Hablar de que la democracia israelí está en peligro no es más que un intento de ciertos políticos israelíes de importar las tácticas con las que Biden y sus partidarios tachan de antidemocráticos a sus oponentes republicanos.

Joe Biden no es el primer presidente estadounidense que interviene en la política israelí. Las Administraciones estadounidenses llevan décadas haciéndolo, con resultados generalmente desalentadores. Sin embargo, había algo diferente en las declaraciones que Biden hizo recientemente al columnista del New York Times Thomas Friedman.

Incitado por Friedman, Biden soltó un sermón de 46 palabras sobre democracia y búsqueda de consenso que sonó a sabio consejo pero que, en el contexto del momento actual, no fue sino una bofetada al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu.

En el pasado, Washington ha intentado presionar a los Gobiernos israelíes para que apuntalen ideas fallidas sobre proceso de paz [con los palestinos], se priven de defender los derechos de los judíos o no responsabilicen a los dirigentes palestinos por su apoyo el terrorismo. Y, por supuesto, los presidentes estadounidenses han hecho todo lo posible por influir en los votantes israelíes para que favorezcan a candidatos que hagan lo que Washington les pida. Como es de sobra conocido, los presidentes Bill Clinton y Barack Obama intentaron en repetidas ocasiones derrotar a Netanyahu, mientras que Donald Trump trató de ayudarle.

Sin embargo, Friedman tiene razón al señalar que nunca antes un presidente estadounidense había emitido una declaración que tratara de influir en un debate de la Knéset [Parlamento] sobre cuestiones internas israelíes. Que Biden lo hiciera se presenta como un indicio de la gravedad del momento, así como un llamamiento a los más leales amigos del Estado judío a que actúen para salvar la democracia israelí. La supuesta amenaza que pende sobre ella sería, por supuesto, la reforma judicial promovida por el Gobierno de Netanyahu.

Esto es lo que dijo Biden:

Lo mejor de la democracia estadounidense y de la democracia israelí es que ambas se basan en instituciones fuertes, en controles y equilibrios, en un poder judicial independiente. Crear consenso sobre los cambios fundamentales es muy importante para garantizar que la gente los acepte y puedan perdurar.

Que alguien como Biden, que ha llamado "fascistas" a sus oponentes políticos y les ha acusado de querer "volver a encadenar" a los negros, tenga la desfachatez de dar lecciones a los israelíes sobre la construcción de consensos es bastante jugoso.

Lo mismo cabe decir de emprender cambios legislativos extraordinarios sin un amplio acuerdo político. La falta de consenso no impidió que la Administración Obama-Biden aprobara un proyecto de ley que alteraba el sistema de seguros sanitarios contando con una mayoría exigua en el Congreso, no muy distinta de la que ahora posee Netanyahu en Israel. Tampoco le impidió concluir el acuerdo exterior más importante desde el final de la Segunda Guerra Mundial –el desastroso acuerdo nuclear con Irán– sin el respaldo de la mayoría de la Cámara de Representantes ni del Senado y con unas encuestas que mostraban una fuerte oposición de la opinión pública.

En cuanto a la independencia del Poder Judicial, Biden está totalmente a favor... siempre que haga lo que él quiere. El presidente ha criticado repetidamente a los tribunales estadounidenses cuando defienden la Constitución y frustran los esfuerzos de la izquierda por reinterpretarla. Muchos miembros del partido de Biden han pedido que se amplíe la composición del Supremo, ya que actualmente tiene una mayoría conservadora, aunque Biden no se ha mostrado de acuerdo. El presidente también se negó a condenar las declaraciones que buscaban intimidar a los jueces que votaron a favor de revocar Roe vs Wade, hasta el punto de guardar silencio después de que se tramara un asesinato contra el magistrado Kavanaugh.

Ahora bien, el verdadero problema del sermón de Biden no es su impresionante hipocresía, sino la idea de que la democracia israelí está en peligro debido a las propuestas de reforma judicial presentadas por un Gobierno que obtuvo una clara mayoría hace sólo tres meses. Igualmente atroz es la idea de que los estadounidenses que quieren apoyar a los opositores de Netanyahu pueden preservar la democracia israelí uniéndose a un asalto contra el Gobierno israelí movilizado por las élites progresistas de Israel, que controlan en gran medida sus medios de comunicación y sus instituciones económicas y judiciales.

La mejor manera de apoyar la democracia en Israel es no participar en una campaña por anular de hecho los resultados de unas elecciones democráticas.

De hecho, lo mejor que pueden hacer los estadounidenses, judíos o no judíos, independientemente de su posición en el espectro político o religioso, para impulsar la causa de la democracia en el Estado judío es respetar el resultado de sus elecciones y mantenerse al margen de la controversia actual.

Eso no quiere decir que los judíos de fuera de Israel no tengan derecho a opinar sobre lo que ocurre en el Estado judío. Israel es el centro vital de la vida judía y todo lo que le concierne es asunto de todo el pueblo judío. Además, las instituciones, organizaciones y líderes políticos israelíes nunca han tenido reparos en recabar el apoyo de los judíos estadounidenses cuando les ha interesado. Prácticamente todas las escuelas, hospitales, obras benéficas y causas políticas de cualquier envergadura o consecuencia tienen su grupo de apoyo con sede en Estados Unidos. Visto así, cualquier argumento sobre la necesidad de que Estados Unidos guarde silencio sobre los asuntos de actualidad en Israel o sobre quién debe dirigirlo es absurdo.

Sin embargo, hay una salvedad a este principio general: los judíos de la Diáspora pueden decir lo que quieran sobre Israel, pero también deben mostrar cierta humildad al hacerlo. Y no sólo por la desigualdad en materia de sacrificios o riesgos que soportan ambas comunidades. Sólo los judíos israelíes pagan los ruinosos impuestos que gravan a los ciudadanos de su país y, lo que es más importante, envían a sus hijos a servir en las Fuerzas de Defensa de Israel. Aunque los judíos estadounidenses son objeto de ataques antisemitas, no están en primera línea de una campaña sostenida de terrorismo palestino como la que padece Israel.

El verdadero problema es el descaro de los estadounidenses que intervienen en las disputas políticas israelíes con la sesgada cobertura de medios como el New York Times como única guía. Esto explica la gran desconexión entre estadounidenses e israelíes en lo que respecta a cuestiones de seguridad. La inmensa mayoría de los israelíes comprenden que las tonterías sobre el conflicto con los palestinos propagadas por gente como Friedman están divorciadas de la realidad.

Además, los comentarios de Biden apoyan de hecho una campaña política basada no tanto en el deseo de preservar la democracia como en el de sabotearla. La arrogación por parte del Tribunal Supremo israelí de poderes inauditos y excepcionales ha permitido a las fuerzas que han estado en el lado perdedor de la mayoría de las últimas elecciones mantener el poder, independientemente de quién se instale en la Oficina del Primer Ministro.

El esfuerzo por impedir que el Gobierno aplique el programa con el que ganó las últimas elecciones es en sí mismo antidemocrático. Resistir el tipo de presión a la que suelen sucumbir los políticos que suelen buscar el elogio de las instituciones del establishment será una auténtica prueba de fuego para Netanyahu y su coalición.

Hablar de que la democracia israelí está en peligro no es más que un intento de ciertos políticos israelíes de importar las tácticas con las que Biden y sus partidarios tachan de antidemocráticos a sus oponentes republicanos. Los que tratan de unir a los estadounidenses en torno a esos políticos están interviniendo en una disputa política en la que, diga lo que diga la retórica apocalíptica, los judíos de la Diáspora y el Gobierno de Estados Unidos no tienen razón ni derecho a intervenir.

Un Israel en el que haya controles y equilibrios –lo que brilla actualmente por su ausencia, pues el Tribunal Supremo actúa sin cortapisas, sin remitirse a la ley, sino sólo a su propio sentido de lo que es "razonable"– será más democrático, no el Estado protoautoritario o teocrático del que hablan los enemigos de Netanyahu en sus sectarias difamaciones.

Independientemente de cómo se resuelva la batalla sobre la reforma judicial en la Knéset, Israel seguirá siendo una democracia. Independientemente de cuál sea su postura sobre el Poder Judicial israelí, la mejor manera de apoyar la democracia en Israel es no participar en una campaña por anular de hecho los resultados de unas elecciones democráticas. Es una postura que Biden y sus muchos partidarios judíos consideraron una prueba de fuego virtuosa en lo relacionado con las elecciones presidenciales de 2020. Deberían tratar los resultados que arroja la democracia israelí con el mismo respeto.

© JNS