfuerzo bélico anti-Moscú.

Argumentos contradictorios sobre Ucrania

Los partidarios de darle al presidente ucraniano, Volodymyr Zelenskyy, un cheque en blanco para seguir luchando “hasta que sea necesario” utilizan dos argumentos contradictorios: consideran a Moscú lo suficientemente débil como para ser derrotado por su vecino más pequeño, pero lo suficientemente poderoso como para derrotar a las fuerzas más numerosas y avanzadas de la OTAN.

Por un lado, creen que Ucrania puede derrotar a Rusia si cuenta con suficiente apoyo estadounidense. Por otro lado, afirman que si no se permite a Kiev seguir luchando para recuperar Crimea, entonces Rusia podría conquistar toda Europa (cuando, ha quedado demostrado, no puede ni derrotar a las tropas ucranianas). Ambas premisas son absurdas. Ni con todo el dinero del mundo podría Ucrania conquistar Rusia. Incluso si lo hiciera, las consecuencias de tal resultado son incognoscibles y probablemente serían tan malas como buenas para Occidente. Y, a diferencia de la Unión Soviética de hace 40 años, Moscú hoy no puede conquistar Europa. Sin embargo, en lugar de presionar por la paz para poner fin a una guerra inútil e imposible de ganar para ambos lados, muchos estadounidenses parecen pensar que gastar ilimitadamente en un conflicto es una buena idea y están dispuestos a difamar a cualquiera que señale estos hechos como un títere de Putin.

Independientemente de la conveniencia o no de luchar contra Putin para siempre, vincular esa causa a la necesidad de derrotar a Hamás es una táctica política cínica.

Desde el punto de vista demócrata, lo mismo podría decirse de los esfuerzos republicanos por vincular el gasto en ayuda exterior al compromiso de tomar medidas para detener la avalancha masiva de inmigrantes ilegales que llegan a la frontera sur de Estados Unidos desde que el presidente Joe Biden asumió el cargo. La crisis allí es real y va en aumento: más de 2 millones de inmigrantes ilegales ingresaron a Estados Unidos sólo el año pasado y hay señales de que ahora más se dirigen hacia la frontera.

Los republicanos quieren aumentar masivamente el gasto en seguridad fronteriza y completar el muro que el expresidente Donald Trump prometió pero no logró construir. Más importante aún, quieren reformar un sistema fallido que permite el ingreso de migrantes económicos que desobedecen la ley, que usan solicitudes de asilo falsas. La situación actual, que ha dado lugar a una población de inmigrantes ilegales que ahora puede ascender a 30 millones, constituye una burla al Estado de derecho.

La crisis en la frontera

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