La necesidad de ganarse el favor del ala izquierda de su partido hará al presidente norteamericano menos propenso a evitar peleas con el Estado judío.

Si se atiende a las declaraciones de los Gobiernos israelí y estadounidense, todo va bien entre Jerusalén y Washington. Pero, pesar a los tópicos que sueltan los altos cargos, la pretensión de que no hay disputas que no puedan tratarse en privado es cada vez más deleznable.

La presión de la izquierda israelí y de sus numerosos partidarios estadounidenses para que EEUU manifieste su oposición al nuevo Gobierno dirigido por Benjamin Netanyahu es cada vez mayor. La pregunta es: ¿sobrevivirán la prudencia y los deseos del presidente Joe Biden y de su equipo de política exterior de evitar un enfrentamiento desagradable con Israel en las próximas semanas y meses, a medida que se intensifique la resistencia anti Bibi?

Israel no ocupó un lugar prioritario en la agenda de Biden durante sus dos primeros años de mandato. El presidente se distrajo con la pandemia del coronavirus, una economía tambaleante y la desastrosa retirada de Afganistán. Estaba ansioso por retomar la política de apaciguamiento hacia Irán, por medio de un acuerdo nuclear aún más peligroso [que el promovido por Obama], aunque ese esfuerzo se estancó. Desde febrero del año pasado, Washington ha considerado prioritaria la ayuda a Ucrania para hacer frente a la invasión rusa, postura que no siempre ha encajado con su apuesta iraní.

Hay que reconocer Biden no se hizo ilusiones respecto de que los palestinos quisieran la paz o de que la reanudación de las negociaciones haría realidad el sueño de una solución de dos Estados al conflicto con Israel. Así pues, aunque es un creyente fervoroso en esa idea fracasada, ha sido el primer presidente en una generación que no consideró una prioridad la consecución de un Estado palestino.

Además, las relaciones con la coalición multipartidista liderada primero por Naftalí Bennett y luego por Yair Lapid fueron buenas en general, no en vano ambos dirigentes israelíes trataron de evitar los desacuerdos abiertos con Washington, aun cuando el deseo de los estadounidenses de apaciguar a Irán representaba una auténtica amenaza para la seguridad israelí. Pero con Netanyahu de nuevo en el poder, la presión sobre Biden para que empiece a actuar como su antiguo jefe Barack Obama y entre en guerra con Bibi es cada vez más difícil de ignorar. El columnista del New York Times Thomas Friedman habló en nombre de muchos progresistas cuando rogó el otro día a Biden que "salve a Israel".

La incoherente descripción de Friedman de los planes de la nueva coalición israelí de gobierno para la reforma judicial fue previsiblemente ignara y distorsionada. Así, su horror ante la idea de desechar el sistema de comités para elegir a los nuevos jueces del Tribunal Supremo, que da a los magistrados actuales el derecho a elegir o vetar a posibles sucesores, en favor de uno que dé más voz a los representantes de los votantes, fue risible.

¿Acaso algún estadounidense soportaría un sistema que permitiera al Tribunal Supremo hacer lo mismo? ¿Toleraría alguien, en la izquierda o en la derecha, a un tribunal que se considerara con derecho a intervenir en cualquier disputa o acción gubernamental, o a regir la Constitución como los supremos de Israel se han dado el derecho de hacer, basándose nada más que en lo que creen que es o no "razonable"?

Pero la crítica de Friedman fue más allá del ataque a un intento necesario por refrenar a un tribunal fuera de control. Y es que acusó hiperbólicamente a los votantes que dieron a la coalición de Netanyahu una clara mayoría en la Knéset de ser "hostiles a los valores estadounidenses" y, aún peor, de tener más en común con los republicanos que con demócratas como Alexandria Ocasio-Cortez (D-NY).

Haciéndose eco de las incitaciones partidistas contra el Gobierno israelí del Times of Israel y Haaretz, acusó falsamente a Netanyahu de intentar emular al presidente turco Recep Tayyip Erdogan. Y, citando a los derrotados enemigos políticos de Netanyahu, tachó al nuevo Ejecutivo israelí de "fascista".

Quienes quieren salvar a Israel de sí mismo siempre olvidan que sus ciudadanos tienen poco interés en aceptar dictados de presidentes estadounidenses o de judíos progresistas amantes de un Israel imaginario y no del real.

Esto resultará familiar a muchos estadounidenses que, como Biden, afirman amar a Israel... pero sólo en sus propios términos. Piensan que Israel sólo merece apoyo mientras obedezca las órdenes de Washington y actúe como si fuera una colona de judíos progresistas residentes en el extranjero, en lugar de un Estado judío lleno de gente con ideas propias y que entiende que vive en Oriente Próximo y no en el Upper West Side de Manhattan.

Al igual que el presidente Biden, Friedman se ha equivocado en todos los asuntos importantes de las últimas cuatro décadas, pero nunca ha tenido que rendir cuentas por ello. Sin embargo, a pesar de lo fácil que sería descartarlo como un ejemplo caricaturesco de falta de visión en materia de política exterior y de adhesión dogmática a ideas fracasadas, su llamamiento a Estados Unidos para que intervenga en la política israelí para ayudar a la oposición en su intento de derrocar a un Gobierno elegido democráticamente tiene eco entre muchos demócratas.

Ahora bien, ese no es el mensaje público que Biden ha intentado transmitir. El embajador de Estados Unidos en Israel, Tom Nides, ha tratado de inmiscuirse en los asuntos internos de su anfitrión en cuestiones como los asentamientos y la preservación del mito de la solución de los dos Estados. Pero también se ha afanado en proclamar que no llevará a cabo ningún boicot contra miembros controvertidos del nuevo Gobierno de Netanyahu, como el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, y el ministro de Seguridad Nacional, Itamar ben Gvir. Otras personalidades, como el secretario de Estado –Antony Blinken– y el consejero de Seguridad Nacional –Jake Sullivan–, han evitado igualmente hacer declaraciones abiertas en contra de Netanyahu, aunque se sientan incómodos con el deseo del nuevo Gobierno de redoblar sus esfuerzos por pedir cuentas a la Autoridad Palestina por su incitación y apoyo al repunte del terrorismo.

A cambio, Netanyahu también ha tratado de enviar señales de que quiere evitar problemas con Biden. Al parecer, en una reunión privada patrocinada por AIPAC dijo que cree que EEUU e Israel están más cerca que antes con respecto a la amenaza nuclear iraní. Y si Biden cree de verdad, como dijo el mes pasado, que sus insensatos esfuerzos por revivir el acuerdo nuclear con Teherán están "muertos", debido a la brutal represión de las manifestaciones masivas contra su despótico régimen y su apoyo a Rusia en Ucrania, quizá sea cierto.

Pero si algo hemos aprendido de Biden es que se ha ido escorando a la izquierda por miedo a ofender a la base activista e interseccional de su partido, como ha quedado patente en una serie de cuestiones, que van desde la inmigración ilegal hasta su prostermación ante el movimiento Black Lives Matter o la imposición de dogma DEI (diversidad, equidad e inclusión) de la extrema izquierda su Adminstración.

Por ahora, Biden está demasiado comprometido con una guerra interminable e imposible de ganar en Ucrania como para querer verse arrastrado a una batalla sobre quién debe gobernar Israel. Pero a medida que la izquierda israelí sube el volumen de su esfuerzo de resistencia anti Bibi, la idea de que EEUU tiene el deber de salvar a Israel de sí mismo irá ganando cada vez más apoyo en los medios corporativos progresistas. El hecho de que la reforma judicial israelí ya esté recibiendo más distorsionada atención en la prensa estadounidense que las ejecuciones iraníes de disidentes es una señal de lo que está por venir.

Y como la carrera presidencial de 2024 comienza en serio a finales de este año, la necesidad de Biden de ganarse el favor del ala izquierda de su partido le hará menos, no más, propenso a evitar peleas con el Estado judío. Tanto si la excusa son los palestinos o los esfuerzos israelíes para detener a Irán, no será fácil para Netanyahu evitar estas batallas.

Sin embargo, quienes están ansiosos por que Biden empiece a aumentar la presión sobre Netanyahu tienen poca memoria. Obama pasó sus ocho años en la Casa Blanca conspirando constantemente para socavar y derrotar a Netanyahu. Pero cada vez que lo hacía no hacía sino reforzar al primer ministro israelí.

Netanyahu tiene muchos enemigos políticos en Israel, pero quienes quieren salvar a Israel de sí mismo siempre olvidan que sus ciudadanos tienen poco interés en aceptar dictados de presidentes estadounidenses o de judíos progresistas amantes de un Israel imaginario y no del real. Cuanto más se apoye Biden en Netanyahu o intente influir en el debate [político] en el Estado judío, menos probable será que el primer ministro salga derrotado.

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