Historias de la Historia de EEUU: Pocahontas y los peregrinos del 'Mayflower'

La princesa india quedó fascinada por los ingleses, aprendió el lenguaje de sus secuestradores y adoptó sus vestimentas.

La presencia estable de colonos procedentes del Reino Unido de la Gran Bretaña en América se remonta a finales del siglo XVI, a 1587, cuando Walter Raleigh envió tres barcos y un total de 117 personas al otro lado del Atlántico, concretamente a lo que hoy es la isla Roanoke, en la costa de Carolina del Norte. Raleigh dio el nombre de Virginia a esas nuevas tierras en honor a la Reina Virgen, Isabel I, que le acababa de hacer caballero. Los primeros colonos no tuvieron gran éxito: el jefe de la expedición, John White, regresó a Inglaterra para conseguir los aprovisionamientos que Raleigh le había prometido (y que no habían podido zarpar debido a un ataque de la Armada Invencible española). A su vuelta a América, no encontró a ninguno de los colonos con vida. 

El relevo colonizador lo tomaron dos compañías comerciales: a la London Virginia Company se le concedió permiso para colonizar las tierras del sur de Virginia, mientras que a la Plymouth Company se le asignaba el norte de ese mismo territorio. Empezaron entonces a partir nuevos colonos con destino a América, aunque, eso sí, siempre en números reducidos y bajo un contrato que los convertía de hecho en esclavos durante siete años. Se considera Jamestown como la primera colonia estable, si bien la vida continuó siendo dura y miserable, rodeada de innumerables peligros, entre los que la malaria no era el más pequeño. De hecho, al cabo de pocos meses, la mitad de los colonos de esta segunda oleada habían muerto o regresado a Europa. 

Pero aún no había llegado lo peor: 1609 es recordado como el año del hambre. Desesperados, los colonos llegaron a cometer actos de canibalismo mientras veían cómo la pequeña comunidad era diezmada y corría el riesgo de acabar como los habitantes de Roanoke. Fueron la audacia del capitán John Smith y la generosidad de los indios de los alrededores las que consiguieron cambiar una suerte que parecía ya decidida. Smith logró ser adoptado por las tribus indias locales y obtuvo de ellos suficiente maíz y boniatos para mantener con vida a sus compañeros colonos. También fue él quien instauró la ley marcial en la pequeña colonia, ordenando que no se diera de comer a quienes no trabajaran.  

De esta relación con los indios del lugar nacería la famosa historia de Pocahontas, hija del jefe de los indios powhatans. Fue Pocahontas la que salvó a John Smith de una muerte segura cuando éste fue capturado por su padre; pero no sería hasta unos años después que entraría en contacto más directo con los ingleses, y por motivos nada románticos. El año 1613 el capitán Samuel Argall raptó a la muchacha para presionar a su padre en las negociaciones que estaban teniendo lugar entre indios y colonos. La princesa india quedó fascinada por los ingleses y, con un Síndrome de Estocolmo de libro, aprendió el lenguaje de sus secuestradores y adoptó sus vestimentas. Un año después, con el beneplácito de su padre, contrajo matrimonio con John Rolfe, un cultivador de tabaco que la llevó a Inglaterra, donde causó un muy positivo impacto en la corte. Por desgracia, la verdadera Pocahontas enfermó y falleció en Inglaterra en 1617, pero gracias a ella las relaciones entre indios y colonos iban a ser amistosas durante una década entera.  

Aunque no fueron los primeros en llegar ni los más numerosos, no se puede negar que los peregrinos y su Pacto del Mayflower dejaron una impronta indeleble en el imaginario norteamericano.

Los puritanos del ‘Mayflower’  

A pesar de la historia de Pocahontas, popularizada y debidamente edulcorada por la película de Disney, lo cierto es que la primera imagen que se suele asociar a la colonización de América del Norte es algo posterior a estas primeras y precarias colonias. Nos referimos a los célebres puritanos que se embarcaron en el no menos célebre Mayflower, los pilgrims (peregrinos), un grupo de disidentes religiosos que parten en 1620 hacia tierras nuevas en las que practicar su particular versión del cristianismo sin interferencias del poder de la Corona (y, de paso, un alivio para el mismo rey, que se sacaba de encima a esos molestos heterodoxos). 

Tras 65 días de viaje, el Mayflower llegó a lo que hoy es Provincetown, Massachusetts, a finales de noviembre de 1620. Pero la importancia de los pilgrims se debe a que fueron ellos los que produjeron el primer documento político de la América inglesa, el Pacto del Mayflower, que aún resuena en los oídos norteamericanos y que contiene algunas ideas que son indispensables para entender el carácter estadounidense.  

Allí podemos leer cómo los firmantes habían emprendido, “por la gloria de Dios y el avance de la fe cristiana, y por el honor de nuestro rey y país, un viaje para establecer la primera colonia en las partes del norte de Virginia”; y que, “solemne y mutuamente, en presencia de Dios y de cada uno de nosotros”, suscribían una “alianza” y se unían en “un cuerpo político civil (...) con leyes justas e iguales”

Estos pilgrims, imbuidos de una fe cristiana en la que la lectura de la Biblia, y muy especialmente del Antiguo Testamento, era algo nuclear, se vieron a sí mismos como el nuevo pueblo elegido

Si Yahvé había sacado a los judíos de Egipto para llevarlos a una tierra prometida tras pasar la prueba del desierto, ahora eran ellos quienes eran sacados de la corrupta Gran Bretaña para llegar a una nueva tierra tras pasar la prueba del duro viaje por el Atlántico. Vemos aquí ya una clara conciencia de tener un destino único y especial (lo que más tarde se popularizó bajo la expresión de “Destino Manifiesto”), con impacto sobre toda la humanidad; una conciencia que, con todos los cambios y mutaciones que se quieran, nunca ha abandonado el modo en que se han concebido a sí mismos los norteamericanos. 

Junto a este rasgo, aparece ya perfilado un país donde, pese a todas las fórmulas de respeto hacia el monarca, el cuerpo político está formado por el mismo pueblo que formula esta alianza directamente con Dios, y donde no hay sitio para las desigualdades y aristocracias. Una vez más, los ecos bíblicos son evidentes, empezando por la misma terminología de la alianza y la idea de un pueblo donde no hay nadie superior a otro. 

Aunque no fueron los primeros en llegar ni los más numerosos, no se puede negar que los peregrinos y su Pacto del Mayflower dejaron una impronta indeleble en el imaginario norteamericano. 


Nota: Este texto está extractado de La historia de los Estados Unidos como jamás te la habían contado (J. Soley, Stella Maris, Barcelona, España, 2015).