La crisis energética de Europa

Estados Unidos no debe repetir los mismos errores que la UE continuando por la senda de la reducción de la producción nacional de combustibles fósiles.

Europa se enfrenta a una creciente crisis energética. Los particulares y las industrias están siendo golpeados por el aumento de los costes energéticos. El 31 de agosto Rusia le cerró el gasoducto Nord Stream 1 a Alemania durante lo que en principio iban a ser 72 horas, pero a continuación anunció "dificultades técnicas" que impedirían la reanudación del suministro. El gigante energético ruso Gazprom también anunció que el suministro de gas natural a la empresa energética francesa Engie se reduciría inmediatamente. Estas acciones han creado una gran incertidumbre y la amenaza de que los precios de la energía sean mucho más altos en Europa según se acerque la gélida estación invernal.

El mes pasado tuve la oportunidad de debatir sobre la subida vertiginosa del precio de la energía en los Países Bajos. Las facturas mensuales de entre 400 y 600 euros no son inusuales. Una empresa dijo que estaba gastando en gas natural cuatro veces más que hace un año y que, debido a estos costes más elevados, reduciría su producción en un 50% este invierno. La mayoría de los países de la Unión Europea están viendo cómo el precio de la energía se multiplica por ocho.

Tanto en Alemania como en los Países Bajos se han producido subidas extremas. En Alemania el precio se disparó hasta los 1.050 euros el megavatio hora (MWh), antes de bajar a 610 en agosto. El año pasado el coste aproximado fue de sólo 85 euros.

Esta dramática inflación de los costes está dando lugar a acciones previsibles con resultados imprevisibles. Los holandeses informan de la destrucción de la demanda. Y es que cuando el precio de un producto aumenta su demanda disminuye. Lo que estamos viendo en Europa es una disminución significativa de la demanda de energía debido a las enormes subidas de precios. Un ejemplo es la empresa que reducirá la producción en un 50% porque los costes de la energía han aumentado significativamente los costes de su producción final, lo que se traduce en una reducción del 50% de la demanda de sus productos.

Los holandeses utilizaron un 25% menos de gas natural en los primeros seis meses de 2022 que en el periodo comparable de 2021, principalmente debido a la respuesta de los clientes a la subida de los precios y a unas temperaturas algo más suaves de lo esperado.

La UE ya ha pedido a sus Estados miembros que este invierno reduzcan el consumo de energía en un 15%. En lo que respecta al suministro de gas ruso, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, advirtió a Europa de que se prepare para "la peor situación". Mientras tanto, la empresa energética noruega Equinor calcula que las compañías eléctricas europeas necesitarán encontrar 1,5 billones de euros para cubrir los costes relacionados con la subida de los precios de la energía. Europa y Occidente parece que van a pasar un invierno duro y oneroso.

Como era de esperar, los líderes de Gobierno de la UE creen que la Unión y sus Estados miembros "deben actuar". Varios países ya han aplicado unilateralmente medidas, desde la imposición de topes de precios hasta la concesión directa de ayudas públicas para hacer frente a los costes inmediatos de la crisis. A nivel comunitario, parece haber un consenso sobre la necesidad de rediseñar toda la estructura del mercado energético, y rápidamente. Por lo visto, esperan que pueda completarse a principios de 2023, pero ninguna de estas acciones está sentando las bases de una solución energética viable a largo plazo.

Sea como fuere, lo cierto es que todo esto no se produjo de la noche a la mañana, y tampoco se arreglará de la noche a la mañana. A pesar de que los políticos europeos culpan de todo al presidente ruso Vladímir Putin y a la invasión rusa de Ucrania, las causas de fondo son más profundas. La UE se comprometió hace años con la sostenibilidad y la llamada energía verde. Al parecer, Alemania, Austria, Italia y los Países Bajos están recuperando las centrales de carbón para ahorrar en el uso de gas natural. En Alemania los expertos afirman que el Gobierno de coalición está "tratando de ganar tiempo con el carbón para poder llegar a una solución más sostenible a largo plazo".

Estados Unidos no debería repetir los mismos errores que la UE, continuando por una senda que recorta la producción nacional de combustibles fósiles, prohíbe los vehículos de gasolina e ignora que la capacidad de generación de energía y la infraestructura energética no están preparadas para lograr una agenda verde poco realista y desgraciadamente insostenible.

En enero, Alemania cerró la mitad de las seis centrales nucleares que le quedaban, a pesar del aumento de los costes energéticos. Sus elevados objetivos climáticos sostenibles no incluían planes sobre cómo sustituir la energía que proporcionaban sus centrales nucleares, seguras, limpias y fiables.

En lugar de ello, para alcanzar su utopía climática, Alemania decidió que se volvería más dependiente del gas ruso, que los consumidores pagarían de buen grado unos precios más elevados y que podría recurrir a las energías eólica y solar, mucho menos fiables. Esta fantasía se convirtió en el modelo de toda la UE, y ésta no tiene a nadie más a quien culpar por las consecuencias.

El resultado frustrante es que las empresas, las familias y los individuos se verán obligados a padecer las consecuencias de las imprudencias de sus dirigentes. Como dijo un agricultor holandés, sus Gobiernos están dirigidos por un montón de burócratas apoltronados sin experiencia en el mundo real. Cabe añadir que tampoco tienen que rendir cuentas.

En respuesta a la severa restricción o corte del suministro de gas por parte de Rusia, los Gobiernos de la UE tomarán medidas drásticas en los próximos meses. Alemania anunció recientemente que mantendría dos de las centrales nucleares que estaba cerrando como recurso de reserva, por si acaso. Los líderes de la Unión volverán a dirigirse a los votantes y describirán el increíble trabajo que han hecho sin decir que fueron ellos los que tomaron las decisiones que pusieron a sus países en esta crisis en primer lugar.

La crisis actual habría sido totalmente evitable si la UE hubiera desarrollado un plan racional en lugar de uno basado en una ensoñación, por muy tentadora que fuera.

Estados Unidos debe analizar urgentemente lo que ocurre en Europa y desarrollar un plan de transición energética sensato. Cualquier solución a largo plazo debe incluir estrategias de producción de energía fiable y sostenible y una red eléctrica masivamente reforzada.

El plan europeo se basaba en la esperanza de que los consumidores aceptaran precios más altos, Rusia y Putin fueran fiables y la tecnología de almacenamiento de baterías, lo suficientemente robusta como para cubrir los momentos en que "el viento no sopla y el sol no brilla".

Esta estrategia, desgraciadamente siempre condenada al fracaso, constituye una advertencia frente a las soluciones basadas únicamente en la esperanza.

Estados Unidos no debería repetir los mismos errores que la UE a base de ahondar en el recorte de la producción nacional de combustibles fósiles, prohibir los vehículos de gasolina e ignorar que la capacidad de generación de energía y la infraestructura energética no están preparadas para cumplir con una agenda verde poco realista y desgraciadamente insostenible.

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