AGIT-PROP PROGRESISTA

El continuo intento de la ADL y otros grupos progresistas de vincular al expresidente con el odio a los judíos es una narrativa sectaria destinada a distraer a los votantes de los problemas de los demócratas.

Uno pensaría que ya se habrían dado cuenta de que están jugando a su juego. Han pasado más de siete años desde que Donald Trump bajó las escaleras mecánicas de la Torre Trump para empezar a vivir a tiempo completo en la mente de sus muchos detractores. Sin embargo, sus oponentes políticos y sus aliados en los medios de comunicación hegemónicos y el mundo judío organizado siguen mordiendo el anzuelo cada vez que dice o publica algo en las redes sociales.

Pero la razón por la que su reciente comentario sobre los judíos estadounidenses e Israel fue aprovechado por los demócratas y los progresistas tiene poco que ver con su importancia intrínseca o con la dudosa noción de que estaban tomando una posición contra el antisemitismo. La motivación era puramente política.

La izquierda en general, y la judía en particular, es adicta a tratar de vincular a Trump con el antisemitismo porque cree que le es útil. Y ahora más que nunca.

Los demócratas andan sonados en las semanas previas a las elecciones de medio término, y las encuestas –incluso en publicaciones progresistas como The New York Times– muestran que están en graves aprietos. Mientras que, en el pasado, el frenesí mediático ante una cita de Trump se hacía con la esperanza genuina de que la publicación de sus tomas o meteduras de pata le hicieran caer, ahora es simplemente un dispositivo para tratar de distraer al votante del desastroso bagaje de su sucesor, Joe Biden.

El patrón es predecible. Cada comentario polémico de Trump es exagerado por los medios progresistas como una nueva prueba de que es tan horrible como siempre han creído que era.

Hace tiempo que es evidente que Trump los azuza deliberadamente. Espera provocar exactamente ese tipo de reacciones exageradas, que, lejos de socavarlo, en realidad deleitan a sus seguidores, que ven  la rabia que despierta entre los charlatanes como prueba de que el expresidente está de su lado, frente a un establishment indiferente u hostil a sus preocupaciones.

Esto no parece entrar en los cálculos de quienes se apresuran a saltar sobre sus comentarios. Este artículo de Salena Zito en The Atlantic proporcionó la mejor visión sobre Trump hasta la fecha: "La prensa se fija en la literalidad pero no le toma en serio; sus partidarios lo toman en serio pero no se preocupan de la literalidad". Su observación sigue siendo acertada.

La última ilustración de este tedioso teatrillo político provino de una publicación de Trump en Truth Social, pálida imitación del ubicuo Twitter, una de las plataformas de las que el expresidente fue vetado tras el motín del 6 de enero en el Capitolio. En ella, Trump blasonaba de su histórico apoyo a Israel y señalaba que los evangélicos son más partidarios del Estado judío que los judíos estadounidenses.

A continuación habló de su popularidad en Israel y, bromeando claramente, afirmó que allí podría ser elegido primer ministro. Concluyó afirmando: "Los judíos estadounidenses tienen que ponerse las pilas y apreciar lo que tienen en Israel, antes de que sea demasiado tarde".

La Casa Blanca, los gurús de la izquierda y antisemitas abiertos como la congresista Ilhan Omar (demócrata de Minnesota) tacharon el mensaje de antisemita, y la Liga Antidifamación (ADL) y el Comité Judío Americano (AJC) lo denunciaron como un ejemplo del tropo de la doble lealtad y de las amenazas contra los judíos.

Como señaló acertadamente Ruthie Blum, toda esta histeria era absurda. Lo que dijo sobre su propio desempeño, sobre que el apoyo evangélico a Israel el superior al de la mayoría de los judíos y sobre su popularidad en Israel era todo cierto. Y la advertencia final no era diferente de muchas exhortaciones de líderes judíos –y de otras personas– para que los judíos respalden al Estado judío para que no se vea abrumado por sus numerosos enemigos.

Mientras que, en el pasado, el frenesí mediático ante una cita de Trump se hacía con la esperanza genuina de que la publicación de sus tomas o meteduras de pata le hicieran caer, ahora es simplemente un dispositivo para tratar de distraer al votante del desastroso bagaje de su sucesor, Joe Biden.

La idea, planteada por el AJC y la ADL, de que un partidario no judío de Israel no tiene derecho a reprender a los judíos por su falta de interés en el sionismo -y que hacerlo es de algún modo ofensivo- es, como mínimo, curiosa.

Por supuesto, los judíos estadounidenses son libres de hacer lo que quieran y apoyar las causas que consideren oportunas. Como muchos no judíos en la vida pública, Trump tardó en darse cuenta de que para la gran mayoría de los judíos estadounidenses el apoyo a Israel no es una prioridad ni una prueba de fuego a la hora de votar. Casi todos los judíos que Trump conoce son partidarios entregados del Estado judío. Lo mismo ocurre con muchos republicanos y demócratas en el Congreso, que a menudo tardan en darse cuenta de que, aunque apoyar a Israel es una buena política, es algo que sólo preocupa a una minoría de judíos.

Que el AJC cuestionara la veracidad de lo que escribió Trump sobre la mayoría de los judíos de Estados Unidos e Israel ("juicio sin fundamento") fue una muestra de mala fe de la organización, pues sabe muy bien que era cierto. El director general de la ADL, Jonathan Greenblatt, fue aún más falso.

Greenblatt, que ha contribuido a transformar esa organización no partidista, aunque de tendencia progresista, en un apéndice del Partido Demócrata bajo el mandato de su sucesor, Abe Foxman, sigue insistiendo, sin ninguna prueba, en que Trump "corteja el favor" de los "antisemitas". Lleva haciéndolo desde que Trump asumió el cargo en 2017. La ADL le culpó falsamente de unas amenazas de bomba contra centros comunitarios judíos que resultaron ser obra de un adolescente israelo-americano perturbado.

Asimismo, se unió a quienes afirman falsamente que Trump apoyó a los manifestantes neonazis en Charlottesville, Virginia, e incluso lo culpó de acciones de extremistas desquiciados que atacaron sinagogas en Pittsburgh (Pennsylvania) y Poway (California), aunque los implicados estaban en contra de Trump por su apoyo a Israel.

En la izquierda son legión los que realmente creen que Trump es afín a Hitler, a pesar de lo absurdo de la afirmación. Grupos como la ADL, que apoyan los puntos de discusión demócratas sobre una falsa guerra contra la democracia, están comprometidos con un enfoque que busca hacer de las elecciones intermedias un referéndum sobre las actitudes del expresidente en lugar de sobre la Administración Biden.

Como hemos visto en las últimas semanas, la voluntad de generalizar el odio a los judíos se da tanto en la izquierda como en la derecha. Pero la obsesión de los judíos progresistas con Trump, y el intento de tacharlo de antisemita, no tiene nada que ver con eso. Más bien, forma parte de la misma estrategia que la Administración Biden ha desplegado en el último año: tratar de convertir los disturbios del 6 de enero en el Capitolio en el centro del discurso político.

Prácticamente todo el mundo está de acuerdo en que fueron una calamidad, pero la mayoría no se cree las teorías conspirativas que los demócratas y sus aliados never-trumpers han intentado hacer aventar sobre que fue un intento de golpe de Estado. Esto último describe mejor el bulo de la colusión con Rusia que los demócratas y los medios progfresistas promovieron para hacer descarrilar la presidencia de Trump. Además, la mayoría de los votantes quieren que Washington se centre en la tambaleante economía y en la inflación galopante.

Un enfoque más sensato por parte de los demócratas sería ignorar a Trump. Sus continuos intentos de procesarle por cargos relacionados con el 6 de enero o por haber guardado documentos clasificados no hacen más que ayudarle.

De hecho, cuanto peor se le trate, más fácil le resultará mantenerse en el candelero. También hace que sea no menos sino más probable que los republicanos lo nominen para las presidenciales de 2024. Tal vez algunos en la izquierda piensen que eso les beneficia, pero ahora mismo las encuestas le dan la victoria en una revancha con Biden.

El problema aquí no es averiguar qué pensar sobre Trump, cuestión sobre la que los estadounidenses siempre estarán profundamente divididos. Los grupos que dicen luchar contra el antisemitismo están demasiado atados a las narrativas partidistas y al esfuerzo por derrotar al GOP como para entender que la única manera de ganar la batalla contra el odio es dejar de vincularlo al argumentario progresista sobre Trump, y centrarse en aquellos que verdaderamente están difundiendo el odio a los judíos en ambos extremos del espectro.

© JNS